Partida Rol por web

Jingle reaccionó a toda prisa para cubrir la ruidosa salida de su compañero.

—¡Vaya con el trolltem! ¡Ahora le da por hacer box-troll*!

¿Qué dice, majadero?
Además de elfo,
nos salió embustero

—No tienes por qué ser tan modesto. Todos sabemos la ilusión que te hace amenizar con percusión oral esta partida tan reñida de Rokun. Estoy seguro de que Arthul es lo suficientemente diestro en este juego, que no le importará que un bardo y su telonero le pongan banda sonora a este espectáculo. Venga, Mecatroll, dame un 3 por 4. Y uno, y dos, y un, dos, tres y…

En el mismo momento que la puerta secreta se cerraba de forma ruidosa, arrastrando un guijarro de por medio, Jingle comenzó a berrear su canción, atrayendo la atención de Arthul.

—¡Oh! ¡Maldita sea! ¡Así no hay quien se concentre!— dijo el mago furibundo.

Pero había surtido efecto. La puerta se cerró mientras el ladrón se colaba al otro lado.

—Venga, yo soy el anfitrión así que empiezo. Despliego mi cobra de tres cabezas.

El mago puso una ficha sobre la mesa y repentinamente una cobra de tres cabezas traslúcida apareció en medio de la misma, desafiando a Meser.

Meser hizo un gesto y varias fichas salieron flotand de un saco que estaba en una de las estanterías de la sala, distribuyéndose ante él igual que pasaba con las del mago. Luego con otro gesto una de ellas levitó girando boca arriba hasta que contactó con la pieza del mago. Un pantano rodeó repentinamente la a serpiente.

—Pantano de oscuridad. Tu serpiente tiene que conseguir una ruta para alcanzarme...

Y así comenzó esa emocionante partida de Rokun.

Una vez estuvo al otro lado a Roark le sorprendió ver tres pasillos que partían inmediatamente del lugar en el que estaba. Dos iban hacia abajo y un tercero ascendía, todos mostraban las mismas escaleras de piedra desgastadas.

Se quedó un momento escuchando por si alguno le daba alguna pista.

Del que iba hacia arriba venía una ligera brisa ¿iría a lo alto de la torre?

Del que iba hacia abajo, a la derecha, venía un olor desagradable y pútrido.

Por último del otro que iba hacia abajo, por la izquierda, llegaba un sonido rítmico: tin-tlan-tlan-tin-tlan-tlan... como huesos entrechocando.

Doña Golo guardó los últimos vendajes y ungüentos, que llenaron la sala de un olor a romero, árbol de té y aloe vera. 

Pbrr... puh, ptsss
Pbrr... puh, ptsss

Comenzó a emitir el trolltem como si de algún tipo de percusión se tratara, acompañando el "canto" de Jingle. Para ser bardo, era bastante, ¿cómo decirlo?, "exótico".

A la vieja no le interesaba mucho ese juego, pero lo que sí le interesaba era investigar la sala. No es que fuera una persona muy materialista, pero sí curiosa. "La edad no viene sola", decía su mamá, pero estaba casi segura de que se refería a los achaques. A ella lo que se le habían aumentado eran las ansias de descubrir cosas nuevas.

-Gromi, ¿podrías acortar un poco la lanza para que no me pese tanto?-* le preguntó al enano -Ya una no tiene los brazos de antaño- sonrió como vieja abuela justificando un olvido -Y mientras tanto podrías mostrarme eso que encontraste en el Nomuere- le susurró una vez estuvo más cerca.

El ladrón reflexionó reflexionó sobre las opciones que tenía delante mientras se aplicaba unos ungüentos en el brazo no fuera que lo necesitara más adelante a pleno funcionamiento, por lo que fuera. Funcionó. El calor retornó al brazo. Así que devolvió su atención a los pasillos.

El olor sólo podía significa una cosa: zombies. El maldito Arthul les tenía querencia desde siempre y eso significaba problemas. Fijo.

El ruido sonaba a hueso: esqueletos. Esqueletos haciendo cosas de esqueletos. Lo mismo era la cocina y era un esqueleto cocinero que un repositorio de huesos para generar nuevos esqueletos que mataran a intrusos. Era jugársela al 50%. Arriesgado.

Por último estaba la que iba hacia arriba. Por experiencia, Roark sabía que las bolas mágicas solían estar en lo alto de las torres mágicas. Los magos decían que por temas de la cristalomancia, las corrientes mágicas y esas cosas, pero el ladrón sospechaba que era para hacer escalar a los de su gremio. Si querías robársela te tocaba trepar por la pared, ¡menudos mamones estaban hechos los magos! A las malas estaría la habitación de Arthul y seguro que ahí guardaba sus mejores posesiones. ¿Por qué no la bola?

Así que comenzó a subir con la espada lista. Por si acaso.

Tras la negativa del nigromante de beber, Gromenauer echo un trago de su odre, se encogió de hombros y lo guardó de nuevo en la mochila.

Nunca había sido muy amante del Rokun™, pero tampoco tenía nada más interesante que hacer ahora mismo. Pero entonces, la humana le molestó pidiéndole que mirase su lanza. Gromenauer era un guerrero, no un herrero. Pero también era un enano, si alguien sabía de armas, eran ellos—. Es fácil. Cámbiale el mango por uno de madera. Así pesará menos.

Pero entonces, volvió a molestarle, esta vez con algo más importante—. Shhhhhh —dijo llevándose los dedos a los labios—. Baja la voz. Luego te lo enseño, cuando no haya nadie delante —dijo haciendo referencia con la cabeza al nigromante.

Jingle cantó mientras el trolltem de doña Golo le marcaba el ritmo. Podía haber sido un auténtico imbécil en vida, pero había que reconocer que se le daba realmente bien para no tener caja torácica ni, ya puestos, boca.

Tú nos dijiste que la muerte
no es el final del camino,
que aunque morimos no somos,
carne de gusanos caninos.

Tú nos alzaste, tuyos somos,
nuestro destino es servir,
siendo felices contigo,
sin padecer ni morir.
Siendo felices contigo,
sin padecer ni morir.

¡OH, NIGROMANTE!
¡NI-GRO-MANTE!

No obstante, cuando Arthul, Jingle calló como una tumba. Ni que decir tiene que también le hizo un gesto al tótem para que cortase el rollo.

—Mis disculpas, señor Arthul. Ya sabe usted que con la emoción los que nos dedicamos a la música no podemos evitar dejarnos llevar —se excusó encogiéndose de hombros y sin perder la sonrisa.

Jingle había logrado que el nigromante se olvidase de Roark por completo¹. A partir de ese momento, cuando la partida se puso de verdad en marcha, quedó patente que para Arthul en esos momentos śolo existía el Rokun. La partida había empezado a ritmo discreto pero ahora había tomado un ritmo endiablado. El mago sólo apartaba la mirada de la mesa de fichas para echar un ojo a los relojes de arena de vez en cuando.

En la mesa pasaban cosas de Rokun: gigantes de piedra que se enfrentaban a elementales de fuego, dragones que se enroscaban sobre titantes, ciudades que se alzaban para caer bajo plagas, bosques enormes que se extendían por la superficie de la mesa... Todo eso ocurría a medida que se deplegaban fichas sobre la mesa formando extraños recorridos al encajar unas con otras, cerrar frentes al oponente, abrir otros nuevos. Los oponentes ya llevaban un tercio de sus fichas en juego y no parecía que ninguno tuviera una ventaja excesiva sobre el otro.

Roark subió rápidamente por las escaleras. Llegó a un descansillo donde se encontró con dos puertas. La de la derecha era una hermosa puerta de roble negro del Bosque de las Ánimas. Una puerta señorial, sin duda. La otra era una puerta más sencilla, de madera de pino. Era bonita, sí, y hacía juego con los bloques de piedra de las paredes. Pero era de pino caduco, bastante sencillita. El ladrón había visto puertas como aquellas a patadas en sus recorridos por los castillos ajenos. Tenía un sextos sentido para esas cosas: la puerta de un dormitorio principal y la puerta de un dormitorio de servicio. ¿Así que ahora Arthul había ascendido lo suficiente para tener un aprendiz? Porque en una torre de nigromante sería muy raro que el servicio lo realizase un ser vivo.

La corriente de aire seguía llegando de arriba ya que las escaleras continuaban ascendiendo.

Gromenauer empezaba a aburrirse. Si no fuese porque no quería llamar la atención del nigromante, habría enseñado la cosa que soltó el Nomuere a la chamán.

Pero entonces se dio cuenta de algo. Y es que seguro que alguien que juega con las esencias, tenía algo para recuperar parte de la suya por alguna estantería. ¡Para las emergencias!

Así que se puso a revisar las estanterías desde su posición, en busca de algo que le sirviese de algo.

El ladrón aminoró la marcha al llegar a las puertas y las observó con el ceño fruncido. Si había otro mago por ahí la cosa se podía poner tensa. Miró hacia arriba y luego a las puertas. Luego a las escaleras, hacia alli estaba la bola. Y a las puertas, seguro que Arthul guardaba algo de valor en su habitación... 

Bueno, seguro que la bola podía esperar un momento. No se iba a acabar el mundo por un poco de exploración inocente, ¿verdad? Así que repasó la puerta del dormitorio principal con todos sus sentidos. Bueno, no lamió la puerta que, como decía su tío Ben, en una torre de nigromante la lengua mejor no sacarla a pasear que a saber qué enfermedades podías coger. ¿O era en un burdel?

Total, que tanteó la puerta con todo. Excepto que no la lamió.

Roark repasó cuidadosamente la puerta principal buscando alguna trampa. Y como no: ¡claro que la había! La más chusquera: el pomo de la puerta tenía unas runas que brillaban amenazadoramente cuando alguien acercaba su mano. Trampas mágicas. ¡Las peores!

Gromenauer recorría la sala con curiosidad. Era un enano y los enanos, la verdad, tenían poco ojo para los temas esotéricos. Así que lo que allí veía eran chifladuras de nigromante que no tenían ningún sentido. En la mesa, por otro lado, la cosa se iba enrevesando cada vez más. Ahora parecía que Meser tenía ciertos problemillas porque varias bandadas de arpías estaban machacando a sus héroes principales. El espíritu no parecía nada contento con el resultado.

Mientras tanto Gromenauer se había asomado al pasillo y no parecía que Arthul apartase la vista de la mesa. Acababa de dejar caer dos fichas con las que invocaba a una horda de basiliscos que correteaban alegremente alrededor de su héroe principal, manteniéndolo a salvo de los ataques de Meser.

Roark crujió los dedos. Era una trampa mágica de clase III. Estaba seguro. Casi seguro, vaya. Pero nada que no pudiera desarmar.

Sacó sus herramientas y se puso a desarmar la trampa. Un tanteo con un péndulo para ver donde estaba el punto débil de la trampa, una simple piedra pomez en el lugar exacto para descargar la magia durante unos minutos (si los magos supieran esto se tiraban de los pelos) y listo. Menos de un minuto en total.

Con una sonrisa bulona, y la trampa desactivada, el ladrón giró el pomo de la puerta...

Viendo que ni ella ni el enano habían encontrado cosas útiles, se acercó a la puerta secreta por la que había desaparecido Roark y prestó atención a lo que pudiera percibir. ¿Roark estaba en problemas? ¿Los espiritus se burlaban de un humano correteando por pasillos secretos? ¿O elevaban loas a la valentía de un saqueador? 

En vista de que el Nigromante no parecía prestarles mucha atención, el enano hizo un gesto con la mano a la chamana para que se acercase, mientras iba saliendo al pasillo contra el que habían luchado contra el Nomuere.

Mientras, sacó el trozo blanco que el ser había dejado al morir. Tal vez a él no le dijese mucho, pero seguramente a alguien especializado en espíritus, sí. Como por ejemplo, si esa cosa que tenía en las manos se iba a volver a convertir en el Nomuere o quizás valdría para chantajear al nigromante llegado el caso...

Jingle decidió cotillear un poco cómo se iba desarrollando la partida. La distracción estaba siendo un éxito, pero no tenía forma de saber si Roark había saboteado el rastrero truco de Arthul a excepción de los movimientos del propio nigromante sobre la mesa.

Allá van con la ficha de Rokun
Y ya nadie les podrá hacer chis pum.
La torre vibra con emoción
De ver jugar a los dos.

A LOS DOS.

Arthul, Meser, los magos del Rokun
Meser, Arthul, sueños de campeón
Arthul, Meser, el Rokun es su pasión
¡Hay que tirar otro Ghoul!

Roark se vio sorprendido al abrir la puerta del dormitorio principal. No es que lo sorprendiera el lujo con el que estaba decorado —aunque con escaso gusto —sino la pintura que presidía una de las paredes. Mientras iba recolectando diversas cosas que se caían en su saco (una calavera de cristal con diamantes en los ojos, un caliz de oro y hueso, algunas joyas con pinta valiosa) no podía apartar la mirada del imponente nigromante que estaba pintado en el lienzo de casi dos metros de alto por metro y medio de ancho.

Porque aquel no era Arthul. Era un tipo alto, de hombros anchos pero excesivamente delgado, con un rostro pálido y cadáverico que lucía una larga barba negra que llegaba hasta su cintura. Su mirada inquisitiva —que parecía seguir al ladrón por todo el recorrido de la habitación— era gélida y directa, no timorata y confusa como la de su colega.

Era un nigromante de los de verdad.

De los que meten miedo.

De los que tienen una torre en un lugar desconocido y dejan a veces a sus aprendices a cargo de las cosas mientras van a algún recado.

Mientras la partida se desarrollaba Gromenauer se asomó al pasillo haciendo una seña a Doña Golo. Ésta, por su parte, intentaba averiguar que podría estar pasándole a Roark, por lo que se aproximó a la pared del fondo. Pero con tan mala suerte que tropezó con la pata de un taburete haciendo un ruido que despistó un momento a Arthul de la partida.

—¿Dónde está Roark?— preguntó al darse cuenta de que faltaba el ladrón en la sala.

En ese momento Meser aprovechó para poner una ficha en el tablero y una enorme gárgola barrió de un plumazo a varios zombies de la ciénaga en la mesa.

—¡Me cago...! ¡No vale aprovecharse de que no estaba mirando!

Y sin embargo el nigromante parecía tener su atención dividida: buscaba a Roark, miraba los relojes de arena —ya sólo quedaba uno con contenido— y revisaba frenéticamente sus fichas. Aunque parecía tener ventaja se le veía estresado. Jingle se dio cuenta de que no estaba haciendo trampas: tenía buenas fichas, muy buenas. Pero ni siquiera las estaba aprovechando todo lo bien que podría. Meser jugaba con peores combinaciones pero lo mantenía a raya sin necesidad todavía de usar la pieza clave¹.