Partida Rol por web

Le Maison miró con preocupación a Kaleb. Parecía que volvía a ser el de siempre, pero no estaba muy seguro de qué había pasado y si podía convertir al bueno de Kaleb en un peligro para otros inocentes y para él mismo. Por ello le cogió de la mano para darle ánimo y le preguntó:

-Kaleb, por un momento te convertiste en una bestia. ¿Es algo que te haya pasado en alguna otra ocasión?

Kaleb no quería creer lo que estaba oyendo, pero se sentía cansado. Muy cansado. La habitación era cada vez más borrosa, y la voz de sus amigos le llegaba amortiguada. Le estaba costando despertar de aquel sueño.

-¿Qu...?- quiso articular el gnomo, agregando una broma sobre sus hábitos de convertirse en bestia en los momentos menos oportunos, como para distender el ambiente, pero ni siquiera eso pudo.

La vista se le nubló completamente, y los sonidos llegaban lejanos, embotados. Sintió la mano de alguien posándose sobre la suya, pero fue una sensación efímera como el viento en la piel. No veía nada, no escuchaba nada, no sentía nada...

¿Padre? Gracias por no dejarme solo esta vez... ayúdame que no siento...

Y ese fue el último pensamiento relativamente coherente que el Cronista tuvo en ese momento.

Kaleb se desplomó sobre la butaca. Le Maison y Hugo se acercó a él para comprobar que no se había hecho daño. La pesada respiración del bardo les confirmó que aquella transformación le había dejado agotado, y más pálido de lo que le habían visto nunca.

El patricio se levantó de inmediato y mandó llamar al servicio. Ordenó que lo llevasen a una de las habitaciones del primer piso y que le preparasen la cama para que pudiesen tenderlo con suavidad y dejarle descansar. Un par de criadas limpiaron el estropicio del tapiz, pero la mancha seguiría allí un largo tiempo. Galbert, por su parte, se apresuró para recibir al resto de invitados y dirigirles hacia el comedor.

—Es una lástima que ya sea tarde para cancelar la cena —lamentó Laforet—. Kaleb necesita descansar, no que haya una reunión social a escasos metros del suelo.

Mientras tu cuerpo es subido pro las escaleras y acomodado sobre un mullido colchón de plumas, tu mente vaga por una bruma de paisajes difuminados y melodías tan antiguas como desquiciantes. 

Por supuesto, no eres consciente de lo que sucede en el exterior. Todos los sonidos y las imágenes se distorsionan. Algo muy antiguo despertó en tu interior, a la luz de la luna. Algo en tu sangre se alteró ante aquella maravillosa luz plateada y una presencia muy por debajo del suelo.

Tus pies parecen tocar una superficie lisa. La transición entre el caos onírico y la sala en la que te encuentras es demasiado confusa. Por mucho que tratas de retomarla en la memoria, esta se desvanece en las paredes de tu mente. Todo está demasiado oscuro salvo unas formas que resplandecen y dos figuras vagamente familiares que se alzan en el medio.

Le Maison no se lo pensó demasiado. Kaleb podría despertarse de nuevo poseído por la misma fiera que antes y matar a alguien o que los guardaespaldas de algún rico le mataran a él.

-Hugo, tienes toda mi confianza para que averigues lo que puedas. Ven una vez haya acabado la fiesta y me cuentas por favor lo que hayas averiguado.

Tras ello subió con Kaleb en brazos y allí guardó su sueño, mientras meditaba y oraba a su Diosa.

—Por supuesto, muchas gracias por todo lo que está haciendo Le Maison. Dadas las circunstancias, creo que la velada será mucho más corta que de costumbre, por lo que me tendréis aquí antes de lo que piensas —contestó algo preocupado pero tratando de sonreír—. Espero enterarme de todo lo que pasa. 

Con un gesto tímido, se despidió del paladín y bajó las escaleras para reunirse con el resto de invitados. Ya podía oírse cómo comenzaban a llegar y a congregarse en torno al comedor.

El tiempo pasaba lentamente, pero Le Maison estaba ya acostumbrado a hacer guardias como aquella. Que su cuerpo no necesitase dormir era una gran ventaja. Además, siempre podía aprovechar para entrar en comunión con su Diosa. La luminosa Lineras le abriría los ojos hacia la verdad, como una antorcha en las tinieblas o un radiante sol en una noche sin estrellas.

Kaleb parecía bastante tranquilo. Una de las criadas recomendó cerrar las cortinas para que el cronista pudiese descansar mejor, y así lo hizo Le Maison. Ni siquiera el buho les molestó esta vez.

No supo cuanto tiempo había pasado cuando una extraña sensación de frío lo invadió de pronto, durante uno de sus trances. Kaleb seguía en su sitio, tal y como lo había percibido, pero había una presencia nueva tras la puerta. Alguien llamó suavemente.

Toc, toc, toc.

Le Maison salió de su trance fortalecido. De nuevo había entrado en Comunión con Lineras quien le había advertido que venían tiempos en los que el Mal se fortalecería y necesitaba de un Campeón para acabar con él. Lineras le dijo la palabra sagrada que le permitiría exterminar al Mal.

Tras oír los toques de la puerta Le Maison se puso en pie ágilmente y se alisó la túnica. Era un caballero de Lineras por lo que tenía que tener un aspecto que no mancillara el nombre de su Diosa. Finalmente se acercó cautelosamente a la puerta y sin hacer ruido, para no despertar a Kaleb, que dormía placidamente tras su transformación anterior.

Finalmente abrió la puerta ligeramente, para ver quien estaba al otro lado y hablar con esa persona en voz baja.

La penetrante mirada esmeralda de Katarina se encontró con los ojos de Le Maison a través del umbral de la puerta.

—Tengo que hablar contigo —susurró—. El hombre para el que trabajo mantiene trato con la Inquisición y pude enterarme de cierta información. Algunos de ellos desean interrogarte, y ya sabes a qué me refiero con "interrogar". Los cuervos no se andan con chiquitas. Ya sabes que no serán tan tontos como para atacar a un caballero del Santo Pendiente, pero eso no tiene porque detenerlos. Ya sabes que tienen "amigos" en círculos bastante turbios. Ándate con ojo esta noche, y que Lineras sea contigo.

Antes de volver a desaparecer sin hacer ruido alguno, le tendió al caballero una extraña piedra tallada.

—Vuestro compañero Volk tiene una igual. Con ella sabré donde encontraros, por si necesitáis mi ayuda. Los hechizos de localización y empatía inscritos en ellas son muy potentes. Si estáis en un aprieto, lo sabré.

-Espera- musitó Le Maison.

En las tierras fronterizas había visto gente como Katarina. Gente a la que las hordas del Caos había matado a familiares y amigos, caparazones vacíos que vivían la vida sin vivirla, esperando a la muerte como una liberación de su dolor.

-Gracias por la advertencia y por la piedra. Sé que tu dolor es inmenso, pero Lineras puede ayudarte. Que su gracia te ilumine y te permita volver a ser feliz.

Katarina sonrió a través del pañuelo que le cubría parte del rostro.

—Muchas gracias, caballero del Santo Pendiente. Sé que algún día Lineras nos brindará la justicia que mi pueblo ansía. Por el momento solo podemos contentarnos con sobrevivir. Atesoraré vuestras palabras siempre, hasta el día en que me arrebaten el último aliento. Que Lineras ilumine también vuestro camino.

Sin decir una sola palabra más, se marchó tan silenciosamente como había aparecido.

Le Maison supo al instante que no debía subestimar la información de Katarina, por lo que esperó a que ésta hubiera salido y preparó un hechizo de Santuario* que cubriera el pasillo. En caso de que alguien viniera durante la noche, Le Maison estaría preparado.

Tras ello intentó sin éxito* encantar su arma para que hiciera más daño. Todavía tenía mucho que aprender de esos hechizos que le había regalado Lineras, pero tenía la firme intención de seguir practicando con los conjuros y ser digno de su regalo.

Finalmente atrancó la ventana y la puerta por dentro, y se sentó en el suelo en la posición en la que otros llamarían posición del loto, con las rodillas cruzadas y la espada desenvainada sobre estas, preparado en todo momento para lanzarse al ataque en caso de que fuera necesario.

Un breve destello iluminó la habitación. Una luz tan blanca y pura como la del sol, dejando ver las motas de polvo en suspensión que entraba por la ventana, pero sin dañar los ojos de Le Maison ni perturbar del cronista. El silencio de aquella estancia adquirió un tono quietud sagrada, como el que uno experimenta al entrar en una capilla.

El caballero del Santo Pendiente observó expectante cómo su espada vibraba unos segundos antes de volver a la normalidad. Quizá todavía no estaba preparado para utilizar todos los dones que Lineras le había regalado, pero eso no lo desanimó.

* * *

Las horas pasaron. Kaleb dormía tan profundamente que solo el rítmico subir y bajar del edredón parecían sus únicos signos vitales. No hablaba en sueños como le había visto hacer otras veces, ni se movía o cualquiera de los comportamientos habituales que tienen los durmientes. Era como si su alma o su mente estuviesen vagando por lugares muy lejanos e inaccesibles para cualquier habitante de la cruda vigilia. Las únicas visitas que tuvo fueron las de un par de criadas y el mayordomo, que deseaban conocer el estado del pobre cronista. Cuando la cena hubo terminado, Lord Laforet también hizo acto de presencia. Estaba nervioso. Trató mantener una fría cordialidad ante el caballero, pero era evidente que trataba de ocultar su enfado. ¿Qué habrá pasado ahí abajo? 

Hugo apareció detrás del patricio. Ambos se interesaron por Kaleb, y le dieron las buenas noches al paladín.

—Tengo noticias, pero ya hablaremos mañana. Quiero que estemos todos juntos —le dijo el exorcista—. Muchas gracias por vigilar a Kaleb, eres un buen hombre. Doña Leonor de Avellaneda me dio muy buenas referencias de ti, ¿sabes? Hasta la Suma Inquisidora parecía interesada. Pero bueno, ahora no es momento de divagar. Mañana será un día muy largo, ya lo creo, y necesitaremos estar descansados. Que pases una buena noche, Le Maison.

Belmonte se despidió con un gesto de la mano y se fue a la habitación que le habían preparado. Cuando comprobó que el pasillo estaba despejado, volvió a cerrar la puerta.

* * *

Una extraña vibración en el aire despertó a Le Maison de su trance y sus oraciones. Sintió una oleada de reconfortante calor que reconoció como el abrazo de Lineras, que evidentemente trataba de advertirle. La habitación estaba oscura y la puerta cerrada, pero sabía perfectamente que había alguien al otro lado de la puerta y no traía muy buenas intenciones.

Afortunadamente Lineras le había sonreído con nuevos Dones, pensó Le Maison, mientras se irguió y despertó a Kaleb en la oscuridad de la habitación. De manera cuidadosa pero firme, le tapó la boca con su mano indicándole que no hablara, mientras se preparaba  para luchar contra el atacante que hubiera al otro lado de la puerta.

Esperaba poder sorprender a su atacante, que éste pensara que ambos estaban durmiendo y el encontrárselos despiertos y preparados para el combate, fuera suficiente ventaja para vencerlo.

Abres los ojos con gran dificultad. No hay luz alguna en la habitación salvo el baño plateado de la luna, que hiende la oscuridad como una daga.

Aunque todavía te sientes un poco confuso, notas que su cuerpo se recupera lentamente. Un calor reconfortante inunda la habitación. No sabrías decir por qué, pero hay una cierta urgencia en la atmósfera de la habitación. Cuando las palabras de Le Maison terminan por encajar y construir un significado lógico en tu cabeza, comprendes por qué.

-No...- intentó decir cuando finalmente se dio cuenta que había regresado a su cuerpo, que ahora le parecía pesado y hasta desproporcionado. Pero algo le tapaba la boca.

Era Le Maison, que no sólo estaba con él con cara seria (aquella que indicaba problemas, no sólo para ellos, sino también para los que se enfrentaran al caballero) sino que además actuaba en silencio y sigiloso como nunca.

El gnomo intentó ver dónde estaba su bastón-estoque. Necesitaba su arma si algo sucedía. Aún tenía la boca demasiado pastosa como para entonar algún cántico mágico, y esperaba no tener que usarlo...

A través de la puerta se escucha un forcejeo. Es evidente que alguien trata de entrar, sin demasiado éxito. Quienquiera que sea comienza a gruñir de frustración, pero es un quejido ronco y desprovisto de cualquier emoción. Por un momento les recuerda al de un animal. Le Maison había atrancado bien la puerta, y su presunto atacante no iba a arriesgarse a despertar a toda la mansión.

Tras unos interminables minutos de intentos fallidos, se rinde y se aleja arrastrando los pies. Quizá todavía tuviesen tiempo de mirar por la cerradura de la puerta.

Finalmente había recogido su bastón y tenía una mano sosteniendo la funda, y la otra sosteniendo el pomo del estoque. Cuando el forcejeo cesó, pensó rápidamente: ¿dónde diablos estoy? Se levantó, sintiendo aún los músculos cansados, como si hubiera corrido mucho tiempo (algo que no recordaba haber hecho desde aquella persecución famosa que le sirvió como puntapié inicial para un sátira, anónima, de los azores de Montnoir).

-¿Dónde estamos? ¿Qué sucede?- preguntó en un susurro el gnomo acercándose a la puerta, curioso por naturaleza...

Le Maison se llevó de nuevo la mano a la boca para indicar a Kaleb que guardara silencio y agarró con fuerza la espada, pero no le impidió que abriera la puerta*, más bien se colocó de manera que una vez abierta pudiera echar un vistazo al que había intentado posiblemente acabar con sus vidas sin éxito.