Partida Rol por web

-Bien. Porque no va a ser fácil. Y puede que tampoco agradable.

Julio le indicó que recogiese su chaqueta y él hizo lo propio. Bajaron de su casa y subieron al coche de Isabel, en el que habían venido hasta aquí. El Maestro miró por el retrovisor, algo intranquilo.

-Isabel -dijo-, tienes que decirme el nombre de la persona más fértil que conozcas.

 Isabel estuvo a punto de contestar a Julio, pero se calló la respuesta en un primer momento.

-¿Es totalmente necesario involucrar a otros? –preguntó y al momento se dio a si misma por contestada-. Ya… cualquier cosa… Pues cualquiera compañera de trabajo, seguro. Mi hermana es fértil. Se hizo las pruebas cuando yo no podía quedarme embarazada… La nueva mujer de Andrés.... No se. ¿Qué tienes en mente?

-Confía en mí, ¿vale? -dijo Julio sin mirarla. Se puso el cinturón de seguridad y dio un golpecito sobre su propia rodilla-. Nos vamos a casa de tu ex marido.

Isabel casi entra en pánico. Hacia meses que no veía a Andrés y no quería empezar ahora... Y menos para usar a su mujer en uno de sus experimentos, pero...

-Está bien, confiaré en ti... -Lucía tenía todo lo que Isabel deseaba. Sería de mala educación negarle ayuda en su caso, ¿no?-. Pero agradecería que no fueses tan críptico.

Julio sólo sonrió. Isabel arrancó el coche y se dirigió a casa de su ex marido. Aún recordaba la última vez que había hablado con él.

Sólo hacía dos semanas que se habían divorciado, pero Isabel no había dejado de llamarle aprovechando cualquier excusa. Su mente se negaba a aceptar que lo suyo estaba roto, que Andrés no quería tener nada que ver con ella. Que no valía para nada, que no era apenas mujer.

Isabel volvió a llamarle y esta vez, Andrés se había cabreado. Quedó con ella para devolverle una caja de libros a la salida del trabajo de la aún no Despertada. Ella le había esperado junto al aparcamiento, apoyada en su coche, muy nerviosa.

Isabel miraba su reloj compulsivamente. Si no hubiese dejado de fumar cuando intentaba tener hijos con Andrés, ahora el suelo estaría lleno de colillas.

La pobre mujer estaba desesperada por buscar excusas para hablar con su ex-marido, quién no hacía más que poner excusas justamente para no tener que verla. Aquella situación era ridícula e Isabel lo sabía, pero en aquel momento le importaba poco la imagen que pudiese dar.

Por quinta vez en un minuto, Isabel volvió a mirar el reloj.

Un coche blanco entró, dio un frenazo violento junto a Isabel y detuvo el motor. Andrés salió de la puerta del conductor después de soltarse el cinturón de seguridad. Sus movimientos, llenos de energía y furia, daban a entender que no estaba nada contento.

Abrió el maletero con brusquedad y sacó una caja de gran tamaño llena de libros de todos los colores y grosores.

-Aquí tienes -dijo él con el ceño fruncido y las mejillas enrojecidas.

-Hola... -el saludo prácticamente se ahogo en la garganta de la mujer.

Isabel se asutó. Andrés parecía furioso, como siempre en sus últimos encuentros, y hasta le dama miedo hablar por lo que él pudiese contestarle en ese momento. Aún así ISabel sabía que no debía desaprovechar esa oportunidad.

-Gracias. Me preguntaba si podríamos hablar.

-¿Hablar? ¿De qué quieres hablar? -espetó Andrés.

Tenía la espalda tensa, como siempre que se preocupaba o se estresaba. Se cruzó de brazos, esperando impacientemente.

-No me gusta como han acabado las cosas, Andrés –comencé a decir acercándose un poco a él, pero con prudencia-. Te quiero, sabes que te quiero… No puedo estar sin ti. Podríamos adoptar o seguir intentándolo –decía con desesperación en la voz.

Andrés dio un paso atrás y levantó las manos, dejando claro que no quería contacto con ella.

-No. Ya sabes lo que dijo el médico. No eres fértil. No puedes tener hijos.

La miró fijamente.

-Y además, me he cansado. Ya no te quiero.

Isabel le miró perpleja. Recordaba haber oído esa misma frase antes, pero todavía nos e hacía a la idea. Noc reía que eso fuera posible porque ella le seguía amando.

-¿Cómo puedes haberte “cansado”? Cuando te casaste conmigo me querías, ¿y ahora que no soy “útil” me tiras como un sofá viejo? –le echó en cara, pero enseguida se arrepintió.

Isabel se acercó un poco más a Andrés.

-Lo siento Andrés, pero te echo de menos. Dame otra oportunidad, por favor… Solo son niños, podemos adoptar –repitió.

-No quiero otros niños, quiero hijos míos -dijo él. Cuando ella se acercó él la detuvo poniendo la mano en el hombro-. Isabel, escúchame. Lo nuestro ha terminado. Estoy viendo a otra mujer. No quiero que me llames más. Quiero pasar página. Nuestro matrimonio ha terminado. Te recomiendo que te hagas a la idea.

Aquello era el colmo. Antes estaba desesperada por volver con él, ahora le miraba con incredulidad. Isabel apartó la mano de Andrés de su hombro.

-¿Solo hace dos semanas que nos hemos separado y ya te estás tirando a otra? Dios, es que no se… ¿Con quién coño me casé? Me usas y cuando ves que no te sirvo me dejas, y nada más hacerlo te buscas a otra. ¿Le harás lo mismo si resulta ser infértil? ¿eh? Esta vez procura que se haga las pruebas antes de que te cases con ella –le contestó con sorna.

-Mira, Isabel, te he traído los putos libros, no he venido para escuchar tus juicios sobre mí. Déjame tranquilo. No quiero que me llames otra vez, ¿entendido? Pues a ver si se te queda grabado en la cabeza.

Dicho esto, Andres se metió en su coche y salió del aparcamiento tan rápida y violentamente como había llegado.

El recuerdo de Andrés marchándose del aparcamiento coincidió con el momento en que Isabel aparcó en los alrededores de la casa de su ex marido. Julio se soltó el cinturón y tamborileó sobre la guantera. Cuando salieron, él recogió una bolsa de deporte con cosas que habia guardado en su casa y no había querido decir lo que era.

Caminaron en silencio hasta el chalé que Andrés se había comprado tras el divorcio. No estaba nada mal: una valla de piedra con una bonita puerta que rezaba "3", un buzón de correos, un jardín, piscina y hasta gnomos de cerámica cutre. Isabel practicamente pudo ver a los hijos de Andrés correteando allí, siendo felices, como los que ella habría querido tener. Pero a esa hora no había niños, sólo una luz amarilla proveniente de lo que sería, probablemente, el salón.

Julio llamó al timbre, serio.

Una voz de mujer surgió al otro lado del interfono.

-¿Quién es?

Era ella. Isabel sólo la había visto de lejos con sus dos hijos, orgullosa, fértil. Una mujer completa. No habían hablado, pero sabía que aquella era su voz. Era tal y como se la había imaginado.

“¿No hay plan? ¿Y el plan?”, pensó Isabel cuando Julio llamó al telefonillo. No estaba preparada para ese encuentro… ¿Y qué iba a decir?

-¿Lucía? Soy Isabel, Isabel Salazar. Me preguntaba si podía pasar un momento…

Simplemente no se le ocurrió nada mejor. Isabel miró a Julio reprochándole el haber llamado al timbre sin haber acordado antes que hacer o que decir.

Lucía se tomó su tiempo al otro lado del interfono.

-¿Isabel... Salazar? ¿La ex de Andrés? -Parecía confusa-. Oye... Andrés no está. ¿No es un poco tarde para llamar? Mañana va a volver, le diré que has venido a buscarle.

-No, no… No quiero hablar con Andrés. He venido a hablar contigo. Ya sé que es tarde, pero es importante –contestó Isabel sin dejar de mirar a Julio.