Un fuerte dolor la hizo abrir los ojos. Eso y la radio despertador.
-Speak a language of love like you know what it means, Mmm, it can't be wrong. Take my heart and make it strong, baby... You're simply the best, better than all the rest, better than anyone, anyone I've ever met.
La voz de Tina Turner resonó cerca del oído de Isabel, que se hizo a un lado y contempló la hora. Las siete. Era jueves y estaba derrengada. Le dolía todo y no sabía muy bien por qué. Bueno, sí que lo sabía. Ya había pasado los cuarenta y llevaba un ritmo de vida demasiado agotador.
El dolor regresó, una punzada mortal en el bajo vientre. Isabel comprendió y una ola de decepción la abatió. Notaba la entrepierna húmeda y dolorida. Estaba menstruando.
Isabel se incorporó y apagó el despertador con un manotazo. Tina Turner mentía como una bellaca y las pequeñas manchas en las sábanas lo demostraban.
¿Cuántos intentos iban ya? Tantos que había decidido que lo mejor era dejar de contarlos. Isabel no iba a desistir en sus esfuerzos, así que se levantó de la cama, sacó las sábanas dejándolas a un lado, y fue al baño a limpiarse y a cambiarse de ropa interior tarareando “You’re simply the best” inconscientemente. Probablemente se le quedase esa canción en la cabeza durante el resto del día.
Cuando fue a lavarse la cara se miró en el espejo. Las patas de gallo iban marcándose irremediablemente, por lo que tenía que darse prisa si quería tener alguna oportunidad de que sus experimentos funcionasen.
Lo primero que debía hacer era vestirse antes de ir a desayunar, así que regresó a la habitación.
Después de ponerse su combinación de falda y chaqueta formal, Isabel fue a la cocina donde su hermana se encontraba ya tomando el café. Marta la sonrió como saludo y le pasó las galletas de fibra que le gustaban.
-Hoy salgo a las dos. ¿Te parece que comamos en el Fres Co? Me han hablado muy bien de él.
-Mmm... Gracias -dijo dejándose caer en otra silla tras servirse el café-. ¿Fres Co? Me suena -contestó antes de mojar una de las galletas en el café-. Por mi perfecto. A las dos...
Isabel cogió las galletas que Marta le ofrecía y sonrió intentando disimular el sueño y su disgusto.
-Bueno, ¿qué tal? ¿Hoy importante que merezca especial mención, mmm?
-Otro aburrido día en mi aburrida vida -contestó Marta dándole un bocado a su tostada-. Poco que contar y menos que esperar. Aunque, eh, quizás esta noche salga con mis compañeros. Hay un chico nuevo que parece que se interesa por mí. Pero en fin, será lo de siempre...
-Y yo que creía que eras tú la optimista del club… Seguro que esta noche tienes suerte, pero cuídate de que no sea un capullo –le advirtió Isabel antes de dar un largo sorbo a su taza-. Mm… Pues nada, debo suponer que llegarás tarde, ¿no?
-Sí, pero ni que importase eso... A mí me da igual a la hora que llegues. Es más, me gustaría que por un día te desmelenaras un poco y salieras a disfrutar de la vida, que ya es hora, hermana -rió Marta untando otra tostada con mantequilla y mermelada-. En lugar de andar tanto tiempo husmeando libros, deberías salir con alguien. No sé, es hora de seguir adelante, ¿no?
-Tú todavía, pero yo ya no estoy hecha para esos trotes, Marta –se rió Isabel dejando después de terminarse la última galleta-. ¿Qué pinto yo desmelenándome en una fiesta? Y oh, hombres. Además no veas que a gusto estoy sin hombres de los que preocuparme. No es que lo descarte, vaya, pero supongo que me he vuelto… más precavida. Y ya me casé una vez. Ya he cumplido con mi obligación -bromeó-. ¡Pero olvídate de mi! Ahora te toca a ti.
Cada vez que hablaban de temas como ese, Isabel no podía evitar acordarse de Andrés y de lo que no llegó a ser. Eran unos pensamientos dolorosos, así que intentaba quitarles toda la importancia que podía. Marta ya se había preocupado mucho por ella.
Su hermana le dio la razón y siguieron con la charla insustancial hasta que fue la hora de marcharse cada una a su trabajo. Isabel sacó su Volvo del garaje y condujo hasta la empresa escuchando la radio. Hubo atasco, como siempre. Los pitidos de los otros coches fueron más fuertes que la música, así que Isabel se tuvo que aguantar y ganarse una jaqueca antes de llegar al trabajo. Perfecto.
En la oficina su jefe organizó una reunión con los jefes de departamento y les puso las cosas claras: la empresa iba mal y tenían que arreglarlo. Básicamente les culpaba a ellos, cuando el error había sido en gran parte suyo. Isabel volvió a su despacho y recibió memorándums y correos electrónicos que sólo contribuyeron a aumentar su tensión. Lo único bueno del día fue la reunión del café.
Todo el mundo estaba hablando de la reunión de la mañana, quejándose del jefe y haciendo bromas, pero Fernando, el jefe de ventas, parecía distraído. No le importaba lo que estaba pasando, o esa era la impresión que daba.
Isabel descubrió varias veces que la estaba mirando ensimismado. Era atractivo, aunque quizás estuviese mejor con el pelo corto. Debía rondar los treinta y pocos y se había divorciado hacía unos años. Fernando siempre la sonreía de manera especial aunque rara vez rompía el hielo e iniciaba una conversación.
La voz de Marta acudió a su mente nada más ver a Fernando. “Desmelénate”, decía, e Isabel suspiraraba al ver que hasta su conciencia estaba contra ella, pero decidió pasar de largo, al menos en un principio.
Isabel se sirvió un café y finalmente se acercó al hombre mientras le observaba, intrigada por su actitud despreocupada. Fernando era mucho más joven que ella, ¿por qué escuchaba a Marta?
-¿Fernando? O no te preocupa nada la reunión de mañana o estás demasiado preocupado como para bromear.
Las cosas andaban muy mal en la empresa últimamente, no sabía cómo podía afectar eso a Fernando, o si le afectaba en absoluto.
Fernando sonrió.
-No, qué va. Claro que me preocupa, es sólo... Me andaba preguntando si tenías planes para esta noche. Es jueves, ya lo sé, pero mañana tengo a mi hija en casa. Lo digo por... bueno, por si querías salir a tomar algo por ahí. No sé. -Se encogió de hombros-. Para olvidarnos un poco de todo este lío.
Isabel paró de revolver el café y miró a Fernando intrigada.
-¿Eh?
Aquello la cogió por sorpresa. Normalmente ella era quien solía empezar las conversaciones y aunque sabía que Fernando la miraba interesado y que solían coquetear, nunca se habría imaginado que le hubiese dado por decidirse a dar un paso hacia delante. Sin embargo le gustó, se sentía halagada, y tras darle vueltas en su cabeza decidió hacer caso de los consejos de su hermana. ¿Qué era lo peor que podía pasar?
-¿Por qué no? –contestó levantando la cabeza y mirando a Fernando-. Me vendrá bien despejarme un poco. A ver si puedo quitarme de la cabeza el ruido del fax -comentó con una sonrisa y haciendo presión en las sienes con la mano libre-. ¿A que hora?
-Podemos quedar a las ocho. ¿Te apetece cenar... algo? Por ahí, conmigo -dijo Fernando después de tragar saliva.
-Me apetece –contestó llanamente.
Fernando estaba muy mono cuando se ponía nervioso. Eso pensaba Isabel mientras le escuchaba hablar.
-Entonces… ¿Te importaría pasar a recogerme a mi casa? Verás… tengo que llevar el coche de vuelta.
Además de que era probable que estuviese hasta esa hora apurando el tiempo en la Capilla, que quedaba más cerca de casa que de las oficinas, así sería un engorro tener que volver con el coche. Lo único que le faltaba hoy era volver a tragarse un atasco en la hora punta.
-¿Eh? No, claro que no. -Fernando sonrió. Le llamaron al móvil-. ¿Me disculpas un momento?
El hombre se apartó y respondió a la llamada con una sonrisa, que se fue apagando y quedó en una mueca de preocupación. Gritó algo y después se apartó el móvil de golpe. Lo guardó y se fue hacia Isabel de nuevo.
-Oye, Isabel, vamos a tener que posponerlo -Su voz sonaba muy preocupada-. Me acaba de llamar mi ex. Han atropellado a mi hija. Tengo que ir al hospital
Isabel aprovechó a dar un sorbo al café cuando Fernando se apartó a contestar la llamada. Todo parecía ir estupendamente: él era atractivo y agradable, además de que todavía parecía conservar aquella chispa de adolescencia en los ojos. Pero… su mirada se ensombreció por algo que le dijeron desde el otro lado del auricular.
Cuando Fernando habló, al principio se sintió ofendida y frunció el ceño. ¿Tan pronto le estaba dando calabazas? Pero cuando escuchó el resto comprendió que tenía razones.
-Dios mío… Eh… No te preocupes por eso -empezó a decir desconcertada-. Vete ya, hombre. Espera… ¿quieres que te acompañe o algo?
-No, no -dijo Fernando haciendo aspavientos con las manos-. Ya hablaremos.
Fernando salió sin despedirse de nadie después de coger su chaqueta y ponérsela rápidamente. En menos de nada se había quedado sin cita y sin plan. Pues vaya bien, ¿no?
Isabel dejó el café a medio terminar sobre una de las mesas y miró a unos y a otros sin saber que hacer o que decir, así que se fue a su despacho. Después de todo solo quedaban unos minutos del descanso.
Por un momento hasta le había ilusionado el coqueteo, la idea de salir a cenar con un hombre después de tanto tiempo… Pero Isabel parecía estar gafada. Quizás aquello había sido lo mejor, al fin y al cabo.
Solo esperaba que la niña saliese bien parada del accidente.