Partida Rol por web

No puedo reprimir un pequeño sobresalto, ni evitar llevarme las manos a la boca sorprendido por la visión nocturna.

-¿Pietro? ¿Ludmilla? ¿Qué demonios habrá ocurrido? -me digo a mi mismo, alzando inconscientemente la voz más de lo que quisiera. Rápidamente comienzo a andar hacia allí con poca discreción, pero en seguida me doy cuenta del peligro al que puedo estarme exponiendo. -¿Y si no son ellos? -Dice la voz de mi conciencia. Continúo andando con mucho sigilo, deslizándome de sombra en sombra, acercándome a las enigmáticas figuras en total silencio, mientras intento descubrir algún otro atisbo sobre su identidad o su situación.

Una vez que todos se han marchado, Steve "Gianni" se desploma sobre la cama, dejándose caer inerte, mientras su cabeza buye, con todas las ideas y emociones del nuevo día y el nuevo mundo dando vueltas en su cabeza. Poco a poco, va dejando que el sueño teja su onírica red alrededor de su inquieta mente, no sin dejar de sentirse angustiado ante la posibilidad de despertarse en otro mundo, otro lugar, o incluso otro cuerpo.

La inquietante oscuridad de la noche y la densa inranquilidad de los sucesos de las últimas horas te acompañan de la mano a una interminable oscuridad vacua, que te result angustiosamente familiar. Un ruido lejano, más mecánico que estático, pero igualmente cíclico e histeriante, te escolta durante tu asfixiante deambular por la privación sensorial.

Las luces de la mañana más parecen un recuerdo de una vida mejor en el fondo de una mente atrapada, cuando la claridad comienza a rasgar el tupido velo de tu opaca aridez onírica cuando los rayos del sol acarician las contraventanas del cuarto en que te dormiste.

Al menos es de día de nuevo; las 8:00 de la mañana, a decir por el reloj.

En un principio, Steve se queda tumbado en la cama, como flotando a las puertas del nuevo día de realidad (o tal vez irrealidad). De repente, como activado por un resorte, se levanta de un salto, corriendo hacia el armario, a abrir la doble hoja de la puerta. Pero... un momento; en el armario no había espejo. Con el más lento de los pasos, haciendo menos ruido que la brisa matutina, se dirige hasta la puerta de su cuarto, girando la llave suavemente. A través de una rendija, se asoma al pasillo, para asegurarse de que ningún extraño franquee su camino hasta el servicio.

Steve comprueba cómo el vacío pasillo es abordado repentinamente por Heinrick, posiblemente con las mismas intenciones de ir al lavabo común que él.

Tras despedirme de mi buen amigo Patrick, y desearnos suerte, aquí vuelvo a estar, sólo, frente a la ansiada pieza.

-¿Por dónde empiezo?

Tengo que revisar todo el edificio, buscar entradas, lugares donde esconderse, sitios por los que burlar la seguridad, formas de abrir la urna...
-Lo mejor será que empiece por la exposición de Egipto y alrededores. ¿Dónde podría esconderme?

Las posibilidades para alguien de su experiencia eran muchas, pero John en seguida comenzó a ver pautas posibles en el aparentemente inocente entramado expositorio del museo. Las posibilidades principales de esconderse serían dos:

El baño público tenía paneles de falso techo, si la idea de esconderse en un water y que el guardia de turno lo pasara por alto no resultaba suficiente.

La otra era el cuarto de servicio que evidentemente utilizaría el personal de limpieza después de la hora de cierre del museo. El problema era que no había ninguna indicación pública de turnos de limpieza y difícilimente podía John saber ni a qué hora sería, ni si ese día habría turno de limpieza.

Sin embargo, quedarse dentro parecía una labor relativamente fácil. Posiblemente el mayor problema fuese, de hecho, salir del lugar. Si las puertas principales eran enrejadas al anochecer, como parecía el caso, conseguir una llave no sería fácil... salvo quizá pensando nuevamente en ese servicio de limpieza...

La otra posibilidad evidente era la expeditiva: precisamente con tan poco personal de vigilancia disponible, si se daba una alrama el caos sería considerable. Luego habría que agarrar uno de los pies de metal que servían para vallados puntuales y destrozar en el griterío la vitrina del objeto, para luego llevárselo rápidamente. Con su tamaño, pesando como el cristal, no debería de suponer un problema, ni siquiera para ocultarlo medianamente bajo la chaqueta y por un breve lapso, en una muchedumbre preocupada por otras cosas.

Pero luego... ¿qué? Evidentemente la última posibilidad presentaba más facilidades inmediatas, pero muchas más dificultades futuras: demasiados testigos como para que nadie cayera en la indumentaria melliza a la de los extraños nuevos socios de la Miscatonik, que además habían estado en todos los periódicos. Claro que tal vez fuese un coste asumible...

El revelador paseo por los alrededores comienza a formar una imaginaria escena en mi mente. En un momento puedo verme con la ansiada pieza en mis manos.

-Esto va a ser coser y cantar...

Pronto la soberbia inicial desaparece. En su lugar, una creciente ansiedad me hace darme cuenta del riesgo que puedo estar corriendo, no sólo yo mismo, sino también todos mis compañeros, que podrían verse implicados.

-¿Y si sale mal? -Me pregunto inquieto. Mi reflexión dura tan sólo unos segundos. -La decisión está tomada, tengo que seguir adelante. -Tras respirar profundamente un instante, continúo con la minuciosa exploración que me ha traído hasta aquí.

Ahora que se fijaba en la iluminación, STEVE podía advertir que el edificio se encontraría posiblemente en penumbra por la noche, salvo quizá por la propia iluminación de las cercanas farolas de fuera. A parte de esta, la de aquella fuente de iluminación que llevarán los guardias sería evidentemente la única.

La escena es ahora muy clara: puedo visualizarme abriendo la urna con el diamante que necesito conseguir. Tal vez para ganar tiempo podría reemplazar la talla con algo parecido, alguna especie de objeto de madera... aunque está claro que en cuanto alguien lo vea medianamente de cerca se dará cuenta del engaño.

Mi mirada se dirige hacia las escaleras de subida. -Alguien podría acercarse por ahí sin que me diese cuenta... -Con disimulo, estudio el piso de la escalera, mientras en mi mente voy pensando cómo podría ingeniar algún sistema de "alarma" pos si alguien se acercase a media faena.

Las escaleras del edificio eran la típica escalinata de planta cuadrada, que repartía a distintas estancias a los visitantes, a lo largo de los corredores planos que sucedían a sendos tramos de ascenso diagonal. En el centro de ésta un patio de luces arrojaba su vacío sobre una diligencia colonial con representativos maniquíes. La afluencia de gente no era excesiva, apenas para mantener un lento goteo de dos interesados observadores por habitación expositora.

Al fijarme detenidamente en la escalera dirijo mi mirada hacia arriba. Seguramente tengo una expresión de lucidez pintada en el rostro que más me valdría disimular, pues en mi cabeza están empezando a formarse ideas interesantes...

Me rasco la cabeza, como pensativo. -Está claro que por ahí no podré salir. Tal vez... no sé, está claro que he de buscar otra salida... ¿o tal vez no? Mientras estos pensamientos van dando vueltas a mi cabeza, me dirijo a la planta baja, consultando mi reloj por el camino. -Debe quedar poco para la hora a la que he quedado con Patrick.

El reloj deambulaba inexorable dejada ya atrás la hora del almuerzo y acefcándose a la del té, cuando Steve salió por fin a la luz del día. Cerca del museo podía ver el café en que se había citado con Heinrick, quien esperaba que tuviera noticias mejores que las suyas.

Steve regresa al interior del museo, donde se cerciora primeramente de que la valorada pieza que tanto había ocupado su mente en las últimas horas, siguiera en su lugar. Allí estaba, invitándolo, llamándolo y buscando su atención con sus asimétricos encantos. La luz no parece siquiera tocarla, mientras el sol va durmiéndose entre los altos edificios circundantes, dando paso a una esperada noche, que genera un nervioso picor característico en las manos de Steve. La excitación del momento cumbre. El momento está por llegar; es la hora de poner el plan en práctica.

Durante la media hora previa al cierre del museo, uno de los guardias se había mantenido celosamente en la cámara superior, observando la calle desde los barrotes del lugar. Posiblemente la comprobación de desalojo comenzaba allí, lo que lo convertía en un lugar privilegiado para comenzar el turno de noche.

Por ahí va el guardia.

Mis ojos le observan de forma disimulada, mientras me acerco con aparente interés a una máscara egipcia. La trayectoria de mi eventual enemigo por el pasillo me permite, aprovechando el giro del pasillo, descender por las escaleras sin ser visto. Cerciorándome antes de que nadie me observa, entro de un paso en el servicio intentando no ser visto. Una vez allí, echo el pestillo. Con el mayor cuidado posible, muevo una de las planchas del falso techo. Subido sobre el inodoro, coloco el maletín encima del falso techo.

Vamos, ¡arriba!

Con rapidez, vuelvo a quitar el pestillo y me encaramo a las planchas del falso techo.

¡HOP!

En un instante, la plancha estará otra vez en su sitio y nadie sabrá que alguien se encuentra aún en el interior del museo...