Partida Rol por web

Kaleb hizo todo lo que pudo, y agradeció muchísimo la ayuda de Lapierre. Era un hombre mucho más abierto de lo que pensaba, y realmente estaba disfrutando de su presencia, su conocimiento y su generosidad. Cada tanto también él observaba a Hécate, más aún al notar que Hugo le importaba poco lo que pudiera significar su inquietud...

Finalmente, Kaleb encontró un viejo tomo que estaba fuera de lugar. No solo porque carecía de identificación en la estantería, sino porque la portada carecía de título o ilustración. Era un anuario bastante antiguo pero que parecía bien conservado. El lomo estaba surcado con cuatro nervios distribuidos de forma equitativa, pero sin ningún tipo de placa o nombre. Cuando lo recogió parecía negro, pero pudo apreciar su verdadera tonalidad a la tenue luz del atardecer: era azul de Prusia, el color de la hermandad Veritas lux mea ("La verdad será mi luz").

El tiempo que había pasado estudiando con el Decano no había sido en vano. El bardo tuvo la oportunidad de acceder al catálogo bibliográfico para poder precisar mejor lo que estaba buscando, así como anuarios de años anteriores que hacían referencia a hermandades. Todo parecía conducirles a aquel pequeño libro que tenía ahora mismo entre las manos. Existía una descripción detallada del libro, pero su ficha técnica no aparecía recogida en el catálogo —cosa que extrañó bastante a Lapierre y a Bragnes—.

El libro era tal y como lo habían descrito. Aparentemente se trataba del anuario de una hermandad esotérica del campus, pero también había mensajes en clave y varios símbolos, la jerarquía de algunos de sus miembros e información acerca de ritos y supuestas invocaciones. Pero lo más importante era el jeroglífico que adornaba la primera página y que acompañaba al lema de la hermandad:

Según las instrucciones que indicaba el propio libro, aquel símbolo representaba a una boca.

También pudo notar una pequeña carta entre las páginas del libro, junto a la descripción de uno de los ritos iniciaticos[1]:

—Disculpad, pero, ¿soy el único que ha visto eso? —preguntó el exorcista señalando a la ventana. Hécate también se había girado: una columna de denso humo negro ascendía desde una de las calles cercanas a la Plaza Regia.

Kaleb disfrutó de todo el proceso, y más aún cuando descubrieron aquel libro tan peculiar. Mientras buscaban y rebuscaban, él iba anotando cosas que le llamaban la atención para poder consultarlas después más fácilmente, y sin la invaluable presencia del Decano y el bibliotecario.

-Qué interesante...- murmuró el gnomo al ver ese tomo, tan fuera de lugar, pero a la vez tan acertadamente colocado.

No había podido hojear más que algunas páginas, cuando Hugo llamó la atención sobre el humo que ascendía a lo lejos, pero también tan cercanamente.

La duda duró apenas unos segundos.

-¿Qué es eso?- dijo guardando el tomo en su morral -Iré a ver qué es... un verdadero Cronista no puede pasarse un hecho tan raro como ese... ¿hace cuánto que no hay un incendio en Montnoir? ¿Vienes?- le preguntó a Hugo.

Arcadio gruñó desde el suelo, parecía contenerse ante la presencia de Le Maison pero era evidente que hervía de ira. El era un Inquisidor de Montnoir, jamás había tenido que soportar un trato como aquel. Tancredo iba a pagar muy caro por su osadía.

—¿Te atreves a acusar a un Inquisidor de asesino, rata? Escuche, Le Maison, yo he estado aquí desde que usted entró. ¿Y por qué iba a querer matarle? Ese brujo tiene lengua bífida, como todos los de su clase. ¡Y ha mancillado este sagrado templo golpeando a uno de los humildes siervos de la Diosa! ¡Debe pagar! —gritó todavía desde el suelo.

—¡Pero si estoy desarmado! En cambio... vos... ¿qué es eso que se le calló, señoría? ¿Un abrecartas? ¡Estabais esperando un despiste del caballero para apuñalarlo, porque su orden está tan alta en la jerarquía eclesiástica como vosotros, y no podéis arrestarlo como si fuera un vulgar villano! ¡Confesad ya vuestro crimen!

Siempre había querido decir eso a un inquisidor.

—No tenemos mucho tiempo antes de la visita del Patricio, Kaleb, pero supongo que un vistazo rápido no hará daño —contestó el exorcista, que también mostraba curiosidad por el incendio —. De todas formas, será mejor que avisemos a Le Maison primero. Espero que no haya pasado nada grave…

Hugo recogió sus notas con cuidado, aunque apenas había hecho progresos en su investigación.

Kaleb se acercó a Hugo.

-Vaya a avisarle a Le Maison, pero vuelva aquí y aproveche esta oportunidad- dijo el gnomo -Tiene razón en que es más importante lo que estamos haciendo, pero... ¿y si está relacionado? Por eso creo que podríamos dividirnos, y reunirnos para el encuentro con el Patricio... tengo pensado darme un baño y cambiarme, así que no tardaré demasiado- y realizó una sonrisa de las suyas típicas, de las que quieren agradar, y muchas veces lo logran.

Luego se acercó al Decano.

-Recién recuerdo que no he firmado su libro, y lo tomo como una deuda de honor para con usted- dijo solemne -Regresaré para darle su libro firmado, y continuar con nuestras conversaciones... estoy seguro de que podrían repetirse, ¿no es cierto?-

Realizó un salidó con su sombrero y partió hacia el humo del incendio...

Tal vez no es nada, pero debo saber si no es así... debo apurarme...

Le Maison suspiró pensando lo fácil que era la vida en las tierras fronterizas, con las hordas de malignos orcos a un lado y los humanos peleando por Lineras en el otro.

La decisión le desgarraba por dentro puesto que Tancredo era un compañero suyo, mientras que el hermano arcadio era un intransigente inquisidor, pero por otro lado sabía que Tancredo era un mentiroso incorregible y que el inquisidor representaba la ley en esa ciudad. Aunque le doliera debía detener a Tancredo por el bien de su alma*

- No entiendo lo que está pasando que en medio de una plaga como la que tenemos, en vez de combatirla a ella nos dedicamos a pelearnos entre nosotros, pero las acusaciones que ambos habéis hecho son muy graves, así que creo que lo mejor será que un juez de la ciudad solucione lo que está pasando.

Tras ello se giró hacia Tancredo y le dijo con voz cortante:
- No estoy a las órdenes de ningún patricio sino que estoy a las órdenes de mi Diosa Lineras, así que en su nombre te pido que no compliques más tu situación y esperes a que venga la guardia a detenerte. Me encargaré de que tengas un juicio justo. Tras ello gritó -¡ Guardias, guardias !

Y como nadie había agarrado al brujo este hecho a correr en la misma dirección por la que había venido, junto con su acompañante. Primero correr, y luego gritar:

—Justiciero imbécil e ingrato, aún por encima de que te salvé la vida, vas y me lo agradeces de esta manera. Arcadio te va a sacar de en medio a la menor oportunidad, pero puedes hacerle compañía mientras viene la guardia, y tratará de acusarte a ti también. Sé como funciona la inquisición, así que yo me largo, y me llevo a mi amigo.

Un revuelo comenzó a escucharse a las puertas de la capilla en cuanto Le Maison convocó a los guardias de la ciudad. El Campus era una de las zonas de la ciudad mejor protegida, comunicando directamente con uno de los cuarteles de los Azores.

A espaldas del paladín, Arcadio se incorporó lentamente; en su rostro una sonrisa curvada y sibina…

Pues sí, en principio tienes ventaja sobre ellos. En especial sobre Le Maison, que no sabe que hay un pasadizo secreto y tardará un tiempo en ir a por ti. Si quieres puedes narrarlo tú o tirar Desafiar el peligro +DES para ver si no tienes problemas en escabullirte (ten en cuenta que tienes que ayudar a Golyav).

—De acuerdo, yo me encargaré de Le Maison. Pero, por favor, mantente alejado del peligro y regresa cuanto antes —le contestó Hugo.

Lapierre y Bragnes se despidieron de ellos. El primero asintió agradecido ante la promesa del cronista, y hasta le permitió quedarse el anuario[1] para examinarlo con calma:

—Procure devolverlo antes de una semana, por favor. Se trata de un ejemplar único para nuestra biblioteca, pero confío en que estará en buenas manos.

* * *

Kaleb recorrió como una exhalación las calles de Montnoir. No poco tiempo y demasiada curiosidad, así que no podía permitirse el lujo de callejear a su ritmo habitual.
No tardó en atravesar la Plaza Regia hasta el origen del incendio. El foco procedía de una plazuela bastante mal iluminada que nunca antes había visto, y lo que ardía parecía ser un edificio oscuro y retorcido. Para su fastidio, una enorme masa de curiosos se había arremolinado en torno al desastre, impidiéndole ver con claridad. ¿Qué diantres había pasado allí?

VII y cuarto de la tarde:

El sol comienza a agonizar tras el horizonte. Quedan un par de horas para el toque de queda.

Tancredo bajó corriendo por el pasadizo con su antiguo camarada cogido de la mano, que no estaba muy alegre de volver a los túneles, pero tampoco quería caer en las garras de la inquisición, así que no opuso resistencia. Les daba igual si los seguían o no, para registrar todo aquel laberinto harían falta varias docenas de hombres, y la inquisición no podía organizar una operación así en tan poco tiempo.

El único problema era que serían tratados como prófugos... sinceramente a Tancredo le importaba una mierda, no era la primera vez que escapaba de la justicia, y tampoco sería la última. Lo que no estaba dispuesto a hacer era entregarse a esos malnacidos, y dejar que le hiciesen a saber qué al bueno de Golyav. El palurdo del caballero le importaba menos, ya había sido puesto en aviso, y si su estrechez de miras era tan grande como su rectitud era ya solamente su problema, ya se arrepentiría y lamentaría no haber escuchado al brujo cuando acabase envenenado, apuñalado o algo peor por aquella comadreja de Arcadius.  

Por su parte se sentía esperanzado, tenían un mapa y ya habían estado allí en dos ocasiones, esta y en la anterior, en la que robaron un relicario para alguien de la Universidad, y lo más importante, Tancredo era un mago, y conocía un truco muy útil para crear luz. Si todo salía bien y no había un ejército de engendros deformes y poseídos esperándolos llegarían a la  Casa de Te en menos de una hora y allí podrían descansar, examinar los tomos robados y enterarse de las últimas noticias, aunque tendrían que andarse con ojo, especialmente al intentar entrar en el Salón desde fuera, porque el lugar estaría vigilado por la inquisición. Si no recordaba mal había una entrada oculta que daba a una bodega en desuso en el mismo edificio, pero puede que fuera clausurada porque cierta gente indeseable se tomaba demasiada libertad a la hora de entrar y salir del local. 

A medida que avanzaban le se volvió paranoico y no paraba de pensar en que se estaba metiendo en una ratonera. La inquisición era muy astuta y podrían haber previsto esa reacción por su parte. El brujo nunca había matado a nadie, odiaba la violencia, pero la Inquisición había acabado con sus ideas pacifistas cuando comenzó a sospechar a qué se dedicaban realmente, y si alguno de esos canallas se le ponía a tiro no iba a pensárselo dos veces. ¿Cómo de difícil podía ser despachar a un inquisidor desubicado entre dos personas? Tancredo no era precisamente un púgil, pero Golyav había sido un luchador formidable, un verdadero diablo, y dado su lamentable estado puede que conservara alguna de sus actitudes, o puede que no.

El peregrino, estafador, brujo hereje, delator y persona bastante poco ejemplar en general se descubrió a si mismo más preocupado por el bienestar de su acompañante que del suyo propio. Ya no le quedaban muchos amigos, y menos viejos conocidos de los buenos tiempos. Si al menos Golyav pudiera recuperarse, aunque fuera solo un poco, podría traer de vuelta parte de esos tiempos más felices y ya no sería un paria solitario, cínico y sin verdaderos amigos. Desde luego no iba a abandonar al rushyiano, pasase lo que pasase, porque era el único lazo que tenía con una época en la que pudo gozar de respeto, renombre y hasta ciertas riquezas y comodidades como miembro de un grupo bien cohesionado y unido por fuertes lazos de fraternidad, aunque fueses una banda de mercenarios sanguinarios.

Ya había pedido a demasiados amigos. Esta vez no, se dijo a si mismo, con determinación.

-Por supuesto- dijo antes de irse con un guiño de su ojo izquierdo, y luego saludó con la mano al Decano -Antes de ese tiempo estará donde debe-

Su paso era rápido, sus ojos también. Tenía la costumbre de no querer perderse de nada, que a veces ayudaba, pero otras no tanto. Tampoco era que fuera tan atento, porque lo cierto es que tanta atención a todo hacía que no se enfocara tan fácilmente. Como dicen en Montnoir: "el que mucho abarca, poco aprieta", que muchas veces estaba relacionado con las intenciones de muchos (Kaleb por ejemplo) de querer enterarse de cada cacareo y trino que cruzara los pasillo y callejuelas, pero que no todos fueran bien corroborados.

-Permiso... permiso...- fue haciéndose paso el gnomo aprovechando su corta estatura para pasar entre piernas y faldas sin decoro alguno, no había tiempo para sutilezas.

¿Qué lugar era ese? No lo conocía, y ya eso le generaba sensaciones encontradas: ¿cómo se le pasaría un lugar como ese?; y por otro lado... ¡un lugar nuevo!.

Algunos de los curiosos comenzaron a protestar. Una patrulla de azores estaban intentando dispersar la turba, formando un muro alrededor del incendio mientras otros de sus compañeros se acercaban corriendo con baldes de agua —por suerte, la fuente de la Plaza Regia no estaba demasiado lejos—. Y, por si eso fuese poco, un bardo del tamaño de un niño se abría paso de forma bastante poco educada.

Ahora que lo veía un poco mejor, Kaleb pudo ver que se trataba de una especie de convento o capilla. El estilo arquitectónico no se parecía en nada a la recargada y elegante fachada de la Catedral. Agudizando la vista, pudo distinguir el blasón que suele emplear la Inquisición.