Partida Rol por web

Aunque el contacto con la civilización enana en el Valle del Viento Helado era algo cotidiano, pues desde hacía decenios el clan Martillo de Guerra había habitado aquellos lares, lo cierto era que pocos eran los que podían afirmar conocer el interior de sus ciudades subterráneas. La falta de conocimiento y una extraña aprehensión a los lugares subterráneos habían hecho que Lirian asociase las ciudades del pueblo enano como lugares inhóspitos y toscos; pero eso sí, repletos de tesoros. El que el grupo se topase con aquel salón abierto, con sus altos techos e intrincados y bellos relieves, y con la ausencia del más mínimo rastro de oro hizo que el norteño ladease la cabeza y chasquease la lengua contra el paladar, signos de contrariedad y decepción respectivamente.

¿Creéis que que sería malo encender los brase...braseros? - Lanzó la pregunta al aire pero era evidente que si alguien podía arrojar algo de luz acerca de qué hacer o qué no era sin duda el único representante del pueblo enano: Dorn. No obstante, lejos de permanecer quieto esperando una respuesta, Lirian observó los alrededores y pisoteó con suficiente fuerza la losa sobre la que se hallaban para asegurarse de su solidez. ¿Sería po...po..posiiible que hubiese un pasa..pasadizo subte... subte.... - maldita sea - SUBTErráneo?

Aunque Rivoel y Kraum permanecían en una esquina en la parecían mantener una pequeña conversación , lo asombroso del lugar y los detalles de las fastuosas estatuas no pasaron desapercibidos para el bardo, que observaba con admiración el majestuoso espacio en el que estaban, fijándose sobretodo en esa estatua femenina de la que intentó recordar de quién se trataba.

Dorn avanzó mirando las estatuas ¿como era posible que estando  Dumathoin y Moradin representados no hubiera recibido señal alguna?, primero avanzó hacía Dumathoin - Señor de las minas pido tu guía para mis compañeros y para mi mismo en tus dominios - se acerco a la dama desconocida - Dama de la luna, perdonar a este siervo de los Morndinsamman por desconocer vuestra existencia y disculpar cualquier insolencia que podamos cometer por desconocer vuestras costumbres - Finalmente se dirigió a Moradin - Padre - Dijo con un respeto mas que palpable - Soy vuestro humilde servidor - Se planto en el centro de las tres estatuas, retrasado un poco de forma que su voz llegará clara alta y clara a las tres deidades, relato brevemente lo que había llevado al grupo a aquel lugar - Estas buenas gentes quieren recuperar un objeto  que permitiría a los siervos de la muerte, esos nigromantes -casi escupió las ultimas palabras - un control completo de todas las tierras del valle de la daga pudiendo formar un ejercito con el que subyugar los territorios vecinos, como sabéis solo buscan la muerte de todo ser vivo - en ese momento miro a Kraum para que este se diera cuenta que solo la muerte le esperaba si fracasaban - la condición para recuperar el objeto es entregar la cabeza del dragón que habita estas cuevas - Dorn suspiro - le he ofrecido al dragón una oportunidad de redimirse, de seguir la senda del bien e iniciar el camino a convertirse en protector del valle, que nos ayude a eliminar al actual poseedor del objeto, un criminal que está mas allá de toda redención, no tenemos el tiempo a nuestro favor, os ruego cualquier ayuda que podáis proporcionar a este, vuestro siervo, para evitar tal catástrofe sobre el valle y todas las tierras que lo rodean

En la cara de Kraum podía percibirse perfectamente la tensión. ¿Qué dilema le atenazaba? ¿Mentía, quizás? ¿Recelaba aún de colaborar plenamente, por miedo al Puma? ¿O es que temía que los aventureros le liquidaran una vez revelara alguna información? Kraum maldijo entre dientes y se revolvió durante unos instantes: sabía que el bardo tenía razón.

-¡Ahg, cuentacuentos del demoño...! -rezongó nervioso, señalándote con resignación. Estaba muy asustado y se sabía acorralado.- Mira: claro que sé cuántos hombres tie el Puma y dónde estarán a cada momento... ¡Soy su mano drecha! -dijo con orgullo, justo antes de enmudecer con expresión triste. ¿Quizás al saber perdida su vieja vida? Se recompuso al instante-. Pero sé algo mejor: una entrada secreta a las cuevas. -Las cuevas del Puma, obviamente-. ¡Pero sólo os la diré si me sacáis ya d'aquí!

Tus conocimientos de los poemas antiguos no te sirvieron para identificar a aquella diosa enana: quizás era una deidad de la que los enanos no hablaban -eran muy recelosos a veces-, o una muy local y de poca importancia.

Tampoco te sonaba aquella mina de ningún episodio histórico: todo el mundo en Qark sabía que había sido parte del gran reino enano de Tethyamar, pero, a juzgar por lo visto -la zona habitada superior, los túneles mineros inferiores, aquellas cuevas-, no debió de ser un enclave importante. Tathyamar había sido un reino disperso y amplio: quizás aquella mina había sido una fundación tardía, apenas unas décadas anterior a la caída del reino, hace ya casi tres siglos (1104 CV). Quizás encontrases más información en los archivos abandonados de las grandes ciudades tethyamarinas o en la memoria de sus exiliados: los restos de la casa real aún vivían en las montañas occidentales de Cormyr.

De un vistazo de cerca, el clérigo mestizo descubrió que aquellos braseros eran una causa perdida: el combustible (¿carbón?) se había consumido por completo y los restos eran poco más que cenizas húmedas. Sin duda hacía siglos desde la última vez que alguien se ocupó de aquel lugar. Vuestras posibles fuentes de luz siguieron siendo las mismas: las antorchas y la linterna de Códice. En cuanto al análisis de Morgan, parecía acertado, y Abrahel -que no destensó en ningún momento su arco ni dejó de mirar a las alturas- lo secundó: allí eran vulnerables ante Escamanegra. La exploración de Lirian tampoco dio resultado: ninguna de las baldosas del suelo sonó hueca. Detuvo sus pisotones cuando el enano comenzó a hablarle a sus dioses. Incluso Kraum y Rivoel se callaron.

De repente, una profunda y lenta risa descendió sobre vosotros.

—Vas a conseguir enternecerme, enano.

Era la inconfundible voz de Escamanegra. Provenía de las alturas, de la zona justo encima de la estatua de Moradin. Pasados unos instantes, la voz volvió a sonar, pero esta vez parecía venir desde la esquina derecha.

—Tus dioses no te responderán, como no respondieron a tus parientes cuando los pielesverdes saquearon sus salones —expuso, ya sin pizca de humor—. Hace mucho tiempo que este templo está abandonado y que la oscuridad envuelve estas piedras... Como debe ser.

De nuevo, un breve silencio precedió a sus palabras. Pequeños guijaros cayeron sobre la escalinata exterior, allí donde había sonado la voz.

—No: retén tu ira, enano —se adelantó la sierpe desde una nueva posición, sobre la diosa desconocida—. No he venido a burlarme de ti, ni voy a devoraros. Por ahora. —Se volvió a mover: daba vueltas en torno a vosotros.— Antes te escuché. Escuché lo que decías y cómo lo decías. Me hablaste con el debido respeto. Por eso sigues con vida, y por eso siguen con vida tus amigos.

Una piedra del tamaño de un puño cayó peligrosamente cerca de Rivoel: desde el interior del techo.

—Todos ellos —recalcó la voz, ahora sobre la estatua de Dumathoin.

Luego, su voz provino de la esquina cercana al puente.

—Escuché vuestros razonamientos, vuestras revelaciones: la amenaza de ese «Puma», su tesoro... Las luchas entre los orcos... Vuestra búsqueda. Ahora dices que el objeto que buscáis, de caer en malas manos, rendiría estas tierras a los-dioses-saben-qué nigromantes. —Esta vez apenas se movió.— Noto en tu voz que estas esculturas vacías inspiran tu respeto y tu veneración... Dime: ¿juras que fueron y son ciertas tus palabras? ¿Lo juras ante la mirada de piedra de los dioses de tu gente, y que la vergüenza caiga sobre tu clan si mientes? Si es así, cuéntame más de esos nigromantes.

La voz aguardó una respuesta.

Tu oración no obtuvo respuesta, pero algo sentiste: te sentiste acompañado en aquel lugar, entre aquellas piedras trabajadas por las manos de enanos y enanas devotas como tú. Sentiste que los ojos de tus dioses estaban sobre ti y que sus manos te protegían. Te sentiste seguro.

Códice había corrido como el que más por el puente, sintiendo que aquella construcción misteriosa a la que se dirigían no podía ser peor que la gran caverna del lago. Los tres guerreros de piedra que habían encontrado nada más cruzar el puente no habían hecho sino reforzar aquel pálpito. «Un lugar enano como este no puede traernos mala suerte», se había dicho, cruzando inconscientemente los dedos. Una vez dentro, este sensación se había convertido en certeza: ¡dioses enanos! ¡Estaban en un lugar sagrado!

Cuando escuchó la primera carcajada, Códice pegó un respingo y se quedó clavado en el sitio, pero a medida que el dragón hablaba y se movía, el sacerdote fue situándose cada vez más cerca de sus compañeros, y concretamente de Lirian, quizás sin darse cuenta de que el norteño estaba en esos momentos más indefenso que él.

Dorn siguió la voz con la mirada mientras su puño apretaba cada vez mas fuerte su martillo al ver como hablaba el dragón de sus dioses, sin embargo dos cosas sucedieron, la primera, el dragón dijo algo cercano a una disculpa, lo segundo, su plegaria recibió una respuesta, no la que esperaba, pero una respuesta al fin y al cabo.

Irguió su pecho con orgullo y con voz casi ceremonial recito - Soy Dorn siervo y escogido de los Morndinsamman como uno de sus paladines, de mis labios no sale la mentira, falsedad o engaño, mi martillo - levanto su arma para que se viera bien - combate la maldad y la tiranía, mi escudo - en esta ocasión situó su escudo por encima de su cabeza - protege a los inocentes, a los desvalidos y a los indefensos, todo es cierto, hasta la ultima palabra, hace unas cuantas lunas el grupo de Códice, este clérigo que nos acompaña se enfrento a un nigromante orco truncando sus propósitos, desde aquel día los dioses lo han guiado a el y a todos nosotros de forma que descubrieron el macabro plan que subyugaría todo el valle, la fortuna o un pequeño empujón de Vérgadain hizo que el objeto terminara en manos del puma retrasando a los orcos en su cometido, varios valientes han dado ya su vida en esta empresa. Juro que todo es cierto, lo juro ante los dioses y ante Moradin, padre de todos - miro la estancia, una estancia cuidada ¿por quien?, sabía que al menos un dios estaba allí observándolos ¿la dama de la luna?, entonces cayo en la cuenta, sin importar cuan ausentes estuvieran los dioses no permitirían a Escamanegra campar alrededor de sus efigies tan alegremente, no si no quisieran que estuviera allí, ¡querían que estuviese allí! - No creo que sea casualidad que mores en estos dominios, Escamanegra, los dioses tienen un propósito para todos incluso aquellos que crees ausentes - colgó el martillo del cinto y puso el escudo en su espalda - No levanteis las armas si no ataca - dijo a sus compañeros y dejo que su instinto guiara sus pasos acercándose a las estatuas - ¿Cual es el tuyo? ¿Que ven los Morndinsamman en tu corazón que no vemos nosotros?

Morgan estaba por decir que debían marcharse cuando el enano se puso a hablar con las estatuas, por respeto se calló, aunque sus dedos acariciaron la suave piel de la honda y la dureza de la piedra. Al oírse la voz del dragón en las alturas soltó un bufido amenazador, bien mirado no era un mal escenario para una contienda, y esperaba que su pálpito fuese debido a la presencia de la sierpe y no a algún encantamiento, trampa o algo peor.

El movimiento de Códice llamó su atención y entonces se fijó en el aspecto de su compañero humano, cierto era que no veían a Escamanegra pero no pudo imaginarse qué sentiría si no pudiese ver nada. Se acercó a ellos, metió los dedos en la bolsa que pendía de su cinto y les tendió una ramita yesquera. 

-Para encender algo rápidamente. -susurró al guerrero de la cimitarra y al clérigo. 

La mestiza se estaba preguntando a qué era debido el cambio de actitud del ser alado cuando la respuesta vino en forma de 'petición' -¿Por qué quiere saber de los nigromantes? Acaso quiera aliarse con ellos a cambio de magia...- la verdad era que la guerrera, desde cierto incidente, desconfiaba de los practicantes de lo arcano y de todo aquel que quisiera algo con ellos. Por eso cuando Dorn pareció entrar a su juego avanzó hacia el representante del pueblo recio -No os fiéis, sólo está buscando una salida- no lo dijo en voz alta, no podía hacerlo sin que el dragón se enterase ya que se suponía que tenía su atención puesta en el enano, pero todo su cuerpo indicaba que no se tragaba las melosas palabras de la criatura.

Intensificadas por la sensación de incapacidad al verse privado de la vista por la espesa negrura de aquel mundo subterráneo, las palabras del dragón causaron tal desasosiego en Lirian que en más de una ocasión estuvo tentado a gritar en una mezcla de miedo y frustración. Pero no lo hizo, guardó la compostura todo lo buenamente que pudo siguiendo con la mirada las voces de Escamanegra. 

El contacto de la mano de su compañera Morgan provocó que el norteño diese un brinco. De acuerdo. - Contestó sin más, pues sencillamente no habría podido articular más palabras debido a lo seco que se le había quedado la boca tras aquel susto. No perdió el tiempo. Recuperando a tientas de su mochila una lámpara y un frasco de aceite, encendió la ramita yesquera y la acercó hasta la pequeña mecha, donde esperó hasta que la llama surgiese y se estabilizase. La luz fue abriéndose paso a través de la plataforma de piedra aportando color y forma a lo que hasta entonces sólo había existido en la mente de Lirian. 

No osó interrumpir a Dorn en ningún momento por dos motivos principalmente: el enano estaba llevando perfectamente la negociación con el dragón - prueba de ello era que seguían vivos - y él mismo no sabía qué podía decir que pudiese aportar algo. Envidiaba la entereza y valentía del enano, pues ¿qué otra cosa sino podía ser aquella muestra de autocontrol ante semejante criatura? Así, haciendo lo único para lo que se veía capacitado, Lirian depositó la lámpara entre sus piernas y descolgó de su hombro herido el arco. Una flecha abandonó el carcaj con todo el cuidado que podía, que no era mucho debido a aquel molesto temblor de manos, y la colocó apoyada en la cuerda.

Códice parecía totalmente absorbido por la conversación entre el enano y el dragón, pero aún así percibió las maniobras de su compañero Lirian. Al ver que lo que sacaba de su mochila era una simple lámpara de aceite, se acercó a él y le susurró:

—¿Prefieres la mía? —Y señaló a Rivoel, olvidando por un instante que el hombre no podría ver su gesto.— Te dará más luz. Voy a por ella.

Nada más decir esto, el medio-orco se acercó hasta el bardo y, sin mediar más palabras que un breve «Soy yo, Códice», tomó la linterna de sus manos y la llevó junto al norteño. Una vez allí, el clérigo ayudó a encender la que su compañero prefirió. La luz no sirvió para iluminar el techo, ni al dragón, ni siquiera las aguas circundantes, pero sí permitió a Rivoel y a Lirian conocer la imponente estancia -y sus pétreos inquilinos- con sus propios ojos.

El instinto de Rivoel le hizo agachar la cabeza entre los hombros cuando la voz del dragón resonó en toda la sala. Por fin habían dado con él y parecía que las palabras del paladín habían dado confianza al dragón. la posibilidad perdida de tener a Escamanegra como aliado contra El Puma volvía a ser real tras la palabras del joven reptil. Aunque no había que olvidar la posibilidad de que fuera sólo una forma de ganar tiempo, pues después de los golpes recibidos, era más que evidente que el dragón estaba bastante mermado y quizás no pudiera aguantar otro combate.

Llegados a este punto Rivoel prefirió no intervenir y dejar que fuesen Dorn y Escamanegra quienes llegasen a un acuerdo, pues parecían entenderse muy bien. Lo único que hizo fue alejarse unos pocos metros del resto, lo suficiente para evitar el ácido del dragón en caso de que éste volviese a lanzarlo contra el grupo

La voz de Escamanegra había sorprendido también a Abrahel y Kraum, con diferente resultado. La segunda reacción de Kraum al escuchar al dragón -porque la primera fue soltar un gemido y un apestoso cuesco- fue descolgar la ballesta y cargar un virote en ella tan lenta y discretamente como pudo. Entonces, aquel cascote cayó al lado de Rivoel. Por suerte para el alguacil, cayó al otro lado de Rivoel. Cuando el bardo se apartó del grupo, Kraum esta vez no hizo nada por mantenerse cerca de él.

Por lo que respecta a la paladina, ésta había alzado el arco al instante, pero no había llegado a disparar. No fue por ningún dilema moral, ni por la presión del grupo, ni mucho menos por miedo: las palabras de la sierpe despertaron la curiosidad de su lado demoníaco. Una criatura tan magnífica y letal... ¡Parlamentando! Era como ver a un gato jugando con su comida, deleitándose antes de saltar a por su presa... Y luego estaba Escamanegra, claro.

Un rugido respondió a las palabras del enano y un chorro de ácido golpeó el agua cerca de los escalones del templo.

—¡Esos monicreques de piedra no me han dado nada, ni merecen mi respeto! —enrabietó Escamanegra—. ¡Este lugar es mío por derecho de conquista! —gritó a los cuatro vientos, mientras su cola de látigo chasqueaba una y otra vez contra la piedra y el aire—. ¡Sólo Tiamat es digna de ser venerada y un día todos os postraréis ante ella!

La pataleta duró apenas unos instantes, pero le dejó resollando.

—Cuida tus palabras si quieres tratos conmigo, «siervo del Morndinsamman» —escupió, amenazante, cuando se hubo calmado—. Sí, tus juramentos suenan ciertos... —El dragón enmudeció unos instantes. Cuando volvió a hablar, sonó sobre Códice.— Y tú, clérigo: ¿juras por tu dios que esa amenaza es cierta? ¿Juras que, si no recuperáis ese objeto, estas tierras serán conquistadas por el orco?

Códice titubeó, pero finalmente corroboró las palabras del enano: sí, si no conseguían lo que andaban buscando, el Valle de la Daga, y puede que el mundo entero, iba a caer «bajo la bota de Gruumsh».

El largo silencio que siguió os puso nerviosos, pero la respuesta de Escamanegra acabó por llegar.

—Podría ocuparme de vuestro Puma —ronroneó el dragón desde una nueva posición—. Sólo tendríais que hacerle salir de su escondrijo, de noche, a cielo abierto, y sus ojos no volverían a ver la luz del sol. Podría... —recalcó antes de hacer una pausa llena de significado— ...si me dais vuestra palabra de que no volveréis a pisar ese pueblo minero y las montañas circundantes.

Códice indicó con un gesto a Dorn que él confiaba en su decisión, aunque era obvio su conflicto interior. De Kraum no dudabais que diría lo que hiciera falta para salir de allí. Sin embargo, no pasó un instante antes de que se alzara la voz Abrahel.

—Por Torm, que no puedo hacer un trato así —soltó con determinación e ira contenida—. ¡Quiere que le dejemos campar en la región! Ni siquiera creo que busque un acuerdo honesto: sólo quiere tiempo para traicionarnos.

Algunas reacciones fueron inmediatas: el clérigo, que esperaba algo así, suspiró profundamente y, cerrando los ojos, elevó una muda plegaria a los cielos. Kraum gruñó y murmuró algo despectivo por lo bajo. La mirada de la paladina le contuvo de decir nada más. Escamanegra soltó una única carcajada.

—Tu olor a azufre llega hasta aquí, hija del Abismo —murmuró, divertido, y preguntó:— ¿Cuánto vale el consejo de un demonio, enano? Me sorprende que consientas su compañía siquiera... En cualquier caso, tenéis mi oferta: tomadla o marchaos.

Lirian encendió una luz que, si bien no iluminaba toda la estancia, le permitiría al humano apreciar lo que le rodeaba y quitarse la opresión que significaba la privación de uno de los sentidos. La guerrera vio el chorro de ácido impactar en el agua y sus músculos se tensaron -¿Conquista? Venciendo a unos mal pertrechados orcos... un buen contingente de guerreros no tienen contigo ni para desayunar- pensó recordando hace no tanto tiempo otra lucha pero contra enemigos similares.

Morgan volvió al presente justo para oír las condiciones del ser, bajo los nuevos colores recorrió con la mirada la sala pero no le pareció distinta, igual que no le parecieron distintas las palabras del dragón. Para la mestiza la sierpe seguía tratando de ganar tiempo para restablecerse de sus heridas y quizás llevarse el libro y aliarse con el nigromante. Cuadró la mandíbula y negó con la cabeza buscando las palabras para decir lo que pensaba sin que sonase excesivamente mal, pero para su suerte Abrahel se le adelantó.

-No es un demonio. -dijo con ira contenida -Además tiene razón, no podemos confiar en que cumplas lo que dices. Y hay más opciones que esas dos.

Sus ojos y todo su cuerpo daban una idea bastante acertada de cuáles podían ser las opciones en las que pensaba la mujer.

Aquello no gustaba en absoluto al pescador norteño por lo que maldijo en silencio mil y una veces el hecho de no haber acabado con Escamanegra cuando tuvieron la oportunidad de hacerlo. No teníamos que haberle dejado hablar en el puente. - Pero contra aquello no se podía hacer ya absolutamente nada, era agua pasada. Ahora tendrían que lidiar con las posibilidades que se le abrían por delante, las cuales, siendo sinceros, no eran nada halagüeñas. La principal de todas era decidir si utilizaban a Escamanegra para acabar con el Puma; quitarían del medio un mal para Quark pero, de forma más que probable, traerían otro incluso peor. ¿Era sensato confiar en la palabra de un dragón? Que Dorn se hubiese mostrado partidario de tal idea tenía completamente turbado a Lirian y así se lo hizo saber. 

Se...señor enano.. no...no sé si sería sensaaato. ¿Realmente pien...piensa poner en las ga... en las ga... en las garras de esta criatura el terri...territorio de Quark? - En última instancia si el grupo decidía semejante suerte para el pueblo, Lirian se tendría que ver obligado a aceptarlo. ¿Qué iba a hacer él sólo contra un dragón? Como consuelo le quedaba el hecho de que su hogar natal y su familia quedaban muy lejos de allí. Sí, sonaba egoísta, pero él no se creía con el poder necesario para detener todos los males de los Reinos, para eso existían los verdaderos aventureros de los que hablaban los juglares.

Aquel no era el mejor lugar para mostrar una opinión como la que tenía en mente, sin embargo se arriesgó a planteársela a sus compañeros susurrándoles al oído. - Está herido... ¿por...por qué no hacemos como..como queee nos vamos y...y...y volvemos a por él antes de que se cu...cu...cure por comple...completo?