Partida Rol por web

Luna Negra, la capital del reino de Shereda debe su nombre a sus altos muros de obsidiana. Al estar situada a los pies del volcán Garganta del Infierno, un volcán que está semi-activo, nubarrones oscuros y ceniza en suspensión cubren su cielo, impidiendo que pasen los rayos del sol. 

Para cualquier extranjero que entra por primera vez a Luna Negra, le puede parecer la ciudad más decadente de toda Tesalia. Pero no para sus orgullosos habitantes. Tu eres uno de esos habitantes. Viniste a Luna Negra para reencontrarte con tus raíces draconianas. La llama que arde en tu interior es tan fuerte que la Orden de los Caballeros del Dragón enseguida reconocieron tu potencial y te acogieron con los brazos abiertos. 

Ahora que has sido nombrado Caballero del Dragón, debes dedicarte en cuerpo y alma a tu deber de proteger el reino y honrar las costumbres de tus ancestros. Hace escasas horas recibiste un aviso en el que Sergol quería tener una audición privada contigo; "Ixen Sepa, el más reciente de los Caballeros del Dragón debe presentarse ipso facto en la guarida de nuestro Ancestro" rezaba la misiva.

Así pues, tras dejar atrás la Espira del Wyvern, el castillo que sirve de refugio a los Caballeros del Dragón en Luna Negra, te diriges al interior de la guarida de la gran sierpe, en las entrañas de la montaña, en una gigantesca caverna cavada en la roca viva y a varios metros sobre el nivel de la lava del volcán, donde el calor es insoportable incluso para alguien tan apegado al fuego como tu.
Tu compañero Thurkear permanece a tu lado, tumbado a tus pies mientras esperáis la aparición del gran dragón. Al principio se hace esperar hasta que precedido de un gran rugido que fácilmente podría helar la sangre del más valeroso paladín, Sergol surge del interior del volcán, goteando lava por todo su cuerpo y extiende sus alas para mostrarse finalmente ante tus ojos, majestuoso y en todo su esplendor.

- Bienvenido, Ixen Sepa, Caballero del Dragón - su voz retumba en toda la caverna, haciendo temblar un poco el suelo...

Estaba emocionado, verdaderamente emocionado, por fin había llegado el día en que sería nombrado caballero, el día en que haría el juramento.  O al menos eso esperaba, no lo había hecho tan mal durante el entrenamiento así que seguramente era convocado para jurar, si, no podía ser de otra forma. 

Caminó desde la Espira del Wyvern junto a su compañero dragón hasta la sala donde sería recibido por Sergol.  Mientras lo esperaba se preguntó cómo harían los caballeros humanos para soportar estar en aquella estancia y entonces los valoró todavía más.

Su compañero se enroscó a sus pies y lo miró desde allí con gesto adusto y aburrido.

-Tranquilo, ya llegará- Dijo a Thurkear y entonces el gran dragón ascendió por el volcán.

Hizo una reverencia ante la gigantesca bestia y respondió a su saludo.

-Me honras al convocarme.  Dime Maestro  ¿Cómo puedo servirte hoy?-

Su compañero había sido llamado a una audiencia con el Antiguo, algo que los honraba a ambos.  Estuvieron callados desde que partieron de la Espira del Weyrn hasta que llegaron.  Él se acurrucó a los pies de su amigo y lo miró con gesto impaciente y entonces justo después de que el Caballero hablase el temblor del suelo le hizo saber que el Antiguo se acercaba.

Ixen le hizo una reverencia, él no iba a hacer eso, no era propio de un dragón inclinarse ante nadie, ni siquiera ante el Antiguo.  Lo miró a los ojos y agradeció el honor que les estaba por conferir porque pelear por Shereda significaba mucho para el joven dragón.

-Te saludo Antiguo- dijo con tono solemne y esperó a que el otro dragón hablase

- Escucha atentamente mis palabras, Ixen Sepa, Caballero del Dragón - dice Sergol, hablando lentamente en tono solemne - Has sido convocado ante mi presencia por que tengo un encargo para ti. Hace veinte años, durante el conflicto que asoló los Reinos Centrales, nuestro pueblo forjó una alianza con los pueblos humanos y élficos para expulsar a los invasores y un antiguo artefacto fue cedido a nuestros aliados para que pudieran hacer frente a los enemigos. Tras la guerra, dicho artefacto quedó en manos de Barataria, a petición expresa del Consejo de Ancianos, para ser examinado - Sergol hizo una pausa y te miró atentamente, mientras su voz retumbaba por toda la caverna, haciendo que la anciana sierpe parezca más imponente aún - Considero que ya ha pasado tiempo suficiente y es hora de que los magos de Barataria devuelvan el artefacto a su legítimo dueño...

Ixen escuchó las palabras de Sergol y se sintió verdaderamente honrado, no sólo porque fue el dragón en persona quien le encomendó la tarea, sino también por la importancia de la misma.  Aquel artefacto debía ser verdaderamente poderoso a la vez que extraño, se alegró de contar con sus padres, ambos magos de la torre en Barataria.  Seguramente Sergol debía conocer este hecho y seguramente esta había sido una de las razones por las que lo había elegido para la gesta.

-Sergol.  Me honras con la tarea que me encomiendas.  Partiré de inmediato, pero antes quisiera preguntarte algunas cosas que hacen a mi misión.  ¿Cómo es el objeto que debo traer?  No tengo razones para creer que lo hagan, pero no me gustaría ser engañado por los magos de Barataria y volver con lo que no es requerido.  ¿Saben en La Torre que voy en busca del objeto?  ¿Iremos sólo Thurkear y yo o nos acompañaran otros caballeros?- A diferencia de muchos Ixen no consideraba a Thurk, como solía llamarlo, como una simple montura, sino que para él la figura del caballero dragón estaba constituida por ambos, jinete y montura.

Esperó que el dragón respondiese y luego agregó –Imagino que deberé ser discreto pues un objeto de semejante poder llamaría la atención de muchos.  ¿Me equivoco Sergol?-

Thurkear no tenía muy claro como era que los dragones humanoides como su jinete habían llegado al mundo.  No creía que fuesen la evolución del dragón como decían algunos idiotas descerebrados, ni tampoco estaba seguro de que fuesen la mezcla entre la especie humana y ellos, por eso a veces no comprendía a su jinete.  Sin embargo en aquel momento Thrkear e Ixen parecían estar pensando lo mismo, quizás era su parte dragón la que hablaba, la responsable de sus aciertos, quizás también algún día Ixen se convertiría en un verdadero dragón.  ¿Sería eso posible?  No lo sabía pero no le parecía una idea tan descabellada.

El dragón ruge un poco disgustado cuando le preguntas por cómo es el objeto - Se trata del Cetro de Bahamuth, una vara de madera de Valion adornada con la cabeza de un dragón. Estoy seguro que durante tu instrucción como Caballero del Dragón, así como draconido que eres, has leído u oído en algún momento sobre este cetro, nuestro tesoro nacional más codiciado - Sergol te mira fijamente, atendiendo a tus preguntas - Por ahora los magos no saben que vas. Y no lo sabrán hasta que llegues allí - dice en un tono muy serio - El Caballero Comandante Johann Heisemberg te estará esperando en la Espira del Wyvern y te hará entrega de un pergamino sellado. Este pergamino no debe ser abierto bajo ningún concepto. Tan solo el Consejo de Ancianos de Barataria está autorizado para abrirlo y entonces ellos sabrán que deben devolver el cetro a sus legítimos dueños. - El dragón hace una pausa y entre dientes se ríe tras tus últimas palabras - Creo que tu mismo te acabas de responder a tu pregunta, Ixen Sepa. Absolutamente nadie, ni siquiera el resto de la Orden, debe saber cuál es tu destino. Sin embargo, estás autorizado a contratar a cualquier mercenario que te pueda servir de ayuda, siempre y cuando no pongas en peligro la confidencialidad de la misión.

Sintió vergüenza, sorpresa y orgullo.  La primera emoción surguió por el disgusto que ocasionó a Sergol y por haber olvidado algo tan importante para su reino, historia y cultura, la sorpresa apareció porque no podía creer que se honrase a Barataria con la posesión de semejante reliquia y orgullo fue por lo que significaba que lo eligieran a él para llevar a cabo semejante tarea.

-Me disculpo por haber olvidado, Sergol.  Entiendo ahora la verdadera importancia de esta tarea y me siento muy honrado por haber recibido tan importante gesta.  Si lo consideras oportuno me gustaría consultar sobre Cetro de Bahamuth en la biblioteca antes de partir.-

Si la urgencia de la misión lo permitía Ixen volvería a leer los antiguos volúmenes que hablasen sobre el cetro para saber así con que estaba tratando.

El rugido de Sergol era sobrecogedor pero Thurkear se mantuvo firme intentando no demostrar las emociones que el rugido había provocado en él.  Su jinete se sintió mal por haber olvidado sus conocimientos a cerca del Cetro de Bahamut y hacía bien en sentirlo, había cosas que no podían ser olvidadas.

Sacudió la cabeza cuando Ixen habló de dirigirse a la biblioteca pero se mantuvo en silencio, si por el fuera partirían ya aunque entendía la necesidad del caballero de corregir su falta.

- Dispón del tiempo que te sea necesario, Ixen Sepa. La sabiduría es la clave del éxito - Sergol extiende sus alas nuevamente y tras coger impulso, se eleva en el aire generando un pequeño vendaval - En cuanto estés preparado, preséntate ante el Caballero Comandante Johann Heisemberg. Que Bahamuth guíe tu camino y te ayude en esta empresa, Ixen Sepa. No le falles a tu pueblo - Tras un rugido final, Sergol alza el vuelo y desaparece de tu vista, dejándote a solas con Thurkear.

El viento que generó Sergol al partir sacudió a Ixen quien a duras penas pudo mantenerse en pie.  Contaba con el beneplácito del dragón para investigar un poco antes de partir por lo que se giró hacia su compañero y le preguntó.

-¿Me llevas hasta la biblioteca?-

La relación entre ellos era más que una amistad, se encontraban casi hermanados y su trato era completamente informal, ameno y fraternal. 

Algún día sería igual que Sergol, gigantesco e increíblemente poderoso, el sólo podría devastar cientos de ejércitos en pos de proteger sus tierras.  Admiró a Sergol mientras este se elevaba, se incorporó y agitó sus alas a modo de saludo.

Dejó salir una vaharada de aire por su nariz -¿Qué pasa medio humano? ¿Eres demasiado lento para hacerlo sólo?- dijo mientras inclinaba su lomo para que Ixen subiese.  Sabía que Ixen se sentía intrigado sobre la verdadera naturaleza de los dracónidos y aquel, medio humano, había sido el mote que había elegido para burlarse de su amigohermano.

Rió ante el comentario de Thurkear y una vez estuvo afirmado en la silla dijo.  –No es una cuestión de premura querido amigo.  Sólo me gusta montar bestias aladas- y soltó otra risotada.

Thurkear sabía donde darle, a él no le molestaba sólo porque era el dragón quien se lo decía,  su amigohermano sabía muy bien cuanto lo intrigaban los orígenes de su raza y lo aprovechaba para burlase de él.

Sonrió mostrando todos los dientes y colmillos, como hacen los dragones, y emprendió el vuelo hacia la biblioteca divertido por las pullas que él e Ixen se lanzaban mutuamente.  Aquel honor estaba permitido sólo al medio humano, cualquier otra criatura que se atreviese a llamarle bestia pagaría muy caro el atrevimiento

Montado sobre Thurkear, jinete y dragón sobrevoláis la ciudad de Luna Negra hasta llegar al castillo de la Espira del Wyvern. Aterrizas en el gran patio de entrada y cuando pasas al interior te separas de Thurkear, que se eleva hasta alcanzar la más alta torre del castillo, la Torre Nidal.
Si bien a las crías de dragón se les permite deambular por el patio principal o entrar en la gran sala común o en la habitación de su compañero, normalmente suelen permanecer en la Torre Nidal, donde comparten su espacio con el resto de dragones de los caballeros.

Encaminas tus pasos hacia la biblioteca del castillo. Aunque no llega a ser tan grande como las gigantescas salas repletas de estanterías de Barataria, ésta biblioteca también resulta abrumadora. Tiene dos plantas y una veintena de pasillos con estanterías que llegan hasta el techo, llenas de libros empolvados...

- Buenos días, joven caballero - dice Lentor, el bibliotecario, un humano decrépito y arrugado con anteojos - ¿En qué puedo ayudarte?

Separado de Thurkear se apresuró a ingresar a la biblioteca.  Al ingresar, los olores a papel añejo y cuero dispararon en él antiguos recuerdos, recuerdos de cuando estuvo junto a sus padres en Barataria, de cuando recorrió sostenido de sus manos aquellas enormes e interminables bibliotecas.  Sonrió, pronto estaría otra vez en Barataria, pronto vería nuevamente a sus padres.

Lentor lo sacó de su ensoñación al preguntarle que era lo que necesitaba, agradeció la presencia del hombre, pues si fuese él en soledad quien tuviese que buscar allí, entre tanto libro, no sabría siquiera por donde empezar.

-Buenos días Lentor- saludo –Quisiera saber si tienes algún volumen que hable sobre el Cetro de Bahamuth.  Me avergüenza decirlo, pero olvidé casi todo sobre la reliquia y creo debería recordar algo que fue tan importante para nuestra nación-

Subió hasta la torre Nidal con velocidad y caminó orgulloso entre los dragones que allí moraban.  Con el pecho hinchado y la cabeza en alto miró a sus compañeros con un brillo especial en los ojos.

-Si- dijo con orgullo –El propio Sergol nos ha encomendado una tarea de suma importancia.  Lamentablemente nada puedo decirles de ella, pero si alguno quiere acompañarnos haga que su jinete hable con Ixen.-

Estaba orgulloso y quería demostrarlo, no habló con malicia, pero al recordar que Sergol les había permitido contratar ayuda, supuso que quizás alguno de sus compañeros podría acompañarlos

- Oh, si. El cetro de Bahamuth. Hay varios libros que hablan sobre él - dice el bibliotecario bastante excitado - Enseguida te traigo uno de ellos. - el anciano hombre sube a la segunda planta y lo pierdes de vista durante largos minutos. Al cabo de un rato reaparece con un tomo polvoriento bastante gordo en sus manos - Este es. Lleva bastante tiempo sin ser consultado, por eso tiene tanto polvo. La historia de nuestra ancestral reliquia no es algo que se suela olvidar tan a la ligera - dice en tono de reproche - Ponte cómodo, jovencito, el libro está escrito en dracónido antiguo y es una lectura bastante pesada de digerir...

Esperó pacientemente hasta que el bibliotecario llegó con el libro, era más grande de lo que esperaba y, seguramente, le llevaría bastante tiempo consultarlo.

-Hoy día la instrucción en la historia de nuestra raza no es como lo fue antaño- respondió al reproche del bibliotecario -Creo que si lo llevamos a porcentajes cualquier caballero tendría alrededor de un veinte por ciento de chances de recordarla.  Es triste, pero así son las cosas hoy, no se si se deba a que hay muchas cosas que aprender, a que los instructores son menos diestros para aprender o a que nosotros, los aprendices, ya no somos como los de antaño-

Esgrimida la respuesta se alejó en busca de un lugar donde dejar el libro y leer, tampoco había sido bien instruido en este arte, por lo que no guardó muchas esperanzas y se preparó para pasar varias horas leyendo.

La lectura del viejo volumen te resulta más densa y difícil de lo que podrías imaginar en un principio. El arcaico lenguaje de los dragones resulta complicado de descifrar a las primeras de cambio pero poco a poco vas entendiendo las palabras que hay escritas.

El libro parece contener relatos de diversas índoles y está dividido en varios capítulos. Centras tu atención en El Legado de Bahamuth, el capitulo que habla del cetro.

En él se describe cómo Bahamuth, cuando todavía era un dragón mortal antes de ascender a su actual estado de divinidad, dejó en manos de su primogénito Sergol una poderosa herramienta que le permitiría controlar la voluntad de toda su progenie en tiempos de necesidad.
Mediante un ritual que duró cincuenta días y cincuenta noches Bahamuth imbuyó un cetro de madera de gran calidad con parte de su esencia vital. Gracias a este poderoso artefacto cualquiera que lo empuñe, y conozca la palabra de mando, podrá dominar a todos los dragones que desciendan de Bahamuth, es decir, a todos los dragones del reino de Shereda.
Tan solo Sergol sabe cuál es ésa palabra y ese conocimiento solo lo transmite a los mortales cuando él no es capaz de tomar el control del cetro.
Para evitar que el cetro cayera en malas manos, fue dividido en tres partes. La primera de las partes la custodiaría Sergol en su guarida, en el volcán Garganta del Infierno. La segunda parte quedaría en manos Nithael el dragón rojo, guardián del Sagrario Carmesí en las Montañas de la Bruma. La última pieza la guardaría Ábigor el Dorado, en el Templo de la Tormenta, en las montañas Roca Negra.