Partida Rol por web

Conque el decano, ¿eh? Parece que la cosa se ponía interesante. Tancredo/Marcel se dirigió con premura a su despacho. A ver hasta que punto el decano estaba al tanto de las actividades de este pichón.

El secretario acompañó al joven Marcel hasta el despacho del profesor Lapierre. No era la primera vez que Derain entraba allí, y recordaba perfectamente los ostentosos muebles y tapices de la habitación. Parapetado tras varias montañas de documentos y libros antiguos, la ceñuda mirada del decano le escrutaba casi sin parpadear.

—Siéntese, señor Derain. Gracias, Bragnes, puede retirarse.

El secretario inclinó servicialmente la cabeza y desapareció cerrando la puerta tras de sí.

—Marcel, muchacho, usted sabe muy bien que le tengo un gran aprecio y que confío mucho en sus resultados académicos. No obstante, me preocupan los rumores que llegan últimamente. Primero desaparecen ustedes de una de las clases, después son visto haciendo tratos con los inquisidores. ¡Ahora todo ese asunto de los criminales! Los barrios bajos de Montnoir no son un lugar adecuado para los estudiantes. Mucho menos en compañía de esos… ¡Esos maleantes!

Lapierre parecía bastante nervioso. Era evidente que no quería ofender a uno de sus mejores alumnos, pero se veía obligado a interrogarle como a un criminal.

Evidentemente, los "maleantes" a los que se refería eran Corvo y su banda. Su red de sicarios y ladrones era de lo más valiosa para todo el plan.

—Y bien, ¿qué tiene que decirme al respecto?

Marcel era bastante arrogante y se sentía muy confiado. Se había criado, o más bien malcriado, acostumbrado a que no se le negase nada, y en definitiva a hacer lo que quería. Contestó al decano con descaro:

—Pues negarlo todo, evidentemente. La más que generosa aportación que mi padre hace a la financiación de esta universidad hace que resulte muy conveniente descartar tales trinos.

Lapierre gruñó de pura impotencia. La familia Derain era una de las más influyentes de Montnoir, lo que suponía una importante fuente de ingresos para la universidad. El decano había intentado aproximarse con algo de tacto, pero la emergencia de la situación le había llevado a ser más "descarado" de lo que solía ser habitualmente con alumnos como aquel.

Para evitar que el muchacho se marchase dando un portazo, decidió abordar el tema desde otro punto de vista:

—Lamento todas estas acusaciones sin fundamento, señor Derain, pero debe comprender que la situación lo amerita. Desapariciones, enfermos desbordando la Gran Catedral… Todo Montnoir se desmorona desde sus cimientos. Si sabe algo del asunto, le ruego que colabore, por el bien de la ciudad.

Con una sonrisa fingida, el joven contestó:

—No dude que haré todo lo que esté en mis manos, Decano. Si tiene alguna propuesta concreta, hagamelo saber.

—De acuerdo, puede retirarse —contestó Lapierre algo más calmado. 

Marcel se retiró satisfecho y regresó a la capilla. Había mucho por preparar. El hermano Arcadio no tardaría en llegar y debía transmitirle las últimas noticias que, sin duda alguna, le complacerían en grado sumo. Pronto los planes de ambos verían la luz. Él obtendría un gran poder y los inquisidores quitarían a…

El recuerdo se cortó bruscamente mientras Orrghk le sacaba la cabeza de la laguna.

—Oye, Tancredo, no veo a Kaleb por ninguna parte y me aburro. ¿Qué tal si pasamos al siguiente sueño?

El semiorco sostenía todavía su cabeza y le miraba con el ceño fruncido. Parecía fastidiado, pero no tanto como el pobre brujo.

La mnemóside les contempló con cierta curiosidad, hasta que el espacio a su alrededor comenzó a vibrar y a difuminarse, tal y como había pasado la última vez que cambiaron de sueño.

—Bueno, ya era hora. Hay que ver cómo tardamos en este.

* * *

Cuando volvieron a abrir los ojos, Homero les estaba esperando impaciente. Había adoptado la forma de un brioso corcel plateado. Se encontraban en una bahía inmensa, de una arena blanquísima. Tanto el mar como el cielo compartían una paleta de tonos cenicientos. El olor a ceniza colmaba el ambiente, como la cereza sobre el pastel. Sobre un acantilado de marfil se alzaba una torre negra, con reflejos cristalinos. Homero señaló su grupa con la cabeza y después a la tétrica construcción. 

Todavía confundido, pues tanto cambiar de lugar era un poco mareante, el mago miraba la oscura mole.

—¿Quien vive ahí? Por cierto, Kaleb ya está despierto. Por eso no lo vemos.

—Ya decía yo —contestó Orrghk.

Sin perder más tiempo, se subió al caballo y aupó al brujo para que se sentase detrás. Homero, sorprendentemente, pudo con el peso de ambos.

—Esto de las alucinaciones empieza a hacerse algo raro. Primero unas colinas, luego los charcos y ahora esta playa. Me pregunto en qué estarán empleando su tiempo los demás, pero nosotros no podemos decir que estuvimos quietos.

La voz de Homero, menos cantarina esta vez, resonó de nuevo en sus cabezas:

Se trata de las tierras de la Muerte. Sus dominios se hallan en el punto ciego entre los mundos. Si cada realidad fuese un color, este lugar sería el punto blanco en el que todos se juntan. Todos están destinados a acabar aquí y, de un modo u otro, todos surgen de este reino. Pero no temáis. Esto no quiere decir que estéis muertos. Simplemente sois invitados especiales.

El caballo continuó subiendo por el acantilado hasta llegar a los pies de la torre. Tanto Tancredo como Orrghk notaron que habían perdido todo color. Su piel y sus ropas lucían una fría gama de grises, muy adecuada para el lugar que estaban "visitando".

—VEO QUE LLEGÁIS UN POCO TEMPRANO, ¿NO? NO ES QUE NO AGRADEZCA UNA BUENA VISITA, PERO ME SORPRENDE VEROS TAN PRONTO. ADELANTE, ADELANTE —dijo una voz que provenía de lo alto de la torre.

Las puertas se abrieron con una ceremoniosa parsimonia, revelando una voluminosa escalera de caracol y dos piezas de ajedrez talladas en ébano que debían tener el tamaño de una persona adulta.

Aunque no destacaba especialmente por su cobardía, Tancredo sí era una persona cautelosa. No deseaba correr al encuentro de la muerte, así que se parapetó detrás de su compañero e hizo un gesto indicando las escaleras:

—Tú primero.

Orrghk avanzó hacia la entrada y Tancredo le siguió de cerca. Las piezas, que semejaban caballeros de ébano y marfil, no reaccionaron en absoluto. Homero les acompañó hasta un gran hall cuyo suelo se extendía en una cuadrícula similar a un tablero de ajedrez. El caballo se permitió murmurarles telepáticamente una chanza:

Empiezo a ver un patrón aquí.

De la escalera de caracol que había al final de la estancia, bajó una figura totalmente ataviada de negro. De su curioso hábito sobresalía su pálido rostro, en el que asomaba una cálida sonrisa.

—AH, TANCREDO Y ORRGHK. ME SORPRENDE QUE UN BRUJO, LOS CUALES TENÉIS FAMA DE TRATAR DE EVITAR MI PRESENCIA, Y EL HERALDO DE UNA ENTIDAD QUE REPRESENTA EL DESTINO VENGAN A VISITARME EN UN DÍA TAN HERMOSO COMO HOY. SUPONGO QUE ESTARÉIS TENIENDO UNA DE ESAS "EXPERIENCIAS CERCANAS A MÍ" O ALGUNA CLASE DE VIAJE ASTRAL. APOSTARÍA POR LO SEGUNDO, EN REALIDAD. SI ESPERÁIS UNA EPIFANÍA FILOSÓFICA ME TEMO QUE ESTE NO ES VUESTRO SITIO, PERO PUEDO INVITAROS A UN TÉ, SI LO DESEÁIS. 

El pobre de Tancredo estaba -debía- alucinando.

—No hables como si fueses lo que no eres, extraño. La muerte es un umbral, una puerta, no un ser, no una voluntad con inteligencia. Las almas vienen y van, cruzando de un estado a otro. ¿Quien eres tú, un pastor de almas? ¿El guardián de la puerta?

La Muerte se cruzó de brazos y enarcó una ceja. Tras unos instantes de teatral expectación, por fin se decidió a contestar:

—Esta bien, me has pillado: no soy la Muerte. Bueno, al menos no en el sentido práctico de la palabra. Yo existo como un arquetipo. Solo soy la representación del concepto de la Muerte. No era difícil descubrir el pastel, teniendo en cuenta que existen literalmente cientos de dioses que la encarnan, ¿no creéis? Aunque en más de un universo he logrado darles gato por liebre… Pero estoy divagando. Aunque no sea LA MUERTE, podéis considerarme como tal. Al fin y al cabo, aunque tú no seas EL HECHICERO, es indudable que eres un hechicero, ¿no es cierto? Ser la manifestación física de una de las metáforas de la parca es lo único que tengo. ¿Cómo te sentirías tú si te arrebatasen la identidad, eh?

—Pues sé que un día sucederá de manera inevitable. Moriré y dejaré de ser quien soy, y pasaré a ser otro. Así una y mil veces hasta que esté libre de la rueda. ¿Qué importancia tiene eso? El ego es una trampa, pero de momento aún soy Tancredo, al menos la mayoría de las veces. —después enarcó una ceja— No esperaba que un arquetipo fuese tan... ¿parlanchín? ¿A qué hemos venido aquí?

El ambiente era completamente estático. No había viento que alborotase el cabello del brujo, ni tan siquiera gaviotas estridentes. Aquel plano era como un grito ahogado. Un instante congelado en la eternidad, algo que Tancredo podía sentir por cada poro de su cuerpo[3]. Los otros sueños eran mucho más tangibles, pero este… Este parecía envuelto en un velo de insoportable irrealidad. Y eso le hacía sentirse terriblemente incómodo.

De pronto, una idea juguetona asaltó su mente.

Hasta ese momento, todos los sueños tenían un lugar al que acceder: la cabaña, la laguna, la torre… Pero jamás se quedaba fuera. A veces por necesidad y otras porque se lo indicaban. ¿Qué pasaría si interrumpía el ritmo natural del sueño?[2] El propio Homero le había dicho que un ladrón puede abrir cualquier puerta sin necesidad de llaves. Quizá ahí estaba la respuesta. Desde luego, la supuesta Muerte no parecía querer hacerles ningún daño si trataban de marcharse[1]. Era una idea. Las ideas pueden ser peligrosas, pero solo cuando la mente las amplifica. Pero el era un brujo. Ya había tentado a la muerte en otras ocasiones.

—Habéis venido para responder a una pregunta. ¿Cual de vuestras preguntas tiene por respuesta el punto final? —preguntó simplemente.

El brujo se giró hacia su corpulento compañero y le dio un par de codazos mientras le decía susurrando:

—Creo que es mejor que nos marchemos de aquí, esto se está volviendo demasiado raro.

Tancredo y Orrghk decidieron salir de la torre bajo la atenta mirada de su anfitrión. Tanto Homero como La Muerte se quedaron en la estancia mientras ellos descendían por unos escalones cada vez más etéreos. La piedra era cada vez más blanda, hasta parecer arena, a cada paso que daban. Más abajo estaba el marco de la puerta, por el que penetraba una oleada de luz cálida y dorada.

Al salir ya no estaban en los supuestos dominios de La Muerte, sino en un gran escenario de madera que se extendía hasta el infinito.

—¡¿Qué cojones?! —preguntó Orrghk.

El cielo estaba plagado de estrellas y hermosas masas de vapores cósmicos. Una de las nebulosas se desvaneció para formar tres puertas completamente cerradas ante ellos, cada una con un número: 10, 0 y 8. Los números de las cartas que habían visto antes de partir.

La rueda de la fortuna.

El loco.

La justicia.

La voz de las brujas apareció en el vacío cósmico, detrás de ellos:

Ahora estáis entre bastidores, lejos de la realidad tangible. Habéis visto el nacimiento, la vida y la muerte. Ha llegado el momento de dar el último paso en vuestro viaje de revelación. Acercaos a la puerta que gustéis y responded a la pregunta que os haga.