Partida Rol por web

EL BLOQUE III

CHRISTIANE

Cargando editor
06/10/2013, 19:11
Director

El taxi te deja en Lützowplatz 7, el hecho de que la cita sea en el Bar Am Lützowplatz te tranquiliza, es uno de los lugares más concurridos de Berlín. Es por la tarde y incluso así hay ya bastantes clientes. Buscas una figura concreta en la larguísima barra del bar (la misma que lo ha hecho tan conocido entre la gente joven y los extranjeros que visitan la ciudad) pero no la encuentras allí. Sí lo haces al buscar en una de las mesas laterales. Allí hay una chica joven que destaca entre los estudiantes erasmus y habituales del bar. Parece tan joven como los universitarios que frecuentan el lugar pero algo en ella, quizás sus ojos, te convencen de lo contrario. Es algo más mayor que ellos y, sin duda, mucho más peligrosa. Sí, ella es quién te ha enviado la carta. Con un gesto te invita a sentarte.

Cargando editor
06/10/2013, 19:17
Liss

Adelante, te dice, mientras levanta la mano llamando al camarero. Delante de ella tenía un portatil del cual tenía enchufado unos enormes cascos negros que le tapaban completamente las orejas.

Cargando editor
07/10/2013, 11:15
Christiane Volhard

Christiane pagó la carrera y bajó del taxi. Lloviznaba, pero prescindió del paraguas en aquella gris tarde tan típicamente berlinesa. Una tarde perfecta para quedar con sus amigas, pasear con su marido o tomar un té o un café en cualquiera de las muchas y muy coquetas cafeterías de la ciudad. Pero aquel era un lujo del que había prescindido hacía demasiado tiempo, desde que la enfermiza y venenosa idea de que su hija estaba viva se hubiera asentado en su corazón y en su cerebro. 

Colocó con destreza un pañuelo en su cabeza, anudándolo bajo el cuello. Flores estampadas que alegraban su mortecina y pasada de moda gabardina, los poco estéticos zapatos de agua, bajos y cómodos, o el negro bolso envejecido y gastado por el uso. Miró en dirección al lugar de la cita. Lo suficientemente conocido y poblado como para sentirse segura. Al menos, era lo que se decía a sí misma. Porque pese a todo, lo que no estaba era segura. Ni tranquila. Una extraña pesadez en su estómago, un cosquilleo en la nuca, sus axilas húmedas de sudor, decían todo lo contrario. 

Por primera vez desde que iniciara su particular cruzada, Christiane contaba con una pista. Una pista que ignoraba a dónde la conduciría. Era motivo de alegría, sí, pero no podía negar que, en su interior y pese a su convicción en lo que estaba haciendo, no esperaba que algo así ocurriera. Nunca había ocultado su objetivo, sus cartas habían inundado múltiples despachos. Incluso le habían concedido una pequeña entrevista en una televisión local. Pero aquella carta, la presente cita, el secretismo de aquel encuentro... Estaba nerviosa. En su mente había especulado mil y una veces acerca de cómo iba a desarrollarse la conversación. Con diferentes resultados. Unos buenos, otros malos. Pero todos destinados a poner fin a aquel periodo de su vida. 

Sus pasos hasta la puerta fueron presurosos. Cruzó el umbral y miró a un lado y otro. Sabía que aquel gesto era vano. Ignoraba todo acerca de su interlocutor. Sexo, edad, color... motivaciones. Su mirada resbaló de un rostro a otro, pero cuando la vio supo que era ella. ¿Por qué? Jamás podría responder a aquella pregunta. Ante su gesto, avanzó entre la concurrida clientela y sin desanudarse la gabardina se sentó a la mesa. Dejó el bolso junto a sí, en el asiento. La miró, pertrechada tras los enormes cascos, sintiéndose repentinamente vieja y tonta. Y cansada. Cerró los ojos un instante. Cuando los abrió, sonrió. Con la boca y con los ojos. Se quitó el pañuelo y se pasó la mano por el pelo ahuecándolo, con una mirada de disculpa mientras la joven llamaba al camarero. Tendió la mano sobre la mesa.

-Soy Christiane. Aunque eso usted ya lo sabe. Dirá que soy tonta. Encantada de conocerla. Y gracias por... Por citarme -la mano permaneció tendida para ser estrechada, aunque Christiane experimentó una abrasadora inseguridad, consciente de que la mujer que tenía frente a sí, bien podía despreciar aquel gesto. Y sin poderlo evitar, se ruborizó. 

 

Cargando editor
07/10/2013, 23:38
Liss

La joven le estrecha la mano con una cordialidad también reflejada en sus preciosos ojos. Con una sonrisa traviesa, después de soltarle la mano, se lleva el dedo índice a la boca para hacerte callar, mientras te guiñaba un ojo de manera cómplice. A cada intento de hablar te vuelve a hacer callar con el mismo gesto, lo hace tan natural que es difícil tomárselo como una ofensa o un insulto. A los dos minutos de este “juego” una enorme furgoneta aparca en la calle al otro lado de la cristalera donde estáis sentadas, tapándoos la calle por completo. Como si este hecho fuera en si mismo una especie de señal ella susurra un Perfecto que solo tu puedes escuchar. Al momento pulsa Enter en su portátil y escuchas como tu móvil vibra al apagarse. La luz del local se apaga encendiéndose las de emergencia y los demás clientes del bar se empiezan a quejarse de sus móviles, del televisor, de la electricidad.
No me gustan los francotiradores, te dice la chica como si hablara de algún plato de comida o una marca de cerveza, muchos saben leer los labios y eso es un verdadero problema. Espero que te guste el ambiente romántico que he creado para nosotras. Bien, me llamo Liss. Imagínate por un momento que tengo todas las respuestas y diez minutos que dedicarte. ¿Que quieres saber?

Cargando editor
08/10/2013, 10:31
Christiane Volhard

Todos los intentos de Christiane por hablar con la jovencita que tenía delante se tropezaron con aquel gesto de silencio que al cabo de unos minutos resultó irritante. Todo aquello parecía una pesada broma orquestada por alguien de pésimo gusto y para la nerviosa madre, el silencio al que se la obligaba acabó por romperla. Con los labios firmemente apretados y la mano ya sobre el bolso vecino, Christiane se disponía a levantarse y despedirse cuando la muchacha que poco después diría llamarse Liss, dio el pistoletazo de salida con aquella sorprendente e inquietante afirmación.

-¿Francotiradores? -su voz se perdió en un murmullo de incredulidad, al tiempo que las pupilas de Christiane se dilataban fruto del súbito miedo que la atenazó. Un miedo con la consistencia de la melaza y del que no pudo despegarse ante el absurdo y férreo crono que se le imponía. Diez minutos y respuestas a cualquier pregunta. Una mirada desesperada por saber y una boca abierta por la incredulidad, hicieron que perdiera los primeros treinta segundos, antes de que su cerebro pudiera reaccionar y formular su primera pregunta-. Mi hija Katrina, ¿está viva? -de lo que dijera la muchacha dependían tantas cosas.

Cargando editor
08/10/2013, 22:13
Liss

Liss mira a la mujer, y, durante un instante, algo semejante a compasión asoma en sus ojos.
Sí, lo está. Con su manera de pronunciar la frase un "pero" callado a gritos parecía haberse adherido, como un fantasma, al final de aquella escueta respuesta.
En eso momento llega el camarero y pregunta que quieren.
-Una Berliner Weiße mit Schuss , gracias.
El camarero se gira hacia ti -¿Y la señora?.

Cargando editor
09/10/2013, 19:27
Christiane Volhard

-Un té y una porción de strudel -dijo de forma mecánica. Ante el sí de la mujer como respuesta había contenido inconscientemente la respiración. Y ahora, tras la marcha del camarero, un temblor incontrolable sacudió sus manos. Incapaz de evitarlo, las recogió en su regazo mientras unas lágrimas corrían por su rostro-. Gracias, Dios mío. Gracias -murmuró con la cabeza gacha.

Necesitó de un largo minuto para recuperar algo parecido al control. Se secó los ojos con una servilleta y gestos torpes.

-Está viva, pero ¿está bien? Y ¿dónde se encuentra?

 

Cargando editor
09/10/2013, 22:48
Liss

Liss se mira el reloj, ¿Ya han pasado dos minutos?y suspira. Mira Christiane, voy a serte sincera. Muy sincera. Tu hija es una chica muy dura y con un espíritu de supervivencia innato. Esa es la única razón por la que está viva. Porque sus habilidades nos eran útiles. Le operamos el rostro y le borramos la memoria. La joven se remueve en su asiento algo incomoda. Ahora mismo tu hija está en una azotea, con la misma intención que la furgoneta que nos acaba de tapar el paisaje. Matarme a mí y a quién se ponga en contacto conmigo. Y esa es la razón por la que he contactado precisamente contigo. Yo voy a morir aquí, volando en mil trozos cuando el efecto del inhibidor desaparezca en unos seis minutos, o con un disparo entre las cejas si salgo por esa puerta. No hay mucho más, tenía que elegir vivir yo o intentar reparar lo que se ha hecho y que todos tengamos un futuro.Las palabras son extremadamente pretensiosas, pero la manera en que las dice no. Sí, hubiese podido quedar contigo en un lugar seguro para mí, recóndito y oscuro, pero jamás hubieses venido. Te lanza por debajo de la mesa algo, que cae entre tus piernas. Es un pen-drive, escóndetelo. Te queda una última pregunta rápida, luego saldrás por esa puerta y te quedaras bien quieta mirando hacia arriba. Si sales corriendo te matará, si ve tus ojos...quizás tengas una oportunidad. Creo que algo tan primario como los ojos de una madre no es algo que ningún neurocirujano pueda extirpar, al menos no completamente. Si después de contar hasta tres sigues de pié, alejate caminando muy rápido del bar. Seguramente estaras preguntándote que derecho tengo de poner en riesgo tu vida, piensa en ello como el pago por las respuestas que tanto deseabas hallar. Liss pega un trago de cerveza y mira alrededor suyo, a la gente, luego mira hacia el fondo del baso como si buscase algo. Una vez, para eliminar un solo objetivo y que pareciese un accidente hicimos descarrilar un tren al completo. Si tienes la tentación de gritar bomba o algo así para salvar a esta gente, seguramente la noticia de mañana no será que un grupo de terroristas islámicos volaron un bar...sinó que demolieron un edificio. Solo hay una pequeña probabilidad de que tu y esa información salgais de aquí, y es esa puerta. Dió otro buen trago de esa cerveza, como si fuese el último de su vida, y miró el reloj. Te quedan tres minutos y una pregunta. Habla.

Cargando editor
10/10/2013, 18:44
Christiane Volhard

La cara de Christiane fue la paleta en la que primero se dibujó la incredulidad, la sorpresa y, finalmente, el miedo. Todo aquello semejaba una mala película de ciencia ficción plagada de violencia de las que tanto gustaban a los adolescentes a los que daba clases. Nada de cuanto decía Liss tenía sentido. Cirugías, lavados de cerebro, crímenes... y en medio de uno de esos hilos argumentales, la entrega de material cual espías nacidos en pleno período de la guerra fría.

Inconscientemente recogió el pendrive que se le entregó, aferrándolo en un puño, su mirada aún sin saber qué registro adoptar. Con todo ello aún cociéndose en un cerebro que se negaba a similar aquel cúmulo de información para la que no estaba preparada y que no sabía si creer siquiera, la presión de una única y última pregunta. La paciencia de la mujer que tenía frente a ella se había agotado. Y presuntamente, también su vida.

-¿Quiénes son los responsables de...? No, esa no debe ser la pregunta que respondas. ¿Cómo puedo recuperar a mi hija, tal y como era, a Katrina y no lo que me dices que es ahora? -su pregunta fue entrecortada. Ni siquiera sabía qué quería preguntar. O sí. Cientos de peticiones, de demandas, se acumulaban para ser formuladas, pero hubiera necesitado tiempo. Para asimilar, para ordenar, para decidir. Nada de ello parecía posible. Era una cuenta atrás en una carrera en la que ni siquiera había pedido participar.

Cargando editor
11/10/2013, 11:50
Liss

A la primera pregunta encontrarás la respuesta en el pen-drive. Al momento notáis como el móvil de Liss vibra con interferencias, como quisiera despertar, pero vuelve a enmudecer al momento. Eso es mala señal, dice ella. Queda poco tiempo...a la segunda respuesta, no lo se. Lo siento, me escapé de casa bien joven, no tuve unos padres como tú. Así que no se que decirte como hija, ni mucho menos como madre, ya que nunca llegaré a serlo. Solo pudo desearte suerte y decirte adiós. Luego sacó su móvil y lo dejó encima de la mesa. Como si fuera un reloj de arena apunto de agotarse.

Cargando editor
13/10/2013, 15:30
Christiane Volhard

Al final, la muchacha no tenía todas las respuestas. Christiane pasaba la mirada del pequeño aparato tecnológico que tanta y tan importante información guardaba, a la chica que tenía frente a ella. Seguía sin entender nada, sin comprender aquella sucesión de datos, de absurdos comentarios y su mente misma no se regía por los rigores del análisis y la lógica, algo de lo que siempre se había preciado. Toda ella era un caos, pero súbitamente, una luz se abrió camino. Sus habilidades nos eran útiles. Le operamos el rostro y le borramos la memoria...

Una rabia intensa ardió como si fuera pólvora en ella. Enrojeció y sintió que se ahogaba, incapaz de hablar coherentemente. Tan solo fue capaz de balbucear.

-Tú... vosotros... -una lágrima furtiva resbaló por su rostro, que se secó con un gesto violento, humillada por aquel gesto de vulnerabilidad. Se puso en pie, recogiendo el bolso que apretó contra su pecho, como si pudiera protegerla. No podía seguir en presencia de aquella mujer que la había citado y que se presentaba como la causante de sus desdichas, de las de su hija. Ni siquiera sabía si cuanto le había dicho era verdad. Parecía más una pesada broma. Pero fuera una cosa o la otra, Christiane Volhard ya había tenido bastante.

Sin mediar un último adiós, se encaminó a la puerta con gesto vivo, sus pasos resonando secos contra el pavimento de mármol de la cafetería. No era consciente de que apuraba el plazo dado por su contacto, aquellos paupérrimos minutos que le asegurarían una teórica supervivencia en el caso de que le hubiera sido sincera.

La puerta, en su giro, hizo tintinear el móvil de metal y aquella madre dolorida se enfrentó a las calles berlinesas. Había dejado de lloviznar, pero el ambiente gris acompañaba perfectamente a su estado de ánimo. De pie, en medio de la acera, se puso nuevamente el pañuelo en la cabeza y en un movimiento inconsciente, alzó la mirada hacia los cielos, obedeciendo así las instrucciones dadas. Lo recordó en aquel instante y, pese a sentirse estúpida por hacerlo, su corazón deseó que, pese a todo, sus ojos se cruzaran con los de su hija.

Cargando editor
14/10/2013, 00:35
Director

A Christiane Bolard el instante se le hizo eterno y el mundo enmudeció mientras esperaba allí con el rostro levantado. ¿Segundos, minutos? La oreja le zumbó, alguien debía estar hablando mal de ella.
Caminó unos pasos, indecisa, ¿entonces es todo una broma? Solo esos pasos y un taxi que aparcó cerca de ella y le sirvió medio de escudo la salvó de lo que ocurrió al instante: La furgoneta que había aparcado junto a ella pareció despegar cuando todo el material que había dentro de ella explotó. Los coches que había cerca de la misma salieron volando como bolas de billar tras el saque. La temperatura de la calle subió unos diez grados en apenas unos segundos y luego llovieron cristales. Con las manos en las orejas Christiane vio que le sangraba un oído. Le ardían por dentro y pensó que era por el sonido del estallido, pero no. Se dio cuenta de que le faltaba la oreja derecha. En ese justo momento el disparo empezó a dolerle como el diablo y a preguntarse porque no había llegado un segundo disparo. Ni un tercero...

Cargando editor
14/10/2013, 21:21
Christiane Volhard

Christiane no supo lo que había ocurrido. La poderosa onda expansiva la había arrojado contra el suelo húmedo, haciendo que sus piernas se arañaran contra el áspero asfalto. Una lluvia de cristales acompañó a toda una cacofonía de sonidos. Gritos, lamentos, el crujido del metal retorciéndose por el calor mientras el agua del suelo comenzaba a evaporarse rápidamente ante el efecto del vehículo que ardía poco más allá.

La explosión había sido atronadora, y los oídos de la mujer pitaban con fuerza. Arrodillándose en el suelo, una mano apoyada en el taxí que el había servido de parapeto, se llevó la mano a la oreja que sentía arder. No la encontró. En su lugar, retiró la mano ensangrentada, una mano que observó con la distancia que proporciona ele stado de shock. Parpadeó, sintiendo todo como algo irreal, con un tiempo que no discurría con la velocidad normal. Se incorporó, mirando a un lado y a otro, los ojos abiertos de par en par. Cuerpos en el suelo, ensangrentados, mutilados, gente corriendo, gente asistiendo a los heridos, gente paralizada y sentada en la acera incapaz de reaccionar. Miró a la cafetería. A lo que quedaba de ella.

Volvió a llevarse la mano a la oreja que le faltaba. La sangre, caliente y pegajosa fluyó entre sus dedos, manchando su gabardina. Y el tiempo volvió a recuperar su tempo normal. Y Christiane hizo lo único que podía hacer en aquella situación. Gritó. De dolor y desesperación.

Cargando editor
14/10/2013, 22:34
Director

Las luces no tardaron en llegar, no así el sonido. Coches policía, ambulancias y camiones de bomberos. Aquella extraña película de color, pero sin sonido, ¿como va a estar ocurriendote a ti?
¿Y un disparo? Una de las ambulancias se detiene justo a tu lado. Una de las enfermeras se dirige hacia ti pero se detiene. Mira en dirección hacia los hierros ardiendo que es lo que una vez fue el bar con la barra más larga de Berlín. Oh Dios. Dice y se lleva las manos a la boca. Llama a un camillero y desaparece hacia el humo y el polvo, lanzándote una última mirada.
Si esperas allí te llevaran al hospital, más pronto y más tarde. Y con él llegarán los doctores y, seguramente, las preguntas.

Cargando editor
16/10/2013, 20:31
Christiane Volhard

Densas y pesadas lágrimas caían por el rostro de Christiane, que seguía con la mano en su oreja. De forma irreflexiva, se acercó al retrovisor del taxi que la había parapetado y contempló lo que ni siquiera intuía y ante la visión de su oreja destrozada, palideció. Hizo del pañuelo una torpe venda con la que cubrió su oreja y se secó las lágrimas. Un mapa de sangre, hollín y suciedad se dibujó en su faz, mientras trataba de pensar.

Lo dicho por la mujer había acabado siendo cierto. La explosión había barrido cualquier prueba de aquella reunión. Y ella misma había sufrido un ataque. Su propia hija le habría disparado de creer en cuanto le había dicho. Y Christiane, confusa, no sabía en qué pensar. De algún modo se sentía manipulada, empujada en una dirección pero... ella no era nadie y nada de aquel horror y muerte tenía sentido y menos para convencerla de nada. Nerviosa rebusca en su bolso y la mano halló el pendrive. Un suspiro de alivio brotó de entre sus labios y una falsa calma se apoderó de ella. Tomó el móvil y llamó a su marido.

-Helmut, soy yo -dijo una vez que este descolgó-. Ha habido una tragedia, en el centro. Una explosión. Algún atentado terrorista. ¿Que has oído la explosión? ¿Estás también en el centro? Sí, sí, estoy bien. Una herida en la oreja, nada importante, aunque estaría bien que me viera Dietrich. Pero ven a buscarme por favor. Cuanto antes. Estoy en Lützowplatz, 7. ¿Cinco minutos? ¿Tan poco? Has venido en moto. Sí, Helmut. Esperaré. Pero ven rápido.

Notas de juego

Dietrich sería un amigo de la familia, médico de profesión y dueño de una consulta privada.

Cargando editor
17/10/2013, 15:57
Director

Van llegando más ambulancias y coches de policía y, como no, aparecen las primeras furgonetas de las cadenas televisivas en busca de la noticia y la imagen morbosa.

Cargando editor
19/10/2013, 12:04
Christiane Volhard

Christiane sintió que la adrenalina iba perdiendo su fuerza al saber que su marido llegaría en breve. Vio llegar nuevas ambulancias, policía que empezaba a preguntar entre los presentes acerca de los hechos y, entonces, la asaltó una sensación de culpa y vergüenza, como si ella fuera responsable y culpable de todo lo ocurrido.

Abrumada por aquella sensación, vio cómo las primeras cámaras y los primeros reporteros se deslizaban entre unos y otros como ratas a la búsqueda de su particular festín de dolor y horror, un festín con el que alimentar el hambre de un público que ni siquiera podría llegar a imaginar lo que era estar allí. Reculó unos pasos, alejándose de la marabunta apilada, de las camillas con los más graves, de los gritos, del olor a carne quemada, a orina y heces de las vejigas e intestinos incapaces de retener su contenido.

Y en aquel lúgubre escenario, vio también llegar a Helmut en su moto. Su expresión seria se conviritió en preocupación al verla herida. Pero eran demasiados años juntos como para no comprender que había algo más al fondo de la mirada de su mujer. Bajó de la moto, la miró unos instantes antes de abrazarla y besar su frente y después la ayudó a montar.

-Iremos a casa de Dietrich lo primero. No pensaba que fuera a ser tan aparatoso, pero cuando dijiste que necesitarías de él, me tomé la libertad de llamarlo. Nos está esperando. 

La moto, con una pequeña pedorreta, aceleró y se alejó del caos, de la muerte y de la sangre. Y quiza, de la hija de ambos. O de una mira telescópica. Era lo que. inevitablemente, pensaba Christiane que, sentada detrás y abrazada a su marido, sentía cómo el viento arrastraba sus lágrimas.

Cargando editor
21/10/2013, 16:19
Christiane Volhard

Veinte minutos más tarde, Helmut detenía la moto ante la consulta de su amigo Dietrich, localizada en su casa, una vivienda unifamiliar en un barrio residencial de la ciudad. Este se encontraba ya a la puerta, como si hubiera presentido su llegada o como si estuviera esperándolos desde que Helmut lo llamara.

-Pasad -dijo tras besar a Christiane. Mostraba un aspecto serio-. Acabo de ver en las noticias lo ocurrido. Hablan de un atentado terrorista de Al Qaeda, aunque quién sabe. Por las imágenes que he llegado a ver, has vuelto a nacer, Christi, aunque hay que echar un vistazo a esa oreja de inmediato

Pasaron todos y tras pedir a Helmut que aguardara fuera de la habitación que usaba de consultorio, atendió a Christiane. Lavó con cuidado la herida y con ojo crítico analizó el alcance de la misma.

Mientras tanto, la mujer parecía sumida en un mutismo férreo, su mente sumida en reflexiones que aún no se atrevía a compartir, y que solo se rompió ante el dolor de la cura. Miró a Dietrich y suspiró.

-¿Cómo de fea es la herida, Dietrich? Y sin paños calientes.

Notas de juego

Lo dejo aquí para que "penejotices" al médico si quieres.

Cargando editor
21/10/2013, 23:07
Dietrich

Había estado pensando en aquello durante el tiempo de la cura. Ahora la tienes perfectamente curada y no se infectará. Conozco un buen cirujano que podrá reconstruirla casi en su totalidad, puedo darte su tarjeta y interceder para que no os haga esperar demasiado. Aparte de eso... Se piensa como decirlo Pensaba, dado el caso, que la herida sería por algun trozo de metralla o algún cristal procedentes de la explosión. Christiane, aunque por suerte no he tenido que tratar muchos disparos, se que tipo de heridas probocan... Somos amigos desde hace años y nada que no quieras que diga saldrá de aquí pero...¿Quién dispararía a una persona tan tranquila y amable como tu?

Cargando editor
22/10/2013, 00:16
Christiane Volhard

-¿U...un disparo? ¿Cómo que un disparo? -Christiane moduló su voz de tal modo que pareciera asustada, algo que no le costó un gran esfuerzo. Realmente estaba asustada-. Dietrich, ¿qué dices? Acababa de salir de la cafetería cuando explotó aquella bomba. Sentí arder la oreja y después vi cómo me sangraba lo que quedaba de ella. ¿Cómo puedes decir que me dispararon? Eso es... imposible -palideció, a sabiendas de que estaba mintiendo, mintiendo para proteger a su hija, su hija desaparecida. Aquella que se había transformado en un monstruo si hacía caso de lo que la muchacha rubia le había dicho. Un monstruo que la había disparado.