Partida Rol por web

Kaleb se sentía extrañanamente vivo, pero a la vez vivamente animal. No podía pensar con claridad y le costaba enfocarse en lo que tenía que hacer. Pero algo tenía claro, tenía que sobrevivir, y una excelente forma era burlándose del otro. ¿Tenía sentido? No lo entendía, pero así era para él en ese momento.

En la Corte, y en los caminos, había aprendido muchos insultos: algunos más elaborados y sutiles, otros más groseros y directos; pero nunca le había parecido una buena forma de llevar una conversación. Ahora bien, en ese momento, le parecía la mejor opción.

-Jaja Con ese vestido parece que son todas parte de una logia de modistas, ¿quién tuvo la idea? ¿Esa?- dijo el duende con una voz rasposa y aguda, y señaló a Marcel -¡Ja! ¡Parece que son todas sus esclavas!-

Entre las palabras parecían salir susurros más allá de la voz que la emitía. Susurros variopintos: risueños, tristes, enojados...

Y luego de decir eso, corrió a una velocidad extraordinaria para treparse al flautista que estaba en el costado, con aquellas garras que se sentían muy afiladas.

-¡Ñam Ñam ñam ñam ñam!- chillaba el gnomo asalvajado -¡Ahora sí comerás una flauta!-

El flautista no pudo reaccionar, y aún tenía la flauta en la boca cuando esa bola de pelo rojo ascendió de un salto hasta su pecho, tirándolo hacia atrás y golpeando con esas pequeñas pero fuertes manos la flauta que tenía en la boca. La sangre tiñó el suelo rápidamente...

Le Maison y Volk saltaron para unirse a Tancredo y rematar a los cultistas que pretendían atentar contra la vida de Hugo.

—¡Un buen trabajo, moi drug, pero ahora puedes tomarte un respiro! 

Las espadas de ambos atravesaron a los últimos coristas, hasta que Hugo quedó fuera de peligro. Arnault, por su parte, no tenía tanta suerte.

Su tajo atravesó el aire y apenas logró rozar la túnica del corista, que se volvió hacia el bastardo con una expresión sombría. Uno de sus compañeros, que se aproximaba para prestar apoyo, decidió a unirse para contraatacar.

Una vez más, los coristas crearon una fisura de la que se filtró energía de uno de los planos del Caos. Ellos eran inexpertos, por lo que no controlaban qué iba a salir una vez lo abriesen, pero esta vez tuvieron suerte: otro racimo de estalagmitas oscuras perforaron las piernas y parte de la armadura de Arnault, provocándole un dolor indescriptible. Los arañazos y las puñaladas empezaban a pesarle.

* * *

Marcel empezaba a impacientarse. Todo lo que podía salir mal, estaba saliendo mal. ¿Cómo podía saber que uno de sus oponentes era un Señor de las Alimañas? Ya estaba enterado de lo que la influencia de Rimbrodogg podía causarle a las razas de ascendencia feérica (elfos, gnomos, etc.), pero no se esperaba algo como aquello. ¡Y encima ese maldito exorcista se estaba saliendo con la suya!

Podía notar la plegaria de Hugo resonando en su mente, cerrando las fisuras en el Velo y protegiendo la realidad. ¡Maldito entrometido!

Todo aquello por lo que llevaban años trabajando iba a irse al garete. Formar una hermandad, aliarse con la Inquisición, investigar el anuario y explorar las catacumbas…

Todo.

Por si todo aquello fuese poco, el gnomo osó burlarse de él. Ante aquel panorama, solo cabía hacer una cosa: pasar a la acción. Ya había abierto las fisuras para que la magia del Caos fluyese con facilidad. Ahora solo quedaba aprovechar ese poder debidamente.

—¡Miserable! ¡Pagaréis por entrometeros en nuestros planes!

Como si de un director de orquesta se tratase, Marcel bajó las manos hasta señalar el suelo con las palmas hacia arriba y, en un gesto dramático, las alzó como si pretendiese despertar a las fuerzas del interior de la tierra. ¡Y vaya si lo consiguió! Al momento de terminar su pantomima, un millar de estalagmitas de acero negro comenzaron a brotar del suelo a su alrededor arrasándolo todo.

El acero negro desgarró carne, músculo y entrañas. Varias de las ratas que habían acudido a la llamada de Babaccar cayeron también en la trampa. Cinco de sus adláteres y unos cuantos cientos de ratas acabaron reducidos a una papilla sanguinolenta. Kaleb y Babaccar lograron esquivarle por muy poco. Tan poco, que no pudieron evitar preguntarse si lo habrían conseguido de haber permanecido en sus cuerpos originales.

La criatura que se removía en el altar gimió con deleite.

Un numeroso grupo de ratas se dirigía hacia ti, acudiendo a tu llamada, pero tras el "hechizo" de Marcel, apenas sientes la presencia de unas 10. Puedes pedirles que te sumen un +1 a tus tiradas de daño o que le resten un PG a cualquier enemigo por turno (pero ten en cuenta que si se lo haces a Marcel, actuará en consecuencia).

Aquel maldito brujo había actuado justo a tiempo. Su espléndido ejército de ratas que iban a poner punto y final al ritual se había visto reducido drásticamente a apenas una decena convirtiendo al resto en una triste masa sanguinolenta. ¿Y ahora qué? Sus planes se veían una y otra vez anulados por aquel grupo de jóvenes cultistas. Jóvenes, sí, pero no estúpidos. Los había subestimado, sin duda.

Cambiando de planes, Babaccar pidió a las ratas que atacasen a los coristas, uno a uno, como un único ser^[1]. Tras esto, trató de liquidar al corista caído que yacía a sus pies confundido, lanzando sus dientes al cuello^[2].

Arnault no tenía el día. En otras circunstancias aquellos coristas le hubiesen durado apenas un par de asaltos de combate, pero no paraba de fallar golpes y de recibir puñadas por todos los lados. Cuando parecía que al fin lograba deshacerse de un par de ellos y quedar en combate igualado, volvía a fallar estrepitosamente cortando tan solo el aire con el filo de la espada. 

Entonces otro de los coristas se sumó al ataque y Arnault sufrió un poderoso ataque mágico que invocó nuevamente unas estalagmitas contra él. Sólo que en esta ocasión, las afiladas rocas que surgieron de la nada y le causaron un terrible dolor en las piernas además de dañar su armadura.

-¡UGH!- Arnault trató de hacerse a un lado de un salto, pero ya era tarde, el daño estaba hecho. Habían estado a punto de dejarle cojo. Pero el joven guerrero era tenaz y no desistió en seguir combatiendo. 

"Qué me voy a acercar yo a ese altar", pensaba Tancredo. Desde luego no era su intención, a saber que haría ese ser que se estaba materializando. Lo que sí tenía era una buena provisión de puñales de los cultistas muertos. Aquel cuerpo copiado no era más ágil que el suyo propio, pero tampoco era torpe, y que te lancen cuchillos no suele ser cómodo, así que decidió poner nervioso a aquel imbécil creído de Marcel. Tiró un cuchillo con bastante mala puntería, como para probar, y luego otro, que acertó todo lo bien que podría acertar.

El otrora gnomo se impulsó desde el pecho del flautista cuando vio ascender las púas de acero negro y rezaba por dentro a todas las entidades habidas y por haber que cuando descendiera no hubiera una estaca esperándolo. Gracias a su nueva agilidad, no tuvo repercusiones corporales, pero confirmó que tendría que hacer algo más para que Marcel no hiciera de las suyas de nuevo.

Trepando por la pierna del corista¹ aprovechó a rasgar la túnica, la piel, la carne al tiempo que gritaba y reía salvajemente mientras el carmín de la sangre lo teñía todo a su alrededor. Con un impulso de sus fuertes y ágiles piernas, y luego de que su víctima no pudiera defenderse siquiera, saltó contra el otro² que tenía frente a él y se le abrazó a la cabeza, rasguñando con sus garras el cuello del sectario con saña, intentando buscar la columna de éste. Pero esta vez su objetivo lo vio venir...

-A ver perrito, perrito, ocúpate del loquito, ¡loquito!- gritó mientras recibía los puños del joven abrazado.

Unos segundos después de Marcel alzase las estalagmitas de acero negro, la pequeña y chillona criatura que revoloteaba por toda la sala del altar dio una pequeña cabriola y estalló de felicidad tras un último grito de júbilo:

—¡ESPECTÁCULO!

Sus restos salpicaron la túnica ceremonial de Marcel y a parte de los cuerpos destrozados en el suelo.

Las ratas saltaban de corista en corista, mordiendo y rompiendo tejido allá por donde pasaban, pero evitando acercarse demasiado al genocida que posaba teatralmente detrás del altar. Los pobres roedores no sabían si debían temer más a aquel joven o a la masa informe de extremidades que se revolvía sobre el mármol.

Tras los esfuerzos combinados de Babaccar, Arnault y la fiereza descarnada de Kaleb, el resto de coristas cayeron inertes. El acero atravesó limpiamente la carne. Las garras abrieron heridas e inmovilizaron. Las fauces trituraron.

Y solo quedó uno. Un único corista rodeado por ratas y con las manos en alto pidiendo clemencia. La capucha le cayó y vieron a un joven de unos 17 años, mortalmente asustado y que había arrojado a un lado su única arma.

Marcel, irritado, se giró hacia su hermano.

—¡Toulouse! ¡No seas cobarde, los tenemos dond…! ¡AFGH! —una de las dagas que le había arrojado Tancredo le dio de lleno en el hombro, manchándole la túnica de sangre.

—¡Desgraciados!

Las grietas del mosaico en el suelo empezaron a sisear. Antes de que pudiesen ponerse a cubierto, nebulosos jirones de bruma treparon por el cuerpo de los presentes. Una humareda púrpura que enturbiaba sus sentidos y les debilitaba poco a poco.

El último de los coristas cayó fulminado, echando espumarajos por la boca. Arnault y Kaleb lograron evitar la mayor parte del veneno, pero Babaccar y Tancredo se llevaron la peor parte. Volk y Le Maison también se movían con dificultad entre las carcajadas de Marcel.

Kaleb, aunque no era Kaleb del todo, se sentía horrorizado con lo que estaba viendo. Por más que su consciencia seguía presente, había momentos en los que se sentía salvaje, incivilizado... maleducado.

-Oh... Marcel, Marcel... lo que le espera a su merced...- dijo el gnomo con esa voz inquietante que tenía en aquella forma primigenia, mientras comenzaba a correr hacia Marcel pero rodeando los zarcillos -Doler, doler, doler... eso va a acontecer...-

Parecía que algún resquicio musical quedaba...

La bruma le molestaba, y resoplaba para que no entrara tanto en su interior, pero tal vez era algo que no se podría evitar por siempre.

Por fin parecía que la balanza empezaba a inclinarse a su favor. La aparición de Le Maison y Volk había sido determinante y ya solo ante ellos permanecía un cultista pidiendo clemencia y Marcel, amén de sus demoniacas invocaciones, claro.

Babaccar se preparó para saltar a la yugular del líder, ávido de sangre, cuando de repente una nueva invocación empezó a inundar la sala de un extraño vapor demoniaco.

Antes de que se pudiera dar cuenta, sus pulmones habían absorbido aquel extraño humo púrpura y sintió como empezaba a quemarle por dentro, ahogándole, destruyéndole desde el interior. El familiar sabor metálico de la sangre inundó sus papilas gustativas pero esta vez no eran las de sus enemigos.

Se sentía débil pero estaban tan cerca... Ante él se mostraba la duda de si lanzarse a la ataque o tener un poco más de paciencia. Les superaban ampliamente en número y, al menos, parecía que su estrategia de distraer el ritual para evitar la invocación había funcionado. Apenas un zarcillo permanecía peligrosamente anclado a la realidad pero, sin duda, aquello era una mínima parte de lo que podía ocurrir de completar el ritual.

Todavía no era el momento de sacrificios heróicos. Kaleb, en su forma transformada, se dirigió hacia el sur, rodeando la posición de Marcel, llamando su atención. Babaccar captó sus intenciones y replicó el mismo movimiento hacia el lado contrario. Intentarían rodear y distraer a Marcel para que sus compañeros, mucho mejores en combate, tuvieran un blanco más fácil.

Arnault contempló como todos los enemigos iban cayendo y, a excepción de un par de ellos, el grupo se aseguraba la victoria. Por tanto, decidió agacharse y recobrar el aliento, estaba seguro de que su presencia no sería determinante en esos momentos en los que tenían la situación bajo control. En cambio, las múltiples puñaladas recibidas y los cortes que las estalactitas le habían producido habían terminado por agotarle. Un pequeño descanso le vendría bien para recuperar fuelle y examinar de paso si sus heridas revestían mayor gravedad de la que él pensaba. No obstante, mantuvo un ojo en Marcel y los enemigos restantes por si la cosas se torcían. Aunque aquella insidiosa niebla no paraba de molestarle en los ojos.

—¡Para, maldito niñato! ¡No tienes maldita idea de lo que estás haciendo! ¡No puedes controlar tanto poder!
Tancredo buscaba otra daga que arrojarle a aquel sujeto tan odioso, cuando del suelo comenzó a subir una niebla purpúrea e inquietante. Me cago en... Aquello se le metía a uno por los ojos y las narices, era irritante y doloroso. Impedía bastante la visión, pero pudo agarrar otra daga y lanzarla como pudo. Rozó a Marcel de refilón, cortándole un mechón de pelo.

—¡Para ya, estúpido! ¡Nos vas a matar a todos! ¡No puedes controlarlo! ¡Nadie puede hacerlo!

Otra de las dagas logró impactar el brazo derecho de Marcel, haciéndole gruñir de impotencia. Se sentía furioso y defraudado. Ni los inquisidores y los criminales de Corvo no habían acudido al Mausoleo. ¿De qué había servido tirar de influencias, conspiraciones y contratos con los bajos fondos? Todo para que la puñetera marquesa de Avellaneda aniquilase a la mitad de su Hermandad, llevándose también al Demonio de las Puertas Asciferes. 

—¡Sois vosotros los que no lo entendéis! —vociferó—. ¿Por qué creéis que contábamos con el apoyo de la Santa Inquisición? La Iglesia de Lineras necesita derrocar a Laforet* y nosotros somos su mejor baza. Rimbrodogg me revelará los secretos de la Muerte y la Vida, sembraré el caos y luego repararé todo el daño. Obtendré conocimiento y poder. La Iglesia conseguirá el dominio sobre la ciudad y más dinero para sus cruzadas. ¿No veis lo brillante del plan? ¿Acaso no trabajáis vosotros para la Iglesia también? 

Marcel chasqueó los dedos. Dos de los zarcillos del altar se lanzaron hacia los tobillos Arnault y Kaleb, levantándolos en el aire y zarandeándolos cual pregonero con su campana de latón.

—¡Rendíos ahora y ninguna muerte habrá sido en vano! 

Mientras tomaba aliento algo le agarró de los tobillos y lo alzó en el aire como si fuese un pescado bocabajo en el anzuelo de un pescador. Intentó recuperar su espada antes de que lo arrastraran por el suelo para después alzarlo, pero no estuvo tan rápido de reflejos. Por fortuna tenía una daga en el cinturón, pero no encontró cuerda alguna que le sujetase los pies si no algo más extraño.

-¡Mierda! - Exclamó el joven, que se vio sorprendido por la repentina sacudida.

Babaccar trató de concentrarse, echándose a un lado temporalmente. Marcel trataba desesperadamente de convencerles de su alocada posición. El muy imbécil pensaba que podía dominar a la oscuridad a voluntad e incluso controlar su poder de corrupción. Niñato. La oscuridad solo es fiel a sí misma y solo tiene una única voluntad, el vasallaje o aniquilación de toda criatura viva.

No obstante, sus palabras empezaban a mostrar síntomas de debilidad, de que estaban cerca de lograr su objetivo de derrotar a la hermandad pero la oscuridad todavía era fuerte en Marcel y los zarcillos de Rimbrodogg luchaban por abrir el paso del demonio hacia la realidad.

Kaleb y Arnault se balanceaban peligrosamente atrapados por los zarcillos pero Babaccar intuía que ambos encontrarían la manera de salir de la situación mientras Le Maison y Tancredo aprovechaban que los zarcillos no podrían encargarse de sus compañeros y proteger a Marcel.

Siendo así, el druida debía aprovechar las distracciones desde múltiples frentes para atacar desde donde menos se le esperase y directo al corazón del cultista. Forzosamente Marcel debía tener alguna debilidad que se les estaba escapando, algo que acabase con esto de una forma limpia y rápida pero cuál.

Kaleb sentía la fuerza de su nuevo cuerpo como si se encontrara en un habitáculo, dentro de la mente del Gnomo Primordial. Era extraña la sensación, porque el veía a través de los ojos de la criatura, que en fin de cuentas eran los suyos propios, pero como si estuviera viendo una pintura en movimiento. Era extraño y apasionante al mismo tiempo. Podía darle una dirección a las acciones, pero la forma de realizarlas no eran precisamente las que él hubiera hecho. Era como si le insuflara un grado de salvajismo animal que le resultaba grotesco.

Hasta que dejó de sentir el suelo.

-¡Eeeeepaaa!- chilló el gnomo al sentirse elevado del suelo.

Cuando se percató de lo que sucedía, se agarró al zarcillo en un movimiento solamente permitido por los abdominales naturalmente trabajados (que el cortesano nunca llegaría a tener), e hincó sus dientes y garras buscando la forma de cortar ese zarcillo extraño de oscuridad y viscosidad.

-¡Suéltame tenta-culitos! ¡No es contigo sino con el ñiñato imbécil!- y luego de morder, escupió un pedazo de... algo, salpicando con más "algo" hacia todas partes -¡Puaajjj!-

—¡Yo no sirvo a la iglesia, y menos a la inquisición, so mameluco! ¡Y en el caso de hacerlo serviría a la iglesia, que no es lo mismo que la inquisición!

Y le tiró otro puñal.