Partida Rol por web

Le dieron la vuelta al fauno. El zarpazo de Rakard había sido más fuerte de lo esperado y resultado fatal. Aren revisó su cuerpo y encontró, en un morral que llevaba colgado del cinto, la peculiar flauta dulce con la que parecía que todo había comenzado. Estaba hecha de hueso y tenía unas runas talladas por toda su superficie. Aparte de eso encontró un par de galletas secas y un puñado de piedras de vidrio de colores.

Firfin revisó los rabiosos caídos. Su piel era áspera y el pelaje de poco interés para negociar con él. Ni siquiera le pareció que los colmillos de aquellos bichos pudieran valer el esfuerzo de arrancárselos. Y desde luego no parecían comestibles.

Ahora que las dríadas y el resto de la horda de rabiosos se había ido el claro parecía un buen lugar para acampar y la verdad es que el grupo estaba cansado.

El explorador miró curiosamente la flauta antes de dirigirse al clérigo que, suponía, era el que más podía saber algo respecto a sus propiedades "magicas" de la misma.

— Oten, creo que fue soplando esta flauta que, de alguna manera, el fauno llamó a los mordedores — se explicó — La verdad es que no me gustaría tocarla para probar si fue así, pero quizás tu puedes averiguar algo sobre ella. Quizás nos sirva en algún momento en el futuro — tras sus palabras le entregó la flauta esperando que fuera capaz de averiguar algo más sobre ella.

Noah estaba decepcionado, malditas bestias, no valían nada. Una lastima. No obstante Noah no se quedarían con las manos vacias discretamente paso por donde se encontraba Aren y entre la charla con Oten, se hizo con una de aquellas piedras de colores, esperando que aquellas tuvieran mejor suerte. Aunque no iba a esconder el tema, – para que querría el fauno estás piedras –exclamó mirando de reojo a los demás por si alguna tenía idea; el por su parte, sin inmutarse por el hecho de que Aren supiera que se la había arrebatado de las manos sin que se diera cuenta, examinó la piedra usando su amplia experiencia robando joyas y piedras preciosas.

-Aren, tengo muchísimo que hacer...-refunfuñó el clérigo cogiendo la flauta a regañadientes-Mmm...

Las runas no significaban nada para él pero notó varios toscos dibujos de animales que no reconoció. Era ligera pero emanaba algo, una fuerza elemental como si estuviera en sintonía con aquel bosque primigenio. Le inquietaba como si fuera algo enorme moviéndose fuera del alcance de su vista. 

-No me gusta-dijo-Este objeto ha sido creado por fuerzas que escapan a nuestro control. Lo más prudente sería deshacerse de ella. O destruirla. 

Mientras hablaba, Tempest se acercó a su lado para mostrarle un arañazo en el antebrazo. Oten le dedicó una breve mirada. 

-Vivirás-dictaminó con un resoplido-Límpialo con un poco de agua de las cantimploras y vete a cortar leña. ¡Noren, enséñame esa herida! ¡Y trae al semiogro contigo! 

Oten echó un vistazo a la flauta pero estaba más pendiente de las heridas de sus compañeros, por lo que no pudo ser de ayuda sobre el tema¹.El claro, después de todo el caos pasado, parecía un lugar ideal para acampar. Fácil de vigilar y amplio. Incluso tenía un pequeño estanque de agua potable.

En los siguientes cuarenta minutos, Oten entró en un frenesí de actividad. Incluso con un vendaje ensangrentado en la cabeza, el clérigo corría de un lado a otro murmurando oraciones, gritando maldiciones y, sorprendentemente, preparando la cena. Era como una especie de gallina clueca barbuda cuidando de sus enormes polluelos.

-No te muevas, semiogro,la resina de raízmuerte escuece un poco pero... ¡he dicho que no te muevas! ¡Maldito seas, pensaba que eras gladiador, no costurera!¡Aren, aparta a esa bola peluda de la olla o juro que acabará dentro!

Cuando dejó al semiogro, pasó por el fuego de campamento donde hervía una olla. Se sacó un puñado de objetos del zurrón (un lagarto muerto, un trozo de carbón, un alambre...), seleccionó unas semillas y las echó dentro. Olisqueó la cena antes de dirigirse a Noren:

- Es una broma, ¿verdad? ¡Ese rasguño es un insulto a tu habilidad y a la mía! ¡Tempest, ese arañazo no es excusa para pelar así las zanahorias!¿Recuerdas a Faden Narizrota? ¡A él lo partieron en dos y lo pegaron de vuelta! Me da igual que muriera, esa no es... ¡quieto, te digo! Si te duele, muerde el mango de ese hacha tuya... Ah, ten por seguro de que saldrás en mis oraciones, jovencito: ¡Kramor sabrá de esto!

De pronto, un olor como si alguien hubiera encendido un viejo horno lleno de ropa sucia de minero se extendió por el campamento.

-¡Por la Sangre Negra de Zamasú el Dragón Llameante!¡Se quema mi potaje!¡Haced algo, condenación!¡Apagad ese maldito fuego que parece una fragua!¿Es que lo tengo que hacer yo todo? ¡Kraken, deja de holgazanear y echa agua a ese infierno de hoguera!

Morkai se sentó en silencio mientras el enano atendía sus heridas. No estaba para nada de buen humor. Se había sentido muy poco efectivo en el combate y se sentía burlada por esas pequeñas y esquivas criaturas.

Pasó la mayor parte de la noche cabizbajo y absorto en las llamas de la hoguera. Quizás pensando en otro lugar y otro tiempo donde se sentía más grande.

Cenaron mal. Estaba claro que no se podían atender a tantas cosas a la vez y aquello resultaba intragable. Así que tuvieron que conformarse con cenar unas raciones saladas antes de dormir y sintieron como sus estómagos gruñían durante la noche¹. Aún así descansaron lo suficiente como para sentirse algo restablecidos del combate anterior.

La mañana se levantó triste y gris. Una suave lluvia² se colaba entre la espesura de los árboles, un calabobos que amenazaba con acompañarles el resto del día sin escampar.

Era hora de tomar decisiones ¿hacia dónde viajarían hoy?

Los enanos torcieron el gesto cuando probaban el rancho de la cena pero Morkai tenía más apetito que paladar y engullía sus raciones sin protestar. Le gustaba que le diesen de comer. Le gustaba comer, no cocinar, así que cualquier comida más elaborada que poner al fuego un miembro aleatorio de una criatura aleatoria era para él un banquete.

Esa noche estaba incluso demasiado enfadado como para cortejar a la bella damisela que la habían asignado para compartir guardia. A la mañana siguiente se levantó también enfadado y refunfuñando. Recogió en silencio las pocas pertenencias y dio una vuelta por el claro olfateando el aire. Preguntándose si volverían aquellos bichos peludos o cualquier otra cosa a la que clavar el acero.

Cuando todo el grupo estaba listo miró hacia el oeste pensando en qué encontrarían en su camino.

Entre las bestezuelas y el rancho quemado, la noche no fue la más agradable para el grupo. Incluso, la molesta lluvia representaba una molestia adicional, pero Aren había pasado por demasiados campamentos como para preocuparse por una mala noche en uno de ellos. 

— El árbol está en esa dirección — explicó al resto tras mirar el mapa y evaluar el terreno — Yo me ocuparé de abrir el camino, El resto de la caravana puede seguirme los pasos. Trataré de dejar el camino bien marcado — 

Sin embargo, en cuanto se montó a la grupa de Rakard casi sin darse cuenta lo guió algo más al sur de lo que debía. Sabía hacia donde debía ir, pero algo en su interior lo llevó a trazar una suave curva en su camino, poco dispuesto a avanzar en linea recta y así, quizás, ser objeto de alguna emboscada. En realidad tampoco tenía motivos para sospechar que alguien los pudiera emboscar, pero no era la primera vez que un pálpito le salvaba la vida. Y tampoco pensaba alejarse tanto de la dirección correcta, solo lo suficiente para evitar un avance demasiado rectilíneo.

Mientras marchaba junto a sus compañeros, Oten canturreaba por lo bajo, casi como un gruñido, un viejo canto de marcha enano:

"Un, dos,

orcos buscar.

Tres, cuatro, 

orcos matar. 

Izquierda, derecha,

seguir y marchar"⁽¹⁾

Decidieron marchar hacia el sudeste dejando, como siempre, que Aren se adelantase en su fiel Rakard. A las pocas horas de viaje el bosque fue abriéndose dejando a la vista un amplio claro. Estaban descendiendo todavía más en el valle y a lo lejos se escuchaba el rugir de agua cayendo.

Alcanzaron al explorador cuando éste se encontraba detenido ante una sorprendente visual: ante ellos podían ver un enorme hoyo, que alcanzaba varios kilómetros de radio, por el cual el agua de un río que venía del norte caía formado una impresionante cascada de la cual no se alcanzaba a ver el fondo. ¿Qué había provocado aquel agujero en medio del valle? ¿A dónde conducía?

El río era demasiado ancho en el norte para vadearlo sin una barcaza adecuada y los viajeros intuían que sería raro encontrar un barquero que sortease aquellas aguas tan fieras. Sin embargo hacia el sur, pasado el gran agujero, algunos de sus afluentes morían formando un pantano que si bien no parecía el más feliz de los lugares, ni desde luego el más seco, podría ser un camino para alcanzar el árbol llameante desviándose parcialmente al sur.

A Aren no le convencía demasiado aquella sima ante la que se habían detenido para valorar que camino seguir. Sentía que no era para nada natural y temía que de su interior pudiera surgir en cualquier momento cualquier cosa...

Los dioses observaban con curiosidad aquella deformación del terreno.

—¿Alguien sabe qué es eso?— preguntó Random, dios de los Aventureros.

Asindara señaló con la cabeza al colosal dios de la Guerra:

—¿Recordáis aquella vez al Principio de los Tiempos cuando Haron se despertó de una borrachera terrible y uno de los Titanes vino a quejarse de que alguien le había robado un satélite del planeta que custodiaba?

Los demás dioses miraron a Haron:

—¡Nunca se demostró que fuera culpa mía! ¡Y yo sólo hice un agujero inofensivo hasta el inframundo! ¡Fue peor lo de Arsenius! ¡Después de todo él extinguió toda una raza de dragones en aquel otro universo y por su culpa se quedaron de magia!

El dios de los ladrones se indignó profundamente:

—¿Vais a estar siempre recordándomelo? Fue una apuesta. Vildivian dijo que sólo él podía controlar el clima y yo le demostré que si se usa eficazmente un meteorito puede hacer maravillas. ¡Y gané la apuesta! Además luego le dimos la tecnología a cambio ¿no? Y ahora están a un paso de cargárselo todo ellos solos. ¡Imaginaos si llegan a tener magia!

En eso los dioses asintieron. Random, que no había perdido de vista al grupo de aventureros, señaló de nuevo el mapa:

—Mira... parece que van a hacer algo.

— Reconozco que esto no me gusta, me da mala espina — comenta el explorador preocupado por la sensación que brota de sus entrañas — Se que todos estamos cansados, pero creo que deberíamos intentar alejarnos de este lugar — agrega con tono serio.

— Y si debemos movernos creo que será mejor que vayamos hacia esos pantanos, aunque nos alejemos un poco más de nuestro destino — continúa  — Pero si prefieren acampar aquí o intentar bordear el río será eso lo que hacemos, aunque ni a mi ni a Rakard nos guste demasiado ninguna de ambas ideas —

Noren se había mantenido en silencio. Su actuación contras esas bestias insignificantes no había sido la mejor. Aren había estado bien, pero ¿y si le hubiera sucedido algo mientras él no actuaba como debía en el combate? Por algo había sido elegido, y no era por su gran habilidad para mantenerse callado.

-Coincido con Aren, creo que lo mejor será continuar un poco más- se sacó el casco abollado y se secó la transpiración de la frente -Aunque no me guste mucho el pantano-

Si tenía que elegir entre vadear un río y cruzar un pantano, prefería el segundo. En ambos había agua, pero en uno había un poco más de tierra.

-Mpf-gruñó Oten-No me gusta: dar un rodeo hacia el sur nos aleja muchísimo de nuestro objetivo original. ¡Y por un pantano! ¿Ya os habéis olvidado del jagger? Llevamos seis mulas cargadas, porteadores... adentrarnos en una ciénaga sólo nos retrasaría más. Yo digo que sigamos el curso del río corriente arriba. Si encontramos un lugar vadeable podemos cruzarlo de forma más segura. 

El semiogro se quedó mirando el tremendo agujero que se dibujaba en el paisaje. Se preguntaba el tamaño de la criatura que habría echo ese hueco. Le impresionaba la catarata que hacia volar el agua del rio en el aire. Nunca había visto algo así y se sentía un poco pequeño aunque no lo reconocería.

Los enanos discutían sobre qué camino tomar y el no participaba en la conversación aunque se notaba su preferencia por ir hacia el norte en los gruñidos y resoplidos que soltaba cuando mencionaban el pantano y el agujero.