Partida Rol por web

Doña Golo había desacelerado al ver que hasta Gromenauer había intentado una maniobra que le llamó la atención. Pero al ver la piedra volando hacia el otro enano, no pudo dejar de gruñir ante la ignorancia de ese troll. Corrió hacia el enano para salvarlo de aquel aplastamiento que salpicaría hacia todos lados, pero Urbi apareció de la nada y se sacrificó por el enano.

-¡Uuurrrrbiiiii!- gritó la vieja a más no poder.

¿Qué había quedado del muchacho, su muchacho? Una ira, que no recordaba desde aquel episodio en donde la matriarca de la tribu le había osado culpar de unos tótems que no funcionaban, se apoderó de ella. ¿Negociar? Sus tetas caídas.

Comenzó a caminar hacia los trolls, con el escudo y la lanza preparadas, cual esos soldados mitológicos espartanos, mientras comenzaba a tomar velocidad.

Gülf vio su vida pasar ante él. Sabía que eso era señal inequívoca de que se encontraría con su dios debajo de esa piedra. Y le sorprendió lo poco gratificante que resultaba la idea.

Pero en ese momento algo más pasó por delante del clérigo. En un repentino ataque de heroismo Unbennenbar saltó sobre Gülf para apartarlo de la trayectoria de la roca.

—NOOOOOoooo**— gritó el explorador mientras aquel enorme pedrusco caía sobre él.

El clérigo enano no podía creer lo que había visto. ¡Aquel hombre se había sacrificado por salvarle! ¿Por qué?

En el Panteón de los Dioses todos se miraban entre ellos.

—Pero... pero... ¿por qué hizo eso? ¡Si llevaba todo el viaje sin hablarles siquiera!— bramó Haron sorprendido.

—Humm... no me hagáis mucho caso pero a mí esto me apesta a Deux Ex Machina— dijo indignada Asindara.

—¡Como puñetas va a ser un Deux Ex Machina si NOSOTROS somos los dioses y no lo hemos hecho!— aulló fuera de sí el Dios de la Guerra.

Y en ese momento los dioses dejaron de mirar hacia el mapa de Zork y se volvieron para mirar por encima de su hombro. Concretamente hacia arriba.

—Vale... no nos pongamos paranóicos.— murmuró Random, quien había palidecido ligeramente.

—Es absurdo ¿verdad?— dijo Haron dándose cuenta de que ahora estaban susurrando.

Los dioses se giraron hacia el mundo bajo sus pies.

—¿No notáis como si os estuvieran mirando?— preguntó Asindara.

Pero ninguno contestó. Ni se atrevió a mirar de nuevo hacia atrás.

En Zork la roca había aplastado al explorador y Gülf todavía boqueaba tomando aire. Luego ya se preguntarían el motivo de aquel acto demencial, pero ahora mismo los trolls y Gromenauer parecían estar a punto de discutir los términos de arrendamiento de aquel puente por las malas.

—Oh... vaya... Creo que esta disputa va a trascender de lo meramente mercantil para acabar en lo penal.— dijo el troll que había hablado primero, y que seguía sosteniendo la piedra, retrocediendo un par de pasos para quedar detrás de su compinche.

El otro se había adelantado para recibir a Gromenauer, que ya estaba a salto de enano de los trolls.
 

Gülf se preparó para invocar la presencia del Innombrable sobre el martillo de Gromenauer y darles una lección a ese par de cerebros de silicio. No obstante, el salmo se le olvidó a mitad de la frase. Su mirada se había desviado hasta el cuerpo inerte del explorador. ¿Por qué se habría sacrificado por el clérigo? ¿Había sido cosa de Choló, tratando de salvarle para un final mucho más glorioso que aquel?

Por primera vez en mucho tiempo, Gülf se sintió desolado. 

Escupió a un lado y decidió olvidarse del conjuro para tratar de apartar la piedra y sacar de ahí a su compañero caído. No le conocía de nada, pero no podía dejarle en aquel estado. Se merecía un entierro digno.

Roark vio la piedra volando en dirección a Gülf y al aventurero interponerse. Si ya dije yo que los trolls por alguna extraña razón tienden a matar exploradores. Es casi mágico... Pensó mientras lanzaba el flechazo al que estaba haciendo disquisiciones legales en ton de exalumno de un colegio del Opus Troll, y que aún sostenía un pedrolo en todo lo alto...

Y es que Roark odiaba a los abogados. Eran una mezcla de ladrones y estafadores.

Sin embargo su flecha falló por mucho... Maldijo por lo bajo y volvió a preparar otra flecha incendiaria... Con suerte los trolls ni la habrían visto.

Gülf empujó la piedra para encontrar aquella masa sanguinolienta que antes fuera su compañero. Silencioso, hosco, un poco espachurrado... pero ahora heróico sin duda alguna. ¡Le debía la vida! Estaba tan ensimismado que había perdido su conjuro y no se daba cuenta de que el otro orco con piedra se había percatado de que era un lanzador de conjuros y parecía dispuesto a dejarlo fuera de juego cuanto antes. ¡Pero justo entonces Roark disparó su flecha ígnea... fallando!  ¡Aquello si que era una provocación! Así que el grandullón cambió de objetivo para intentar abrirle la cabeza al ladrón. Bueno... con el tamaño de la piedra más bien buscaba arrancársela, al igual que el resto del cuerpo.

—¡Malditos trolls!, pagaréis por matar a Um... Un... A como fuese! ¡Podíais haber matado al elfo y la tomáis con el humano! ¡Lo pagaréis caro! ¡Mucho más que a seis piezas de oro cada uno! —bramó Gromenauer mientras cargaba contra el troll más cercano.

Su objetivo estaba claro. Si le machacaba los dedos, no podría coger piedras. Era un plan sin fisuras. Bueno sí, la de sus dedos.

Y es que el enano, poseído por una furia ancestral de luchar hasta la saciedad contra esta raza, sacudió un buen martillazo a la mano del troll. Casi tanto como para arrancársela de cuajo. Si no fuese porque es un troll y además le quedaba bien poco de vida, tendría que buscar una alternativa para sus noches de soledad.

-¡Mierda!- Roark vio venir la piedra y saltó a un lado para rodar sobre sí mismo y poder esquivarla y, al mismo tiempo, quedar en posición de pegar otro flechazo...

Lo hizo con tal clase y estilo que los trolls deberían haberle sacado un cartel con un 10 cada uno. Qué coño, si los dioses estaban mirando deberían estar impresionados.

Tras la segunda voltereta tensó el arco y lanzó otra flecha incendiaria contra el troll. -Disculpe maese troll, espero que no piense que no me agrada su piedra pero es que me dan alergia, como agradecimiento le mando una flecha incendiaria de vuelta...

El troll que estaba delante echó la mano a una piedra cercana. Error. Gromenauer le dio semejante mazazo que la mano quedó destrozada sobre el puente. Y encima el enano aún tuvo tiempo de girar para partirle unos cuantos dientes al monstruo. La criatura iba a devolverle la gentileza con la otra mano cuando una flecha se la atravesó. ¡Roark acaba de hacer blanco! Y si bien el flechazo parecía poco más que un picotazo de mosquito comparado con los cachiporrazos del enano por algún motivo aquello pareció dolerle mucho más al troll:

—¡FUEEEEEGO!— gritó aterrado moviendo de forma espasmódica la mano.

El compinche que estaba detrás de él hizo entonces un curioso movimiento. Flexionó todo lo que pudo sus piernas y agarrándose en los hombros de su compañero lo utilizó como plataforma para impulsarse por el aire. Doña Golo lo vió pasar por encima suya y caer a un par de metros a sus espaldas. El objetivo del segundo troll era aquel molesto arquero capaz de encender flechas.

Aprovechando el despiste, Gromenauer lo tenía claro. Tenía que abrir en canal a aquella cosa, y que el ladrón acertase su flecha en las entrañas. Después iría a por el otro troll. Ojalá hubiesen pasado muchos incautos por este puente, pues el tesoro de los trolls debería ser digno. Y con suerte, igual se encontraba con un papel que le adjudicase la propiedad de un puente. En Zork nunca se sabía que podía pasar.

En cualquier caso, lo que iba a pasar ahora era que el enano tenía que abrir en canal a un troll con un martillo. Pero cosas más difíciles se han visto. Como por ejemplo, un escudo con los filos aserrados, capaz de cortar carne, madera, rocas y elfos por igual.

Así, mientras el troll se retorcía mirandose la mano, Gromenauer cargo de nuevo. Esta vez, con su escudo, haciendo un gran corte en el vientre de la criatura, dejando al descubierto el hediondo interior de un troll. La mitad del trabajo estaba hecho. Ahora solo faltaba que el ladrón rematase la faena.

—¡Apunta a la herida, humano! ¡Enséñales que han hecho mal en no dejarnos pasar y en matar a tu amigo el otro humano de nombre raro!

¡Sí hombre! Estaba Roark como para ocuparse del troll aquel de allá cuando aquel de aquí se le venía encima... A la desesperada le lanzó un flechazo ardiente a ver si le detenía lo suficiente como para que alguno de sus compañeros se sumara a Gromenauer en lo de repartir estopa. -¡Tengo  mis propios problemas ahora mismo! ¡Se acercan rápido, pesan una tonelada y tienen pinta de troll cabreado!

El ladrón ya estaba pensando en un plan b, pero el problema era que le llevaría algo de tiempo. Y tiempo era algo que no tenía ahora mismo... Por lo menos el flechazo le había dado de lleno. 

Doña Golo tuvo que detener su carrera ante la presencia del troll a su espalda. Casi se cae por la inercia, pero pudo hincar la rodilla en tierra, como quién hinca el diente en una pata de pollo, y dejó la lanza en el suelo, mientras sacaba el tótem de su querida Chu'a.

Le susurró su nombre en un siseo y una pitón espiritual de color esmeralda salió disparada hacia el troll que la había sobrepasado con tal gracia acrobática.

-¡No lo va a detener por mucho tiempo!- gritó la vieja hacia Roark --¡Termina con el otro!-

La serpiente espiritual se enrolló en el cuerpo del encargado del peaje e hizo que su frente golpeara el suelo con estrépito.

Gromenauer lanzó una maldición al ver que los huesos de la mano del troll se estaban empezando a mover para recuperar su forma. ¡Eso era trampa! ¡Si alguien te daba un golpe cachiporrante lo correcto era quedarse con los huesos bien rotos! Pero aquel troll, pese a tener los instestinos bailando, seguía moviéndose muy cabreado. De hecho estaba lanzando un zarpazo que buscaba la cabeza del enano¹.

Por su parte el espíritu de la serpiente estaba haciendo bien su trabajo. El troll se vio sorprendido cuando Chu'a se enroscó a su alrededor haciéndole caer al suelo². La flecha ardiente le causó un daño mínimo peor al menos Roark comprobó que las heridas de fuego no se cerraban³. Pero un troll es una criatura grande y fuerte: aquella serpiente no lo mantendría ocupado de por vida⁴.
 

Gülf no era ningún guerrero. Como todo enano, disfrutaba lanzándose a la batalla y blandiendo el martillo. No obstante, entre la resaca, el cansancio y la muerte de su compañero, el clérigo no se sentía con fuerzas para nada. ¡Pero debía intentarlo!

La segunda plegaria que intentó volvió a fracasar estrepitosamente. Los salmos se le empastaban en la boca. Intentar que los Trolls sintiesen miedo del puente no estaba dando resultado, ¿pero por qué?

Entonces se dio cuenta.

Choló trataba de comunicarse con él. De alguna forma, su deidad no deseaba que usase sus poderes para esos menesteres. No, debía usarlos de otra forma. Tenía que recordar quién era Gülf, un enano y un adepto al culto de la muerte y el Caos. 

Aprovechando que no había apartado demasiado lejos la roca que había aplastado a su compañero, posó una mano sobre ella y se dispuso a susurrarle. Los trolls estaban ocupados con el resto, y el tenía una misión muy importante: hablar con el puente[1].

Gromenauer arrugó el gesto. El humano botarate no le había hecho caso, y ahora el troll se estaba recuperando. ¡Si es que si quería algo bien hecho al final le tocaba hacerlo a él! ¡Malditos humanos!

Por suerte para él, el guerrero era más astuto que ese troll. ¿Pensaba que de un zarpazo podría alcanzarle? ¡Ja! ¡Veríamos si acaso quería alcanzarle o no huiría despavorido con las tripas en la mano!

Dando un estratégico paso para atrás (porque los enanos no huyen, recordémoslo), Gromenauer echó mano a su mochila, para sacar una antorcha. Tal vez en manos de un mago una antorcha no fuese más que un palo que puede hacer fuego. Pero en manos de ese enano, era un arma mortal. Y más para un troll.

—¿Sabes lo que son los zarajos, troll? —gritó el enano blandiendo su antorcha— ¡Porque vas a estar a punto de descubrirlo!

—¡Por fin un combate en condiciones!— aullaba Haron sin perder de vista el mundo de Zork —¿Has visto el enano? ¡Que cojones tiene! ¡Saca una cerilla contra un troll!

—Bueno, la verdad es que va acertado. Una antorcha resulta más efectiva contra una criatura que se puede regenerar¹.— comentó Random, que también parecía complacido con la batalla.

—Pues más vale que se apuren.

La voz susurrante recordaba al sonido que haces cuando aplastas el ojo de tu enemigo con los pulgares durante una pelea desesperada. Desagradable y viscoso. Zwagonard, oculto entre las sombras, había regresado al Panteón:

—Porque el Nigromante está empezando a hacer algo.

Asindara sintió un escalofrío, a medias por la presencia de Zwagonard y a medias por el contenido de su frase:

—Odio que usen mi don para cosas de muertos...