Partida Rol por web

Drizzt, Ossian y Aidé regresaron unos minutos después de que Rengar se marchara a coger bayas. Aidé ni siquiera te miró, pero Ossian se acercó a ti para tenderte un saquillo pesado.

—Tu parte —dijo simplemente—. Cuando lo liberamos, Chiban insistió en que te diéramos la mitad de la recompensa, por haber perdido tus botas en el proceso. 

—¡Khaila, Khaila! ¡Hemos visto a La Simbul! —chillo Drizzt, excitado.

Khaila no se había movido del sitio desde que Rengar salió al exterior. Se encontraba sentada frente a la hoguera mágica, con el ceño fruncido y la mirada perdida.

Escuchó unos pasos y levantó la vista, viendo aparecer a los que habían ido a Velaburgo. Galatea no iba con ellos, supuso que se había retrasado por algún motivo o que incluso estaría fuera hablando con Rengar. Enarcó la ceja cuando Ossian le tendió aquella pesada bolsa. En el fondo de su corazón no esperaba recibir nada por haberse quedado sin las botas. Al extender la mano para recogerla sintió un leve pinchazo de culpabilidad. Aunque, tras todo lo que había vivido, seguiría siendo desconfiada por naturaleza, era consciente de que se había equivocado al juzgar a Chiban.

Iba a preguntar por Galatea cuando el enano, emocionado, le informó que habían visto a una tal Simbul. Khaila no tenía ni idea de quién o qué era. 

- ¿A quién? - Preguntó intrigada. ¿Por qué Drizzt estaba tan excitado?

Aidé soltó una risita desdeñosa. Ossian te miró largamente como si estuviera sopesando que estuvieras de broma.

—¿No sabes quién es La Simbul? —se extrañó el bardo—. ¿La Reina-Bruja de Aglarond? ¿Una de las Siete Hermanas?

La guerrera se ruborizó y lanzó una mirada fría a Aidé cuando ésta se rió de ella. ¿Y Rengar pretendía que se rebajara a pedirle perdón? Aquella burla lo que hizo fue reafirmar el propósito de Khaila. Miró a Ossian y negó con la cabeza.

- No... No había oído hablar de ella - . En cambio, sí que había escuchado sobre las siete hermanas. Le sonaba que había una que se encontraba en el norte, gobernando una ciudad. Pero poco más sabía sobre ellas, tan sólo que eran poderosas...

- ¿Y qué hacía esa mujer en Velaburgo? - Preguntó extrañada. Si como Ossian decía era la reina de Aglarond, no entendía que podía estar haciendo en un pueblo tan alejado. 

—Pues no sé dónde has estado metida todos estos años. Es una de las mujeres más poderosas sobre la faz de Toril... —Ossian carraspeó—. También fue la que le puso la maldición a Chiban. Y debió modificarla de alguna manera para alertarla si alguien la rompiera. Por lo visto, en su juventud Chiban pensaba que la Magia era sólo cosas de hombres y que las mujeres no debían inmiscuirse. De alguna manera debió llegar a los oídos de ella y lo castigó transformándolo en bota. 

Cayó en la cuenta de que no tenías ni idea de quién era La Simbul así que abundó en el asunto.

—Es una de las Siete Hermanas de Mystra, la diosa de la magia. Es su deber controlar su uso, e imagino que alguien que propusiera ese tipo de restricciones no le gustaría nada a la diosa.

Khaila asintió con un suave gesto de cabeza. Había escuchado en silencio la explicación de Ossian. Aquello reafirmaba más su desidia hacia la magia. Era algo que no comprendía y que hasta hacía bien poco había intentado mantener muy lejos de su entorno. 

Lo que no entendía era, si la Símbul había convertido a Chibas en unas botas, ¿por qué éste podía transformarse a su antojo? Era algo que escapaba de su comprensión, pero prefirió no consultarlo. En el fondo tampoco era de su interés. 

Khaila guardó la bolsa de monedas en su mochila. Le servirían para comprar otras botas cuando pudiera. Se había acostumbrado a aquellas y le fastidiaba volver a sentirse tan lenta. Al pensar en aquello, al darse cuenta que había perdido una importante ventaja que tenía sobre sus enemigos, una mueca asomó a sus labios.

Suspiró y volvió a clavar sus oscuros ojos en el fuego. Ya se sentía seca y había conseguido entrar en calor. - ¿Habéis comido algo? - Les preguntó sin ni siquiera mirarles, como si no le importara. Aunque en el fondo estaba preocupada por el niño. Si no se alimentaba no crecería fuerte y no podría cumplir sus sueños...

—No —replicó Ossian—. Preferimos esperar a volver al campamento para que Rengar y tú no comierais solos.

Al poco rato volvieron Galatea y Rengar. Todo seguía, afortunadamente, como lo habían dejado. 

Como era de costumbre, Áscalon ya había detectado a Galatea casi un minuto antes de que la elfa llegase. El lobo se había mantenido en la entrada de la cueva (lo justo en el umbral para que la lluvia no lo calase) en pie con la vista fija afuera, las orejas erguidas con atención y la plumosa cola balanceándose suavemente.

Al rato llegó la elfa calada hasta los huesos pero con indiferencia absoluta ante ese hecho, el lobo la recibió hociqueándole la mano derecha hasta que consiguió meter la cabeza entre el brazo y el cuerpo y ganarse unas caricias.

—Buenas, soy la autoridad forestal... —dijo Galatea sonriendo tenuemente como quien se resigna a que pronto tocará ponerse manos a la obra pero se alivia de que por el momento nada esté patas arriba. Señaló con un pulgar hacia atrás, por donde llegaba Rengar—. Y resulta que me he encontrado un paladín comiéndose las bayas de mi bosque, ¿es vuestro?

-He traido moras. Para todos -dijo el semiorco mientras entraba. Tenía un cucurucho hecho con una hoja lleno de moras gordas y jugosas que ofreció dejando al alcance de quien quisiera coger-. ¿Cómo ha ido en el templo?

Buscó algo para secarse, ya que también se había quedado hecho una sopa.

Khaila dirigió su mirada hacia la entrada de la cueva, cuando Galatea asomó por ella. Como se había imaginado, tras la elfa iba Rengar. La comisura de sus labios se curvó un poco hacia arriba al ver las enormes moras que traía el paladín. Tenían un aspecto delicioso y jugoso. 

La guerrera alargó la mano y cogiendo una de esas moras se la llevó a los labios. Al morderla sintió como el jugo dulce inundaba su boca. Estaban riquísimas, y a esa hora ya empezaba a tener hambre. - Están buenísimas... - Comentó sorprendida. Se movió un poco, para poder dejar sitio, al lado de la hoguera, a los que venían empapados de fuera.

Rengar preguntó por como les había ido en el templo. Aunque Ossian ya le había explicado algo, Khaila miró hacia Galatea... 

Aidé le siguió el juego a Galatea.

—Vaya, pensábamos que nos confiscaría a nuestro paladín. Pero no nos libraremos de él tan fácil, ¿verdad? —suspiró Aidé.

Su sentido del humor era irónico, pero sorprendentemente no rezumaba el veneno que solía. Ensayó una sonrisa.

Ossian enarcó una ceja.

—¿Que cómo ha ido en el templo? —preguntó el bardo, mirando a Rengar y a Galatea alternativamente—. ¿De qué habéis estado hablando entonces? ¿Y por qué está Galatea tan contenta?

Galatea enarcó ligeramente las cejas con la contestación de Aidé, no se había esperado que la genasí le siguiera el juego pero verla reaccionar así hizo que su sonrisa dejara de ser tenue y se iluminara más.

—Me temo que no—respondió.

Entonces Ossian preguntó aquello y Galatea se encogió de hombros con toda inocencia.

—¿Y por qué no iba a estarlo? Llueve —contestó como si aquello fuera razón suficiente como para tener buen ánimo (Bueno, en honor a la verdad en el caso de la elfa, lo era) entonces añadió despreocupadamente—. ¿No te gusto de buen humor, Ossian?

Se escurrió la melena a un lado formando un pequeño charco de agua, había perdido la cuenta de las veces que se había visto obligada a hacer aquello en lo que iba de día pero si no lo hacía pondría chorreando el suelo de la cueva.

—Lo cierto es que le he contado a Rengar parte de lo que ocurrió en el templo—explicó tras echarla atrás y cruzarse de brazos con gesto ocioso—. Aunque estoy empezando a sospechar que unas moras deliciosas tienen más poder de sugestión que yo.

Miró al paladín de reojo con un fingido gesto acusador.

—Claro que me gustas más cuando estás contenta —dijo Ossian con una afable sonrisa, inmune, al parecer, a la fina ironía de Galatea—. Me gusta que la gente a mi alrededor esté feliz.

—Eso explica muchas cosas —ensartó Aidé la puñalada, mientras la palabra bufón flotaba en el aire.

—Oh, ¿te gusto?—contestó Galatea dándole la vuelta a propósito a las palabras de Ossian con un teatral enarcamiento de cejas, como si se hubiera sorprendido enormemente—. Vaya, no sé qué decir.

Terminó riendo entre dientes y dándole una palmada en el hombro al bardo como para dar por concedida una tregua en la broma y se fue a sentar cerca del calor del leño. A decir verdad, ella también se sentía algo mejor cuando quieres la rodeaban no se encontraban con un humor de perros.

-No, no os libraréis de mí tan fácil -contestó Rengar con media sonrisa-. Necesitáis un buen escudo y ninguno sabéis usarlo bien.

Ossian y Galatea estaban teniendo un intercambio de... bueno, el semiorco no sabía exactamente de qué, pero no le gustaba demasiado. Ya había sentido eso en otras ocasiones, cuando el bardo se quedaba a solas con la elfa. Intentando evitar que trasluciera, se acercó a Drizzt.

-Por eso te voy a enseñar a usarlo. El escudo. Y te voy a encomendar una misión. Es muy importante.

—¡Ja, ja! ¿Lo habéis oído? ¡Seré mejor que guerrero que vosotros! —dijo Drizzt—. Seré mejor que Drizzt Do'Urden o que... o que... ¡o que Khaila!

El niño se olvidó de la misión que le iba a encomendar Rengar y se puso a blandir una espada y un escudo imaginario por toda la cueva, imitando el sonido del entrechocar de las espadas entre salivazos.