Partida Rol por web

No cabía duda: allí había alguien.

O algo.

Ossian se agazapó tras el tronco de un roble. Pero fue vagamente consciente de que era un estupidez, pues ignoraba de dónde provenía la amenaza. Tal vez el peligro se ocultara justo a su espalda. Se giró, asustado de su propia idea, y apuntó su ballesta en aquella dirección. El corazón se le había desbocado y estaba resollando como un fuelle. ¡Valiente guerrero estaba hecho! A buen seguro, cualquier criatura que se hallase a menos de quinientos pasos podía oírlo. Recordó su experiencia como explorador, clavó una rodilla en el suelo y permaneció inmóvil.

Quizá no había elegido un buen lugar para acampar. Se hallaba en una hondonada cubierta de helechos y rodeada de maleza, donde no podría ver a un atacante hasta que fuese demasiado tarde. Y si lo veía, y era un nirbolg, ¿qué podía hacer? Mejor no pensar en ello —pensó. Se concentró y poco a poco logró aquietar sus pulsaciones.

Cuando se incorporaba, dispuesto a buscar un sitio mejor en el que detenerse, descubrió un nuevo olor, fétido y metálico, como el de las fauces de una gran bestia carnicera. Recordó el consejo de los exploradores de su tierra: si viene olor a sangre, ¡corre! Murmuró un encantamiento y se levantó con más rapidez que dignidad para huir de aquél hedor. Gracias al conjuro corría a una velocidad imposible, pero escapaba sin rumbo, sin plan, buscando tan sólo un sendero abierto entre la vegetación que sembraba trampas en su camino.Tropezó con una raíz aérea y cayó de bruces sobre una tierra húmeda y fría. Fue entonces cuando oyó un aullido sobrenatural que le heló la sangre de las venas. Venía de su espalda; su instinto le había hecho huír en la dirección correcta. Se incorporó y reemprendió la huida. Las ramas azotaban su rostro. Algo punzante le hirió en la ceja. Su propia sangre le goteó cálida junto al ojo. Otro bramido, más furioso y cercano que el anterior; se decía que a los nirbolg los excitaba el olor de las heridas. ¿Era un nirbolg? Por el estrépito que levaban en su carrera, aquella criatura era más pesada que un jabalí, tal vez lo fuera tanto como un oso.

La espesura se abrió sin previo aviso y Ossian se encontró con un talud que bajaba hacia el Sendero de la Hachuela. El suelo era desmoronadizo; perdió pie y cayó rodando. Se golpeó en el codo con un canto, pero apenas reparó en ello. Tampoco reparó en las dos mujeres y en el semiorco que contemplaban la escena con pasmo. Ossian se incorporó a tiempo de ver surgir una figura vagamente reptiliana entre los árboles. A la luz mortecina del ocaso, el rashemí distinguió el enorme tórax erizado de púas, los brazos largos y provistos de garras, las piernas cortas y musculosas, la larga hilera de dientes afilados como cuchillas y, sobre todo, los ojos rojizos que brillaban como dos malignas luciérnagas.

—Tempus... —balbució Ossian, hipnotizado por la mirada fosforescente del nirbolg.

Rengar caminaba apaciblemente por el sendero mientras llevaba a Mo de las riendas. Su armadura rechinaba con sus pasos, llenando el silencio sólo roto por el crujido de las hojas y las ramas caídas. El semiorco no hablaba, pensaba. Los últimos sucesos le habían dado un nuevo objetivo que cumplir: ayudar a reconstruir y reorganizar el templo de Selûne como parte de la promesa que había hecho al ser salvados por ella. Era lo justo. Pero Rengar no sabía de números ni de construcción. Daría para ello lo que fuese necesario, pero no sabía cuánto tardarían ni cuál sería el siguiente paso a dar. Tendría que preguntarle a sus compañeras, sobre todo a Galatea. Ella había experimentado una catarsis en el templo y probablemente también quisiera ayudarlo con la reconstrucción.

De improviso, de entre los árboles surgió una bestia de gran tamaño que el paladín no había visto nunca. Sin perder tiempo soltó las riendas de Mo y se acercó a su encuentro mientras cargaba el arco y apuntaba. La flecha surcó el aire con un silbido y se clavó en el hombro del monstruo. Hecho esto, Rengar se preparó para soltar el arco y coger el escudo y el hacha.

-¡Detrás de mí! ¡Yo os protejo! -gritó a sus compañeras.

El nirbolg zangoloteó la cabeza festoneada de cuernecillos mientras descendía por el terraplén. Aspiraba con fuerza por las fosas nasales, captando el delicioso aroma de más presas. La enorme boca de la criatura se llenó de saliva espesa, anticipándose al festín de aquella noche.

La bestia escuchó un chasquido y volvió la mirada a tiempo de ver la flecha de Rengar cruzar el aire en su dirección, como una avispa rabiosa. El proyectil se hundió con fuerza en las duras escamas de la criatura. El nirbolg cogió aire y soltó un trembundo rugido de advertencia. Era un aullido aterrador y escalofriantes, que helaba la sangre en las venas. Muchos bravos guerreros habían retrocedido al escuchar ese bramido.

Ignorando el dolor de aquél extraño aguijón que le habían disparado, el nirbolg decidió centrarse en la primera presa. Si las nuevas eran demasiado difíciles de matar, podría llevarse esa a su guarida. Sin dudarlo se abalanzó sobre Ossian y le lanzó un terrible zarpazo que hizo gemir al bardo.

Cuando no la mantenía fija en algún punto indeterminado del sendero, Galatea miraba distraídamente al bosque que comenzaba a pocos metros a la diestra del susodicho, como si sus pensamientos anduvieran muy lejos de aquél lugar y se encontrasen en otra parte. No es que la elfa fuese de por sí una charlatana empedernida pero sí había estado bastante más callada de lo normal durante el trayecto o al menos desde que habían dejado atrás el antiguo templo de Selûne.

Por su parte, Áscalon parecía tan incombustible como siempre. Cuando el lobo se encontraba en terreno natural (y no había indicios de amenaza a la vista) no se conformaba con caminar todo el rato, a veces trotaba serpenteando entre los compañeros con la plumosa cola en alto, adelantándose en el camino mientras olfateaba como si fuera un explorador y volviendo después junto a Galatea con la lengua colgando de lado, corriendo incluso a veces, como si viniera a decirle "¿No es genial? ¡No hay nada malo unos metros más adelante!".

La verdad es que era increíble que el lobo pudiera llegar a parecer un perro juguetón en ocasiones mientras que en otras se transformaba en la más fiera de las bestias salvajes. Sin embargo, aquella actitud parecía ser lo único que llamaba de vuelta a Galatea de las nubes ya que al notar la cabeza del animal empujando suavemente su costado para conseguir su atención, lo miraba y le acariciaba las orejas con una sonrisa muy tenue.

Y de pronto, un pedazo de bosque explotó y un humano salió disparado de él rodando terraplén abajo con un monstruo enorme a la zaga.

La elfa se paró en seco abriendo los ojos de par en par, como si se preguntara qué demonios pintaba de pronto aquello allí.

"Por el Aguirnaldado de Avandor... en este valle es imposible aburrirse. ¡Si una no busca los problemas, vienen ellos solos a buscarla!".

La escena definitivamente había terminado de sacarla de sus cábalas. Rengar por su parte había sido más rápido y gritaba algo que ella no fue capaz de retener por el repentino desconcierto. Mientras, el paladín disparó contra la bestia que, incordiada por el molesto "mosquito" rugió amenazadora. La druida vivía en la espesura y había visto cientos de criaturas diversas, unas más normales, otras más extrañas, pequeñs, grandes, inofensivas, imponentes... y aun así de lo que estaba más que segura es de que el bosque nunca iba a dejar de sorprenderla con cosas como aquella. Al escuchar el gemido de dolor del desconocido, sacudió la cabeza y se centró de una vez en la realidad.

—¡Khaila, ayúdalo!—se oyó decir a si misma—¡lo va a matar!

Si bien sabía que la guerrera planteaba un serio problema a cualquiera que se atreviese a "discutirle" en cuerpo a cuerpo, ella misma no pensaba quedarse mirando. Sacudió un brazo a un lado y su mano se envolvió repentinamente en llamas, luego corrió un par de pasos hacia adelante hasta situarse a la altura del paladín y, como quien coge carrerilla para lanzar una pedrada, disparó aquella llamarada contra el nirbolg que recibió un buen estallido igneo en la enorme testa llena de cuernos.

Áscalon se había puesto alerta tan solo unos segundos antes, puede que el olor que traía el viento o simplemente alguna especie de instinto animal hubiera hecho saltar una pqueña alarma en la cabeza del lobo... daba igual, el caso es que cuando tanto el humano como el nirbolg irrumpieron en el camino, se dirigió rápidamente a seguir a Galatea como hacía siempre.

Sin embargo, cuando aquél monstruo enorme rugió, el lobo emitió un gañido tenso, aplanando las orejas contra la cabeza. Aunque permaneció junto a la elfa, las patas le temblequearon un poco.

La felicidad era un sentimiento efímero que khaila no se había permitido sentir en muchos años. Pero, desde que había conocido a sus compañeros, había llegado a rozarlo con las puntas de los dedos. Cuando Rengar y Galatea decidieron emprender aquel viaje, ella ni se lo pensó apuntándose enseguida.

Hacía demasiado tiempo que sentía que estaba perdiendo el tiempo en el Valle de la Rastra. Allí no encontraría a Osweld, se encontraba en un callejón sin salida. Cuando ocurrió lo de la niña elfa, pensó que era una pista. Pero la había perdido, o no había sabido como seguirla, y si no hacía nada sentía que caería en un pozo oscuro y muy profundo.

Una extraña amistad la había unido a aquel semiorco, al cual admiraba profundamente. Admiraba aquella fuerza y determinación que, a pesar de todos los contratiempos, le habían llevado a seguir la difícil senda del paladin.

También la amistad que la había unido a aquella elfa, por la cual sentía una enorme gratitud. Cuando temieron que la maldición de la licantropía corriera por sus venas, Galatea le había prometido que no la abandonaría. Y aunque tuvo que pasar pruebas muy duras y enfrentarse a sus propios fantasmas del pasado, continuó a su lado hasta conseguir la cura.

Todo eso sentía la guerrera por sus dos compañeros, pero su actitud continuaba siendo la de siempre. Durante tanto tiempo había creado aquella coraza alrededor de su corazón, que le era imposible mostrar un ápice de cariño a la gente que apreciaba. A veces, una simple sonrisa ya era mucho para ella.

Llevaban varias horas caminando. Khaila, como siempre, se quejaba del sol que según ella le causaba un fuerte dolor de cabeza y hacía que sus ojos lagrimearan. De repente un alarido les puso en guardia. Khaila ya estaba llevando su mano a la empuñadura del enorme espadón que llevaba colgando en su espalda, cuando vieron aparecer a un hombre seguido de una enorme criatura reptiliana.

Rengar fue el más rápido en reaccionar cogiendo su arco y tras tensar la cuerda una certera flecha se clavó en aquella criatura. Les dijo que se quedaran atrás, que él las protegería, a lo que la guerrera respondió con un bufido. - Ni hablar... - Dijo mientras desenvainaba el espadón y se lanzaba a la carga. Escuchó la voz de Galatea y una sonrisa se dibujó en su fiero rostro.

Áscalon parecía bastante tenso a causa del rugido del nirbolg, sin embargo, el lobo había acompañado a Galatea desde que era un cachorro y tras tantos viajes había aprendido a enfrentarse tanto a criaturas normales como a sobrenaturales. Por muy grande que fuera aquella cosa, no huiría ni se escondería.

Ya no era solo el hecho de Khaila se lanzase al combate, si no el de que su compañera elfa lo hiciera fue suficiente como para que él tambien iniciase la carga. El animal gruñó frunciendo el hocico y mostrando los dientes, echó a correr como una (peluda) flecha blanca a tal velocidad que, pese a que había salido mucho después, llegó casi a adelantar a Khaila, derecho a embestir contra el flanco del monstruo con los colmillos por delante.

El hombre de barba rizosa respiró aliviado al ver que erais del tipo de persona que salía en defensa de un desconocido en apuros. Y masculló un agradecimiento a Tymora cuando comprobó que erais capaces de enfrentaros a esa bestia y abatirla.

El nirbolg lanzó un aullido estremecedor cuando le alcanzó el potente mandoblazo de Khaila, y Ossian aprovechó la oportunidad para alejarse de aquellas peligrosísimas garras. Tanteó su cinturón en busca de un cuerno, lo sacó de un tirón y se lo llevó a los labios.

—ARUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUU... —cantó el cuerno, impregnando de la poderosa magia del bardo. Era una única nota, que llegó a vuestros corazones como un rayo de luz a través de un cielo encapotado.

De improviso, vuestro coraje se vio redoblado.

Rengar se dispuso a correr hacia el monstruo, pero el lobo se le adelantó casi enredándose en sus piernas. Ahora no podía cargar como tenía previsto, con lo que trató de rodear a Áscalon y acercarse a la bestia cuanto le fuese posible.

Pero la criatura sabía que en la caza, o eras cazador o eras presa. Y no estaba dispuesta a convertirse en presa. Sin dudar, rugió y se abalanzó sobre el oponente más peligroso: Khaila.

La guerrera aún estaba desequilibrada por el ataque temerario que había hecho. Esquivó el primer garrazo que le tiraron de milagro, pero el segundo le dibujó tres líneas incandescentes en el brazo de la espada. No se había recuperado del golpe cuando el nirbolg giró sobre sí mismo y le asestó un golpe en la cabeza con el extremo bulboso de su cola que nubló su visión durante un par de latidos de corazón.

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Galatea gruñó cuando vio que aquella cosa golpeaba a Khaila. Por enorme que fuera, parecía también tremendamente rápida... y temendamente dura. Aquél mandoblazo bien podía haber matado a un buey.

La mano de la elfa se recubrió de nuevo de llamas y disparó otra vez contra el nirbolg volviendo a achicharrarle otra porción de la testa, ennegreciendo las duras escamas y haciendo caer alguna.

Áscalon embistió como un ariete peludo al nirbolg, hincándole los colmillos con la fuerza suficiente como para atravesar la dura capa de escamas, un chorro de sangre salpicó el pelaje blanco del lobo que gruñía sacudiéndo la cabeza para desgarrar la carne que había debajo.

Khaila no vio venir aquellos dos golpes que la dejaron medio aturdida. Movió la cabeza intentando despejar su mente... Una mueca asomó a sus labios cuando vio que Rengar se encontraba casi al lado.

Se movió colocándose al lado de la criatura y levantó el arma preparándose para asestar un nuevo mandoblazo. - Rodeémosle Rengar - . Gritó la guerrera...

La nota del cuerno de Ossian quedó suspendida en el campo de batalla. El bardo se deshizo del cuerno y apuntó rápidamente con su ballesta. Pero atacó con demasiada precipitación y su saeta se fue a perder a lo lejos, en el bosque.

Rengar soltó el arco y cogió el hacha. Ayudado por la posición de Khaila tenía más fácil acertar el monstruo, sin olvidar el efecto del toque de cuerno. El valor y la adrenalina le daban aún más fuerza, con lo que el golpe de su hacha fue muy poderoso. La hoja se clavó en la piel de la bestia sajando músculos y tendones y llegando hasta el hueso. La sangre le empapó el pecho y el rostro, congestionado de ira mientras bramaba unos temibles gritos de batalla.

Cuando Rengar estuvo al otro lado de la criatura, Khaila descargó su potente mandoblazo...

Los recientes golpes que habíais asestado a la criatura la habían destrozado por completo. Sangraba profusamente, y parecía que iba a morder el polvo de un momento a otro. Sin embargo, con la ferocidad propia de una bestia acorralada, lanzó un torbellino de ataques a Khaila.

Pero la bestia se movía ahora mucho más despacio, y Khaila pudo evitar todo los ataques salvo un garrazo en el muslo.

—Elurii ena'dor... —Galatea resopló maldiciendo el aguante del monstruo.

Entretejió las últimas trazas de duración que le quedaban al conjuro y creó una última bola de llamas en la palma de su mano, cuando la lanzó, esta voló y explotó entre los ojos del nirbolg provocando una nueva explosión de humo que le dejó una mueca ennegrecida de carne quemada y un nuevo rugido, esta vez agónico y acompañado de un estampido, hizo temblar el suelo cuando la bestia cayó finalmente abatida.

La druida suspiró aliviada poniendoo los ojos en blanco, entonces cayó en la cuenta de que la guerrera sangraba por varias heridas.

—Khaila—se acercó ligera—¿Estás bien?

Rengar observó a la bestia caer derribada y soltó un suspiro de alivio. Guardó de nuevo el hacha y el escudo y recuperó el arco largo del suelo. Galatea ya había ido a atender a Khaila, que era la que peor parada había salido, así que caminó hacia el humano que había tocado el cuerno. De pasada le dio un par de golpecitos en la cabeza al lobo, como agradecimiento.

El paladín era imponente, y aún más lleno con el rostro lleno de sangre. A pesar de su herencia orca, poseía cierto atractivo, como un aire de bondad y humanidad que no podría diluirse ni con los genes de su padre. Sonrió, mostrando sin querer los protuberantes colmillos, y extendió una mano hacia el bardo para ayudarle a sostenerse. Estaba herido.

-Hola. Soy Rengar, paladín de Ilmáter. ¿Quieres que te cure eso? -preguntó.