Partida Rol por web

 El autobus se detiene dándote el tiempo suficiente para poder descender con tranquilidad. Ni bien parte te detienes un instante para observar los alrededores. Por suerte para ti, a esa hora circulan bastantes peatones y la calles están bien iluminadas por la luz diurna. Por las noches, sin embargo, no sería un buen lugar para recorrer con tu "lujosa" gabardina y tus pocos dólares que podrías permitirte despilfarrar por alli en alcohol, opio o compañía nocturna.

 El hotel no se encuentra muy lejos de allí, tan sólo unas cuantas cuadras a pie. La fachada del edificio deja mucho que desear: el oxidado cartel anunciando "El Viejo Tuerto" tiene todavía rastros de lo que parece ser pintura dorada. A través de los mugrientos cristales de la puerta puedes ver el recibidor del recinto. Detrás del mostrador no parece haber nadie. Una escalera al fondo lleva a los dos pisos superiores donde seguramente estarán las habitaciones de los huéspedes.

Con la mano en el bolsillo donde guardo el revólver, me acerco a la puerta. Primero echo un vistazo a través de los mugrientos cristales para asegurarme que el lugar está vacío. Después entro en el vestíbulo. Si nadie acude a recibirme, intentaré echar un vistazo al libro de registro para averiguar en qué habitación se encuentra el tal Whitmore.

 Varios minutos pasaron y no hubo movimiento alguno en el interior. Cuando ingresaste confirmaste que el puesto de recepcionista estaba vacío.

 En la mesa descansaba el libro de visitas, abierto de par en par. La lista de nombres es bastante reducida. Al parecer el negocio no va muy bien por ese lugar. Había varios nombres tachados escritos con tinta que parecía ser algo vieja y muy pocos sin marcar. Evidentemente eran los huéspedes actuales.

- Mark Husferr.

- Lisa Thomson.

- Amelie Kaufin.

- Richard Van Hutten.

- Jack Lockart.

- John Mustang.

Varios minutos habían pasado ya y quien sea que se dedicase a la recepción todavía no regresaba. Era bastante extraño.

Ninguno de estos nombres parecía corresponderse con quien estaba buscando y además la recepción estaba sospechosamente vacía.

-¿Hola? ¿Hay alguien aquí? -pregunté con la esperanza de que acudiera alguien.

A pesar de tu llamado nadie responde. ¿Qué puede haber ocurrido para que la recepción se mantenga descuidada tanto tiempo?

Ahora sí que estoy preocupado. Desenfundo mi revólver y coloco la bala que falta en el tambor*. No había disparado muchas veces, la usaba más para intimidar que para otra cosa. Pero esto ya era un poco raro. Busco si hay algún despacho en la planta baja donde se encuentren las oficinas del hostal para empezar el registro por allí. Pero básicamente peino la planta baja con mucha precaución.

 La planta baja no era muy grande. Detrás del mostrador había un bargueño lleno de escobas y trapeadores que parecían no haber sido usados en mucho tiempo. Una puerta cerrada parecía llevar a un espacio particular del edificio. Los vidrios que adornaban la puerta dejaban ver un patio interno y una habitación aparte. Seguramente allí viviría el dueño o algún encargado.

 Para el otro lado del mostrador había un recibidor cubierto de polvo por doquier. Dos sillones se enfrentaban entre sí y daban la espalda a un ventanal cubierto con una cortina de terciopelo verde oscurecida por el tiempo.

 A tu derecha, las escaleras que llevan al siguiente piso. Nadie se encontraba allí.

Abro la puerta que da al patio interno y me acerco a examinar esa habitación aparte. A ver si con un poco de suerte encuentro al dueño o a alguien.

 La puerta se encuentra cerrada con llave.

Intento forzar la puerta sin demasiado éxito. Al encontrarme en un callejón sin salida decido volver a la recepción del motel y subir las escaleras hacia los pisos de arriba. Tiene que haber alguien en el maldito edificio -pienso.

 No habías subido más de cinco escalones cuando sientes el característico *click* de un arma. Por tu espalda corre un frío escalofrío que te indica que algo allí no está bien (si es que la ausencia de personal no lo había hecho antes, claro). Entonces escuchas la voz gruesa y amenazadora de alguien muy seguro de disparar si así lo necesitase.

¡Oye, tú! No te muevas o te vuelo la tapa de los sesos. ¿Quién eres? ¿Quién te envía?

Me quedo quieto, paralizado, sin atinar a moverme ni un músculo. Despacio, con voz firme (o lo intento), digo:

-Mi nombre es René Legrasse... soy escritor. No me envía nadie. Simplemente entré a registrarme en el motel y lo encontré vacío. Estaba buscando a alguien que me pudiera indicar.