El amanecer de Carnestolendas sorprende a numerosos borrachos tirados en el barro de la calle, o sobre las escelas de los frontones de las numerosas iglesias y conventos de Madrid. Los alguaciales recorren las calles los primeros, despertando a los beodos o poniéndolos fuera de la vista de las buenas gentes. Las calles aún están llenas de cáscaras de naranja, harina de salvado y estopa con la que las clases bajas se divirtieron manchando las ropas de sus mejores.
La cordura ha regresado a las gentes de Madrid, ¿O quizá no? Un grito estridente alerta a los corchetes, un grito que procede de la casona del conde de Sotomayor. Al llegar, el alguacil mayor Martín Saldaña se encuentra con la escena: una criada llorosa, un ama de cria muerta (aparentemente con el pescuezo rebanado y abierto) y tendida sobre su propia sangre, en la calle. En la puerta reventada de la casona, se lee una extraña misiva: "Abandonad Madrid, o vuestra esposa sufrirá el castigo reservado a los traidores". Sin firma, y con letra a mano.
Saldaña frunce el ceño. El despertar tras el día de carnaval aparece, rojizo, como teñido del color carmesí de aquella sangre.
Doña Esmeralda recibe, a eso de las doce del mediodía, una extraña misiva del conde de Sotomayor. Le conoce, apenas de algunas fiestas y saraos, pero siempre le ha transmitido mucha confianza. Tanto es así que ella ha llegado a ser bastante amiga de su esposa, doña Inés.
La carta dice así:
"Estimadísima doña Esmeralda.
He vuelto hoy a Madrid, y he descubierto que mi esposa ha sido secuestrada, y mi ama muerta. Sospecho muy a las claras quien es el autor del crimen, y que quiere de mi. He dado orden a los alguaciles de que no investiguen el caso, pues creo que los secuestradores tienen medios de enterarse de una investigación oficial, y la vida de mi esposa está en juego.
Necesito veros, y pedir vuestra ayuda. Quedo de vuestra merced.
Álvaro González Peinado, conde de Sotomayor"
Los tres hombres salen de la embajada francesa casi al amanecer. Ha sido una noche larga, y para algunos de ellos bastante "productiva". Don Gaspar terminó durmiendo en compañía de una criada del lugar, mientras el médico y el mosquetero iniciaron una singular batalla acerca de la calidad de los vinos franceses que terminó con ellos bastante alumbrados por el zumo de baco.
Sin embargo, a la misma salida de la embajada, un hombre con aspecto de criado viejo salió al paso de don Gaspar, entregándole una carta con mucho protocolo, escrita por el conde de Sotomayor. Dice así.
"Estimado don Gaspar
He vuelto hoy a Madrid, y he descubierto que mi esposa ha sido secuestrada, y mi ama muerta. Sospecho muy a las claras quien es el autor del crimen, y que quiere de mi. He dado orden a los alguaciles de que no investiguen el caso, pues creo que los secuestradores tienen medios de enterarse de una investigación oficial, y la vida de mi esposa está en juego.
Necesito veros, y solicitar vuestra ayuda. Trad gente de vuestra confianza. Quedo de vuestra merced.
Álvaro González Peinado, conde de Sotomayor"
La misma taberna, mismo hombre y hora. La satisfacción del trabajo bien hecho y remunerado. Bueno, lo de bien hecho resultaba un eufemismo, habida cuenta de la cruel matanza perpetrada cerca del camino de Lavapiés. Todos sabían que por usar una pistola en Madrid, podrían condenarte a varios años apaleando sardinas en el Mediterráneo: las tan temidas galeras.
La Taberna de Medilla está medio vacía en ese momento, y por alguna extraña razón que pronto entendéis. Entrando por la puerta, la mole del alguacil mayor Martín Saldaña viene acompañada por una docena de corchetes armados hasta los dientes. Despacio, el alguacil se acerca a vuestra mesa, poniendo la vara sobre el monto de dinero apilado en ella.
-Vuesas mercedes me van a acompañar -dice- Ahora.
Al decir esto, la mano de unos los corchetes toma por el hombro a Tobías Fernández, que estaba allí tomando aloque y desentendiéndose de la escena. Parece que aquello va también por él. Juan de Aznárate, el cómico y compañero de correrías de "el Inocente", que estaba degustando un vino con él (gastando los dineros de los hurtos de anoche), se ve con la pistola de un corchete apuntándole a él, y señalando hacia afuera. Parece que la bromita de anoche les saldrá cara.
El padre Canseco regresó pronto de la fiesta, poco dado a esos jolgorios. Tuvo que sortear, no obstante, los peligros de las calles de Madrid, esta vez más llevaderos debido a la carroza prestada amablemente por el embajador francés.
A eso de las donce, al salir de misa, uno de los frailes le entrega una carta con sello de un noble local, que el inquisidor conoce bien: el conde de Sotomayor. Canseco era el confesor de su eposa desde hacía cinco años. La carta rezaba así:
"Estimado fray Rodrigo
He vuelto hoy a Madrid, y he descubierto que mi esposa ha sido secuestrada, y mi ama muerta. Sospecho muy a las claras quien es el autor del crimen, y que quiere de mi. He dado orden a los alguaciles de que no investiguen el caso, pues creo que los secuestradores tienen medios de enterarse de una investigación oficial, y la vida de mi esposa está en juego.
Necesito veros, y solicitar vuestra ayuda. Quedo de vuestra paternidad.
Álvaro González Peinado, conde de Sotomayor"
¿En qué, Rufo, en qué?Estaba yo ido con mis pensamientos mirando en que podría gastar mi parte cuando Saldaña apareció junto con sus perros, como de costumbre, los cobardes nunca andan solos.
Cita:
Observaba la cara del agualcil, por algún extraño motivo la gura siempre conseguía hacerme reír.
Vaya, si vuestra merced lo pide con tan refinada educación será todo un placer acompañarle.Me pongo en pie y coloco el sombrero. Ademas, ya que su merced a venido con tanta fulana, digo mirando al séquito que ha traído por escolta, sería imperdonable por nuestra parte no acompañarles.
El poeta se frota los ojos hasta que las letras del billete parecen concordar consigo mismas.
-Pero esto es gravísimo. Amigos -dice, y con razón, pues aunque apenas conoce al francés, en ocasiones una noche de fiesta une más que años de indiferencia-, olvidemos ahora los abrazos de la tierna Venus y el blando consuelo de Baco: ha llegado la hora del deber, y debemos ser, qué diré, émulos de Marte en la fiereza, pares de Mercurio en la diligencia, iguales a Júpiter en clarividencia, y tan vengativos como todas las Górgonas juntas. Tomen y lean vuestras mercedes. Éste que escribe es un grande amigo mío, y está en apuros. Y yo les pregunto: ¿se unirán a mí en esta cuestión?
Lorenzo termina de leer y levanta su semblante preocupado:
- Mi buen amigo, esto parece grave, pero si vos decís que el Conde de Sotomayor es vuestro amigo contad conmigo para resolver este misterio y dar caza a ese hideputa. Quizás no os sirva como un buen luchador, pero a veces un ingenio afinado puede ser más útil que una de las espadas más afiladas.
Lorenzo da un paso hacia delante y espera la respuesta del mosquetero...
Me froto las manos viendo mi parte de botín, cuando llega el alguacil con la guardia.
Mierda, ya nos han pillado .
Con una amplia y radiante sonrisa me pongo en pie Será un placer acompañarle a usted y a su sequito, siempre y cuando no se trate de ninguna mariconada .
Pardiez Tobías, que nos llevan al escaribel. Juan parecía algo nervioso, con dos brazos bajo cada axila. Que no soy yo hombre de meter manos, alguacil. Que lo de anoche fue... Un codazo de su amigo, con un "cállate ya, menguado" le cerró la boca.
Que de este hurgón nos vemos en gurapas amigo... Sus pies casi no llegaban al suelo en sus zancadas.
¿Nos habrán cazado?
Lope se queda dubitativo, aunque se levanta para ponerse frente al alguacil.
- Vuestra Merced tendrá sus motivos, espero que no erre en sus cabilaciones...
Pierre esta aún con resaca debido a la borrachera de la que fue participe la noche anterior así que se limitó a tomar la carta y leerla.
Conde de sotomayor... tiene pinta de alguien adinerado asi pues.
-Contad conmigo.-Dice con sequedad el mosquetero.
Los ojos de Gaspar se iluminan ante la adhesión de sus amigos:
-¡Bravo! Entonces marchemos ahora mismo a ver al conde. Con suerte nos convidará a comer (ya saben vuestras mercedes que, a pesar de lo que se piensa, las musas no se alimentan de aire) mientras nos cuenta el suceso.
Al escuchar tamaña invitacion Pierre pone una sonrisa torcida en sus labios.
-Vayamos pues,no hay nada que pegdeg.Pierre hace una pausa mientras que pensativo una duda corroe su mente.- Y donde vive exactamente el señog conde
Pierre no era un alma bondadosa y caritativa pero cuando se trataba de trabajo era el mas profesional, además nadie rechaza una invitación a comer, sería pecado y mortal.
Esmeralda se disponía a salir cuando la misiva llegó a su casa.
-Mi señora, acaba de llegar ésto -le dice el mayordomo-, el hombre que la trajo ha dicho que es urgente... y privado -añade bajando el tono.
La señora Orsini frunce el ceño y pide ser dejada a solas. Algo le dice que lo que sea esté allí escrito no debe saberlo nadie. No se equivoca.
Arruga la nota y la arroja a la chimenea, observa cómo el papel es consumido por las llamas y cuando ya, efectivamente, se ha transformado en cenizas, redacta la respuesta.
"Estimado conde:
Vuestras noticias me sorprenden terriblemente, no es algo que imaginara escuchar algún día. Sobra deciros que contáis con mi ayuda y total discreción para todo lo que estiméis necesario.
Estaré en vuestra casa esta misma tarde y espero contribuir, del modo que sea, a encontrar sana y salva a nuestra querida Inés.
Esmeralda Orsini, Señora de Cagliorostro."
Selló y lacró la misiva, entregándosela luego al mayordomo. Sus órdenes eran claras: El mayordomo debía, personalmente, hacer llegar la nota a su destinatario, entregándola en sus propias manos.
Pongo los ojos en blanco mientras contengo un suspiro de resginación.
¡Saldaña!.-exclamo-¿Que trae a vuestra merced por estos lares?.-pregunto con un claro aire sarcástico.
Veo que no ha venido a despachar con nosotros un trozo de empanada de carne... Será un placer acompañarlo, como siempre.
Lorenzo se puso en marcha junto a sus amigos, al lado del buen Gaspar y del mosquetero. Estaba atemorizado y entusiasmado ante la idea de un misterio a resolver, cuyo intelecto pudiese ayudar en el asunto...Pues era bien sabido que Pierre haría hablar el florete y Gaspar tenía facilidad para las palabras y la espada por igual.
El alguacil guia a los presos, debidamente escoltados por la corchetería, hasta una casona abandonada unas calles más allá. El asunto es raro, ya que si van a ser detenidos lo normal sería llevarlos a Caballerizas, la cárcel real o uno de los edificios de la corchetería madrileña.
En el patio interior de aquel viejo edificio, Saldaña aguardó a que aquellos hombres se detuvieran y le prestaran atención. Entonces, comenzó a hablar.
-Quizá vuesas mercedes creen que soy tonto, y que pueden irse de rositas tras matar a tantos bravos en el camino de Lavapiés sin que yo me entere de quien fue el hombre que les ha empleado, y con que fin.
Guardó silencio un momento, cruzándose de brazos.
-Ya saben que les diga que, el que mas o el que menos, va a irse a gurapas por llevar una pistola encima aquel día, o por dejar listo de papeles a aquellos matasietes.
Sonrió luego, lobuno.
-No obstante... -dió un corto paaeo- No obstante, esta misma mañana he recibido instrucciones muy particulares de gente muy principal de esta villa y corte. Por diversos asuntos de índole política, me veo imposibilitado de realizar una investigación en toda regla acerca de un cruel asesinato y un rapto cometidos anoche.
Se mesó la barba, despacio.
-Para vuesas mercedes, es una opción clara. O apalean sardinas en las galeras del rey, o se encargan de hacerme el trabajo sucio. El buen suceso en esa investigación podría hacer que... me olvide de vuestras recientes faltas, y les deje tranquilos por un tiempo.
Aguardó sus respuestas.
A la atardecida, doña Esmeralda se encamina a la casa del conde de Sotomayor. Es una construcción vieja, del pasado siglo, situada cerca del Alcázar Real y, por tanto, en una zona supuestamente segura, si es que acaso eso existe en Madrid. La puerta de la casona, sin embargo, aparece hecha añicos y apoyada en la tapia exterior cuando la dama baja de su carruaje, ayudada por su fiel Curzio. Unos ebanistas están colocando una puerta nueva, afanándose por terminar su trabajo antes de que anochezca.
La dama es guiada al patio interior, donde tres hombres esperan bajo la mirada de un criado. Les conoce de la fiesta de anoche. Se trata de don Gaspar Zapata, el cirujano Medilla y el mosquetero que les acompañaba. Tienen aspecto aburrido, como de estar esperando desde hace rato. Por eso, quizá, la saludan con efusividad.
El criado les indica, protocolario, que el señor les espera en su despacho, y les guía escaleras arriba hasta una habitación decorada con ricos tapices, llena de libros y con un viejo orbe terrestre hecho de madera y pan de oro junto a una mesa alargada con tapete rojo y la heráldica de los Sotomayor. Detras de ella, un hombre de unos cuarenta y pocos de aspecto varonil y aristocrático: don Álvaro González Peinado, conde de Sotomayor.