Partida Rol por web

Babaccar logró a duras penas alcanzar el estilete. Por desgracia, una punzada de dolor le hizo tropezar a pocos centímetros del arma, atrayendo la atención del engendro. Había caído sobre su contusionado costado y el impacto le impidió reaccionar a tiempo: Frère Jacques estaba sobre él.

Cual caballero andante, Tancredo se apresuró a alcanzar al druida antes de que lo hiciese la bestia y preparó un sencillo hechizo de invisibilidad. Por supuesto, en un ambiente tan contaminado por las inconstantes energías del Caos, la magia del brujo se expandió y tuvo un efecto inesperado:

La brujería no es una ciencia exacta, especialmente cuando el caos se entromete, y eso fue lo que pasó. Lo que tenía que ser un simple hechizo de invisibilidad basado en un efecto de desmaterialización ilusorio condensó la solidez visual que le fue arrebatada a Babaccar en un hechizo de petrificación que fusionó la pierna de Fere Jacques al suelo, impidiéndole perseguir a los aventureros.

Ahora el engendro daba manotazos al aire y gritaba sin poder alcanzar a nadie. 

A pocos metros de ellos, la entidad que flotaba frente a Kaleb comenzó a elevarse en el aire. Sus bolsas se hinchaban y soplaban de forma atronadora. Esta vez había algo distinto en su forma de moverse y de barritar, como si siguiese un patrón concreto. El cronista se frotó los ojos. ¿Eran imaginaciones suyas o todo el lugar se había vuelto más borroso? Poco a poco, el resto de presentes empezaron a experimentar lo mismo. Todos despertaron de su trance en el momento en el que la criatura interrumpió su concierto y la realidad a su espalda se distorsionaba cada vez más.

¡Rápido, tapaos los ojos y los oídos! ¡Va a abrir un portal hacia el abismo!

En medio de todo aquel embrollo, logras distinguir las últimas notas que la entidad decidió compartir contigo. Los patrones del final te recordaron a la forma en la que los magos pronuncian los hechizos —símil que, si se tiene en cuenta el resultado, resulta bastante acertado—. No obstante, antes de abrir el portal, su sonata te llegó alta y clara:

«Adiós, es hora de volver.»

Kaleb abrió los ojos, sorprendido ante toda la situación, y por sobre todas las cosas, por la comprensión caótica y armónica que había alcanzado en aquel concierto sobrenatural con la criatura.

Esbozó un murmurllo, un saludo, hasta que comprendió lo que se avecinaba.

-¡Rápido, tapaos los ojos y los oídos! ¡Va a abrir un portal hacia el abismo!- gritó para alertar a los demás, pero él mismo desoyó sus propias palabras, buscando despedirse de la criatura.

Entonó unas armonías con la simple voz, intentando comunicar un agradecimiento y un saludo... pero tal vez había logrado algo más, algo que no condecía con el riesgo que estaba corriendo.

Había brujos con suerte, y luego estaba Tancredo.

—¡Maldita gaita astral! ¿Por qué no te marchas a tomar por culo de aquí?

Arnault se sentía confundido, aquella situación le había sobrepasado por completo. Desorientado miró a su alrededor y contempló sin comprender muy bien cómo se había desarrollado la caótica escena que no terminaba de entender muy bien. Le dolía la cabeza con una punzada profunda y estridente que le obligó a cerrar un ojo durante unos instantes hasta poder recomponerse.

No entendía muy bien qué acababa de hacer. Una fuerza le había golpeado y parecía haberle despegado de una especia de ilusión. Las sombras que se burlaban de él ya no estaban, a su alrededor se encontraban sus compañeros y cerca yacía Iacobus malherido. Pero pronto todo eso dejo de importar, cuando la extraña criatura empezó a inflarse como un sapo y todo se volvió borroso. Kaleb gritó algo y Arnault le miró sin comprender. Sólo en el último segundo logró reaccionar y cubrirse la cara contra el suelo y taparse los oídos.

La grieta se cerró con un desagradable sonido de succión. Kaleb y Babaccar miraban con los ojos como platos el lugar donde la criatura había desaparecido, completamente inmóviles. 

Frère Jacques tenía la cabeza y las manos llenas de sangre. Yacía en el suelo, gimiendo aterrorizado y dolorido. Con una de sus ensangrentadas y deformes manazas se sujetaba gran parte de la cabeza. Con la otra se sujetaba el costado en el que Babaccar había clavado el estilete, todavía grisáceo y agrietado.

Tancredo, que pareció recordar algo importante, consiguió  librarse de la exposición refugiándose bajo una tunica más o menos intacta.

La gracia de los dioses (o tal vez tu célebre potra) ha querido que recordases tu experiencia onírica vistiendo los zapatos de Marcel Derain.

Así es como se protegen los de la Veritas lux mea. Para evitar exponerse al Abismo, se valen de la protección magica de sus tunicas.

Correcto. Aunque hay muchas que están hechas polvo.

—¡Eres un cabeza de chorlito! —dijo Tancredo, refiriéndose a si mismo. —¡Las túnicas de los cultistas están diseñadas para protegerse de las energías del abismo, y están ahí, tiradas con esos cadáveres esperando a que alguien las use!

Ni corto ni perezoso, Tancredo se puso a saquear los cuerpos, buscando una túnica que no estuviese dañada, ignorando los gritos de Frère Jacques, que tenía una pierna fusionada al suelo.

—¡Venga, remolones! Ellos ya no las necesitan, y nosotros sí.

Kaleb se refregó los ojos, como si hubiese estado dormido. Se sentía extraño, pero sólo eso. ¿Qué había sucedido? No recordaba más que la criatura extraplanaria, y el increíble concierto que habían ofrecido. Y como si los sonidos llegaran todos juntos de pronto, escuchó el quejido de Frère Jacques, y las palabras de Tancredo.

-¿Qué?- preguntó sin entender demasiado, pero confiando en que si el sinvergüenza les decía algo así, era por algo y prefería confiar y parecer ridículo que no hacerlo y sufrir las consecuencias.

Mientras rebuscaba unas túnicas que al menos pudiera acondicionar para su tamaño, intentaba rememorar lo que había vivido. Sentía que había algo que había percibido se le escapaba, como cuando uno ve algo por el rabillo del ojo, y cuando enfoca la mirada no hay nada. Era desesperante para una persona curiosa como él. Y en ese momento recordó un viejo dicho: "la curiosidad mató al gato". Un escalofrío recorrió su espalda, pero seguía sin entender el qué.

Babaccar se retorcía en el suelo, magullado y dolorido. En su cabeza resonaban las notas que aquel ser del infierno había expulsado antes de volver al reino de pesadilla del que procedía, y supo que jamás se libraría de ellas. De algún modo el engendro había tocado su mente y las consecuencias de algo así no son algo que un simple mortal pueda desechar. Solo el tiempo podría decirle cuánto le había afectado y de qué manera.

La pregunta era, ¿qué hacer ahora con Frére Jaques? La lógica decía que acabar con él era lo más seguro pero ahí estaba, a escasos centímetros luchando contra el sufrimiento y una mente confundida como él mismo estaba haciendo.

El druida se decidió a tomar de nuevo el frío estilete entre sus manos pero todavía incapaz de decidir si debía rematar el ex fraile a sangre fría o tratar de ayudarle.

Mientras Tancredo rebuscaba y amontonaba todas las túnicas que podía encontrar*, Hugo se había apresurado a asegurarse de que Kaleb y Babaccar no tenían secuelas físicas. Se alivió al comprobar que parecían intactos. Tras un vistazo rápido, se acercó junto con Le Maison para tratar de estabilizar a Iacobus, que seguía inconsciente y perdiendo sangre a un ritmo alarmante.

Por el rabillo del ojo, vio como el druida se aproximaba hasta Frére Jacques. 

—Me temo que lo único que puedes hacer por él es ser misericordioso y bendecirle con una muerte rápida —dijo mientras le aplicaba un vendaje al brujo—. Su cuerpo está demasiado corrompido como para que ninguno de nosotros pueda hacer nada, Babaccar.

Arnault había logrado cubrirse justo a tiempo contra el suelo para refugiarse de la explosión, pero había sido tan al límite que sin querer había llegado a ver algo de lo que allí ocurría antes de taparse con las manos. Un destello de luz acompañado de imágenes horribles se coló en su mente y le atravesó como un relámpago que le sacudía hasta la piel y le erizaba el vello de los brazos.

Unas voces le susurraban algo al oído, y cerró los ojos con fuerza para dejar de escucharlas. Pero sentía que le dolía un ojo y parte de ese lado de la cabeza como si una fiebre ardiente le hubiese golpeado de pronto. El joven rodó por el suelo y apretó su frente contra la tierra como si esperara que así el dolor, y los susurros, desaparecieran.

Cuando al fin logró acostumbrarse a lo que le estaba ocurriendo se incorporó y notó como todo su cuerpo se sacudía con espasmos que no era capaz de controlar. Miró sus manos temblorosas, sintiéndose completamente aislado de lo que el resto hablaba, y trató de comprender qué era lo que había visto.

—Yo mismo le daré muerte —dijo Le Maison, incorporándose y dejando a Iacobus en manos de Belmonte—. Mi deber es erradicar a este tipo de atrocidades, y Tancredo ya dijo que lo necesitaba muerto para obrar sus nigromancias.

El rostro del caballero se contrajo en una mueca de asco al pronunciar aquellas palabras. No terminaba de estar convencido del rumbo que debía tomar. ¿No estaban acaso enfrentándose a servidores de la Diosa y aliándose, de paso, con brujos, asesinos, bastardos y nigromantes? La Inquisición se había aliado con cultistas que estaban perjudicando a toda la ciudad, ¿pero y si tenían un buen motivo para todo aquello? ¿Cuál era realmente su deber?

- Algo me impide acabar con este ser impío- negó con la cabeza- siento que el hombre todavía se debate en su interior... o quizá eso es lo que quiero creer. No lo sé.

El druida tendió el estilete a Le Maison.

- Ten- le dijo- este estilete tiene algún tipo de propiedad mágica contra estas criaturas. Es mejor que lo porte un guerrero. Mis brazos ya no son lo suficientemente fuertes... y por lo visto mi cabeza tampoco.

Tancredo había arramplado varias túnicas relativamente intactas y las estaba repartiendo entre sus compañeros. No por disfrazarlos de cultistas, si no porque el diseño y los encantamientos protectores de las mismas desvía las energías caóticas.
En esas estaba cuando se acercó a Babaccar para darle una y escuchó su conversación.

—Maese, si el hombre está dentro hay que abrirle sin dilación un agujero para que pueda salir, y creo que nos lo agradecerá contestando a nuestras preguntas. Ese cuerpo ya no es otra cosa que una tortura, y darle muerte es un acto de piedad.

Kaleb miró extrañado por un momento la túnica, acortada "meticulosamente", y se la colocó sin más. Si hubiese estado en la Corte, no lo habría hecho: prefería tentar al destino caótico que mostrarse de esa forma, pero allí abajo, con toda esa panda de zaparrastrosos como él en ese momento, no había de qué preocuparse. Y si Tancredo tenía razón, aún mejor.

-Déjenme intentar algo antes- dijo el gnomo acercándose cautelosamente, buscando la mirada del otrora hombre -¿Jacques? ¿Estás ahí?- y luego de preguntar, comenzó a entonar una melodía suave, repetitiva, como si de un mantra se tratara.

Había aprendido esa técnica de un profesor bastante controversial... ¿cómo era su nombre? Sri... bueno, algo así. Pocas veces la había utilizado mezclada en sus improvisaciones, pero las veces que lo había hecho, había obrado milagros ante la enajenación mental.

Le Maison apenas se dignó a mirar el estilete que le ofrecía el druida. Se aproximó inexorable, desenvainando la espada de mano y media, dirigiéndose hasta el engendro con paso seguro.

—No usaré armas impuras para obrar la justicia de Lineras, maese Babaccar.

No obstante, cuando estuvo a punto de alzar su acero en un movimiento ejecutor, el caballero se detuvo en seco para escuchar a Kaleb.

—Adelante, pero a esta criatura solo le aguarda la piedad de una muerte misericordiosa.

En el aire ya no flotaba aquella sensación de distorsión que habían experimentado minutos antes. La realidad se había estabilizado, ¿pero cuánto duraría?

La melodía de Kaleb resonó monótona y tranquilizadora, sin el menor atisbo de disonancia. Frère Jacques seguía revolviéndose con su cuerpo hinchado. Le habían cortado, petrificado, congelado y una larga lista de cosas mucho peores a lo largo de su corta vida. Ahora, mientras sus vidriosos ojos buscaban los del cronista, empezaba a sentirse en paz por primera vez en mucho tiempo.

Cuando habló, lo hizo con el timbre de un muchacho al que hace poco que le ha cambiado la voz. Una voz humana, inocente y asustada.

—¿Marcel? Te lo juro, yo no quería. Los gritos, los experimentos, lo que estamos haciendo está mal. Yo… ¡Debía marcharme! Jamás te habría delatado, pero debía irme.

La torpe vocecilla de Frère Jacques resultaba fuera de lugar en aquel monstruoso recipiente. Cada vez se sentía más asustado y miraba al cronista buscando perdón, como si solo él pudiese ayudarle a salir de aquella pesadilla. Volvió a hablar tras varios gimoteos confusos. Esta vez, sin embargo, no había atisbo alguno de paz en sus palabras.

—¡Nooooooo! ¡Por Lineras, te lo suplico! ¡No lo hagas! ¡No lo volveré a hacer! ¡Socorro! ¡SOCORRO! ¡SOC-!

Un silbido y un crujido desagradable interrumpieron sus gritos. La cabeza de Frère Jacques se desplomó sobre el granito, separada limpiamente de su cuerpo infectado. El caballero del Santo Pendiente le había dado un misericordioso final.

Cuando Kaleb alzó el rostro, se sobrecogió ante lo que vio. Esperaba reconocer la mirada fría de un verdugo sin alma que obra creyendo que sirve a un bien mayor, pero en su lugar le reconfortó encontrarse con unos ojos muy humanos. Unos ojos anegados en la sombra de una amarga tristeza. Una lágrima cayó al suelo y Le Maison se alejó, en silencio.

—Haz lo que tengas que hacer, Tancredo —dijo simplemente, envainando su espada.