Partida Rol por web

Por fin la fortuna comienza a sonreír a Steve: los guardias no solo no parecen reparar en su pequeño escondrijo, sino que apenas ponen atención en los baños, más allá de comprobar por debajo de las puertas que no quedara nadie en el lugar, y luego abrirlas una a una para cerciorarse, sin mucho interés. Parecía un día tan rutinario como otro cualquiera en sus vidas, aunque tal vez todo aquello cambiara pronto...

Con el oído bien afinado, escucho a través del panel, hasta que oigo pasar a los guardias.

Parece que ya no hay ningún ruido...

Con sumo cuidado, vuelvo a descender del falso techo, bajando tras de mí el maletín con todo el material. Con la agilidad de un gato, me muevo en completo silencio hasta la puerta, entornándola ligeramente, lo suficiente como para poder escuchar y ver si hay luz al otro lado.

El edificio resonaba con un desasosegador eco, en respuesta a cualquier pequeñ ruidito de Steve; sin embargo, los guardias parecían relajarse en la garita de guardia, tras haber terminado su primera ronda, así que no había moros en la costa.

Abro un poco más la puerta. Ahora puedo caber por el hueco. Muy lentamente, vuelvo a cerrarla tras de mí, dejándolo todo como estaba, como si nunca hubiese pasado por allí. Me deslizo ahora por el pasillo, entre las sombras. Mi cuerpo no proyecta el más mínimo atisbo de luz sobre las paredes o el suelo, y mis pies se deslizan como una pluma sobre la más fina seda. Con la mayor agilidad que puedo, me deslizo sobre el piso de piedra, escaleras arriba. Al llegar al descansillo, me detengo bajo una de la lámparas. Con sumo silencio, desenrosco el parapeto de cristal de una de ellas. Abro el macuto, sacando un trapo con el que lo envuelvo bien.

-Así no hará ruido.

Sentándome en el escalón, poco a poco aplico una suave y progresiva presión, hasta que noto cómo el cristal cede bajo la suela de mi bota.

-Un poco más y se habrá quebrado... pero despacio, sin hacer ruido.

Ya está. Una vez hecho pedazos el cristal, lo extiendo de forma casual por el escalón y alrededores, como si se hubiese roto solo.

-Nadie pisará aquí sin que yo me entere con tiempo...

Tras haber preparado su improvisada alarma, Steve se dirigió raudo a la sala del cristal, encontrándola precisamente tal y como la imaginaba. Nada había cambiado en derredor y no había moros en la costa.

Ahí está la urna, con la pieza ansiada enfrente mío. No me detengo demasiado a mirarla, aún recuerdo la extraña sensación de mareo que me produjo al verla por primera vez, y no me gustaría que me volviese a ocurrir. Pero aún así, debo conseguirla. Cruzo la línea de seguridad con cuidado, y me doy la vuelta, situándome en la cara de la urna que da a la pared. Abriendo mi bolsa, saco el pequeño estuche. Ahí está, reluciendo, el diamante pulido. Con suma delicadeza, deslizo una de sus puntas todo alrededor del cristal, intentando pegarme al borde lo más posible.

-Así es, bien... si lo saco entero, será más difícil que se note.

El corte había sido preciso, el movimiento rápido, y la sección de urna pronto estuvo libre para Steve. Como un experto, soltó el pedazo de vidrio manipulando el desatascador que previamente había aplicado en el lugar. Solo tenía que extender la mano y la pieza sería suya. Sus manos parecían ávidas de su contacto, puede que tan desconcertante como su visión. La sensación de vértigo era cautivadora...

Durante unos instantes, observo fijamente la mística pieza, que está apunto de caer en mís temblorosas manos.

-Otra vez esa sensación de vértigo desagradable... -Con un esfuerzo, aparto la mirada de la talla, cuando mi mano está justo a punto de tocarla. Tras unos instantes suspendiendo mis dedos sobre ella, hago acopio de valor y dejo caer mi mano sobre ella, haciendo fuerte presa con los dedos.

El tacto es suave y templado; como si fuese cristal, pero hubiese estado recibiendo el sol del atardecer, tiempo atrás desaparecido, hasta prácticamente el momento de asirla. Un cosquilleo recorre el brazo y la espalda de Steve cuando se hace con la pieza. ¿Un escalofrío? Probablemente. Sin embargo, la duda existe.

-La tengo. La pieza es mía.

Me dejo disfrutar del contacto con la piedra unos instantes, dejando que mis latidos vuelvan a su ritmo normal. Pero en seguida me doy cuenta de que no puedo permitirme el perder el tiempo ni un segundo. Retiro la Pirámide Truncada de su sitio en el expositor, envolviéndola en una tela y acomodándola bien en la mochila. En seguida saco la tosca talla de madera, que coloco burdamente en el lugar que ocupaba la obra de arte, esperando que nadie la observe muy de cerca en un rato bien largo cuando abran el museo.

-Y ya está. -Me digo para mis adentros. He finalizado la maniobra. Ahora sólo queda salir de aquí, probablemente la parte más difícil del plan... Lo primero, me coloco los guantes, antes de tocar nada. Pegando un suave tirón despego el socorrido desatascador del cristal que acabo de cortar. Agarro con cuidado el cristal, y lo deposito junto a la pared, detrás de una de las piezas arqueológicas expuestas, intentando que salte a la vista lo menos posible. Tras recoger todo, vuelvo a cruzar el cordón, y me dirijo hacia las escaleras con toda la precaución. Cruzo el escalón en el que esparcí los cristales de la lámpara con mucho cuidado, apoyándome en el pasamanos, y desciendo lenta y silenciosamente la escalera. Estoy llegando a la planta baja... Agachándome primero, me asomo al recodo de la pared.

Apenas hay tiempo de ver más que un borrón; luego el sueño...

Al agarrar el trapezoedro, las sombras de la noche se agolpan y condensan a su alrededor como un gran sumidero, y dos enormes alas membranosas de pura oscuridad insustancial se despliegan desde allí, sosteniendo en su centro un ardiente ojo trilobulado en su centro. Dos pseudopodos de oscuridad se clavan en tus hombros, cuya carne comienza a ampollarse y fundirse, formando surcos amarillentos en tu piel; el terror es incontenible... pero el dolor lo es aún más.

Luego la oscuridad se vuelve más profunda y el ruido de la calle se amortigua hasta perderse en un abismo insondable, como si cayeras o fueras llevado en volandas por medio de ninguna parte por aquel manto de penumbra.

Tus propios gritos, desgarrados por el insoportable dolor, amenazan con olvidarte en un confín recóndito del universo. Tu entorno es un manto de oscuridad sólida durante lo que te parece una eternidad. Te sientes como encerrado en tu cuerpo, en una asfixiante sensación de no ser tú mismo. Algo te está moviendo; sientes los golpetazos a los lados, como si el aire pasara a tu lado a gran velocidad en un torrente continuado... blando, frío... Tal vez el monstruo te ha dejado caer y es tan solo la tierra nocturna húmeda del cercano parque. Tal vez todo haya acabado y puedas descansar por fin. Entonces el silbido del aire da paso a uno aún más agudo y estentóreo y tus oídos traquetean, quizá de la impresión. Entonces el traqueteo aumenta.

Los gritos que escuchaste antes de cerrar los ojos parecen haberse quedado suspendidos en el aire, como un disco de vinilo estropeado. ¿Cuándo terminará esta angustia? No sabes si podrás soportarlo mucho más. Tratas de aislarte de la cacofonía, y entonces distingues una voz; una demasiado familiar. Quiza ni siquiera es un sonido, sino palabras en tu mente. ¡Sí! ¿Podría eso ser un recuerdo? Quien sabe. Analizas las palabras; las masticas y las degustas. Te sientes como si te hablaras en segunda persona, como un desconocido cualquiera dirigiéndose a otro, sin nombres ni detalles:

Mi suegra es un cielo, pero él todo lo contrario. Primero empieza una relación con esta descuidada, y luego intenta hacer las paces con mi suegra. Además me encontré con el ex-marido de mi madre política. A pesar de haber cometido en su día el mismo error, es un hombre bastante razonable.

Entonces el traqueteo se vuelve abrumador y regresa el oscuro silbido, esta vez con mucha más claridad. Todo es terriblemente desconcertante. Tus ojos se abren de sopetón a una oscuridad menos densa: El traqueteo del tren hace ondearse unas recargadas cortinas que cubren una ventana cerrada de gillotina invertida, tras la que desfilan formas y formas lindantes a la vía del tren. Todo el vagón inclina su mole de lado a lado pausadamente al ritmo de la percusión metálica de la máquina. Ante una puerta de doble biombo de madera labrada, que accede a un estrecho pasillo ferroviario, hay una mesita baja de marcado estilo inglés, junto con dos sillas victorianas, un sofá biplaza y un tresillo. Una mesa grande desplegable adorna una de las esquinas, y en la pared opuesta, dos vitrinas cuajadas de elaboradas figurillas de "Lladrò", representando ninfas y otros seres mitológicos de formas acuáticas, esconden el colorista papel de la pared. Sobre la mesita puede verse un ticket Paris-Estanbul a nombre de la Sra Lyndhurst. Le hacen compañía un libro con un ex-libris a nombre de Virginia Lyndhurst y un pañuelo con las iniciales J. H.

Mi mirada se pasea por todo el compartimento. Me siento realmente extraño. ¿Estoy otra vez en Europa, en el Orient Express, ese tren en el que se cometió el asesinato? De repente, un inquietante pensamiento vuela por mi cabeza...

-¿Qué aspecto tengo?

Mis manos se tocan, deslizándose suavemente la una sobre la otra, para sentir el tacto de mi piel. No parece estar quemada, parece normal... -Entonces, sigo siendo Steve Toshack? -Sí, parece que sí... esos objetos a nombre de la Sra. Lyndhurst parecen confirmar que me encuento en "ese mundo", y el pañuelo... ¿Jane Hampston? De repente me doy cuenta de algo que me provoca una horrible ansiedad... ¡Estoy solo!
¿Y los demás? ¿Siguen allí, en Arkham, Boston, o donde sea? ¿Podré encontrarlos...? -¡Patrick! -Patrick, o Heinrick Bevan, se ha quedado sólo en Boston, esperándome. ¡Cómo podría encontrarle, o avisarle de dónde estoy? Me siento muy inquieto, ligeramente asustado. Mi respiración se hace fuerte, mi pulso rápido, y me palpita la sien.

-Calma, calma... ¡cálmate! ¡No te va a pasar nada! Estas a salvo... -Mi mirada se desvía hacia la vitrina. Sí, estoy a salvo... ahí está, ha venido. Ha venido conmigo. Pero no es igual, no parece igual... parece, parece una pequeña figura de un águila. Pero no lo es, es la Pirámide, vuelvo notar cómo emite esa especie de atracción hipnótica, que me producía aquellos mareos. Tal vez... tal vez pueda volver... ¡Sí! ¡La Pirámide me ayudará! Tengo que averiguar cómo, pero Ella es "La Puerta"- Alargo la mano, abriendo la vitrina. Mi mano se estremece al entrar en contacto con la figurilla, esa especie de águila oscura, que en realidad no es lo que parece. La meto en mi bolsillo, ahí estará a salvo. Un ligero suspiro se me escapa al notar su suave superficie cerca de mi entrepierna... aunque ya no siento ese miedo, mi respiración sigue agitada, y siento un escalofrío descender por mi espina dorsal. Meto la mano en el bolsillo, acaricio la piedra, mi otra mano también se acerca...

-¡Un momento! Tengo que encontrar a los demás, orientarme... -Me dirijo hacia la salida del compartimento, pero antes compruebo mi indumentaria. Llevo una camisa de seda blanca, abierta por el cuello y sin corbata. Unos pantalones de terciopelo gris parecen hacer juego con una chaqueta colgada en una percha junto a la puerta. Me pongo la chaqueta, pero no veo ninguna corbata... mis zapatos, aparentemente de piel de vacuno no están muy limpios. -No importa, nadie se fijará. -En mi otro bolsillo hay un pequeño reloj con cadena plateada. No parece muy bueno, pero tampoco me importa demasiado. Con saber la hora me es suficiente... tras echar un vistazo, vuelvo a guardarlo y agarro el tirador de la puerta, corriendo lentamente las dos hojas.

Evidentemente la figurita era demasiado grande para sus bolsillos, pero dejarla... dejarla no era una opción. Afortunadamente su pequeña advertencia a "Patrick" había sido desoída, muy posiblemente por la noche que lo envolvía todo en el exterior del vagón. Las lámparas seguían encendidas, sin embargo, en el tren, más para su alivio que para su consternación... Al menos en el salón, pues en el familiar pasillo que encontró más allá de sus puertas, la historia era otra: proyectándose desde una puerta de separación de vagones sobre la que podía leerse: "a los coches-cama", hacia su izquierda, podía observarse un breve pasillo, en el que primero encontraría una pequeña puerta en la que se leía: "enfermería". Desde su puerta de doble biombo de madera hacia la derecha, una puerta insertable en la pared presentaba la "cocina", seguida de una doble puerta con fondo de cristal sobre la que se indicaba: "vagón-restaurante". Una puerta, también insertable en la pared, terminaba el pasillo, con el escrito: "biblioteca", como bien sabía Steve.

Al final del vagón se atisbaba la puerta con cierre de seguridad y escalerilla desplegable que daba el acceso al exterior, con el tren parado. Junto a esta, un tirador de emergencia descansaba para dar la alarma en caso necesario. El pasillo estaba en penumbra, y el resto de las habitaciones, a excepción de la cocina, bajo cuya puerta se filtraba una tenue luz, tampoco parecían muy iluminadas.

Mi mandíbula se descuelga como si estuviese desencajada, a la vez que noto cómo mis ojos se abren de forma casi sobrenatural, cuando me doy la vuelta y miro detenidamente a la puerta por la que acabo de cruzar. Rápidamente, oscuros recuerdos vuelan dentro de mi cabeza, provocándome una extraña sensación de familiaridad, a la vez que una terrible urgencia por orientarme. Con paso decidido, casi a la carrera, me dirijo hacia la doble puerta que dice ser del comedor y entro empujándolas, casi de forma atropellada.

Dos amplias puertas complementarias con fondo de cristal translúcido dan acceso, desde el pasillo de un trén, a una concienzudamente decorada y cuidada estancia de gran extensión. Todos los detalles han sido cuidados para poder acomodar como si estuvieran en su propio comedor hasta a 24 comensales en hasta seis mesas adosadas a la pared, con 4 sillas a juego (todo de madera) cada una. Una carta de letra inglesa elaborada informa en varios idiomas del menú, alumbrada por lámparas individuales sobre cada mesa, ahora apagadas, para tu desgracia... o puede que no...

Una puerta de doble bisagra accede a la cocina en uno de los laterales de la sala, que parece estar iluminada por debajo de la puerta.