Partida Rol por web

El elfo se arrastró hasta encontrarse el imponente filo de un hacha. Y al otro lado del hacha, entre él y la puerta, la no menos imponente figura de un enano como Gromenauer. Entendiendo el riesgo inherente a intentar burlar a aquel guardián Jingle lanzó un bufido de fastidio y se quedó sentado en el suelo.

Todas las preguntas se dirigían hacia el espectro y a éste parecía gustarle ser el centro de atención, así que no se negó a contestar:

— La pieza era mía. Me costó mucho conseguirla y tenía un valor espiritual para mí. Cuando ese bribón me la robó me dejó a merced del nigromante contra el cual jugaba. Perdí la partida y me obligó a hacer cosas... terribles. Y después de eso mi alma fue atrapada para seguir sirviéndole tras la muerte.

Algo más calmado el espectro se sentó en una silla que todavía estaba en pie, al otro lado de la mesa, apoyando sus enormes antebrazos en la misma. En realidad nada de eso era real: ¡era un espectro intangible! Pero se adaptaba al escenario como una buena proyección, para dar un poco de humanidad a su aspecto.

— Si me la devolvéis podría jugar de nuevo la partida con ese maldito nigromante y librarme de mis ataduras para viajar al Otro Lado. Y si fuera libre también podría daros cierta información beneficiosa sobre su guarida y sus tesoros. No tengo nada contra vosotros. Tienes razón ladrón, — dijo mirando a Roark — ningún vínculo nos une pero es cierto que esa pieza es poca cosa para ti. En cuanto te viesen hacer trampas con ellas acabarías como ese imbécil. — señaló con un dedo a Jingle Bello — ¡Expulsado de todas las casas de juego y con una recompensa puesta por su cuello! Porque eso no se lo has contado ¿verdad maldito comeflores? Podéis entregarlo a un cazarrecompensas y obtener una comisión de lo que pagan por él en alguna de las ciudades cercanas. Creo que su cotización más alta es de seiscientas coronas de oro.

Mientras jugueteaba todavía con la pieza Roark revisó que otras cosas se había llevado de los bolsillos del elfo. La verdad es que era un pringado que estaba en las últimas: cinco piezas de oro. ¡Eso no daba ni para el esfuerzo de rebuscar en sus bolsillos!

Roark miró incrédulo en dirección al explorador. ¡Sería desalmado! ¡Estaba boicoteando su negociación! 

Sin embargo, al oír la respuesta del tal Meser asintió sonriente —¡Ahora hablas mi idioma! ¡600 piezas de oro! Quién lo diría, al verle no parece tanta cosa...— Miró a sus compañeros balanceando la pieza —Por 120 piezas de oro a mí me vale devolverle est... Espera, ¿nigromante?— chascó los dedos —¿No había un nigromante de vuelta a Sarem desde la torre del alquimista aquel? Decidme que no vamos a asaltar la torre de un nigromante...

Doña Golo dejó de intentar contactar con Krokrek. Tal vez, la sabiduría de los espíritus le quería decir que ese Gran Meser no era una amenaza para ella y aquellos jóvenes. Por eso no hizo falta que Krokrek acudiera a ella con su fortaleza y decisión. Eso debía ser. La vieja sonrió.

Y al darse vuelta vio que el espectro se sentaba en una de sus sillas. "Bien hecho" pensó.

-Vaya... 600...- murmuró sabiendo que se encontraba en la bancarrota, luego de que aquel gnomo dijera que era pura superchería lo que hacía y los clientes llegaran con menos caudal. De algo había que vivir...

-No, pero vamos a lo importante- dijo la vieja, sacudiendo un momento la cabeza para aclarar las ideas -Es decir, también podemos entregar al tramposo, pero... ¿con que hay un nigromante cerca de aquí?- le preguntó a Roark y luego se giró hacia los demás -Debemos ayudar a este... espíritu atormentado. Los nigromantes son un desequilibrio en el orden espiritual, ya que traen a quienes no quieren ser traídos.-

—¿Seiscientas monedas solo por entregar a... ? —valoró unos instantes las palabras a usar—. ¿Esto?

Durante unos instantes que se le hicieron eternos estuvo mirando de arriba a abajo a ese Jingle. Parecía trastornado, sin valor espiritual y mucho menos físico. Se sorprendía que alguien pudiera llegara a pagar dinero por él y no digamos esa suma.ç

Se sentó en la mesa más relajado y miró sorprendido como el espectro se esforzaba por integrar su mímesis. Unbenennbar se colocó en su misma posición. Le parecía correcto recompensar el esfuerzo del espectro.

—¿Por qué crees que esa información nos interesará?

Gülf se guardó la reliquia y se frotó las manos. ¡La de cosas que escondería un nigromante! Sí, aquel día estaba siendo muy bueno, y hasta los aventureros con los que se había juntado parecían interesados en aquel botín. Podrían librarse de aquel estúpido bardo de manera muy lucrativa y luego ver cómo el espectro se cobraba su justa venganza. Era una suerte que no hubiese ninguno de esos Caballeros del Santo Pendiente o cualquiera de los adeptos a supuestos dioses de la luz y la justicia, ¡menudos aguafiestas!

—Entonces está claro que salimos ganando si hacemos un trato contigo, pero necesitamos alguna garantía. ¿Cómo sabemos que cumplirás tu parte? Creo que deberías desembuchar ahora todo lo que sabes y nosotros te entregamos la pieza. Podemos sellar el trato como a la vieja usanza, si lo prefieres.

Gromenauer miró de arriba a abajo al elfo. ¿De verdad daban ese dineral por él? No se lo creía. Aunque los demás estaban encantados, al enano había algo que no le cuadraba. Un nigromante, una partida, un espectro y mucho dinero. Algo no cuadraba, nunca era tan fácil.

Miro al espectro, preguntándose qué no cuadraba en todo aquello. Y luego al elfo... No, se la iban a liar, y mucho más de lo normal.

El Gran Meser asintió:

- Dadme la ficha y yo cumpliré mi parte del trato. ¡Madita sea! ¡Os lo juro por Vórtice de la Nada que a todos nos rodea! Mi vínculo me obliga, de no cumplirlo estaré condenado otra maldita eternidad. Y ya una es suficiente. Si me libro del nigromante podré descansar al fin.

Para Gromenauer aquello estaba claro. Su bisabuelo Groman Cazafantasmas le había hablado del tema. Groman se había enfrentado a los espectros más peligrosos de la Caverna Más Oscura de Zork. La invocación del Vórtice de la Nada era un juramente que ataba a un espíritu a cumplir la promesa o trato sobre la que se invocaba y no podía romperse. Raramente un espectro accedería a algo así si no fuera porque estaba muy desesperado o viese una gran oportunidad en cumplir dicho trato. Y ambas cosas parecían converger en este caso¹.

Pero también tenía claro que la recompensa por aquel tiñalpas élfico era muy exagerada. De pagar por él esa cantidad habrían visto carteles por toda la ciudad, y los crímenes cometidos deberían ser bastantes conocidos. Aquel estafador de poca monta seguramente tendría un precio a su cabeza pero el enano dudaba que sobrepasase las cien monedas. Estaba claro que el espectro quería venderles una oferta mejor de la podía².

Quizás el elfo quisiera aportar su parte de la historia, pero en estos momentos guardaba un hosco silencio mientras miraba codicioso la puerta que se encontraba detrás del enano. Estaba claro que Jingle aprovecharía cualquier oportunidad que tuviera para desaparecer rápidamente³.

—¿Seiscientas monedas? ¡JA! He visto carteles de búsqueda por menos —replicó el enano al espectro. No obstante, si el espíritu decía tener un vínculo y jugar por la nada es que lo que decía era cierto.

Pero había más gente en esta ecuación. Un tío al que le encantaría abrazar árboles y follar ardillas. Aún amenazante con el martillo, dirigió su mirada hacia él, y dijo—. Muy bien elfo, ¿algo que añadir, o tendremos que entregarte por las veinte monedas que valgas?

Jingel lanzó un nuevo bufido de frustración. Estaba claro que las cosas no iban como él querían. Aquel maldito enano le tapaba la salida y no le quitaba ojo. Así que se sentó nuevamente en el suelo y negó con la cabeza:

- Todo lo que diga ahora no hará más que empeorar mi situación. - se giró hacia el Gran Meser - ¡Estarás contento! Si llego a saber que esa estúpida pieza era tan importante para ti te la habría llevado a esa maldita cabaña. ¡Pero la culpa es sólo tuya y de tu mal genio! ¡Y fuiste tú quien quiso ir a la torre del nigromante! Recuerda eso, oh Gran Meser. Nunca eres capaz de ver cuando algo te queda grande. Como ahora. ¿Crees que le ganarás por tener la pieza? Necesitarás ayuda para esa partida, maldito loco. Pero quizás... si escucháis mi plan todos podamos beneficiarnos.

Y aunque nadie lo había pedido el elfo contó su plan...

Roark iba asintiendo mientras el elfo hablaba. Y vaya si hablaba...

—Mi plan— comenzó el elfo —es muy simple. Meser quiere terminar de morirse, y para ello tiene que ganarle al nigromante. Vosotros queréis sacar tajada y yo no quiero ir a la cárcel.— se movió un par de pasos hacia la puerta pero el martillo de Gromenauer le cortó el paso y con dos golpecitos en la pantorrilla le empujó hacia atrás otra vez. Continuó como si nada —Así que la cosa se reduce a que todos nos salgamos con la nuestra. Yo sé cómo hace trampas el nigromante, os diré como lo hace si me dejáis marchar y añadís una pequeña comisión del 10%. Vosotros vais a su guarida, con lo que os diga Meser os coláis, le quitáis la ventaja, Meser le gana y se muere en paz de una vez, y vosotros matáis al nigromante y os quedáis con su tesoro. Fácil, simple y sin problemas añadidos.— Otro intento de acercarse a la puerta, gruñido de Gromenauer, nuevo retroceso del elfo.

Visto que escapar no iba a ser fácil, el elfo suspiró y señaló a Meser —Él se muere en paz.— Señaló al grupo. —Vosotros os hacéis ricos— y se volvió a señalar el pecho —y yo sigo libre y vivo. ¡Todos salimos ganando!

El ladrón asintió —Perfecto pero, si aceptamos, tú te vienes con nosotros. Y digo si aceptamos porque empiezo a sospechar que las cifras que da Meser sobre cuanto podemos sacar de este asunto están peligrosamente infladas.— Roark vio la mirada que le echó Gromenauer. —Vale y porque no quiero atacar la guarida de un nigromante. Esa es siempre, siempre una mala, mala idea. Los muertos deberían estar muertos— miró a la vieja —y calladitos que están más guapos. Pero si vamos a discutirlo poned todos las cartas encima de la mesa. Tú— señaló al elfo —¿como hace trampas el nigromante? Y tú— señaló a Meser —¿Como entramos y de cuanto estamos hablando?

El elfo sonrió —Bueno, la parte de mi asistencia obligatoria la discutimos luego, pero como acto de buena fe os diré como hace trampas: usa el Ojo de Sarina*. Lo tiene en una sala de su torre.

El ladrón resopló burlón —El Ojo de Sarina. Sí, ya, claro.

- Por un túnel secreto, por supuesto. El nigromante tiene un acceso que sólo los muertos pueden abrir. Pero yo estoy muerto, así que soy una llave efectiva.

Miró al elfo.

- Maldito bribón, siempre haciendo virtud de la necesidad. Vigiladlo de cerca que es una víbora rastrera. Pero la verdad es que su planteamiento parece convincente: yo gano al nigromante y me libro. Incluso antes de irme podría ayudaros a acabar con él, ya que le tengo jurada unas cuantas. Y tras eso os repartís como queráis el tesoro, incluyendo lo que queráis darle a la rata sarnosa cantarina.- señaló al elfo - ¿Qué tesoro? Pues varios miles de piezas de oro, pero en realidad lo más interesante son los artefactos que tiene. El Ojo de Sarina y el amuleto de Patrás.

Todos los aventureros habían escuchado leyendas sobre el amuleto de Patrás. Imbuido en una magia antigua de origen desconocido permitía a su portador teleportarse una vez al día a un lugar que conociese bien. El nombre del amuleto vino de un legendario mago que lo usó durante mucho tiempo y que siempre que se metía en un lío solía salir de él gritando '¡Patrás!' mientras levantaba el amuleto. Curiosamente nunca se supo el verdadero nombre del mago, pero si la virtud de aquel legendario artefacto que a tantos grupos dejó vendidos en oscuras mazmorras mientras su mago se daba a la fuga.

Doña Golo escuchó todo con el seño fruncido. El enano había mostrado ser más avispado de lo que parecía, y se sintió culpable por haberse dejado llevar por el entusiasmo del vil metal. Ella no necesitaba mucho, apenas algunas cosas, pero esa última temporada estaba siendo difícil. A su vez, el elfo era más ventajero de lo que había mostrado al principio, y lamentó haber sido tan lenta de no haberse dado cuenta.

¿Es que se estaba haciendo vieja finalmente? Las arrugas no eran nada, el pelo blanco tampoco... no, se estaba dejando llevar por lo material, y eso a los espíritus no les gusta de sus chamanes, o comunicadores como les gusta llamarlos.

Por lo tanto, decidió que tenía que hacer caso de lo que dijeran ellos, que veían y escuchaban más allá de las apariencias... mientras los demás discutían, cerró los ojos y se sentó en el suelo. Con una mano en el amuleto de Waman, comenzó a prestarle atención a las voces de los espíritus.

-ssvvsvssss...- escuchó la vieja.

-Ssssvvvsss... uujjjffssss- siguió escuchando.

-Ya bueno, ¡hablen claro!- exclamó Golondrina sabiendo que los espíritus a veces se hacían los graciosos.

—A ver si lo he entendido —recapituló Gülf—. Meser nos cuela en la torre del nigromante, le robamos el ojo de Sarina para que no haga trampas y luego damos la partida de Rokun por ganada solo porque tenemos una supuesta pieza maestra. Aunque me encantaría meter mano a los tesoros de un hechicero, todo este plan me parece una memez.

El enano arrugó la nariz y frunció el ceño. Aquel plan hacía aguas por todas partes, en especial la parte en la que tenían que fiarse de un elfo y de un espectro. Algo hosco, comenzó a contar con los dedos:

—Primero: si es cierto eso del Ojo de Sarina (el cual resulta una blasfemia para todo en lo que creo, ya que el futuro no es más que una secuencia caótica de eventos que nunca sigue una única línea*), el nigromante podría saber de antemano que vamos a robárselo. Segundo: nos estamos fiando de un elfo y de la cuestionable infalibilidad de una pieza de Rokun. Tercero: ¿Qué hacemos si Meser pierde y nos quedamos encerrados en la torre con el nigromante? ¿Le invitamos a una cerveza y a una partida de El rey trasgo**?

Estaba claro. Aunque el plan le gustase, no podía obviar todo lo que le escamaba. Fuera cual fuese la decisión del grupo, seguiría queriendo hacerse con el control de algunos de esos artefactos. El propio nigromante podría ser un gran sacrificio para aquel que yace y agita los dados en la oscuridad.

—¿Y cuál es el coste de usar ese orbe, clérigo? —preguntó el enano ante la pregunta de que el nigromante podría saber que íbamos con el orbe—. Usarlo no es gratis. Grandes imperios han caído por eso, y otros tantos que se han salvado. Ver fugazmente una jugada de cartas no es igual que ver todas las posibilidades ante un ataque. El coste para eso es muy alto. E incluso, puede que en vista de sus opciones, haya decidido usar ya el amuleto Patrás.

Dicho esto, y sin quitar un ojo al escurridizo elfo, añadió—. Además, puede que ya no esté en la torre y que haya muerto hace tiempo. Al fin y al cabo, es un nigromante, no un liche. Eso por no hablar de que estará entretenido levantando muertos y jugando a las cartas con ellos en lugar de estar todo el día mirando el maldito orbe.

Y, aunque Gromenauer no lo dijo, qué demonios. Al mundo no le vendría mal que librarse de alguien que alteraba el orden natural de todo. Y a ellos de llenarse los bolsillos de todo lo que hubiese en esa torre. Algo le decía que todo lo que encontrasen ahí les sería de utilidad...

Roark miró al techo meditabundo.

Un nigromante cargado de oro y con no uno sino dos objetos mágicos de gran poder. Uno de ellos hecho por los mismísimos dioses... No era una buena idea. Mejor entregar al bardo y sacar tajada segura. Mientras pensaba en ello, un destello en el entramado de vigas que sujetaban el tejado le hizo fruncir el ceño. ¿Un destello en la madera? ¿Sería una señal de los dioses que les estaban observando?

Nooooo. Imposible. 

Además Arsenius seguro que estaba o borracho o robando algo en algún sitio. Y a Random no debía caerle muy bien vista su trayectoria aventuril. Pero, ¿y si realmente era el ojo de Sarina? ¿No estaría Sarina atenta? Bah, y qué más daba. Total, si los dioses mandaban señales tendrían que comprarse uno de esos libros que usaban los diplomáticos. ¿Como los llamaban? Ah sí, leccionarios, creía. Porque él al menos no se enteraba de ninguna de esas señales...

Volvió a fruncir el ceño ¿y todo esto a qué venía? Cierto, el nigromante... Gromenauer acababa de decir que a lo mejor se había muerto —Entonces el fantasma aquí presente lo hubiera sabido, creo yo.— dijo aún meditabundo. —A mí me parece una mala idea porque no sabemos seguro que el tipo tenga ni tanto oro ni esos objetos y, si los tuviera, significaría que es lo suficientemente poderoso como para hacerse con ellos y conservarlos, pero por otro lado...— ¿Eso que veía por el rabillo del ojo era otra vez ese destello en el techo? Casi parecía el del oro.

Suspiró y miró a Gromenauer —Si tú vas, yo voy.

Unbenennbar arqueó una ceja y miró a Gülf como esperando a que el enano hablara antes de hacerlo él.

—En realidad —dijo timorato sin levantar la mirada de Gülf. Durante unos segundos se mantuvo callado esperando la interrupción y, finalmente, levantó las cejas complacido y miró al otro enano—. Si el nigromante está muerto el lugar estará vacío y entonces será un impedimento menos para saquear el lugar. La pregunta es, ¿qué garantía tenemos de que esos tesoros estén realmente ahí? No se vosotros, pero yo sin un mínimo no me acerco a ese sitio...

- Está vivo, eso puedo confirmarlo. Y los tesoros ¡preguntad por ahí! Todo el mundo conoce la vieja Torre del Nigromante Laskheshainargescsiky. Aunque la mayoría lo llamen el Nigromante del Bosque para abreviar.

El Gran Meser se levantó.

- ¡Con la Pieza Maestra no puedo perder! Por los dioses... ¿es que en esta sala nadie sabe jugar al Rokun? ¡Es una puñetera Pieza Maestra! Solo el Loto Negro puede vencer la jugada de la Pieza Maestra. Y el nigromante no tiene un Loto Negro. No creo que lo tenga, vamos. Es improbable. Muy improbable.