Partida Rol por web

-¡Viva el caballero de Santiago!-

El murmullo que oiais desde hace la hora prima, se transforma en griterío. Demasiadas voces para un pueblo así. Probablemente estén todos los vecinos alrededor de vuestra casa. 

-¡Vivan los conjuradores!-

La situación os suena, pues es similar a la comitiva que os sacó de la venta de Timoteo ayer. Tan parecida resulta, que los conjuradores se inquietan; Pere hace amago de esconderse tras un arcón, pero Froilán les calma recordando que aquí no les espera Ordalía alguna. Fray Tomás duerme todavía bien vendado. Las vendas, jirones de paños y vestidos viejos que sacó Tegidria "la vieja" a mitad de la noche, se han empleado en abundancia con Fray Tomás y ahora os dais cuenta de que pueden no ser suficientes para cubrir las dentelladas sufridas por el grupo. 

Tegidria sale otra vez a buscar agua. Es una extraña anciana. Un brillo de inteligencia se muestra en sus ojos, y aunque menuda, parece ágil y fuerte. No ha perdido muchos dientes. Al parecer lleva Vvuda desde hace tanto tiempo que ya nadie recuerda a su marido, más que era un pardo y amigo del padre del Conde. Habita sola en una casa grande, de dos plantas, que sirve de venta en verano para los pastores de mestas y comerciantes que se acercan al pueblo. Todo esto os había contado durante la noche, mientras asistía a Froilán a vendar a su amigo.

Godesteo había insistido, tras un rezo a santa Catalina, en escupir en las vendas a aplicar, y Froilán había  recitado un solemne ensalmo al hacerlo. Fray Tomás se había despertado, para caer dormido inmediatamente, ya con semblante relajado, tras suspirar. 

Una vez el ensalmador embalsamado, los tres peregrinos restantes habían procedido a limpiar, vendar y escupir en sus propias heridas, rogando favores a santos varios. No así Godesteo, que seguía empecinado con su santa. Y ahora os ofrecen hacer lo mismo con vosotros. 

Imposible dormir con tanto trasiego. Y pasado el alba, y al empezarse a oir voces fuera de la casa, empezásteis a pensar que no vais a poder descansar ya.  Probablemente, don Tancredo, al que arengan desde fuera, y su escudero Tiago, hayan tenido más suerte, puesto que el caballero de la orden de Santiago fue convidado a pasar la noche en el castillo de Ucero. . Incluso, Benvido, que se empeñó en dormir en la carreta, a pesar de las advertencias sobre los lobos, puede que haya descansado más. Sólo aceptó meter la carreta y bueyes en el patio tapiado del vecino de Tegidria como refugio. 

- ¡Saliiid!- Gritan..
 

El camino te resulta familiar. Y te despierta recuerdos. 

Pasado un buen rato, el burro comienza a estar cansado, y te ves obligada a bajar el ritmo un poco, a pesar del temor a ser aprehendida. A un lado el río Ucero, oculto entre matorrales y cañas, aunque se oye pues va crecido; y al otro, el arbolado, que también se oye pues es meneado por un viento fuerte.  Tienes frio, aunque luce el sol. Pero tras un requiebro, notas algo anómalo. Los matorrales a la derecha están chamuscados, y el suelo del camino está revuelto, con pisadas bien visibles. Puedes ver también jirones de ropa enganchados en algún matorral, y también un hacha rota. 

Por fin conseguimos llegar a Ucero, nos alojaron en casa de una viuda y allí los salutadores atendieron a los que estábamos heridos.

No fue una noche de mucho descanso y apenas nos encontrábamos recuperados cuando comenzaron los gritos y murmullos fuera de la casa. Parecía que la multitud estaba ansiosa por ver a los monjes.

Intento mirar por una ventana para ver cuanta gente está reunida fuera y cuál es su intención. No me apetece encontrarme otra muchedumbre como la de Burgo de Osma.

Has dormido poco. Estás acostumbrada a oir los ruidos del bosque en soledad. Y el trajín te impidió dormir al principio y cuando el agotamiento venció tu consciencia, los rezos a viva voz te volvieron a despertar. Pero casi lo agradeces, pues tenías un mal sueño.
Dos inmensas lunas llenas brillaban en una oscuridad sin fin. Una, arriba, en un firmamento sin estrellas y la otra, debajo  arrugada como si fuera líquida. Tardaste en comprender que era un reflejo en el agua. Agua tan negra como todo lo demás. Y angustiada, despertaste entre sudores. 
 

Con el susto en el cuerpo y empapada en sudor frio por el recuerdo de la noche me levanto bruscamente acuciada por los gritos del exterior. Cai rapidamente presa del sopor anoche mientras la vieja Tegidria enmendaba los entuertos que habian causado las dentelladas de los lobos en los cuerpos de mis compañeros de viaje

Ahora la veo moverse entre nosotros recogiendo enseres y vasijas usadas durnate la noche et preparando el local para el dia que va a comenzar

Me asomo junto con Nuño a la ventana para ver de que va la escandalera

-Que ocurre Nuño? Las gentes se han vuelto locas?

La calma y tranquilidad del reparador sueño se ve chafada por el griterío exterior. Parecía que acababa de cerrar los ojos, pero el profundo sueño ha traído rápidamente las primeras luces del día.

—Buenos días, compañeros. ¿Qué es ese jaleo?

Al incorporarme, siento todas las magulladuras del cuerpo. La batalla con los lobos estuvo a punto de tener un final trágico. Y para más inri, aún noto la quemadura en el pecho que me hice con el caldero de la maldita ordalia.

Hago un gesto a Tiago al recibir la invitación del señor de Ucero. Vamos, zagal, seguro que allí hay posada también para nuestras monturas que bien sabe Dios que necesitan un descanso. Encárgate de ellas y después aprovecha también para descansar que a fe de los últimos acontecimientos, vamos a tener que reunir fuerzas para lo que se avecina.

Ni los extraños ruegos, ni los enjuagues en las vendas inspiran gran confianza en vosotros. Y menos a Zacarías, al cual los santos invocados le resultan ajenos. Tal es la desconfianza del judío ante el santoral y tanta es la repulsión a la saliva de Godesteo, que de resistirse, Froilán renuncia a vendarle. 

No así con Nuño, que se deja vendar, aunque es escéptico con la liturgia improvisada que se hace para hacerlo. 

Tras dejar el pueblo de lado, a oscuras, acompañáis a los jinetes subiendo al cerro donde está el castillo de Ucero. Es una construcción pequeña, pero convenientemente amurallada, que disimula un mantenimiento mediocre, tras su austeridad. De noche cerrada, no podéis ver mucho más. Y cuando descabalgáis, mientras Tiago se encarga de los caballos, a tí te guían los caballeros afeitados a la Torre del Homenaje, donde ordenan a los criados que preparen una cama en la primera planta, en la sala donde hay una mesa y jamones y carnes cuelgan de los solivos del forjado. La cama queda separada del resto de la estancia por unos tapices viejos, y al irse, y llevarse las antorchas, os dejan que descanséis a oscuras. 

Caís rendidos.

Es de día, y hay trajín en la estancia de abajo, pues parece la cocina. Unos pasos se oyen al otro extremo, por donde estaba la escalera. Alguien baja, y entre una rendija de las telas que cierran la cama puedes ver una figura oscura que se acerca y se sienta a la mesa frente a la cama, y queda pensativo. 

Apresto mis vestiduras y me pongo presentable para, a continuación, con un carraspeo, hacer a un lado los tapices y salir a la sala, donde saludo con una leve inclinación al pensativo caballero. Buenos y prósperos días, señor. Tancredo, señor de Fuenfría a vuestro servicio. Me siento en la mesa y le sonrío. Y a fe mía que llego en buen momento viendo lo que pulula por los caminos. ¿Y vos sóis?

-Esto no pinta nada bien- Resolvió para sus adentros al tiempo que se bajaba del caballo. -Parece que la guerra ha pasado por aquí, o al menos bandidos.

-Bandidos...- Esa última palabra la hizo dudar sobre lo siguiente que debería hacer, sin embargo finalmente se decidió y tomó al burro de la brida al tiempo que le acariciaba para que se mantuviese calmado. Dirigiéndolo con mano firme al interior del bosque. Debía salir del camino. Los asaltantes podrían estar por ahí cerca y la podrían ver de un momento a otro.

Aquel sería un buen lugar para descansar, sin embargo antes tenía que alejarse del rastro de la destrucción, aún reciente.

- Bien parece que sí, señora - le respondo a Orosia mientras sigo mirando por la ventana.

- Froilán, Godosteo - les comento a los frailes que están más tranquilos - hay una muchedumbre reunida, no tan grande como la de Burgo, pero ya sabemos que sucede con la gente reunida, tal vez deban salir a saludar y ver que quieren para que se tranquilicen un poco -

Las curas que Froilán me hizo anoche, algún efecto tuvieron, por lo menos había dejado de sangrar las heridas, pero aún seguía dolorido. Pensé que si salía podía ir en busca de Benvido y aceptar su oferta de ayudarme también, que buena paliza me lleve ayer.

Hay otra muchedumbre como la de Burgo de Osma fuera de la casa. 

Al abrir la contraventana, algunos se percatan y señalan la ventana, y podéis ver como algunos se aglomeran bajo la ventana, Y otros frente a la puerta. Pareciera una escena irreal, completamente ajena a la oscuridad del interior de la casa, hasta que véis desde la ventana como empiezan a aporrear la puerta, los golpes retumban en el interior. 

-¡Tegidriiiaaa! ¡Abriiiid!

La multitud es diferente a la de Osma. No hay gorros, sino pañuelos y capuchas. No hay colores otros que no sean marrones, desde oscuros casi negros hasta los claros, de tejidos blancos sucios. Hay mujeres, pero ninguna lleva la cabeza descubierta, muchas van descalzas, como los niños, alguno de los cuales va vestido casi con un simple saco. Y se ven caras famélicas, dientes salientes y ojos hundidos, que ahora miran a Orosia y a Nuño con esperanza. 

-¡Tegiiiidria!- 

- Aquestas bestias, non los lobos, más los vecinos van a fazer grandes estragos con la puerta como non abra ayna...-

Dice Tegidria con el ceño fruncido. 

-Muchas hambres dicen pasar... más pareciera que han fuerza bastante como para echar abajo el portón de un castillo.-  

-Creo que todo el pueblo ha fecho vigilia para daros la bienvenida, peregrinos.-

-Froilán, Nuño... salgamos et recemos arrodillados un Pater Nostrum et un Ave María, que las buenas gentes de Ucero como damos gracias al señor haber salido vivos et que fagan como nosotros.-

-Después podemos dar las gracias a San Julián, por el reposo de esta noche...- Dice Godesteo mirando a Tegidria sonriendo francamente. 

Pero Froilán no parece convencido. 

Te adentras entre los chopos y al avanzar apartas ramas con las manos. No es un bosque muy espeso, pero algunas ramas te arañan a tí y al pollino.  Al notarlas, notas que están heladas, como si una helada les hubiera caído en el más frío día de invierno. Al ver un trozo de flecha en el suelo, te paras. Y entonces oyes un aullido lejano. Los trinos de los pájaros que hasta ahora te reconfortaban, ahora te parecen indiferentes a tu miedo, y burlones.

Se oye otro aullido de lobo, esta vez más cercano.

Le sigue otro aullido lejano que viene de la dirección opuesta. Y después dos, tres, cuatro que se superponen a la vez. 

El hombre fija la mirada en tí, y comienza a hablar tranquilo y cansado. 

- Por seguro sé quien sois, don Tancredo, señor de Fuenfría, pues aquel que digo "El Quebrantahuesos" ya fizome saber de vuestra arribada. Et que aquesta visita fáceme un inmenso honor  et sirve de bálsamo en aquesta situación desesperada. Mis guardas dijéronme cómo acabásteis con un buen puñado destas animalias et luchásteis contra una bestia aún más viciossa que bien pudiera esser salida del averno..- 

Tras decir esto, se anima y se levanta para ir a estrecharte la mano cordialmente. Tienes ante tí a un hombre alto y fuerte de rasgos nobles y respetables, pero al que el cansancio parece haber vencido hasta manifestarse de varias formas diferentes en ellos.  Ojeras, barba y pelo descuidados. Y se apoya en la mesa para acercarse a tí, como si le faltaran fuerzas o determinación. 

- Soy don Gregorio, señor conde de Ucero. -

Se fija en tu sobrevesta y sonríe francamente, mientras arruga el rostro con tristeza. 

- Hubo un tiempo, cuando yo era joven, en el que yo partí de Ucero como caballero de la orden de Calatrava a batallar a los infieles... -

Al salir al patio del castillo y dirigirse al aljibe, Tiago se encuentra con uno de los dos caballeros de anoche que, apoyado en la puerta, le excruta con detenimiento.

Hay algo extraño en su mirada excrutadora. Un tic nervioso en su ojo izquierdo. No hace ademán alguno de acercarse al pozo o de entablar conversación. 

Los golpes en la puerta cesan gradualmente, además de los gritos. Poco a poco se va haciendo el silencio fuera de la casa. Desde la ventana, veis como algunas gentes que seguían hablando animadamente son chistados y ponen caras de perplejidad. Sólo cuando la calle queda en silencio, entendéis el cambio de humor. Se oyen aullidos de lobo a lo lejos. 

Poco a poco la calle queda desierta. Cómo si nadie hubiera estado allí instantes antes.

Por lo demás, hace un sol radiante, que caldea la fria mañana.