Partida Rol por web

El camino a Velarburgo fue un tranquilo paseo en silencio, bajo la lluvia. Llegasteis hasta el templo de Khauntea sin ningún percance y os guiaron hasta el estudio de la Madre Segadora. Informaste a la sacerdotisa de la situación de Chiban y accedió a lanzar el hechizo después de romper la maldición.

Olavia trazó unas runas en el aire mientras canturreaba un encantamiento y...

La sortija emitió un brillo cegador que creció hasta el tamaño de un humanoide. Cuando el fulgor cesó, había un anciano enclenque, ataviado con una túnica raída y con unas barbas que le llegaban hasta las rodillas. Chiban se miraba las manos huesudas con espanto.

—¡Aaaah, miradme, he envejecido! ¡Soy un maldito viejo! —chilló.

Pero al romperse la maldición, trajo algo más que al viejo...

Hubo un remolino de hojas secas surgidas de nada, y en su interior se formó la estilizada figura de una mujer de piel tostada y cabellos plateados. Su rostro era joven, pero su porte severo e implacable sugería mucho más edad.

—¡Aaaah, es ella! —chilló Chiban—. ¡La mujer que me derrotó en el duelo de conjuros!

La mujer de ojos peligrosos recorrió la estancia para cerciorarse de dónde estaba, después observó a los presentes antes de centrar su atención en Chiban.

—A cualquier cosa le llamas tú "duelo de conjuros" —se mofó la mujer, cruzándose de brazos—. Qué, ¿ya has encontrado a alguien que deshaga lo que tú no eres capaz de deshacer?

Galatea había procurado permanecer todo el camino concentrada sólo en la lluvia, en el olor a ozono, en el susurro del viento... en una palabra: en las cosas que siempre la hacían sentir en paz. Porque lo necesitaba.

En el fondo agradeció que la tormenta hiciera que no hubiese nadie por las calles, no sabía si habría sido capaz de soportar otra ronda de miradas tirantes centrada en Aidé. Y, francamente, no sabía si la hechicera tampoco.

Llegaron al templo y la Madre Segadora se encargó de la maldición, la elfa hizo visera con un brazo sobre los ojos cuando la sortija centelleó de aquella manera y entonces Chiban apareció... ciertamente, después de la mención de los 50 años esperaba a un anciano.

Lo que no esperó fue lo segundo.

Galatea abrió los ojos de par en par, parpadeando con sorpresa cuando la misteriosa mujer se materializó, por un instante fue incapaz de mirar otra cosa que su cabello plateado, no supo por qué. Entonces reaccionó sacudiendo la cabeza para volver a centrarse en la realidad.

—¡E-Eh! ¡un momento, un momento!— levantó ambas manos como si alguien le estuviese apuntandoo con un arco. Tras obtener la atención de los presentes, miró de reojo rápidamente a ambos lados antes de añadir enarcando una ceja—. ¿Alguien puede explicarme qué demonios está pasando aquí?

La hechicera se sonrió.

—¿Qué, no les has explicado de dónde viene nuestro pequeño conflicto? —le preguntó a Chiban—. Vamos, cuéntaselo.

Chiban carraspeó.

—Bueno, dije que no eras una rival digna para mi, que sería capaz de derrotarte utilizando sólo tres conjuros.

No pareció ser lo que la maga buscaba.

—¿Y qué más?

Chiban empezó a ponerse colorado y se encogió como si se quisiera hacer más chiquitito.

—Dije... dije que... el Arte no debería estar al alcance de las mujeres. Que debería ser cosa sólo de hombres.

La maga hizo un gesto elocuente con la mano a Galatea, como si le estuviese indicando que ese era el quid de la cuestión.

—Yo... era joven y estúpido —aclaró rápidamente—. He tenido mucho tiempo para pensar en aquello. Retiro mis palabras y os pido humildemente perdón.

La maga bufó despectivamente.

—Bueno, hay muchas mujeres con poder mágico aquí, por lo que veo. ¿Qué pensáis vosotras de este mequetrefe?

Galatea se quedó un instante en la misma postura, luego dejó caer los brazos y miró a sus compañeros con cara de "Supongo que nadie se había esperado esto, ¿no?" antes de volver a mirar a los magos reaparecidos.

—Bien... yo diría que ha quedado más que patente que estaba equivocado—dijo—. Patente durante cincuenta años, de hecho.

A decir verdad, y con todo lo demás que tenía en la cabeza, aquel conflicto le parecía más que simple. Bocazas había muchos en el mundo... y generalmente solían encontrarse con que la vida les daba dos bofetadas y les enseñaba cuatro cosas. A aquél mago le acababa de ocurrir. No es que fuera a servir de mucho castigarlo ahora por haber sido un cretino antaño.

—Chiban, supongo que eso significa que has escarmentado lo suficiente como para... ¿dedicarte a pensar las cosas antes de hablar?—añadió con aire de pregunta, aunque no parecía enfadada. Aun le costaba quitarse la sorpresa de encima—. Hay magas por ahí que podrían haberte hecho algo bastante más violento que maldecirte.

Chiban asentía y se iba haciendo aún más chiquitito. Aidé en cambio, se creció.

—Yo creo que tiene lo que se merece. Si hubiera estado en tu lugar, no habría sido tan benévola.

—Yo, en cambio, creo que cincuenta años de la vida de una persona es un castigo muy severo por una fanfarronada fuera de tono —observó la Gran Madre Segadora—. Las cosas tienen la importancia que tienen.

—¿Y pretendes enseñarle a una de las Siete Hermanas cómo debe castigar una actitud así frente al Arte? —se asombró la maga.

—Todas las personas tienen algo que enseñarnos, si tenemos el buen juicio para verlo. Pero no era mi intención ofenderos, Simbul —la anciana ofreció una sonrisa desdentada como conciliación.

La Simbul pareció desconcertada durante unos momentos por la osadía y la aparente tranquilidad de la anciana. Pero se recompuso rápidamente. Posó su tempestuosa mirada en Chiban, que era la viva imagen del terror abyecto.

—Está bien, hechicerillo. Tu ofensa queda así saldada.

Después fuiste tú el objetivo del escrutinio de una de las más poderosas hechiceras sobre la faz de Toril.

—Dale recuerdos a Selûne.

Galatea no era una persona fácil de impresionar pero, en honor a la verdad, tenía que admitir que en aquel momento estaba estupefacta, y mucho. ¡Una de las siete hermanas! ¡Una hija y elegida de Mystra!

Sólo fue consciente de nuevo de la situación cuando La Simbul se dirigió a ella, aquellos ojos parecían leer el pensamiento, el futuro y hasta el pasado. ¿Cómo demonios se dirigía una a una de las criaturas más poderosas que pisaban Toril? Era una pregunta que curiosamente nunca se había hecho.

—S... —parpadeó como si quisiera cerciorarse de que sus ojos no la estaban engañando—. Sí, claro.

Sabía "saludar" a la diosa, lo que la desconcertaba era... el motivo de aquella Hermana hubiera dicho eso.

La Simbul asintió, hizo un gesto en el aire y se transformó en cuervo. Aleteó por la habitación y salió por la ventana. 

Chiban soltó un largo y profundo suspiro y comprobasteis que se había meado encima del miedo.

—¡Por todos los dioses! ¿Cómo conseguiste meterte en líos con la mismísima Reina-Bruja de Aglarond?

—No sabía quién era ella —lloriqueó Chiban.

—Pues has tenido una suerte increíble —le dijo Aidé—, no tiene la fama de ser precisamente una mujer paciente.

—¿Pasarse cincuenta años convertido en bota te parece tener una suerte increíble?