Partida Rol por web

Forad mira de reojo hacia el hueco de la puerta del fondo. Antes de que oscureciera vio que comunicaba con un cuarto lleno de cascotes, donde tres vigas se habían inclinado hasta el suelo por la pared derruida de la derecha, que debe comunicar con otra habitación de la casa. Había tejas, trozos de madera y un sin fin de objetos que podría intentar usar en su defensa si escapara por allí. Realmente es el único sitio que se le ocurre que pueda usar en tal circunstancia. La otra puerta de la sala aún resiste a las inclemencias del paso del tiempo y está cerrada.

- Está claro, este viene a matarte. Realmente has estado torpe. Un último intento, si no comprobaremos quien corre más por entre los cascotes.

- ¡No tuvisssste que matarrr a nadie! ¡Fuerrrra del bando que fuera! ¡Y QUIEN DIJJJO QUE NO CREO! ¡Si no crrrrreyera como hablarían conmigo! ¡QUIEN DIJO QUE NO CAZO Y NO SIENTO! Cacé durante el viaje y siento un prrrrofundo dolorr porrr lo que te sucede y lo que hicissste con Arrros. ¡Y, FINALMENTE...! con toda la sangrrre que derrrrramaste de mi cuerrrpo... ¿¡NO DEBERÍA HABER DESAPARECIDO!? - El cuerpo de Forad está realmente tenso y sus ojos encendidos como el brasas. Al minimo movimiento de Pelarun por acercarse tratará de huir de él. - Ya te demossstré una vez que no tenía miedo a la muerrrte porque creía. ¡¿Acaso necesito demostrártelo otra vez?! ¡Pensasssste que tus creencias fuerrrron más fuerrrrtes que las mias! ¡Pues buscassste una lanza y te dejasssste hacer por mi lo que tu hiciste hace días conmigo! Si los ancestros te protegen yo te ofreceré mi cuello.

Se hace notorio que Pelarun duda ante las bien escogidas palabras de Forad.

-Tú... puede que tú seas distinto. Es verrrdad, Peludo Argar- El tono de voz se le vuelve a endurecer súbitamente y aferra con fuerza el cuchillo otra vez -. Perrro tus amigos... escuché a Voros Argar, y hubo nada más que verrrdad en sus palabrrras. Se arrrrepentía tanto de no haberrr parrrado a Ojan Argar cuando aceptó esa ayuda en la grran caza de los bigotes, que tuve que matarrrle porrr compasión. Los tuyos son guarrrros hijjjos de Melvith. Y ahorrra que sé dónde están, los maté parra vengarrr todo el daño que nos han hecho estos años. Luego maté también a todos los Argar que se ensuciarrron al pactarr con ellos. Porrr último maté a Horgan Hos porrr serrr un trrraidorr conspirrradorrr sediento de poderrr. Entonces porrr fin pude descansarrr.

La voz de Pelarun ha ido ganando en odio según hablaba. Pero acaba siendo un susurro, y sus alienados ojos parpadean con el cansancio de aquellos que están hastiados de vivir, de los desengañados que descubren que no hay respuestas ante las únicas preguntas que importan.

Te sorprendes a ti mismo ante lo convincente de tus palabras. Creías que tu vida foral habría asilvestrado tus maneras, pero sigues siendo el mismo que eras cuando todos te odiaban por ser el alumno aventajado de la clase de Retórica de la Escuela...

Pelarun duda. Su rostro refleja la dura lucha que hay en el interior de su cabeza. Tradiciones, enajenadas ideas, miedos, tabúes y tus palabras combaten en una melee donde sólo puede haber un vencedor.

Pelarun guarda el cuchillo en su cinto. Se acerca cavilante al fuego y se sienta junto a él. Calienta sus manos unos instantes y luego clava sus extraños ojos en los tuyos.

-Cuéntame, Peludo. ¿Cómo hiciste eso que dices?

El rostro de Forad muestra cierta impaciencia e irritación -mientras trata de sobreponerse al miedo que le causa la situación-.

- Pude cambiarrr las mentesss de los... -Forad se resiste a pronunciar la palabra- guarrros... porrrque siempre fuí uno de ellos. Me connnocen y connnfían en mi más que en cualquiera del pueblo librrre*. Los Argar... los Argar no me conocen. Pero si conocen a mis amigos. Si convencí a mis amigos ellos me ayudarrron convencer a los Argar.

Forad respira hondo tratando de aparentar clama y adopta un tono conciliador.

- Hay que hacerrr las cosas bien, Pelarum. Muchas cosas se hannn hecho mal estos días y nosotrrros no debemos equivocarnos. Si perrrdemos un poco de tiempo ahorrra pensando que hacer evitarrremos eso. ¿Por qué piensas que es mejor que vaya primero hacia los Argar? Yo pienso que confiarán más en ti, alguien de los suyos, que en mi, un guarro desconocido. Y que luego, con la ayuda de los guarrrros que si conocen, podrrríamos convencerlos entre todos.

Forad da por terminado este nuevo envite y espera la respuesta del bárbaro pero... no hace más que abrir su boca este para contestar cuando se le ocurre un último recurso.

- Si tan segurrro estás de que he de hablarrr antes con los Argar los trajissste aquí. Yo, mientras los trajissste, trattté de comunicarrr con los Ancestrrros para prepararrrme a sanar su espíritu. ¿Que te parece?

Pelarun cavila tras la larga parrafada del peludo. Mientras lo hace, aparta sus ojos de Forad para clavarlo en las llamas. ¿Qué verá el bárbaro en el caótico danzar del poderoso elemento? No hay miedo en su mirada, tampoco odio o adoración. Es un hombre frío, pero no rehuye la cercanía del calor del fuego. Quizás piense que ese calor pueda sacar su alma bárbara del aletargante frío en que la han sumergido sus acciones de los últimos días...

Súbitamente, se levanta, provocando un aspaviento de pavor en Forad, y luego ofrece la mano a éste para ayudarlo a ponerse en pie. Cuando ya tiene a Forad frente a él, esboza una esforzada sonrisa y de su boca sale un torrente cálido de palabras, hasta sus ojos parecen menos alocados que un minuto antes. El conjurador siente la dicha recorriendo todo su cuerpo mientras escucha al bárbaro; hacía mucho que no disfrutaba de la sensación de una trabajada victoria...

-No trrrajje a los Argar aquí. Ya te dijje muchas veces que todos quierrren tu pellejjo como trrofeo, tanto el Viento como los Lago, los Perto y, porrr supuesto, los Argar. Tú y yo fuimos con los guarrros. Trrataste de llevarrlos por el buen camino, perro si se rresisten, los dos los cazamos parra que no vuelvan a ofenderr a los ancestrrros con sus prrácticas abominables.

El rostro de Pelarun se torna serio. De repente, su mirada vuelve a ser la de antes.

-Jjurraste porr los Ancestrros, porrr los tuyos y los míos, que hiciste esto- recoge el cuchillo del suelo, lo que pone los pelos de punta al conjurador, y se corta en la palma de la mano. Besa la gota de sangre que le corre por ella -. Yo jjurro porr la sangrre de los Ancestrros que si me trraicionaste y te unistes a ellos, te cazé sin perrdón desde este mundo o desde el otrrro- acto seguido, tiende el cuchillo a Forad...

Por un momento el conjurador siente su cuerpo desvanecerse al perder toda la tensión que ha ido acumulando. Pero es sólo un vacío en el viento, las velas que dirigen su rumbo por un momento pierden tensión pero, repentinamente estas vuelven a capturar el aire y dirigir sus pasos. Como un barco, como un capitán de barco, así se siente Forad. Navegando para donde quiere y tratando de poner el viento a su favor. Y en mitad de la tormenta, parece haberlo conseguido. Sólo queda atar bien las jarcias.

- Maldita la gracia que me hace rajarme la mano… -piensa el conjurador una vez superado el susto- … pero no creas que te voy a mentir. Con mano cortada, o no, no te mentiré, porque si en mi mano está no me seguirás.

Forad coge dubitativo el cuchillo que el bárbaro le tiende pero, en lugar de herirse con él lo usa para abrirse las vendas y mostrar los restos de su herida. Luego se acerca los dedos a la boca, los besa y, posando estos sobre la yaga de su pecho los arrastra mientras mira fijamente al bárbaro.

- Suficiente sangrrre verrrtí ya y, por toda ella, te prrrometo que jamás me rasteassste. Porque antes te habré matado o hecho que te maten.

La nueva situación parece haber sembrado de confianza al conjurador y esta, unida a su orgullo, parece haberle traicionado. ¿No habría más fácil mentir al bárbaro y luego haberlo traicionado? Ciertamente lo habría sido pero Forad en un rapto de orgullo, prefiere usar una frase lo suficientemente ambigua como para no mentir y lo suficientemente arriesgada como para jugarse el éxito obtenido hasta el momento. Pero todo sea por no firmar pactos que sabe que no va a cumplir.

- Vamos, llévame ante ellos. – Forad se dispone a recoger sus cosas-.

Los ojos de Pelarun se vuelven de nuevo opacos a toda emoción, y su ceño lanza una silenciosa amenaza en su fruncir mientras escucha el juramento de Peludo.

Cuando el conjurador termina, el bárbaro observa detenidamente la cicatriz durante medio minuto. Luego clava los ojos en los de Forad.

-Devuélveme el cuchillo y vámonos. La caza fue larrga, un día de camino nos separrra de nuestrro destino

El bárbaro tiende la mano izquierda y espera clavando sus pupilas en las del conjurador.

Satisfecho por el resultado de su última treta el conjurador se reconforta internamente.

- Ahn, bueno, se me olvidaba… –La desdentada y amigable sonrisa de Forad parece lo más inocente del mundo cuando para un momento en su tarea de recoger sus cosas para devolver el cuchillo al bárbaro.- …tómalo, te hará falta seguramente y yo poco podría hacer con él. Salvo deshacerme de él por si acaso o usarlo para deshacerme de ti. Pero lo primero: seguramente no evitaría el peligro y lo segundo: sería una tarea arriesgada.

Forad termina de recoger sus cosas con naturalidad. Como si no se estuviera jugando el pezcuezo cada segundo que pasa junto al bárbaro y estuviera ante un amigo.

- Bueno, tu primero. Te sigo. Mejor ver en todo momento donde tienes las manos y lo que tramas, maldito.

El Lago coge el cuchillo y se queda quieto, espigado, mirando a Forad mientras recoge. Parece a punto de decir algo, pero finalmente se calla y se ajusta el cuchillo en el taparrabos. Cuando Forad termina y le impele a marcharse, alza las manos para calmarlo.

-Salirr de las parredes de piedrra no fue fácil. Necesito saberrr qué se te da mejjorrr, nadarrr como la trrrucha o moverrte en silencio como el tigrre. Nadamos y escapamos fácilmente. Si no, confiamos en que los ancestrros cieguen a nuestrros cazadorres mientrras escapamos porrr la tumba de piedrra de Feleppo. Cuando salimos de aquí, todo fue fácil... hasta que encontrrramos a los gua... a tus herrrmanos.

Aún sorprendido por la deferencia de Pelarun al tratar de evitar llamar guarros a sus hermanos Forad contesta con naturalidad ante la elección que se le brinda.

- ¿Nadarrr como una trrrucha? ¡Je, je! -Forad sonríe amigablemente, tiene que transmitir confianza al bárbaro-. Más bien como una piedra. Y moverrrme en silencio… como un tigrrre no, como un tejón quizá. Se me da algo mejorrr que nadar. Nosss diluimos en la noche y el sssilencio fue nuestro acompañante, ¿no?

Rumiando aún las palabras del bárbaro. ¿Querrá él a su vez ganarse su confianza? ¿Por qué razón? ¿Ve Forad lobos donde no hay?

El bárbaro, aunque se esfuerza, no consigue reprimir una sonrisa ante las hilarantes explicaciones del peludo.

-Muy bien, fuimos dos tejjjones. Apaga ese fuego, mirra bien que no dejjas nada que delate que acampamos aquí y sígueme. No hubo Hombres en nuestrrra rrruta, perrro sí tendrrremos que evitar a los herrmanitos come-hierrbas que jjjuegan a serrr amigos de los Hombres. No quierrro que nadie nos pueda seguirr.

Pelarun te da la espalda y asoma su nervudo cuerpo en tensión por el marco de la ausente puerta, examinando la calle mientras Forad termina con el fuego. Cuando éste está listo, los dos se zambullen en las sombras de la noche.

Forad apaga el fuego con cuidado. Piensa en, como la última vez, dejar un mensaje a sus compañeros de viaje pero no lo juzga conveniente de cara a mantener su relación con el bárbaro.

Emprende la marcha con los huesos entumecidos y con los músculos aún entumecidos debido a tanto descanso. No le responden todo lo que bien que el desearía y su camino no es todo lo silencioso que pretende. Afortunadamente su férrea voluntad lubrica sus articulaciones rápidamente y, al momento, comienza a deslizarse tan suave como la brisa.

Siguiendo a Pelarun a cuatro o cinco pasos, peludo se aleja de la casa arruinada donde se esconden en sentido norte. Forad cree que están en parte volviendo sobre sus pasos, e incluso llegan a pasar junto a una plazoleta con fuente que es la misma en la que desembocaba la calle de la Posada del Yerro.

Las calles que han recorrido están desiertas. Sólo alguna rata reptando de un lado a otro o un par de perros callejeros peleándose por unos despojos se han cruzado en su camino. Las gentes de la ciudad prefieren cobijarse en sus casa en esta noche de luna llena en la que los bárbaros decidirán el futuro de su horda. ¿Quién sabe en qué acabará esa reunión, si la misma ciudad se convertirá en un campo de batalla de bárbaros enfrentados entre sí?

Tras pasar la plazoleta, Pelarun vira hacia el noreste tomando una calle levemente descendente, más ancha, adoquinada y con bonitas casas de madera y piedra de reciente construcción.

-Al final de esta calle crruzamos una puerrta en las parrredes de piedrra que va a la tumba de Feleppo. Si la pasamos...

Pelarun se interrumpe, se lleva un ahusado dedo a los labios y arroja al conjurador apresuradamente hacia el estrecho callejón que queda entre dos de las casas de la calle.

-Viene alguien, es la respuesta susurrante que los frenéticos gestos de Forad arrancan de sus labios.

Pelarun se paraliza contra la pared, como si fuera una araña de largas extremidades esperando a que una presa caiga en su red. Forad, todavía algo confuso, no puede evitar patear una tabla en la escombrera que hay junto a él cuando intenta buscar un escondrijo más hacia adentro del callejón...

Forad se agazapa en medio de los escombros y reza al dios de la física que tenga por bien detener los rayos de luz que proyectan las antorchas que portan los que se acercan por la calle. Sus plegarias son inútiles, y alcanza a ver la llama cimbreante en la tea que porta un bárbaro que pasa junto al callejón... sin reparar en el camaleónico Pelarun o el sucio peludo del fondo.

Forad casi no puede contener una exclamación cuando el gigantón Ankor cruza su estrecho campo de visión. El yelmo que lleva puesto y la tensa actitud de vigilancia le hace suponer, primero que no se siente del todo seguro en la compañía de los bárbaros, y segundo que deben andar buscando a alguien, y quién si no él podría ser ese fugitivo...

Forad ha contado ya cuatro bárbaros, ha visto pasar a Kanlil y a Ankor cuando pasa un último bárbaro junto al anciano Hochalas. El corazón se le detiene cuando el manco ladea la cabeza mirando hacia el callejón y cruza su vigorosa mirada con la de Forad.

Cuando Forad alza la cabeza de su escondrijo, los vellos del cuerpo se le erizan. Pelarun ha echado mano de su cuchillo, y, manteniéndose aún pegado a la pared, ha girado la cabeza hacia el conjurador, de forma que los tendones del cuello parecen sogas a punto de romperse restallando. La oscuridad apenas permite astibar los ojos del lunático, que sin dudan deben pender fijos de Forad. Su susurrante voz está cargada de reproche.

-El viejjjo te vio. Estamos en prrroblemas. Los dos, añade aferrando con fuerza el mango del cuchillo.

- El viejjjo es sabio. No el mejjjor amigo perrro si un buen compañerrro. No me trrraicionnnó como a ti no te hubierrra traicionado Orredon. - Forad se calla y mira al grupo alejarse. - Nos volveremos a ver. Aprrrovechemos el tiempo que nos dió. Tennnemos qué hacerrrr. Tendrrré que seguir jugándome el pessscuezo con este loco.