Partida Rol por web

Doña Golo se soltó del agarre del enano y tomando el tótem recolector con ambas manos lo direccionó hacia la señora troll. Parecía que este recibiría una buena regañina por abandono de hogar y camastro marital, así que era un buen momento para desentenderse.

-¡Te lo devuelvo, no hay problema!- dijo la vieja haciéndole al tótem la caricia que hacía falta para que el espíritu almacenado fuera liberado -Entre parejas no me meto, que eso es un tema muy personal-

Y aprovechando el alboroto del trolltem salió disparada alejándose de la torre y lo que pudiera estar gestándose allí.

Cientos de historias poblaron la mente de Jingle en un instante. Leyendas sobre zombies, lentos pero hambrientos. Cuentos sobre enanos avariciosos —valga la redundancia— que acababan ahogados al fondo de una laguna por no querer abandonar su cofre de oro, y de ladrones que perdían la vida por culpa de su propia codicia.

Aunque los guardianes no-muertos fuesen poco hábiles y el vínculo con el nigromante se viese debilitado por la explosión —o eso imaginaba el bardo—, lo más inteligente era salir por patas de aquel sitio. ¿O acaso lo era?

Gromenauer se la tenía jurada, y a esos aventureros solo les importaba entregarle y obtener el precio que pedían por su cabeza. Aunque nadie le asegurase que el amuleto se encontraba en la sala, seguro que habría algo importante. Con algo de suerte, hasta habría una puerta dimensional o algo con lo que defenderse.

Debía aceptarlo tarde o temprano. Era un aventurero, y los aventureros se arriesgan por una mísera oportunidad de tesoro y gloria —y cualquier opción era mejor que acabar en manos de Gromenauer—.

Rebuscó en su bolsa y le arrojó tiras de carne en salazón a los zombies mientras esprintaba hacia la puerta. Más me vale que el amuleto esté ahí.

—¡GERONIMOOOOOR!

¡Por fin! ¡Parecía que ese momento no iba a llegar nunca! ¡Ya no tendría que escuchar nunca más al estúpido tótem que cantaba! ¡Y solo había costado otro troll y una torre hundiéndose! ¡Si el enano lo hubiese sabido antes, habría martilleado la maldita torre desde la base!

—¡Haced lo que queráis, pero el puente es ahora mío! —gritó el enano mientras seguía con su marcha hacia la lejanía de la torre que se hundía.

El grupo se lanzó a la carrera fuera de la torre.

Entonces fue cuando la luz azulada rodeó toda la estructura y formó una columna que subió hasta lo alto del cielo, como si aquella torre fuera la conexión entre el mundo de los vivos y de los muertos. Las nubes se abrieron dejando ver una noche profunda, sin estrellas, perteneciente a otro mundo. Un mundo sin vida, oscuro y siniestro.

Y entonces el estallido.

Mientras Gromenauer corría hacia el puente, seguido de sus dos compañeros, la luz azul iluminó todo el valle cegándoles por completo. Cuando minutos después pudieron abrir los ojos la torre había desaparecido. En el lugar en el que había estado se encontraba ahora un enorme foso, la cimentación en la tierra. Pero toda la estructura y todos su contenidos habían desaparecido para siempre.

En el interior de la torre Jingle realizó una maniobra que sería la envidia de cualquier jugador de Balón Mortal. Los zombies son peligrosos por su número pero no por su agilidad y aprovechando la lluvia de rocas a su favor el elfo se deslizó como un verdadero rayo hacia la puerta del fondo.

Estaba pasando algo raro. Las paredes se estaban recubriendo de una luz azulada que lo inundaba todo. En algún lugar por encima de su cabeza Jingle escuchaba una voz atronadora riéndose a carcajadas:

—¡Sí! ¡Tal como planeé! ¡Ahora el Poder Desatado del Portal de Almas completará el proceso!

Otra voz, que Jingle reconoció como la de Arthul, suplicaba:

—¡Maestro! ¡Pero seremos arrastrados al Plano Negativo!

—¡Claro estúpido! ¡Ese fue siempre mi plan! Y las piezas han encajado: la partida, el espíritu liberado, el sacrificio de sangre...

—¿Sacrificio? Pero los aventureros han huido.

Las paredes se estaban volviendo traslucidas por el efecto de la luz azul. Por eso Jingle atravesó la puerta de madera como si no existiera. Bueno, en realidad estaba dejando de existir en el Plano de Zork. Claro que el problema era ¡que él también! ¡Y lo del Plano Negativo sonaba muy mal!

—¿Y quién necesita aventureros estúpido?

Un grito desgarrador fue la única contestación que Jingle pudo escuchar. Su mirada estaba ahora centrada en la sala del tesoro semitransparente que tenía ante él. La luz azul crecía en intensidad. Pero ¡ahí estaba! ¡el amuleto Patrás! ¡Encima de un pedestal! Siendo un objeto mágico todavía tenía más consistencia que el resto de la sala.

Roark se reincorporó sacudiéndose el polvo. -¡Otro trabajo bien hecho!- y miró en dirección a Sarem. Aún les quedaba un buen trecho por delante... Entonces cayó en la cuenta de algo. -¿Creéis que habrá alguna recompensa por cargarse al nigromante? Normalmente los nigromantes no suelen caer muy bien, quizás alguien ofrezca algo... Y, técnicamente hablando, nosotros nos lo hemos cargado así que...

Se estiró y luego se llevó las manos al estómago. -Tengo hambre... Quien pillara un rosbeef de Shen...- dijo sacando cecina de la mochila y echando a andar. -¿Vamos?

Gromenauer tomó por fin aliento cuando parecía que el peligro había pasado. No había rastro de la torre, del troll que quería el tótem y lo que era peor, del elfo. ¿Con qué iba a entretenerse ahora?

—Al menos —dijo mientras recobraba el aliento— hemos sacado un recuerdo de la torre —comentó sacando de forma triunfal la cosa blanca que había dejado caer el no muere. Ahora con al luz natural era de un bonito blanco nacarado, como si fuese una perla, pero con forma de cuadrada. O de rombo, si lo girabas. Los enanos eran genios de la geometría.

—Humana, antes de nuestra triunfal salida, estábamos viendo qué era esto —dijo tendiéndoselo con la mano para que le echase un vistazo—. Y también estaría bien saber qué ha pasado con la torre. Que ahora solo tengo un puente que lleva a un gran socavón en el suelo.

Jingle echó un último vistazo al intermitente tesoro que iba a dejar atrás. Un dolor punzante atenazó su corazón instantes antes de echar mano del amuleto. Tantas monedas de oro que se esfumarán como lágrimas en la lluvia, pensó Jingle.

Todo empezaba a ser frío, como si la propia torre estuviese arrebatándole la vida. Sentir el cosquilleo cálido del amuleto le reconfortó. Como un camafeo de plata y marfil, y un glifo que se parecía sospechosamente a una mano haciendo una peineta. ¡Era hora de esfumarse!

Pensó en una agradable chimenea, en la compañía de mozos y mozas jóvenes, cerveza y vino especiado. Cualquier lugar era mejor que aquella espantosa torre y lo que fuese eso del "Plano Negativo". No hay nada como el hogar. No hay nada como el hogar. NO HAY NADA COMO EL HOGAR.

—¡Un, dos, tres, PATRÁS!

¡PLOP!

¡PLOP!

Y de pronto Jingle apareció de la nada cayendo a unos metros de donde estaba la torre. En su mano aferraba un colgante con una gran joya azul que brilló un momento de forma intensa.

El elfo miró alrededor. Sus compañeros estaban junto a la enorme hondonada que formarían los cimientos de la torre si no fuera porque la torre había desaparecido. Parecían encararse de vuelta hacia el puente pero se habían detenido un momento a charlar mientras Gromenauer le tendía algo a Doña Golo.

Jingle se encogió de hombros: después de todo él nunca había tenido un verdadero hogar...

Jingle se incorporó. Visto lo visto, podría haber acabado mucho peor. Se sacudió el polvo del traje y se sujetó las solapas de la chaqueta con gesto arrogante.

—Bueno, bien está lo que bien acaba, ¿no? —dijo con la mejor de sus sonrisas—. ¿Estamos todos de una pieza?

No se molestó en disimular su curiosidad y cotilleó descaradamente lo que estaban haciendo Gromenauer y doña Golo.

—Ha sido un viaje bastante movidito, y hasta he cumplido con mi parte del trato. Con creces, diría yo. Puede que hayamos tenido nuestras diferencias, pero creo que este viaje nos ha unido más que nunca. Hemos estrechado lazos, reído y llorado juntos… ¡Toda una odisea!

Roark miró al cielo justo encima de donde se había estrellado el elfo y luego al elfo. Recordó uno de los versos del troll:

Entre el suelo y el cielo hay algo 
con tendencia a quedarse calvo.

Al oír al bardo se tentó las ropas comprobando que tuviera todo lo que tenía que tener y dio un paso distraídamente para alejarse del truhan. Visto que estaba todo en su sitio, se encogió de hombros. -Mientras no la líes más...- era curioso, normalmente el que la liaba era él, ahora era el bardo... -Además no cantes victoria, que aún tenemos que volver a Sarem sanos y salvos...

El enano arrugó el hocico al ver la aparición del elfo—. ¿Es que no voy a librarme de ti? ¿Que vamos a tener que hacer desaparecer ahora, el bosque entero, a ver si así te pierdes?

Sin esperar respuesta por parte del elfo, siguió mirando a Doña Golo. Su respuesta era lo que le importaba.

-¡Pero por Casper! Que hemos estado cerca- dijo la vieja levantándose al haber caído hacia atrás de la impresión -¿Y la troll con su compañero?- miró hacia todos lados.

No era fácil ocultar un troll, y mucho menos uno que debía tener alrededor suyo un espíritu de troll parlanchín. Pero su atención fue centrada en el elfo que era aún más parlanchín.

-Acabas de aparecer de la nada ¿y te parece de lo más normal?- preguntó regañando -¿Dónde estabas? ¿Cómo apareciste aquí? ¿Qué es eso?- señaló la joya.

Y se dio cuenta que tenía un enano barbudo rebosado en metal mirándola fijamente.

-¿Qué? Ah, eso...- dijo recuperando un poco de su amabilidad y hasta cierto entusiasmo -A ver... mmm... no me suena... podría ser defecación espiritual, que es raro que aparezca, pero en una torre de nigromante cualquier cosa pareciera ser posible... hablando de eso- miró a todos -¿A dónde habrá ido? Porque no creo que haya desaparecido sin más-

Gromenauer se pasó la mano por la cara ante la respuesta de la anciana. No tenía claro lo que era, pero algo sí tenía claro. Que la vieja tampoco sabía qué era aquello. Tendría que buscar a un experto en la materia. Y eso solo podría encontrarlo en Sarem.

Tendría que pasar a ver a Jander, como siempre. Además, tendría que invitarle a algo por lo bien que había funcionado su escudo. ¡Si él no sabía qué era eso, nadie lo sabría! Bueno, igual algún primo suyo, porque los gnomos son de tener familias muy numerosas en plan conejos, pero con las orejas más pequeñas y sin pelo.

—Está bien —dijo el enano guardando la pieza—. Pues si ya estamos todos, es el momento de regresar a Sarem. ¡Ojalá alguien quiera un puente que lleva a un socavón o haya recompensa por el nigromante!

Efectivamente la troll y el amuleto tampoco estaban a la vista. Aunque dado los riscos escarpados de los alrededores y la capacidad de los trolls para trepar no sería raro que en el momento de la desaparición de la torre hubiera aprovechado la oportunidad para escaparse.

O quizás se había ido con la torre.

¿A dónde?

¿Quién sabe?

O quizás el elfo sabía algo... Después de todo había aparecido cuando la torre se había esfumado. Y aquello no parecía casualidad. ¿O sí?

Roark miró a Gromenauer, luego a la vieja, luego a Gromenauer, otra vez a la vieja y por último al bardo. Se encogió de hombros y desechó la escena con una mano mientras se giraba y se ponía a andar en dirección a Sarem -Bueno, si no venís nos vemos en Sarem que yo tengo una cita con un rosbeef...

Ponerse a discutir siempre era mala idea, pero hacerlo en medio de la nada rodeado de potenciales atacantes era peor idea aún, así que... 

El ladrón se alejó estirando los brazos y jugueteando con una piedrecita mientrs silbaba alguna tonada por lo bajo.

— Podemos hablar por el camino —dijo el enano siguiendo al ladrón—. Ojalá el troll se haya ido con la torre. Así tendrá el tótem el nigromante... Y se arrepentirá de haber movido esa torre.

Mientras decía esto, una idea se formó en la mente del enano— Tú sabías que esto pasaría, ¿no, elfo? ¡Tú trajiste al espíritu hasta aquí!

—¿Esto? —respondió a la pregunta de doña Golo—. Pues… Mi parte del botín. Una parte, al menos.

Jingle se apresuró a guardar el amuleto entre sus pertenencias, agasajar a los presentes con su mejor sonrisa, y cotillear un poco más lo que la chamana intentaba enseñarle a Gromenauer*.

—Me temo que estás equivocada en dos cosas, señora mía. La primera es que no he "aparecido de la nada". La torre me escupió, inmisericorde, como a un despojo. ¡A mí! —se colocó el dorso de la mano sobre la frente mientras exhalaba un suspiro—. Lo segundo es que eso no es ningún coproplasma (el término correcto de lo que tratabas de describir), sino algo bastante más valioso**

El bardo procuró ignorar a Gromenauer hasta que el muy desconsiderado se atrevió a acusarle.

—¿Yo? ¡Yo solo estafé a un ludópata! No sabía que iba a dar un espectáculo de fuegos artificiales. ¡Si casi me devora un ejército de zombies sedientos de carne de elfo tratando de salir de la torre! ¡Y por poco me mata su Nomuere Atrapalmas!

Roark se alejaba andando así que nadie pudo verle poner los ojos en blanco. -Sabia medida no decir que tienes el amuleto de Patrás, porque en cuanto se corra la voz todos los asesinos, mercenarios, aventureros, magos y demás patulea de Zork querrán hacerte una visita bardo...