Partida Rol por web

Scythe

Escena 2B: La reunión en el Talgo

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02/12/2018, 15:28
Director

 

Estación de tren

 

19:30 horas. Estación de Tren de Chamartín. Andén 5: Talgo Madrid - París.

El frío en la capital española es bastante alto, según reza la megafonía de un grado bajo cero a muy temprana hora. La temperatura en París se estima que será similar en las próximas 24 horas que estaréis en el tren-cama. Con vosotros viajará Juan Tomás de La Cierva que tiene reservado para él solo un vagón entero del Talgo. Por lo menos ha dispuesto que vosotros viajéis en primera clase también y estaréis en el vagón a continuación de los suyos. Luego un vagón comedor y un vagón cafetería para separaros del resto del pasaje. Al parecer quiere un poco de tranquilidad para poder hablar con vosotros tranquilamente.

Os espera a la puerta de un vagón, separado del resto de pasaje por una fila de guardias armados. Está sonriente y se le puede ver de buen humor.

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03/12/2018, 18:40
Álvaro Díaz de Vivar

Como solía ser habitual, la despedida de mi esposa había resultado tan fría y distante como si, en lugar de ausentarme por tiempo indeterminado por motivos de trabajo, asumiera que lo hacía con una burda excusa para pasar un tiempo con alguna amante alejado de ella. De hecho, a veces me preguntaba si directamente se trataba de eso, si lo asumía, lo aceptaba, y le daba exactamente igual. También me sorprendía preguntándome si no se trataría de que ella misma tuviera a alguien, aunque lo verdaderamente sorprendente no era tal posibilidad. Después de todo, la hipócrita sociedad tradicional española se basaba en la apariencia y eran habituales las relaciones extramaritales. Sencillamente, se llevaban con discreción y todo el mundo miraba hacia otro lado.

No, lo que realmente me sorprendía era descubrir que no me importaba.

Llegué pronto a la estación, habiéndome encargado de hacer llegar mi equipaje mediante un subordinado, Rodriguez, un hombre no muy talentoso pero respetablemente diligente. En un local de la estación, aguardé a que llegase la hora acordada tomando una copa, a la que se unió dicho subordinado al terminar su tarea, invitándole como una muestra de cortesía por las molestias.

Una vez llegó la hora, me despedí de Rodriguez y caminé decidido al punto de reunión, con puntualidad "británica". No me gustaba demasiado esa expresión, pues parecía dar a entender que los españoles no éramos puntuales, pero conocía sus orígenes y aceptaba lo extendido de la misma. Allí estaba De La Cierva, cuya presencia, infraestructura y séquito llamaban poderosamente la atención. Era cierto que la base de la misión era "esconderse a simple vista", pero toda aquella parafernalia me resultaba excesiva. Me daba la impresión de que poníamos un rótulo de neón sobre nuestras cabezas en plena noche, y no me sentía cómodo con ello.

Señor... -Saludé al grande de España, poniéndome firme durante un instante, viejos hábitos de los que aún no me había desprendido del todo- Todo listo, supongo. Nuestros acompañantes deben estar a punto de llegar, es la hora después de todo. -Indiqué, asumiendo la puntualidad de cada miembro del equipo, tal como asumía el resto de su profesionalidad. Miré mi reloj de pulsera, un obsequio de los miembros de la escuadrilla al abandonarla para formarme en los servicios de Inteligencia, y me giré aguardando con paciencia a que llegasen.

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08/12/2018, 22:06
Azucena Ruiz

Antes de partir, me había asegurado de que todo estaba en orden en el centro y había llamado a mis padres, contándoles que pasaría algunos días en Londres; algo que si bien no hacía muy a menudo, sí había hecho en alguna ocasión, con lo que no les extrañaría mi ausencia.

No tenía muy claro cómo debía vestir la secretaria de alguien como Álvaro Díaz de Vivar, así que pase largo rato tratando de determinar qué ponerme. Finalmente me decanté por algo discreto y nada ostentoso, aunque me aseguré de incluir en mi equipaje todo tipo de vestuario.

Aparecí en la estación de Atocha vestida con una falda de tubo que terminaba justo por debajo de mis rodillas, un jersey rojo de punto de cuello vuelto, y un abrigo corto de cuadros que destacaba por sus anchas mangas. Zapatos negros de tacón y guantes de cuero del mismo color completaban mi atuendo. No me costó encontrar el andén, caminando a paso ligero hacia este tirando de una maleta con una mano y cargando varios porta-trajes que trataba de mantener en alto con la otra.

Al adentrarme en el andén cinco, en seguida divisé la fila de guardias armados, cerca de los cuales pude ver a De la Cierva, aguardando frente a la puerta del vagón; mientras mi nuevo “jefe” le daba alcance. A pesar de no encontrarme aún cerca, escuché a la perfección las palabras de este, cosa que hice notar al llegar junto a los dos hombres.

- Así es, es la hora. – dije mirando al gran reloj de la estación, cerciorándome de que así era. – Las siete y media en punto. - añadí con una sonrisa al volver a mirar a los dos hombres.

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09/12/2018, 17:23
Juan Tomás De La Cierva

- Buenas noches. Faltan dos de sus compañeros que espero se personen lo antes posible, no podemos retrasar demasiado la salida del tren si no se levantarían sospechas. En caso de que no lleguen a tiempo tengo un vehículo preparado para que los lleve a ellos a otra de las estaciones. - dice seriamente. - Me alegra ver que por lo menos ustedes son puntuales. Tienen reservados cada uno su compartimento para el viaje. Están en primera clase, cerca de mi suite. He mandando llamar a la prensa para que saquen algunas fotos nuestras en el comedor, son periodistas afines al régimen y ya tiene el artículo escrito. Justo hoy sale una noticia sobre el viaje del capitán Azor y su traductora a París para coger el nuevo Orient Express. 

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10/12/2018, 11:57
Álvaro Díaz de Vivar

No tardó demasiado en aparecer la señorita Ruiz, dejando claro con su primer comentario que, a pesar de la distancia que la separaba de nosotros al hablar, me había oído perfectamente. Aquello daba buena cuenta de las capacidades que había relatado en nuestra primera reunión, aunque a tenor de lo que nos había dicho debía tratarse de una muestra diminuta de su capacidad.

Señorita Ruiz... -La saludé inclinando mi cabeza ligeramente- Le ruego que deje de fardar. A nadie le gustan los listillos...

A pesar de lo que pudiera parecer por mi seria expresión, no se trataba más que de una sencilla chanza, de las que eran muy habituales en el ejército, al menos entre mandos intermedios. Los soldados rasos eran más dados a las grandes bromas y los aspavientos, pero quienes debían guardar la compostura acostumbraban a bromear mediante sutilezas de ese tipo.

Mientras De La Cierva tomaba la palabra, inspeccioné con disimulo el aspecto general de Ruiz. Fue un breve vistazo de arriba a abajo, asegurándome de que su vestuario fuera acorde con la tapadera que se había estipulado para la misión. El resultado parecía satisfactorio: ni excesivamente recatado, de forma que llamase la atención una excesiva sobriedad en una traductora joven; ni tan llamativo que pudiera dar una impresión equivocada de la naturaleza de aquel viaje.

Entonces tan sólo serán unas fotografías, nada de entrevistas, ¿no es así? -Quise asegurarme, satisfecho con aquella circunstancia. No me gustaban demasiado las entrevistas, me habían hecho sentir incómodo incluso en la época en que colaboraba con el Ministerio de Propaganda en las campañas de reclutamiento, cuando mayor fama y gloria había ganado el "personaje" que el régimen había creado en torno a mi persona- ¿Mi equipo está a bordo, o lo llevarán por otros medios a París?

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10/12/2018, 12:23
Germán Ballesteros

La señorita que regentaba aquel café no se enteraba mucho de su cometido. Una cafetería en una estación... por dios. Lo que debía de primar era la velocidad a la cual los cafés llegaban al gaznate de los clientes y no el absurdo hecho de que llevasen dibujados espigas, nubecitas o caras sonrientes en la espuma de leche. El mundo, definitivamente, se había vuelto loco. Y lo cierto era que el café no era en absoluto malo y los churros, aún siendo vendidos a un precio desorbitado, estaban bien ricos... ni muy secos y repulsivamente aceitosos.

Pero con eso y con todo, la comanda de Germán había llegado tarde de la barra a su mesa alta junto a la cristalera y, por mucho que este se afanó a sorber el humeante brebaje maldiciendo para sus adentros el haberlo pedido "bien caliente", era inevitable llegar tarde a la cita con el señor de la Cierva y el resto de los miembros del operativo.

Así, con medio café en el estómago y el otro aún humeando en la taza, y los churros un par en la boca y los otros envueltos en una servilleta de papel, al trote, Germán Ballesteros, maleta en mano, hizo acto de presencia en el andén del Talgo que habría de llevarles nada menos que a París.

Mucho tiempo había soñado Germán con visitar la ciudad de la luz y las letras pero jamás se había animado a dejar su querida "piel de toro". Un año, por vacaciones, se dejó caer por Italia en un tour mataroniano de diez días. Y, sin embargo, sabía que de la capital francesa no iba a poder disfrutar más que del interior de la estación ya que se trataría de un corto transbordo para tomar el Orient Express y con el atravesar prácticamente toda Europa de lado a lado. Y todo ello envuelto con un bonito papel de regalo de espionaje y anudado con un vistoso lazo de conspiración. No... aquello no eran vacaciones.

- Lamento el retraso... - se disculpó visiblemente avergonzado, - ... lo cierto es que llegué pronto y me fui a desayunar. Pero mira... las camareras no saben de horarios. O no les importan. Tanto da... ¿alguno de ustedes gusta? - comentó ofreciendo los churros de la servilleta.

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11/12/2018, 10:29
Leopoldo Fischer

El alemán hizo acto de presencia en el andén seguido por su ayudante de laboratorio, que en ese momento se encargaba de empujar un voluminoso carrito, el típico de las estaciones de tren, con tres o cuatro maletas bastante grandes.

El Doctor y su auxiliar, se habían pasado gran parte del día empaquetando meticulosamente material de laboratorio aconsejado por el Doctor Gilberto Ocaña. Ambos científicos recelaban del equipamiento que les iba a proveer la empresa del Señor De La Cierva, no de la calidad del mismo sino de la elección en sí. Y al fin, tras varias horas, una larga lista comprobada hasta cuatro veces y mucho protector, Leopoldo y Basilio concluyeron su trabajo algo más tarde de lo esperado.

Mientras el ayudante empezaba a cargar el equipaje en el compartimento, el Doctor Fischer se acercó al grupo. Tapado con la misma gabardina del día anterior, larga, negra y de cuello alto, con las manos en los bolsillos y un semblante serio y cansado, casi molesto, causado seguramente por la falta de respeto hacia sus semejantes al llegar más tarde de lo esperado.

- Guten Tag – saludó al llegar, mientras se apartaba la manga izquierda para dejar entrever la esfera de un reloj titanio, en el que se apreciaba el mecánico movimiento de los engranajes, encajando perfectamente y trabajando de una forma casi hipnótica. – Disculpen la tardanza, pero tras hablar con el Doctor Ocaña más extendidamente sobre el tema, me ha aconsejado cierto equipo más personalizado para la labor que nos acomete.

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15/12/2018, 13:31
Azucena Ruiz

El Señor Díaz no tardó en saludarme con gran educación, reprendiéndome de la misma manera, y con una seriedad que no me permitía estar segura del todo de si bromeaba o no. Aun así, me la jugué, no tardando en devolverle la chanza.

- Buenas tardes. – les saludé en primer lugar, volviéndome entonces hacia Díaz. - ¿Fardar? ¿Listilla? Me llena de desazón, Señor Díaz. Esperaba un trato más galante de alguien de su posición. – apunté con media sonrisa, dejando claro que no se trataba más que de una broma.

De la Cierva, tomó pronto la palabra, informándonos de varias cuestiones, tras las que Díaz preguntó por posibles entrevistas y por su equipo. Me preocupaba mi posible aparición en prensa, pues aquello podría generarme un problema con mis padres.

- Imagino que yo no he de aparecer en esas fotografías, ¿verdad? ¿Y mi nombre? No aparecerá en ese artículo, ¿no? – quise saber, esperando que ni mi imagen ni mi nombre aparecieran en el periódico, después de todo no había necesidad de ello; las celebridades eran Díaz y De la Cierva. – Respecto a mi equipo, me informaron de que sería enviado. ¿Se encuentra ya en mi compartimento?

El Señor Ballesteros y el Señor Fischer aparecieron poco después, disculpándose por la tardanza.

- Buenas tardes. No se preocupen, llegan a tiempo. – les saludé, mirando después a Ballesteros, dado su ofrecimiento. – Se lo agradezco, pero no tengo hambre.

La verdad era que hacía ya horas que no comía nada, pero todo aquel asunto me tenía demasiado nerviosa, habiéndoseme cerrado el estómago.

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26/12/2018, 08:00
Juan Tomás De La Cierva

- Sólo sera fotos...nada de preguntas. No se preocupe. - le contesta De La Cierva. - Si equipo ya está esperándole en su compartimento por si quiere revisarlo. 

Sobre la pregunta que hace la señorita Ruiz.

- En principio no debería salir en las fotos, pero no me importaría salir en alguna con usted. - dice a modo de gracia para luego añadir - ...Su equipo está listo también en su compartimento.

Ve a los dos integrantes que llegan justo a tiempo y ante el ofrecimiento de churros le indica:

- No, muchas gracias. Aunque no tienen mala pinta señor Ballesteros, ya me dirá dónde los ha comprado. Mejor subamos y hablemos tranquilamente a la hora de cenar, he reservado una mesa privada para la cena y hablaremos de la misión. Descansen y acomódense un poco. Señor Fischer si necesita algo más prepare una lista, haré que se lo tengan en París antes de subir al Orient Express.

Subís todos al tren mientras los responsables del andén comprueban que todo el mundo sube para iniciar el viaje. Suenan silbatos indicando que es la última oportunidad de subir al tren, y desde las ventanillas de vuestros compartimentos veis carreras de última hora para cogerlo.

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26/12/2018, 08:07
Director

El traqueteo es suave en la meseta castellana, perfecto para la hora de cenar ya que impide sobresaltos con las copas de vino y agua. A las 22 horas en punto la cena estará servida en el vagón comedor. De La Cierva os espera en un pequeño comedor privado perfecto para vuestro pequeño grupo. Como es costumbre se ha cambiado de ropa y y viste impecablemente de gala, algo normal de un caballero de su posición.

Mientras os espera lee un ejemplar del ABC del día de hoy, y murmura por lo bajo ante alguna noticia que parece disgustarle o no estar completamente de acuerdo con ella.

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29/12/2018, 23:41
Álvaro Díaz de Vivar

La conversación en aquel andén terminó pronto. La señorita Ruiz cogió el guante de mi broma asumiéndola como tal, y aunque me sentí tentado de replicar a sus palabras, no era momento ni lugar, ni disponíamos de confianza para ello. No era, de hecho, ese lugar el más idóneo para continuar hablando, de modo que mostré media sonrisa bien disimulada bajo mi bigote a la dama, así como un gesto de negativo agradecimiento por la oferta de los churros al señor Ballesteros, y en cuanto De La Cierva así lo indicó procedí a adentrarme en aquel tren.

No tardé demasiado en encontrar mi compartimiento, gracias a un laborioso personal de atención al pasajero que se esforzaba en acomodar al pasaje con prontitud.

Una vez en aquel cubículo bien acondicionado, realicé una rápida inspección superficial del equipo que me habían traído. Uniformes táctico y de gala, propulsor, casco, y mi apreciada pistola. Antes de hacer uso de nada de ello debería hacer una comprobación a fondo de su estado, a pesar de que confiaba plenamente en la profesionalidad de los servicios de armería de nuestro ejército. Un soldado comprobaba su arma antes de partir a la guerra.

Pero eso sería más tarde, cuando dispusiera de tiempo suficiente. De momento, saqué mi traje y me dispuse a cambiarme y arreglarme para acudir a la cita del vagón comedor. Un smoking propio de las citas de alto standing, sería adecuado para posar junto a un Grande de España ante la prensa.

De esa guisa, más apropiada para un baile de gala de la alta sociedad madrileña a la que a mi esposa le gustaba frecuentar que para un viaje de trabajo, me presenté en el comedor, descubriendo a nuestro anfitrión visiblemente molesto por algo que se encontraba leyendo en el ABC.

Asumo que no estará leyendo el parte del tiempo. ¿Páginas deportivas, quizás? -Comenté con mi seriedad habitual, haciendo más complicado con ello comprobar que se trataba de un comentario jocoso- Con permiso. -Añadí, desabrochándome el botón de la chaqueta del smoking antes de tomar asiento.

Notas de juego

Ignoremos el fondo rococó de la foto :P

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04/01/2019, 00:35
Azucena Ruiz

Por un momento pensé que el Señor Díaz respondería a mi broma, pero tan sólo me mostró una discreta media sonrisa ante mis palabras, a la cual respondí con otra igual. Aun así, ya se había mostrado mucho más desenfadado de lo que cabía esperar, y es que era un hombre que a simple vista destacaba por su porte serio. Ver que era capaz de bromear, aunque fuera de aquel modo tan apocado, resultaba un alivio; y es que había temido que el que iba a ser el líder del equipo resultara ser un hombre demasiado rígido.

De la Cierva no tardó en responder a nuestras preguntas, tanto a las relacionadas con la prensa como a las referidas a nuestro equipo. Sonreí de forma comedida ante su broma, y asentí satisfecha al escucharle confirmar que disponía de todo mi equipo en el compartimento que se me había asignado.

Tras la llegada del resto, nuestro anfitrión nos animó a subir al tren, donde podríamos acomodarnos y descansar un poco antes de volver a reunirnos para la cena; momento en el que podríamos hablar de la misión.

Concluida la conversación, subí al tren, comenzando pronto a escuchar los a priori molestos silbatos. Sin embargo, estos resultaban melodiosos para mis oídos, y con una gran sonrisa comencé a recorrer el vagón; siendo en seguida abordada por una amable empleada que me guió hasta mi compartimento.

Una vez en él, lo primero que hice fue comprobar que todo lo solicitado había llegado sin sufrir el menor contratiempo. En seguida me cercioré de que así era, y me dispuse a acomodar mi equipaje y a seleccionar algo para la mencionada cena. Una vez escogido mi atuendo, aparté este y me senté por fin, desprendiéndome de mis tacones antes de subir mis piernas a aquella suerte de sofá; donde me dediqué a leer un rato.

Dejé la lectura con el tiempo suficiente como para prepararme con tranquilidad, y así lo hice, terminando por lucir un vestido negro con un ribete en su discreto escote que se encontraba decorado con lentejuelas e hilos dorados. Se trataba de un vestido de manga corta, cuya falda llegaba hasta debajo de mis rodillas. Unos tacones y unos guantes largos, igualmente negros, remataban mi atuendo junto a unos pendientes y un collar de fingidas perlas, un brazalete dorado, y un pasador de pelo que recogía mi cabello por un lado. De aquel modo, esperaba estar lo suficientemente elegante para acudir a una cena en primera clase a la que asistirían dos importantes rostros de la clase alta del país, pero sin excederme.

Poco antes de la hora acordada, me dirigí al comedor, encontrándome en él a De la Cierva y a Díaz vestidos de gala. Ambos se encontraban sentados, y mientras el militar mostraba su habitual rostro serio, nuestro anfitrión sostenía un periódico en sus manos y parecía disgustado.

- Buenas noches. Espero no interrumpir. – saludé con tono suave y una tenue sonrisa, cerrando la puerta tras de mí. - ¿Malas noticias? – pregunté a De la Cierva, antes de dirigirme nuevamente a ambos. - ¿Les importa si fumo? – añadí mientras tomaba asiento.

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04/01/2019, 14:27
Leopoldo Fischer

El Doctor Fischer había subido al tren de forma discreta, no le interesaban los detalles sobre la prensa o entrevistas, es más, intentaría evitarlos en la medida de lo posible como había hecho siempre. Se notaba a legua que no le gustaba llamar la atención en público, y los acontecimientos recientes no habían hecho otra cosa que enaltecer esa faceta.

Se notaba la influencia de nuestro benefactor en todos los aspectos, la pulcritud tanto en el vagón como en los empleados, la atención y servicio personalizado, casi agobiantes en un primer momento hasta que el personal captaba los sutiles gestos e indirectas para despacharlos del camarote.

Cuando estuvo a solas y atendido, momentos después de instalarse había pedido agua y un par de piezas de fruta, Leopoldo abrió la bolsa de mano para sustraer una carpeta, que contenía un largo informe que había elaborado junto al Doctor Ocaña sobre la cepa objetivo y un viejo Walkman de la marca Sony de aspecto impecable a pesar del desgaste causado por el paso del tiempo. Tomó un sorbo de agua mientras ojeaba por encima algunos de los cassettes que había seleccionado para el viaje hasta que sus dedos llegaron a la cinta de Wagner y empezó con los preparativos para pasar el tiempo que tenía antes de la cena ojeando de nuevo, aquel “manual de instrucciones del virus Guadaña”.

El alemán apareció casi a la par que los dos primeros invitados de la cena, esta vez sí, dejando entrever la meticulosidad por la que se regía habitualmente su modo de vida. Lucía un traje azul oscuro, prácticamente negro, camisa blanca y pajarita negro azabache – Caballeros – saludó mientras entraba en la estancia – Señorita – finalizó dirigiéndose a Azucena inclinando levemente la cabeza todo ello mientras se dirigía hacia su asiento. – Por mí no se preocupe – respondió con una fingida sonrisa ya que sabía de sobras a quién iba dirigida esa pregunta, pero al igual que el resto en ese momento estaba más interesado en De La Cierva y ese resquemor que notaba en el ambiente.

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04/01/2019, 19:39
Germán Ballesteros

Un sutil aunque evidente encoger de hombros rubricó las negativas de los allí reunidos a compartir un manjar como eran aquellos deliciosos churros. El sabor crujiente y ligeramente aceitoso se expandió en la boca de Ballesteros como si de un manjar sofisticado se tratase... "uno no puede brindar todos los días con borgoña, hay que acostumbrarse y disfrutar también del vino de cartón" - pensó para sí. Con una de esas servilletas que en verdad no sirven para limpiarse... útiles nada útiles que solían tener los bares en los que, paradojicamente, servían aquellas delicias fritas en abundante aceite de girasol... Germán se atusó boca y bigote para no aparecer en la foto hecho un marrano.

Acto seguido, subió al tren sin mayores aspavientos. Los empleados de la ferroviaria, especialmente atentos con el pasaje de primera categoría, pronto lo descartó y apenas le hicieron agasajos más allá los de la mera y obligada educación: "aquí está su compartimento... que tenga usted buena travesía..." y poco más. Y es que aquello era como otro superpoder del archivero... pasar desapercibido era esencial en su persona. De ahí que los empleados del Archivo bromeasen con el motecito de "El fantasma". Igualmente, en aquel momento, lo de ser invisible, aún sin serlo, le había venido bien a Germán, poco amigo de los agasajadores y tiralevitas en nómina.

El compartimento era realmente acogedor. Nada presagiaba que aquello era un simple habitáculo sobre raíles, parecía más bien una suite del Palas en miniatura. 

Ballesteros deshizo la maleta y se apresuró a comprobar que su equipo estaba tal y como había pedido. El traje de material coherente y un par de filos de la misma hechura. Germán aún no sabía como funcionaba aquello pero era una suerte y una garantía no saberse desarmado y despojado cuando uno usaba sus dones. La "reaparición" solía resultar traumática si uno la lleva a cabo en porretas. Por un segundo dudó sobre si era prudente ponérselo bajo la ropa y estar así "preparado" para cualquier eventualidad pero la idea simplemente voló de su mente cuando vio cara a cara a su némesis... un smoking.

En verdad, Germán Ballesteros vestía siempre pulcro y planchado, con su habitual traje negro de baratillo, camisa blanca y corbata de un tono monocorde. Lo habitual para un funcionario de bien. Pero los trapos de la gente bien no estaban hechos para cuerpos como el de Germán que, lejos ya de la juventud, no se sentía cómodo en esas lides tan poco acostumbradas. Los zapatos parecían brillar más que las lámparas de araña del Ministerio y, con el mismo fulgor, prometían un dolor horrible de zapatos nuevos aún por domar. 

- Échale un par... Germán. - se animó a sí mismo.

Como el muñeco de las tartas de boda se presentó Ballesteros ante el resto de la comitiva. Parecía que era el último en llegar.

- Perdón de nuevo por el retraso... me temo que un percance me ha entretenido más de lo deseado.

Dicho esto, Germán extrajo un pequeño pedazo de tela negra del bolsillo de aquella chaqueta que le encorsetaba y se lo tendió a la señorita Ruiz con cara de perrito abandonado.

- La pajarita... me he dado por vencido a la novena. ¿Me haría usted el favor de atármela al cuello? Y si se confunde y aprieta demasiado, ni tan mal... peor es el oprobio de no saber manejarme en estos ruedos.

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09/01/2019, 12:14
Juan Tomás De La Cierva

Todos se sientan a la mesa, salvo Germán que llega el último y con un pequeño problema de etiqueta. Cosa que no parece molestar al señor De La Cierva.

- Perfecto, veo que ya estamos todos y en cuanto la señorita Ruíz ayude al señor Ballesteros podremos relajarnos unas horas y disfrutar de la cena. Si no les importa hoy pediremos a la carta, el maitre del vagón nos tomará nota y podremos conversar tranquilamente mientras disfrutamos del viaje. Y sí Señorita Ruíz, puede fumar sin ningún problema. 

El millonario parecía de buen humor, y decidió contestar a la pregunta de Álvaro mientras cerraba el periódico y lo depositaba en un revistero adosado a la mesa.

- Pues estoy molesto con el ABC, suelen destacar artículos sobre mi persona que realmente no son importantes. Por ejemplo hoy hablan de mi presencia en París en los próximos días para cerrar un importante trato...pero apenas hablan de la fundación benéfica que presido y de la cual solicitamos ayuda de la población para llevar a cabo algunas mejoras en los albergues y hospicios juveniles del país. Tendré que llamar directamente al director del periódico e indicarles cómo proceder, sobre todo ahora que nos acercamos a las fiestas. Pero mejor cambiemos de tema...¿están nerviosos por lo que sucederá en los próximos días? 

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09/01/2019, 17:48
Álvaro Díaz de Vivar

Me acababa de sentar cuando la señorita Ruiz hizo acto de aparición en el comedor. Me puse en pie silenciosamente mientras ella se sentaba, un gesto caballeroso de cortesía que no sería necesario con la llegada de los dos caballeros que debían unirse a nosotros, y que tampoco tardaron en presentarse. Negué con la cabeza ante la posibilidad de que la necesidad o deseo de fumar por parte de la señorita fuera un problema para mí, e incluso saqué mi propio mechero para encenderle el cigarro. Se trataba de un encendedor militar, con el anagrama de la escuadrilla Milano.

El doctor fue el siguiente en unirse a nosotros, y tras él llegó Ballesteros, quien parecía tener problemas con la vestimenta formal. Aquello me recordó viejos y buenos tiempos, que parecían extraordinariamente lejanos. También yo acostumbraba a tener problemas con la pajarita, y creía recordar que aquello había formado parte de las primeras conversaciones que había mantenido de forma cercana y privada con quien se convertiría en mi esposa. ¿Cuánto habían cambiado las cosas desde entonces? ¿Qué quedaba en mi esposa de aquella joven coqueta y de brillante mirada? ¿Qué quedaba en mí del joven que se enamoró perdidamente de ella?

La voz de De La Cierva logró sacarme del ensimismamiento en que los recuerdos me habían sumido. Negando suavemente con la cabeza, suspiré.

Supongo que ésto ayudará a relajar un poco a los presentes, pero sí, yo siempre estoy nervioso antes de una misión importante. -Confesé, con extrema seriedad- Se que no lo parece, pero así es. Sólo los locos carecen de temor, ténganlo en cuenta. -Tomé la servilleta que reposaba sobre el plato que tenía ante mí y la situé a un costado, a la espera de que se nos tomase nota para, una vez llegase el primer plato, desplegar el trapo sobre mis piernas- El adiestramiento no elimina el miedo ni los nervios, tan sólo ayuda a evitar evidenciarlo, y a controlarlo para que no suponga un inconveniente. No obstante, señorita, caballeros, estar nerviosos sería absolutamente normal. -Les dije, a fin de relajar un poco el ambiente. Las preocupaciones exageradas, especialmente entre gente poco habituada a trabajar bajo presión, podía resultar contraproducente.

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13/01/2019, 12:17
Azucena Ruiz

Al acceder lo presentes a que fumara, saqué una pitillera de mi bolso, de donde extraje un cigarrillo antes de volver a guardarla. Me disponía a buscar el mechero, con el cigarro ya en mis labios, cuando me percaté de que Díaz me ofrecía fuego. Me incliné en su dirección para encender el cigarro, sosteniendo pronto este también con dos de mis dedos, y una vez prendido eché una suave calada; cuyo humo me aseguré de soltar en otra dirección.

- Gracias. Bonito mechero. – le dije al hombre con una ligera sonrisa, justo antes de que Fischer y Ballesteros también llegaran. - ¿Les importa? – pregunté mostrándoles el cigarro.

La petición del bibliotecario me pilló por sorpresa, accediendo a esta con un asentimiento de cabeza. Dejé el cigarrillo, ahora manchado de pintalabios, en el cenicero que había sobre la mesa y tomé la pajarita; pasándola pronto tras el cuello de la camisa de Ballesteros para comenzar a anudarla.

De la Cierva nos comunicó que cenaríamos a la carta y que tendríamos algunas horas para relajarnos. La verdad es que dudaba que fuera a conseguir relajarme mientras hablábamos de la misión. Había demasiado en juego.

- Creo que esto ya está. – le dije a Ballesteros al terminar de colocarle la pajarita. – Es realmente sencillo, si quiere después se lo explico. – le ofrecí al bibliotecario con amabilidad, antes de volver a tomar asiento y recuperar mi cigarro, al que di una nueva calada.

El Señor De la Cierva nos contó el por qué de su molestia, tras lo que nos invitó a cambiar de tema, preguntándonos si estábamos nerviosos. Ante ello, el líder del equipo tomó la palabra, explicando que estaba nervioso aunque el adiestramiento le permitiera no aparentarlo, y que estar nervioso era algo completamente normal, tratando con ello de tranquilizarnos.

- Ya lo dijo Quevedo: “Siempre se ha de conservar el temor, mas jamás se debe mostrar”. – apunté con media sonrisa. – Poco más tengo que añadir a lo ya dicho por el Señor Díaz. Yo también estoy nerviosa, cualquiera lo estaría, esta misión es sumamente importante. – añadí, dando después una calada al cigarrillo.

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15/01/2019, 16:32
Leopoldo Fischer

Con toda la comitiva ya presente, Leopoldo Fischer tomó asiento junto al resto, acomodando la silla con firmeza y entrecruzando unas manos donde se empezaba a apreciar el largo paso del tiempo. Con la vista perdida en ninguna parte fija, iba escuchando las palabras de sus compañeros, asintiendo levemente en alguna ocasión, pero sin ser muy evidente. – Correcto señor Díaz de Vivar, sería de locos no estar alterados ante el asunto que nos concierne en este momento. Pero como ya se imaginarán, lo que sienten ahora no es más que la punta del iceberg.

El Doctor había hecho estudios y experimentos suficientes sobre el sistema nervioso como para describir con bastante detalle todo el proceso que iban a sufrir sus cuerpos, pero no se encontraba en ningún simposio sobre este ni nada por el estilo así que limitó su aportación de detalles sobre el tema.

Acto seguido, apoyó la barbilla a sus manos aún cruzadas. En realidad no tenía mucho que decir, este tipo de misiones eran algo nuevo para él. Si bien es cierto que en el pasado había participado en algo similar, siempre entraba en escena cuando toda la acción había finalizado y el sitio estaba asegurado y libre de posibles amenazas. Así que esperó pacientemente a que la conversación fluyera de forma natural hasta desembocar a los detalles de la misión y cual sería su desempeño en ella.

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15/01/2019, 17:35
Juan Tomás De La Cierva

- Doctor, si pudiera usted explicarnos en qué consisten las fases de la enfermedad...ya que aunque no lo hayamos sopesado todavía corremos el riesgo de infectarnos con ella si las cosas salen muy mal. Y no sé a ustedes, pero a mí, me encantaría saber si estoy enfermo o no para poder disfrutar de los últimos placeres que me de la vida...o apartarme para que otros no se contagien... - dice De la Cierva. - ...además es mejor hablar de este tema antes de la cena que durante ella...

Sonríe tras decir esto, aunque todos podéis ver una sombra de preocupación en su rostro. Aunque intente quitarle hierro al asunto, sabe la importancia de la misión y sabe que ha tenido que encargarse un civil de limpiar lo que el estado ha ensuciado con esos experimentos.

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22/01/2019, 13:03
Leopoldo Fischer

El doctor mantuvo unos instantes la mirada con De La Cierva antes de cerrar los ojos y asentir ante tal petición. Tomó aire profunda y pausadamente mientras su mente trabajaba en un pequeño guion, unas pautas a seguir para no divagar ni teorizar fuera del tema que nos concernía en estos momentos. – Voy a ahorrarme las clases de historia, pero todos podemos hacernos una idea básica del tipo de pandemia a la que nos enfrentaríamos. – comentó echando un vistazo general a todos los asistentes – La fase inicial es la peor de todas, si no se detecta el foco inicial y se establece una cuarentena, las primeras victimas van infectando a cualquiera con el que entren en contacto. Como ya sabréis, el virus H1N1 se propaga por el aire, toser, estornudar o el simple hecho de hablar expulsa partículas del virus que se quedan por el aire hasta ser inhaladas y llegar a los pulmones. En esta fase los síntomas son mínimos, por lo que detectar y aislar la zona 0 resulta prácticamente imposible. En un adulto sano tardan uno o dos días en aparecer los primeros indicios, aunque estos son iguales que una gripe normal: fiebre, tos, dolor de garganta, mucosidad nasal. – el alemán hizo una breve pausa respirando lentamente, su rosto adoptó un tono más sombrío a partir de este punto y se apreciaba cierta tensión en sus manos aún entrelazadas – 24 horas más tarde… fiebre en aumento, dolores musculares y de cabeza, fatiga, vómitos, descomposición, insuficiencia respiratoria… La evolución de la enfermedad tiene una rapidez sin precedentes. Decenas de miles de personas se levantarían al día siguiente enferma y moriría antes de llegar al trabajo. Cada individuo es único y la forma en la que le afecta el virus también. Una falta de oxígeno causada por la insuficiencia respiratoria causaría un tono azulado en el rostro con el posterior desmayo y la muerte en caso de no recibir la atención adecuada. Hemorragias internas encharcarían de sangre los pulmones, provocando vómitos y sangrado nasal. Mucha gente moriría ahogada por sus propios fluidos. Muchos médicos morirían infectados por sus propios pacientes. Y como ya pasó con la gripe española, seguramente nos enfrentaríamos a varias oleadas del virus causadas por negligencias médicas o cuarentenas mal gestionadas. – Los sudores y la respiración agitada le obligaron a parar. Las uñas y los nudillos de las manos permanecieron blanquecinos unos instantes a causa de la tensión que iba en aumento por momentos. Leopoldo cogió la servilleta del plato y se secó la frente y tomó un largo sorbo de agua antes de proseguir – En este mundo, superpoblado e interconectado por tantos medios de transporte, un atentado supondría un caos a escala mundial. Supongo que ya van entendiendo a que clase de arma vírica nos estamos enfrentando. – sentenció mientras de nuevo, volvía a pasarse la servilleta por la frente y rehidratarse la garganta con otro sorbo de agua.