Partida Rol por web

Lunes, 3 de abril de 2017 - 10:42 AM

Harper y Dawler fueron la noche anterior a informar personalmente al supervisor Pearlman sobre el operativo. Éste se mostró preocupado por el estado de la agente White, ¿había tenido razón el Dr. Lisman en sus acusaciones? Finalmente aceptó que continuara en el caso pero responsabilizó a Harper de retirarla e informarle a él si la cosa se agravaba.

Tras un día de frustraciones, callejones sin salida y eventos macabros o extraños la noche de descanso reparador fue con una inyección de energía para los investigadores. Tenían una pista sólida que seguir, Susurros en la Oscuridad, la tienda que sumistraba el polvo blanco a Carcosa.

Dispuesto a dar un gran avance en el caso, se dirigen a Salem.

- Buenos días agentes, sonó la voz de Pearlman en el manos libres del coche mientras aparecía en la carretera el cartel avisando de que quedaban dos millas hasta la salida de Salem de la autopista. He hablado con el sheriff Coppinger para informarle de su llegada, sólo le he comentado que un equipo estará por su ciudad investigando un caso de drogas de diseño, como se imaginarán no le ha hecho mucha gracia. Se escuchan sonidos de papeles durante unos segundos, la autopsia preliminar de la madre de Carcosa indica que se cortó el cuello ella misma...Dios, hemos dado con una familia de enfermos...este detalle es secreto, espero que no trascienda de nosotros ¿de acuerdo?

Había sido un día demasiado largo y, sobre todo, cansado tanto emocional como físicalmente. Cuando por fin pudo llegar a su casa, después de hablar con el supervisor para ponerle al corriente de la investigación y de responsabilizarse de la agente White, se fue directa a darse una ducha relajante antes de meterse en la cama. No durmió todas las horas que hubiera necesitado pero por lo menos las que consiguió conciliar el sueño las descansó y, por la mañana, se sintió con los ánimos renovados y decidida a llevar a buen puerto aquella investigación que, en más de una ocasión, había pensado mandar a la mierda.

Ya en el coche que los conduciría a Salem recibieron la llamada de Pearlman, dándoles información sobre la autopsia de la madre de Carcosa y avisándolos de que el sheriff ya estaba al tanto de su llegada. Julia torció la boca en un gesto que intentaba ser una sonrisa pues ella sabía bien lo poco que gustaba a la policía la presencia de federales.

—Tranquilo jefe, no nos interesa que ese tipo de información salga a la luz —contestó al supervisor mientras comprobaba en un cartel que estaban a tiro de piedra—. Tengo buenas vibraciones con esta nueva pista —dijo, esta vez a sus compañeros una vez finalizó la llamada del jefe.

Estaban entrando en Salem, ahora sólo quedaba dar con la tienda.

— Quién lo diría —comenzó a decir Dawler, con ironía—. Ayer estuve a punto de agujerear la pared a tiros porque pensé que Carcossa había matado a su madre.

Dawler se veía más recuperado, aunque las horas de sueño no le habían ayudado a reducir las ojeras. Tamborileaba sobre uno de los apoya brazos del coche, un poco impaciente. Cuando la voz de Pearlman se apagó, les preguntó a sus compañeras:

— ¿Habían visto un caso parecido? Quiero decir... El perfil, y el comportamiento de Carcossa, no se parece a nada que haya estudiado en la facultad de criminología. Sin hablar del fuerte olor a mierda sobrenatural. Coño, necesitamos a Sherlock Holmes, para que me haga parecer un idiota por creer en trucos de salón, y para que resuelva esto antes del almuerzo.

Después de una larga noche sin poder dormir profundamente debido a una serie de pesadillas en las que se mezclaban imágenes de la madre de Carcossa, el mural y un montón de cosas raras, aparezco con ojeras pero al menos más tranquila. Me había costado mucho procesar todo aquello, pero no podía dejar la investigación sin saber que demonios estaba pasando. Si me mantenía con los ojos abiertos era gracias al café que había comprado de camino, y que aún humeaba en mi mano, desde luego en aquel bar debían tener conexión directa con el infierno, como ardía.

Sonrío ante las palabras de Dawler hasta que mi mente recuerda aquello por lo que me metí en esta profesión -Algo parecido dices... -digo sin mirarle con la vista perdida en el paisaje- sí, pero sigue abierto... -veo el cartel que anuncia que ya vamos llegando a Salem y me tenso volviendo a la realidad- a todo esto, ¿alguien comprobó en el registro de la propiedad quién era el propietario del local, no solo del negocio?

—Demonios y monstruos hay en todas partes y a cada cual más cruel y despiadado —fue la única contestación de Julia ante el cometario del nuevo, sin entrar en profundidad de lo que ella había visto en todos sus años de profesión.

Se sumió de nuevo en el silencio, pensando en todo lo extraño de aquel caso, incluido lo que había visto hacer a la agente White, hasta que fue precisamente la joven la que la arrancó de esos pensamientos.

—Pues no, la verdad es que ni se me pasó por la cabeza —contestó. Era una buena observación por oarte de Lizzy que deberían haber comprobado, aunque tampoco le parecía tan extraño dejarse algún que otro detalle después de todo lo que habían visto—. Tendremos que hacerlo cuando lleguemos —murmuró, dándose cuenta que ya estaban llegando.

- Hay otro asunto que no va a ayudar al caso, dice preocupado y triste, en la edición de esta mañana del New York Times aparece la noticia de que se ha detenido a un agente del FBI en relación con los asesinatos de la orquídea...a pesar todos los esfuerzos, la noticia ha tardado poco en llegar a los medios. Ni qué decir tiene que los de arriba se han puesto muy nerviosos y que estamos más presionados que nunca así que encuentren algo en esa tienda que ayude a avanzar este caso.

Pearlman cuelga y los investigadores toman la salida de la autopista que les lleva a la ciudad de Salem. Siguiendo las indicaciones del navegador llegan hasta un pequeño parque a un par de manzanas de la tienda donde consiguen aparcar.

— Mierda —masculló Lee tras la última intervención de Pearlman. Se bajó del auto, comprobando el seguro y el cargador de su pistola en el cinturón, y cerró la puerta por su lado—. Pero sin presiones, ¿eh? —Dijo, mirando a sus compañeras mientras bajaban.

— Quiero que sepan que lamento haber sido un idiota desde que llegué al equipo. Sólo estaba nervioso. Pero Lisman me hizo recapacitar; poder llegar a ser como él me puso en alertas, y he decidido volver al camino de la virtud.

El último comentario de Pearlman había sido un auténtico mazazo para la ya de por sí desastrosa investigación, porque así era lo que opinaba Julia de los derroteros por los que estaba yendo aquel maldito caso. Por si ya tenían poco con las sangrientas muertes, el loco de Carcosa y la droga que recorría las calles, ahora tendrían que aguantar también a la prensa que, con toda seguridad, se echaría como buitres sobre aquella suculenta y morbosa noticia.

Pero las sorpresas iban a continuar ese día pues, nada más bajarse del coche, el nuevo soltó una disculpa que dejó bastante confundida a Julia, aunque agradeció su valentía al reconocer que, hasta el momento, se había comportado como un auténtico capullo.

—Tranquilo —le dijo, mostrando por primera vez desde hacía mucho tiempo, un atisbo de sonrisa—. Y bienvenido al equipo —obvió deliberadamente la referencia a Lisman que no había entendido bien, centrándose en lo que habían ido a hacer a aquel lugar—. Vayamos a la librería, seguro que ya está abierta.

¿Se referirá Pearlman a nuestro compañero? En el estado que estaba supongo que ya no lo podrían seguir tapando más tiempo.

Cuando llegamos salgo del coche estirandome después de tanto tiempo sentada y tiró el vaso del café a una papelera. Sonrío ante el comentario del nuevo dándole un golpecito en el hombro mostrándole mi complicidad.

Asiento ante las palabras de Harper.

-Sí, habrá que ir tirando, manos a la obra compañeros.

— ¿Sería buena idea entrar todos juntos? —Pregunta Dawler a sus compañeras— Entrando separados tenemos la ventaja de parecer clientes, y averiguar un poco más, con suerte. Podrían ir ustedes dos juntas, y pasados diez minutos, entrar yo.

Miro a mis compañeros sopesando lo que ha dicho Lee.

-En la Universidad estudié que por estadística los varones consumen más estupefacientes que las mujeres y además el 83% de esos consumidores lo hace en solitario, por lo tanto deberías entrar tu primero a preguntar por la droga,y luego entraremos nosotras fingiendo ser clientes curioseando. ¿Os parece?

—Me parece bien que entres tú solo —contestó Julia a la estrategia que preparaban sus compañeros—, y nosotras podemos entrar después, aunque no tengo muy claro que preguntar directamente por la droga sea una buena idea, tened en cuenta que también está el tema de los juguetitos sexuales.

Por suerte iban vestidos con ropa de calle aunque la agente Harper era consciente que, se vistiera de la forma que se vistiera en muchas ocasiones daba la impresión de que llevaban un cartel pegado en la frente que dijera: "Agentes federales, cuidado", pues de una forma u otra siempre los reconocían.

—Si en esa tienda se venden todos esos aparatos sexuales que nos hemos encontrado en casa de Carcosa además de la droga, tú puedes ser un simple tipo ansioso de nuevas experiencias —le dijo al agente Dawler— y nosotras podríamos pasar por una pareja lesbiana que se ha quedado sin juguetes y, en ese caso, quizás fuera mejor que entrásemos primero.

Ideas, sólo eran simples ideas que Julia esperaba que funcionaran.

Asiento con la cabeza en señal de acuerdo con Julia.

-En ese caso, adelantemonos, tenemos que hacerlo creíble ¿eh?-digo mientras cojo a Julia del brazo para dirigirnos hacia la tienda- nos vemos dentro, -digo mirando a Dawler.

Cuando se aproximan a Susurros en la Oscuridad los investigadores contemplan, a través del amplio escaparate, que el local parece más una tienda New Age que una boutique de sexo. El interior es amplio, durante el día iluminado por la luz que atraviesa la cristalera.

Un dulce aroma a incienso llena cada rincón. Unos altavoces ocultos emiten música agradable. Hay estantes pegados a las paredes y algunos más diseminados aquí y allá, abarrotados de todo tipo de parafernalia de alienígenas, pulpos con forma humanoide, perros de cabeza triangular, ... Hay una buena sección de música oscura, literatura, comics, DVDs, pinturas, juegos de rol, estatuillas y demás merchandising. Una discreta cortina parece llevar a la parte de atrás.

En la tienda hay dos trabajadores: un hombre de mediana edad, rostro afable y sonrisa amplia y un hombre en la treintena, con sobrepeso, larga melena y gafas gruesas.

Julia se sentía rara agarrada del brazo de su compañera, pero intentó por todos los medios relajarse para que no se notara que todo era una pantomima. Cuando se acercaron a la tienda y miraron al interior por la cristalera, la sorpresa de la agente fue palpable ya que estaba convencida que aquello sería una suerte de sex shop macabro y, en cambio, lo que veía a través del cristal era más propio de una tienda de esas con músicas orientales y olor a incienso.

—Qué cosa más rara —murmuró mientras empujaba la puerta del local, viendo confirmada su anterior sospecha al sentir en su nariz el dulzón aroma del incienso—. Buenos días —saludó a los dos hombres que vio dentro de la tienda y se dispuso, cogida aún del brazo de Lizzy, a curiosear a su alrededor.

Toda su atención estaba puesta en cualquier detalle que le indicara de qué iba todo aquello. Se soltó de Lizzy para dejarle libertad de actuación mientras ella se dedicaba a mirar los extraños objetos que no parecían casar demasiado con la imagen de tienda New Age que pretendía tener. Disimuladamente también observó a los dos hombres que parecían trabajar en la tienda y los cuales daban la imagen de personas completamente normales, aunque Julia hacía ya mucho tiempo que había dejado de fiarse de las apariencias.

Cuando llegó a la estantería de la música pudo ver que uno de los grupos cuyos discos vendían le sonaba demasiado, eso sí que era un buen indicio de que estaban en el lugar correcto. Miró a Lizzy para saber si quería echar otro vistazo o si simplemente prefería abordar al dependiente directamente así que, yendo en su busca, se colocó junto a ella.

—Vaya, parece que nos hemos equivocado de tienda, aquí no hay nada de lo que nos habían contado —dijo en un tono de voz lo suficientemente elevado para que la oyeran los dos hombres.

- Buenos días, dice el hombre de mediana edad saliendo de detrás del mostrador, ¿puede ayudarles en algo? Me llamo Leonard Beeks y soy el propietario del establecimiento ¿buscan algo en particular?

El otro hombre, aunque mira de reojo a Harper y White sigue ordenando una estantería con libros.