Partida Rol por web

Erindel cayó de rodillas. Agotado. Abatido. Habían acabado con los engendros. O eso parecía. Y sin embargo su actuación había dejado mucho que desear. Se sentía torpe, inútil. Parece que la vida en la Casa de la Servidumbre ha sido más holgada de lo que pensaba.

Lo siento Tërevan. Soy inútil.

El mago se llevó las manos a la cara y sollozó. Por su tierra. Por su orgullo. Pero sobre todo porque la realidad había entrado en su mundo de odio y lo había hecho añicos. No ha sido solo la Casa Real. Todos hemos participado en esto.

Las lágrimas seguían cayéndole por las mejillas mientras se incorporaba. Se acercó al guerrero, y ayudándole con la pértiga dijo entre lágrimas. Vayamos a la otra orilla.

Siguió sollozando.

La manta en llamas de pronto desciende y parece como si el ser de aire hubiese desaparecido. ¿Habremos acabado con él? ¿Habrá huido?

Me acerco a los restos chamuscados de la manta y la levanto ligeramente con la punta de una flecha, para no tocarla. Arrugo la nariz en una mueca con desaprobación y suspiro. Ya no podré dormir calentita. Menos mal que no tengo que dormir sobre el suelo.

Me quedo mirando entonces la embarcación, esperando a comprobar si es capaz de llegar al otro lado del río. ¿Aguantará varios viajes para trasladarnos a todos?

Por más que Kento trata de hacer memoria para recordar si ha leído o escuchado algo sobre cómo descubrir que un ildriss ha sido totalmente derrotado, no consigue que nada le venga a la cabeza.

Ahora todo parece en calma y cualquier amenaza inminente parece haberse desvanecido. Incluso los animales que os acompañan han recobrado la tranquilidad después del fugaz y caótico altercado que habéis mantenido por salvar la vida. Casi hasta os sorprende descubrir que la mayoría de vosotros os encontráis ilesos.

Sin embargo, a pesar de la aparente calma, la semielfa no baja la guardia y se aproxima a examinar su chamuscada e inservible manta. Su sorpresa es mayúscula al descubrir que bajo la tela ennegrecida se halla un piedra irisada del tamaño de su puño, grabada con algo que parecen símbolos decorativos o caracteres ilegibles.

No sin esfuerzo, alcanzáis la orilla opuesta y os acercáis a la kirath tendida sobre el fango. Lo primero que os llama la atención es descubrir que no se trata de una silvanesti sino de una elfa salvaje, una kalanesti que en nada parece diferenciarse de los cientos de compatriotas que vuestro pueblo ha convertido en esclavos los últimos años, durante el exilio en Ergoth. Tampoco os pasa por alto su corpulencia ni su forma de vestir poco ortodoxa, aunque indiscutiblemente su desgarrada capa es similar a las vuestras.

Ambos tratáis de hallarle el pulso pero no se lo encontráis. No presenta heridas mortales de modo que lo más probable es que muriera ahogada al tratar de cruzar y el río arrastrara su cadáver hasta aquí.

- Es inútil llorar ahora - la dureza de la voz del guerrero contrastaba mucho con algún intento por consolar a su compañero, pero era lo único que se le ocurría decir.  - sigamos.

Con esfuerzo llegaron al otro lado de la orilla, y en cuanto pudo pisar tierra firme de nuevo, Tëveran suspiró de alivio. Corrió hacia el cuerpo, y al examinarlo exclamó sorprendido.

- ¡Dudo que esta mujer sea su oficial! - miró mas a fondo - aunque por esta capa no se podría decir lo contrario a cierta distancia... 

Alzó la voz, y colocó sus manos de forma que ampliase aún más la acústica, volviendose hacia el otro lado de manera temeraria, sin recordar que cualquiera podría escucharle.

- ¡No es vuestra oficial!

Se volvió hacia Erindel.

- Voy a regresar en esa barca infernal, espéranos aquí, traeré a otro... debes estar atento, y si nos ataca cualquier cosa de ese río maldito, confío en tus habilidades - colocó una mano sobre el hombro de Erindel, en señal de confianza, y se volvió a montar en la barca después de asegurarse de que aguantaría al menos un viaje más.

sigamos.

Tienes toda la razón. Perdóname.

No eres capaz de hacer nada a derechas, maldito inútil. Llorar como un niño delante de un guerrero…En silencio el mago continuó bogando hasta que alcanzaron la orilla opuesta. Sin molestarse en secarse las lágrimas que dejaban surcos sobre sus sucias mejillas.

- Voy a regresar en esa barca infernal, espéranos aquí, traeré a otro... debes estar atento, y si nos ataca cualquier cosa de ese río maldito, confío en tus habilidades 

De acuerdo. Que la travesía sea segura. Contestó. Mientras tanto registró el cadáver de la Kalanesti en busca de algo útil. Que hayamos acabado así. Como nos hemos rebajado, nosotros los orgullosos. Esclavizar a nuestros hermanos. Parece que no hemos aprendido la lección. Tras revisar el cadáver, intentó averiguar algo más. Echó un vistazo rápido por los alrededores. Bien lo mejor será que intente esconderme. Veamos si hay algún buen sitio…

Lithiniel respiró finalmente tranquila, echó un vistazo a su alrededor para comprobar que todos estaban bien; afortunadamente no parecía haber nadie grave y lo que fuera que los atacara se había ido o estaba muerto. Por lo que sentándose en el suelo abatida por la cantidad de poder gastado hizo un último esfuerzo para dar un sorbo de su cantimplora y ofrecerle un poco de agua pura a su águila, para acto seguido dirigirse al grupo y decirles en tono cansado:

- ¿Estáis todos bien? espero que ya haya pasado todo. Ahora solo tengo que esperar a que vuelva la barca. Estad atentos y que no nos vuelvan a sorprender - dijo con tono serio para luego ponerse las manos en la boca para amplificar su voz y gritarle a su marido - ¡¿Estáis bien?! ¿habéis conseguido llegar a la otra orilla?

Desde vuestra posición, observáis cómo la pareja formada por Erindel y Tërevan alcanza la orilla opuesta del río. Todos os sentís más tranquilos cuando llegan a su destino sanos y salvos, pues ninguno apostabais gran cosa en favor de la deteriorada balsa. Sin embargo, ahora se encuentran tan lejos que ni vuestra magia ni vuestras flechas podrían hacer gran cosa por socorrerlos si resultasen emboscados.

Por encima del ruido de las aguas os llega la voz del espadachín elfo haciendo bocina con sus manos:

—¡No es vuestra oficial!

Keradriel se sienta en el embarrado suelo y se lleva las manos a la cara. Todos le oís suspirar aliviado y exclamar:

—Menos mal, benditos sean los dioses.

A continuación, podéis ver cómo Erindel se entrega una vez más al saqueo de cadáveres mientras Tërevan vuelve a subirse a la balsa y emprende en solitario el camino de regreso hasta vuestra orilla sin que se produzcan nuevos incidentes.

Para cuando llega hasta vosotros, la embarcación no parece estar mucho peor que cuando la encontrasteis por vez primera.

Registras el cuerpo de la elfa salvaje. Además de la raída capa de elathas y del atrakha que lleva al cuello, descubres una espada corta, un cuchillo de caza, un puñal, un arco corto de buena calidad pero demasiado rígido como para que te sientas cómodo empuñándolo y un carcaj lleno de flechas. También llevaba consigo una pequeña bolsa con provisiones, pero éstas se han estropeado al cruzar a nado. No lleva dinero encima ni objetos de valor de modo que, o bien viajaba ligera, o fue desvalijada.

Solo en este lado del río, te ocultas entre unos densos matorrales cercanos a esperar la llegada de tus compañeros, mientras mantienes una atenta vigilancia de las inmediaciones.

Sigue lloviendo cada vez con más fuerza, pero en esta orilla la vegetación es más abundante y los árboles crecen más juntos, ofreciéndoos una modesta protección. El río a vuestras espaldas os corta una posible retirada, pero también parece prevenir los ataques que os llegarían de ese lado. Estás cansado, mojado y hambriento, la noche os está cayendo encima y éste lugar parece tan malo como cualquier otro como para improvisar un campamento ahora que la cosa está tranquila.

Una vez escondido Erindel se relajó. Bien ahora a esperar al resto. Los minutos pasaban y el cansancio y el hambre empezaban a hacer mella en el mago. Uaaaah, bostezo. Vaya guardián están hecho. Definitivamente la vida cómoda de sirviente en casa rica te ha criado como un inútil, Erindel. El mago seguía intentando concentrarse en la guardia, pero se le hacía difícil. Hmmm, pensó seguro que Perezoso me puede ayudar!

-Vamos hermano, vuela, busca. Susurró mientras dejaba que el murciélago saliese volando. Busca enemigos. Vigila. Le transmitió mentalmente. Esto me permite echarle un vistazo a la piedra que soltó el engendro…

-¿Y quién parece ser, Tërevan?- Kento esperaba que  la llegada de Tërevan les aportase un poco más de información. -¿Has podido ver de que raza era o a que podía haberse estado dedicando por aquí?

Aquel cuerpo era algo tan extraño como la presencia la propia presencia de los kirath o de los mismos elementales. Allí no había nada normal. Y la anormalidad merecía ser estudiada para comprenderla.

- Debemos darnos prisa y cruzar cuanto antes al otro lado. Sërme, ¿ alguna idea sobre quién puede ser?-preguntó a la extraña mujer que les acompañaba.

La druida asintió a su marido en la distancia y se quedó esperando a que este volviera para hacer trasbordos hacia la otra orilla, pues debían continuar y no podían demorarse demasiado tiempo. 

De esta forma, se acercó a la ribera para ser la próxima en embarcar, y para no permanecer ociosa le hizo una nueva señal a Renan para que se dirigiera a la otra orilla a vigilar que no pasara nada, pues ahora mismo el punto débil de su grupo estaba en aquel lado.

- Es una kalanesti - pronunció aquellas palabras con desprecio - pero llevaba una capa como las nuestras, de ahí nuestro error.

Esperó junto a la barcaza, invitando a sus compañeros a subir.

- ¿Quién se ofrece voluntario ahora para darse un agradable paseo conmigo? - rió, pero era una risa tosca y a desgana. Miró por el rabillo del ojo que Lithiniel estuviese bien, y acto seguido dejó sitio para que otro compañero se montase allí.

-...yo mismo...- dijo Kento sin ningún convencimiento.

Subió con paso tembloroso a la balsa. Al apoyar su peso notó como esta cabeceaba y se movía ligeramente. De repente fue como si fuese más consciente del propio rio. Podía escuchar con fuerza el discurrir del agua, podía olerlo mejor y hasta sentía en su interior el frío y la humedad. Nada de eso le servía para otra cosa que no fuese para desearse a sí mismo  un viaje rápido y tranquilo. "No más elementales a ser posible ", rezó a Solinari. Terminó de subir a la balsa.

―¿Una kalanesti? ―pregunta el explorador, poniéndose en pie rápidamente y encaminándose hacia su amiga semihumana―. ¡Es Ojos de Luto, tiene que ser ella!

Keradriel niega con la cabeza, abatido. A excepción de él y Ashe, todo su grupo ha sido dispersado o aniquilado todavía muy lejos de vuestro destino.

―¿Y dices que está muerta? ―pregunta a Tërevan con una nota de desesperación en su voz―. Deberíamos acampar, comer algo y descansar antes de seguir. Sino, ninguno lograremos llegar de una pieza a Sithelnost.

―¿Calinesti? ¿Quieres decir que hay más... salvajes como ella? ¡Que Quenesti Pah nos asista, qué espanto! ¿De qué cueva los han sacado? ¡No, no me lo digáis, prefiero no saberlo! No puedo ni imaginar cómo ha consentido el Orador de las Estrellas que unas criaturas así entren en nuestros bosques.

Lejos de jactarse de haber rematado al ildriss, Gwyndaewar se dedica a recuperar su daga y a merodear por las inmediaciones de este lado de la orilla en busca de la presencia de nuevas amenazas. Sin embargo, nada parece indicar que haya más enemigos acechándoos en la espesura.

Renan cruza el río sin obstáculos y allí se une al pequeño murciélago de Erindel, quien vuela en amplios círculos en torno a su amo por si alguna nueva presencia invisible se atreviera a acercarse a él.

La lluvia sigue arreciando mientras mago y espadachín se embarcan en la frágil balsa y se unen al concentrado aprendiz de adivino. Erindel está examinando la roca nacarada que recuperó de los restros del espanto de agua y descubre que ésta está grabada con los caracteres arcanos de la lengua de la magia. No es capaz de leer por sí mismo el mensaje inscrito pero conoce un conjuro sencillo que puede ayudarle a descifrarlo.

"¡Por fin!" rezó para sus adentros el mago cuando consiguió bajar al otro lado de la orilla. Volvió a echarse sobre el hombro su mochila con sus pertenencias y echó una mirada al cielo. "¿Sigues ahí arriba, amigo?". La lechuza blanca, Sunnay, le transmitió el mensaje de que se encontraba sobre su cabeza en una rama de un árbol frondoso. Acompañó este mensaje empático con un silbido lastimero. Eso era otra forma de decirle "sigo aquí ...pero no estoy tranquilo".

-Bueno...yo tampoco lo estoy- contestó en voz baja y con un profundo tono de desconfianza kento. Miraba a izquierda y derecha. No le hacía ninguna gracia haber pasado el primero ahora que lo pensaba. Pero quería examinar aquel cuerpo cuanto antes por si hubiese alguna esperanza...

Se acercó cautelosamente al cuerpo tendido. En su mano derecha mantenía la ballesta cargada con un virote. Tendría que manejarse con la izquierda...