Partida Rol por web

A Partir de Ahora.

Capítulo III

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26/05/2009, 03:02
Patrick Collins

Patrick abrió los ojos de par en par. El té se derramó en el platillo cuando dejó la taza sobre la mesita, temblando. La señora Cornwell estaba muerta, y Susanne... ¡Oh Dios! ¡Susanne estaba enferma y podía morir! En ese preciso instante, sintió que era el hombre más estúpido del mundo por no haber ido a verla, por no haberse disculpado en persona.

El corazón comenzó a latirle desaforadamente. No se paró a pensar por qué ella le importaba tanto como para quebrar su ánimo de aquella manera, porque en realidad en ese momento le quedó claro: la amaba. No podía dejarla partir, no podía. La había encontrado, después de tanto desamor y soledad, y no podía permitir que pudiera marcharse de su vida como todos aquellos soldados con los que trabó amistad. Había visto morir a demasiada gente, pero en su mayoría lo merecían: habían matado, robado o saqueado. El mero hecho de ir a la guerra te expone a la muerte, y lo aceptas rápidamente.

Pero aquello, aquello era otra cosa. Una criatura buena como solo Dios, en su sabiduría, había sido capaz de crear, no merecía morir tan joven por una enfermedad. Se negó a aceptarlo, de plano.

-Susanne... -susurró, casi para si, desesperado.

Miró a su señor con la mandíbula apretada, como iracundo por su propia inactividad. Él sabía lo que sentía, y lo que debía hacer. Se puso en pie de un salto, mientras el señor Spencer acompañaba al sacerdote.

-Milord, debo... debo marcharme... Ya.

Miró luego al señor Spencer. Parecía que se iba, así que no le costaría ningún esfuerzo tomar la capa, los guantes y el sombrero, y montar a caballo para recorrer a galope la distancia que le separaba del hogar de las Cornwell. Una distancia inabarcable en aquellos momentos, infinita según el criterio de su propia ansiedad.

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26/05/2009, 09:03
Mary Ann Windsor-Hancock

- Hermanita, ¿cómo está tu pie? Estoy preocupada por ti. Y anoche tuve tantas pesadillas que... sus ojos no pudieron reprimirse más y las lágrimas comenzaron a caer sin poder contenerlas. Los sollozos la hacían convulsionarse, estaba muy débil y pálida.

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26/05/2009, 09:06
Francis P. Spencer

Le había quitado hierro al asunto, y ahora resulta que era la fallecida era madre de la joven Elizabeth, ¡y Susanne la otra afectada!

Antes de que pudiera reaccionar el té de Patrick se derramó de su taza. Si aquello había sido un mazazo para él no podía llegar a imaginarse como le había sentado a su amigo.

El irlandés, incluso en aquella situación, se quedó esperando a que su señor le diera permiso para partir. Seguía sentado, pero parecía un resorte comprimido, dispuesto a saltar en cuanto Francis lo liberase.

El Lord se levanto de la silla y asintió.

-Iremos los dos.

Después se dirigió al sacerdote y el señor Spencer, que casi estaban dispuestos para salir.

-Nos adelantaremos a ustedes, y avisaremos de que están en camino, señores.

Luego se acercó a la mujer del señor Spencer, que se había mantenido discretamente a un lado.

-Señora, ha sido un placer volver a su casa, espero que comprenda que debamos irnos con tanta celeridad. Volveremos a vernos pronto, en más alegres circunstancias espero.

Para cuando terminó la frase Patrick ya estaba listo para partir y sujetaba la capa de Francis para que este se la colocara.

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26/05/2009, 12:18
Jean Antoine Lésdiguièrs

Expectante ante la contestación de la joven señorita a su pregunta, no puedo evitar un gesto de decepción cuando se interrumpe, le iba a contestar de manera casi instintiva, y eso era bueno para ese tipo de preguntas, solían contestar con la verdad, algo que cada vez era más complicado de encontrar en este mundo que le había tocado vivir.

Pero la muerte se interponía una vez más en mi camino, ¿pero acaso no era algo natural?, todos moriríamos, de una manera u otra, por eso había decidido vivir a diario, encontrar un significado para la misma, tratarla de forma elegante y magistral como su admirado escritor. Regalo una despedida algo extrañada a mi primo, mientras vuelvo a la realidad, las reflexiones mejor para las largas noches sin dormir.

Señorita Cornwell, pregunto cuando la tormenta me lo permite, acoplándome a ella, siempre me han gustado, después de ellas, siempre se respiraba un agradable aroma. La noto nerviosa, ¿a dónde debe ir y preguntar? la miro serio, y con un afectado gesto de preocupado, Si puedo ayudarla en cualquier cosa, no dude en pedírmelo, estoy a su entera disposición añadí con un sonrisa que intentaba ser tranquilizadora.

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26/05/2009, 15:59
Anabel Cornwell

-¿Es una especie de plaga?- pregunta la mayor de las hermanas sin disimular su alarma. Ahora ya no valía demasiado la pena preocuparse por detalles como esos, aunque al menos el doctor parecía tener los suficientes contactos como para poder resolver la situación... siempre y cuando el enfermo en cuetsión aguantase lo suficiente.

Estrechó entonces la mano de Sue mirándola de reojo, pero cuando Robins hizo amago de marcharse se incorporó de repente como impulsada por un segundo.
-¡Aguarde un segundo!, ¿no puede darnos nada para mitigar los efectos de mi hermana? Lo acaba de mencionar...- la mirada de Anabel se volvió algo incrédula y asustada al percatarse de que probablemente el médico nos e había molestado en ello creyendo que no podrían pagar ninguna medicina... pero ahí se equivocaba, haría lo que fuera por conseguir ese dinero y además probablemente Collins estaría encantado de encargarse de ello. Al menos así demostraría un poco si de verdad la quería.

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26/05/2009, 18:43
Claire Windsor-Hancock

-Shhh, tranquila. No te preocupes por este pie...

Me senté a su lado y la abracé.

-¿Qué pasa? A ver, cuentame qué sucede y trata de tranquilizarte o haré venir a nuestro padre antes de tiempo.

La miré a los ojos y acaricié su pelo suavemente con cariño.

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27/05/2009, 03:29
Alexander Varsatof

Se acerca a Anabel y le dice con una vos apagada
-Creo que tu hermana Elizabeth también tiene que saberlo si quieres puedo traerla

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27/05/2009, 09:24
Mary Ann Windsor-Hancock

- He tenido pesadillas con las hermanas Cornwell, su madre fallecía y ... recordé instintivamente la muerte de nuestra madre y las lágrimas fueron saliendo sin control sobre el hombro de Claire, a la que seguía fuertemente abrazada.

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27/05/2009, 10:25
Susanne Cornwell

Le costaba mantenerse despierta, pero la esperanza, aunque remota, de que el doctor Robins dijese que su madre seguía con vida le daba fuerzas para hacerlo.

Su hermana y ese hombre, del cual Sue aún sigue desconociendo el nombre, regresaron a la habitación seguidos del doctor. Susanne giró la cabeza y parpadeó con lentitud, la tranquilizaba saber que sus hermanas estaban bien y estaba agradecida de ese hombre por estar allí, prestándoles ayuda. No lo sabía con exactitud, pero intuía que Alexander llevaba allí muchas horas.

Las palabras del doctor fueron lapidarias e hiceron que Sue estrechara también la mano de su hermana. Cerró los ojos, las lágrimas seguían corriendo por su rostro, pero no sollozó, su llanto fue casi silencioso pero no por ello menos sentido.

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27/05/2009, 17:42
Claire Windsor-Hancock

La verdad es que me sorprendía que la muerte de la madre de las Cornwell pusiera de tan mal talante a mi hermana pero luego supuse que lo relacionaba con nuestra madre. Besé su frente.

-Tranquila, ¿quieres envíe a alguien para saber si ellas están bien?

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28/05/2009, 00:39
Charles Patrick Avon
Sólo para el director

Avon quedó pensativo, había leido todos aquellos libros, pero no sabía cual podría regalarle a una chica a la que apenas conocía. Quiza Romeo y Julieta esté bien para empezar - Pensó para sí, esperando que a la mayor de las Cornwell le gustara la lectura y que supiera gozar tanto de ella como Avon en sus ratos libres.

- Creo que me quedaré con Romeo y Julieta, voy a hacer un regalo y creo que es el libro conveniente.

Avon, sacó un judas donde guardaba sus monedas y sacó lo necesario (más una abundante propina) y se lo dió a la señorita.

- Espero que esto sea suficiente... - dijo refiriendose al dinero - Muchas gracias por todo.

El apuesto joven salió de la tienda con determinación, en busca de su segundo regalo. Unos guantes para la segunda de las hermanas, que según había oido Avon tocaba el piano, por lo cual debería tener unas manos muy finas, y que mejor que unos preciosos guantes para conservarlas....

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28/05/2009, 08:36
Mary Ann Windsor-Hancock

- No hace falta, supongo que solo era una pesadilla. ¿Cómo está tu pie? ¿Te duele mucho? intentaba ejercer de hermana mayor y quitarle importancia, además de preocuparme por ella, pero lo cierto es que no me encontraba nada bien. Intenté sonreírle pero no tenía fuerzas para mucho.

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28/05/2009, 16:55
Claire Windsor-Hancock

Me daba cuenta que Mary no estaba bien pero ella no me lo quería decir, a veces no entendía por qué me trataba como a una niña, tampoco es que fuera mucho mayor que yo pero en ese momento no me importaba eso si no hacerla sentir un poco mejor.

-Escucha, señorita Windsor-Hancock, olvidese en este momento de mi pie. Eso no me va a matar. Tiene que reponerse o haré vivir al médico en esta casa.

Me puse de pie y la señale con el dedo casi en la punta de la nariz.

-Quiero que se ponga bien o haré venir a padre también y ya sabe que con él, vendrá la molesta de su mujer.

Sonreí.

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29/05/2009, 10:32
Mary Ann Windsor-Hancock

- Gracias, Claire, yo... un cansancio abrumador pudo de nuevo conmigo. Necesito descansar, por favor cuida de la casa, sé que puedes hacerlo. Yo dormiré un poco y después bajaré a ver cómo va todo. Mis ojos se cerraron antes de obtener respuesta, además sabía cual iba a ser, aún así intenté mantenerme consciente para escuchar a mi hermana.

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29/05/2009, 18:25
Claire Windsor-Hancock

Acaricié su cabello, ella no necesitaba pedirme aquello y mucho menos preocuparse. Llamé a Louisa y le pedí que llamara de inmediato al médico.

-Y haz que me preparen el carruaje, iré al pueblo.

No era una buena idea, quizás pero en alguien tenía que apoyarme.

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31/05/2009, 20:05

La lluvia caía incesante pero ya nadie le prestaba atención. El cielo plomizo se veía desde los ventanales de la Iglesia de Windfield, parecía como una cúpula de gris que no quería retirarse, o tal vez se encontraba contemplando las jugadas del destino. En el atrio estaba el sacerdote, esperando el momento en que empezar a decir su plegaria. Los bancos estaban llenos de personas, de diferentes clases y niveles económicos pero que compartían algo en común, la pena y la impotencia. Pena por esas pequeñas jóvenes que quedaban desamparadas, impotencia por una enfermedad que no quería marcharse.

En los bancos estaban los presentes al velatorio de la madre de las Cronwell. El primer lugar lo ocupaban Anabele, junto a Elizabeth y, en medio, Susanne, quien no había querido quedarse recostada. Su estado era mejor, al menos el físico, pero sus dos hermanas insistían en que se quede en medio de ellas por cualquier recaída repentina. En el otro costado, pasando el pasillo y en la otra primera hilera, se hallaban Francis, Patrick y Lord Heddington. Más atrás estaban las hermanas Hancock: a Claire el tobillo no le dolía comparado con lo que estaba viendo, apretaba las manos de Mary Ann, quién todavía estaba muy pálida pero aún así recordaba con suma nitidez su sueño ¿Sería alguna premonición, habría algo que ella tendría que hacer?

Avon, con su libro aún entre las manos, se encontraba detrás de las Cronwell, junto a Alexander. Nunca había podido hacer la entrega del mismo a las chicas. Cuando estaba por llegar vió la carroza fúnebre saliendo de la casa, y todo su mundo pareció detenerse. Al costado de ellos estaba una señora mayor, que Alexander conocía como la dueña del gato que casi le hizo perder su propia salud.

Grégorie y Jean se encontraban del otro lado del pasillo, en la tercera hilera de bancos junto al doctor Robins. Los demás bancos también estaban llenos de personas. Todos habitantes del pueblo que estaban incrédulos ante tanto dolor. Todos compartían el miedo. Eran ahora las cinco de la tarde y se esperaba la venida de los médicos de Londres entre mañana y pasado. Lo cierto es que este sábado estaba teñido de tristeza.

El padre se dispuso a hablar.

Notas de juego

Aquí pongo como están sentados

Primera Fila ==>Lizzy, Susanne, Anabel         [Pasillo] Patrick, Francis, Lord Heddington

Segunda Fila==>Avon, Alexander, Lady Esme [Pasillo] Mary Ann, Claire

Tercera Fila==>Más Gente                               [Pasillo] Grégoire, Jean, Dr. Robins

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31/05/2009, 20:25
Padre Thomas

-Queridos hermanos. No hay palabras adecuadas que pueda brindaros para mostrar el dolor que comparto con las señoritas Cronwell, simplemente os digo que al lugar al que nuestro Señor la ha llevado, será un sitio sin pesar, dolor ni necesidad. Es nuestra misión, obligación moral y humana, como pueblo, como hijos de nuestro Señor, el acompañar a éstas jóvenes en su duelo. Y no sólo en el dolor que hoy están compartiendo sino en la recuperación del mismo, en el hecho de volverse a levantar y sentir que no han perdido todo, sino que han ganado nuevos amigos en los momentos de sumo dolor...

Ahora, quisiera que una de vosotras, hijas, pase aquí para hablar, para compartir, algo sobre vuestra madre. Como honor a ella, que os a querido tanto, espero que todas tengáis la oportunidad de dedicar un pensamiento, unas palabras, algo a vuestra madre y a todos nosotros. Pasad, hijas, la primera que quiera hacer esto tan importante pero también tan díficil. Sabed que no estáis solas.

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01/06/2009, 06:33
Susanne Cornwell

Un día, ni siquiera un día había pasado desde que toda esa tragedia, o como sea debiera llamarla, había dado inicio. El abrupto y a su vez bochornoso abandono de la fiesta, el irse a dormir molesta con su hermana y luego el despertar, extraño despertar. A ratos todo era tan confuso, juraría que habían pasado días pero no era así; tan sólo unas horas, amargas y largas horas de angustia y dolor.

La porfía de Sue era lo que le permitía estar presente en esa iglesia. No estaba del todo bien, aunque sí que estaba bastante mejor de lo que podía esperarse; sus hermanas habían insistido hasta el cansancio en que debía quedarse en cama, pero Sue podía llegar a ser tanto o más terca que ellas dos juntas y al final acabaron por dejarla ir. Sabían que a menos que la ataran a la cama o estuviera agonizando, no había poder en el mundo capaz de detenerla, porque estar ahí, despidiendo a su madre junto a sus hermanas, las tres, unidas como siempre habían estado, era su deber. No, no podía dejarlas solas, no podía no estar allí.

Patrick también estaba presente en la iglesia, pero aún no había podido hablarle, ni siquiera saludarle. De hecho no se dio cuenta de su presencia hasta que vio que él y Lord Heddington, se sentaban en las bancas del otro lado lado del pasillo. Alexander también estaba allí, ahora ya sabía su nombre e incluso había tenido oportunidad de darle las gracias por todo lo que había hecho por ellas, al punto de poner en riesgo su propia salud por ayudarlas. Se sentía en deuda con él.

Sus ojos tristes se posaron un instante en el padre Thomas, para desviarse luego hacia el ataúd donde yacía su madre. Las lágrimas corrieron por su ahora pálido rostro, se negaban a dejar de hacerlo, y Sue las enjugó con el mismo pañuelo que su madre, días antes, le había bordado con sus iniciales. Mantuvo las manos sobre el regazo, los puños apretados, el pañuelo estaba entre sus dedos y era como si intentara exprimirlo. Sentía rabia, impotencia, llegó incluso a maldecir a Dios por haberlas abandonado, por permitir que nuevamente se vieran enfrentadas al dolor de una pérdida. Posó la mirada en la imagen de Cristo crucificado del altar y, pese a que su fe estaba mellada, cerró los ojos y en silencio elevó una plegaria.

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01/06/2009, 20:45
Elizabeth Cornwell

Elizabeth había entrado en la Iglesia cabizbaja, silenciosa, ni siquiera había mirado a quienes se hallaban en la misma.

Hacía unas pocas horas que le habían avisado... Había venido un caballero que no conocía pero que había visto en la fiesta, a anunciarle lo que había ocurrido. Ella había tenido un amargo presentimiento, y, por desgracia, había acertado...

De vuelta por el camino hacia a casa, y más tarde hacia la Iglesia, Liz había perdido la noción del tiempo: sabía que su madre había muerto, sabía que había sucedido mientras no estaba, y sabía que una especie de máscara de hierro se había apoderado de ella y le impedía llorar. Se culpaba por no haber ido antes, por no haberse caso a sí misma y haber vuelto antes a casa, por no haber estado con ella cuando era necesario... Estaba enfadada, con rabia, con ganas de gritar, pegar y de romper cosas, todas situaciones impropias de una señorita.
Apenas había atinado a ayudar a Anabel con Susanne, pues sentía como si su realidad fuera no más que un mero sueño.

El padre Thomas hablaba, y sus palabras le entraban por un oído, y le salían por el otro... La gente, la velada de anoche, todo, no eran más que pequeñas sombras para sus ojos.

En algún momento, sin saber muy bien cómo, captó que el hombre que hablaba, las invitaba a subir...

La joven de las Cornwell apenas miró a sus hermanas, como señalando que ella sería la primera. Se levantó, de forma maquinal, y caminó hacia el púlpito, como si de una muñeca se tratase. Una vez allí, se enfrentó a la multitud...

Multitud que para ella no había sido más que vacío hasta entonces...

Sus ojos sin brillo, secos, y carentes de sentimiento, reconocieron algunas figuras, perezosamente, pero su mente no le dio la respuesta de los nombres a los que las debía asociar; ni siquiera recordaba al joven con el que había estado hablando unas horas antes en la tienda...

-La Muerte es impredecible...-comentó sombría...-Atrapa con sus gélidas garras a todo aquél que, desprevenido, se muestra en su faz...-sonríe amargamente-...Sé que no debería de hablar de esto... Mas... ¿Qué decir en un momento en el que las palabras se muestran reacias a mostrarse? ¿Quizás deba demostrar mi desconformidad con que nuestra madre nos haya abandonado? ¿O quizás debería rogaros que pidierais por su alma?-Mira al frente, sin mirar a nada, realizando una breve pausa...-No... Cada cosa tiene su ciclo, y no hay forma de impedir que se culmine... Ni tampoco es necesario exhortar a algo que no se hace desde el corazón... Así pues... Tan sólo me resta recomendar... Que aprovechéis cada segundo de vuestra nimia existencia... Porque al final, por muy importante que seamos... Ésta culmina... Puesto que cada uno de nosotros, no es más que un simple juguete en las manos del Destino...-Baja un momento su cabeza, y por primera vez desde que está allí, una sonrisa sincera, surge de entre sus labios-..Además... Ella lo hacía... Aprovechaba cada momento, cada instante... Vivía, nos amaba, y se preocupaba por nosotras y nuestro futuro...-ofreció entonces una leve mirada a sus hermanas-...Así que... espero que nosotras podamos culminar con su objetivo final... Por ella... Y por lo que tal hecho significa...

Casi susurró esas últimas palabras, tras las cuales, sin siquiera volver al público y sin importarle nada que la hubiesen tomado por loca o hubiese levantado murmullos por sus palabras, se encaminó hacia su asiento, esta vez con la frente bien alta, y el semblante sereno, sin derramar lágrima alguna aún...

Sin embargo, de esa manera tan rara, ella había expresado su dolor, y aquéllos que la conocían bien, sabían que por dentro estaba rota, pese a todo lo que hubiese demostrado ahora...

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02/06/2009, 00:43
Anabel Cornwell

Anabel entró en la iglesia de riguroso luto, asegurándose del bienestar de Susanne dado que la joven Elisabeth parecía permanecer en un estado algo distante, probablemente aún conmocionada por la reciente mala noticia.

Tomaron asiento en el banco principal y escuchó las palabras del reverendo, aunque le sonaron algo huecas y vacías, al igual que el día del entierro de su padre. Por mucho que dijeran, sabía que estaban solas y sólo podían confiar plenamente las unas en las otras.
Para aquel entonces ya se vió obligada a compartir responsabilidades con su madre, pero con la muerte de ésta le tocaría asegurarse de que sus hermanas tenían la mejor vida posible, lo cuál no iba a resultar nada fácil... pero de momento se conformaría sencillamente con que Susie mejorara y se curara.

Su pañuelo de seda se movía a menudo hacia su rostro, donde limpiaba sus lágrimas y de vez en cuando vigilaba que la cara de Susanne siguiera serena. En esos momentos envidiaba el autocontrol de la menor de las Cornwell, la cuál se precipitó hasta el estrado con valentía.

El discurso fue algo extraño, pero esta vez no le importó y sonrió orgullosa y cariñosamente a Liz mientras esta volvía a tomar asiento.
Una de las representantes de la familia ya había hablado y tenía claro que no iba a permitir que Susanne se moviera de su lado, así que se mantuvo en respetuoso y amargo silencio esperando que el padre terminara con la misa y todo el entierro.