Partida Rol por web

La energía mágica se arremolinaba alrededor de Faliar. Manteniendo la mirada fija en la mujer del pelo verde, pensando en como podría torcer la balanza a favor de Xerine, no fue consciente de que Cath se había arrodillado en el suelo.

Al principio había pensado en ralentizarla, pero Nahia había conseguido paralizarla por completo, por lo que ya no tenía sentido. La tenía a su disposición; podría lanzar un hechizo destructivo, y aniquilarla en un suspiro, pero decidió que no, que no tenía derecho a hacer tal cosa, y que era Xerine la que debía decidir que hacer con aquella mujer. Así que optó por dejarla totalmente indefensa.

Sus ojos se iluminaron con llamas verdes, y sin cambiar su posición, con las manos apoyadas sobre el pomo del estoque y los faldones de su frac ondeando movidos por un viento sobrenatural, empezó a murmurar palabras arcanas. Cada palabra creaba un símbolo místico de luz verde que comenzaba a danzar alrededor de la mujer paralizada. Los símbolos se volvieron más abundantes y su danza se volvió más frenética y veloz. Cuando el hechizo concluyó, los símbolos se lanzaron contra la mujer, y se quedaron grabados en su piel y sus ropas, brillando durante unos segundos con aquella luz antinatural, antes de desvanecerse y dejar un sello sobre sus capacidades sobrenaturales. Un sello que solo Faliar podía romper.

- Toda tuya, Beatrice -fue lo único que dijo

De pronto, las lenguas de tela que usaba como falda perdieron su vitalidad, quedando tendidas a sus pies, rodeados con el resto de su cuerpo mediante los lazos sobrenaturales. El pequeño centelleo verde que tenía la asesina se desvaneció lentamente.

Se había despistado. Un tropiezo, un pequeño desliz, y el acero de Chandra volaba hasta su garganta. Comenzaba a pensar que no iba a salir de esa, cuando un resplandor de luz la cegó. Lo siguiente que supo es que su enemiga estaba atrapada, y, al parecer, con sus poderes sellados. Recuperó su sonrisa

Tuviste tu oportunidad, pero la despreciaste. Lo que no habías tenido  en cuenta Dijo, en tono indiferente Es que yo tengo aliados

Acto seguido puso su daga en el cuello de Chandra, y, sin perderla de vista, se dirigió a los hechiceros

Nahia, Faliar... ¿Cuánto tiempo podéis mantener vuestros hechizos?

Faliar, que había mantenido una pose confiada todo el combate, retrocedió un paso, clavó una rodilla en el suelo, expulsó todo el aire que tenía en los pulmones y se quedó momentaneamente sin aliento. Pero no porque le hubiese sorprendido el ataque de la violinista, sino porque la aguja le había atravesado un pulmón. La herida parecía mínima, pero cada vez que intentaba inspirar, la aguja enviaba punzadas de dolor por todo su cuerpo. Tras una décimas de segundo, fue capaz de volver a tomar aire, pero el intento fue seguido por una tos ronca. Sintió un sabor metálico en la lengua, y una gota de su propia sangre le resbaló por la comisura de la boca. Escupió la sangre que se le había subido a la boca, y miró con una mezcla de rabia y satisfacción a la violinista. Bien; empezaba a temer que el combate fuera a ser demasiado fácil, y hacía tiempo que no combatía "en serio". Puede que el ataque le hubiese dejado bastante dolorido, pero iba a necesitar algo más que pequeñas agujas para detenerlos a todos.

La aguja se incrustó entre sus músculos y huesos como si estos fueran mantequilla. Los pasos atrás fueron involuntarios, casi como un acto reflejo. Su expresión, atónita, mostraba su incredulidad ante la velocidad del ataque. Se lo había estado esperando, sí, pero... ¿A esa velocidad?

El grito, sin embargo, fue algo totalmente voluntario y caprichoso

Llegó de forma súbita, como si hubiera estado esperando, juguetón, a manifestarse. Un latigazo de dolor, que recorrió todo su cuerpo desde el punto de presión hasta la misma punta de sus dedos. Todo su cuerpo temblaba, ardía, como si un relámpago la hubiera alcanzado. Luego cayó al suelo como un muñeco, de rodillas. mientras su vista se volvía borrosa

¿Qué me ocurre?

Su cuerpo dio una sacudida, luego otra. Su mano se arqueó de forma extraña. Beatrice parecía estar borracha, no se coordinaba. Aquella aguja había cambiado todo su sistema nervioso: Si intentaba mover el dedo índice de la mano izquierda, su rodilla derecha se flexionaba. Si intentaba girar los ojos para volver a mirar a Chandra, sus labios se abrían y balbuceaban sonidos sin sentido. En esos momentos no era más que trapo

Aaron dejó escapar un gritito nervioso al ver a sus compañeros caer rendidos al dolor mientras se preparaba mentalmente para sentirlo él mismo. Sin embargo, el latigazo nunca llegó a producirse y Aaron parpadeó incrédulo. ¿Se había salvado? Pero si no había hecho nada. ¿No le habían atacado? Si, parecía ser eso. Pero, ¿Por qué no le habían atacado? Podía ver cómo un hilillo carmesí brotaba del pecho del chico rubio que tenía delante, y había hecho exactamente lo mismo que él; ayudar a un indefenso. Aaron no entendía nada, y eso le sacaba de quicio.

Apretando los dientes, hizo acopio de fuerzas y se apresuró a sacar de allí a Frederic con el temor constante de ser herido de un momento a otro. Su mente era un hervidero de preguntas sin respuesta pero aquello podría esperar.

Tenía cosas más importantes en las que pensar.

Una furia inusitada surgió de las entrañas de Catherine, su propio hijo le estaba dando fuerza, la estaba empujando a levantarse y a cantar de nuevo, más alto y más potente que nunca. Había visto lo que Nahia había conjurado, esa era la mejor idea. Atraparlas, así podrían interrogarlas y conocer el porqué de todo este lío. Si sólo venían a por Xerine... ¿Por qué realizar todo ese espectáculo sobrenatural? Aparte... no notaba nada mágico en ellas, es como si no tuvieran relación con el hombre asesinado.

Era muy confuso.

La embarazada se levantó con mientras de su voz surgían destellos luminosos. Las notas que escapaban de sus cuerdas vocales tenían fuerza propia, y se solidificaban en los alrededores de la encinta. Poco tiempo pasó hasta que toda esa luz concentrada encontró un destino común, y conformándose en un par de cadenas del color de la pureza se lanzaron hacia la mujer de cabellos púrpura, para tratar de apresarla.

Pero Phoebe ya había visto el conjuro, y no se dejó atrapar. Un salto hacia atrás hizo que sendas cadenas chocaran entre ellas al tratar de atrapar a la asesina. Un destello cegador siguió al colosal impacto que consiguió que nadie en toda el jardín viera lo que ocurría en los instantes siguientes. Las cadenas de Cath desaparecían, y mientras tanto, Phoebe preparaba en sus dedos pequeñas formas de acero.

Había llegado el momento de comenzar otra vez.

Sin casi moverse del sitio, y a la velocidad del rayo, Phoebe dejó volar de nuevo sus agujas, ésta vez sólo tres y en las direcciones de los que aún no habían sido perforados. 

Pero esta vez, la suerte no estuvo de su lado.

El escudo de Nahia detuvo sin ningún problema la punta metálica, que salió volando indefensa lejos de allí. Pierre, sin embargo, al no tener escudos sobrenaturales como la niña, tuvo que hacer uso de su velocidad y talento marcial, golpeando la aguja en el momento en el que estuvo al alcance de su estoque, desviando su trayectoria y permitiéndole no retroceder.

Cath por su parte, elevó la nota que salía de su garganta y consiguió que de nuevo aparecieran las cadenas. Pero ahora no atacaban a Phoebe, sino que cubrían a la rubia. Giraban en torno a ella, evitando que cualquier ataque enemigo pudiera atravesar la barrera. Y ni siquiera la aguja pudo acercarse.

Un par de cadenas detuvieron la punta, enrollándose frente a Cath y formando una X luminosa y flotante frente a la embarazada. Con un gesto de desdén, y un contrapunto en su voz, las cadenas se cerraron más e hicieron añicos la aguja.

Esta vez Phoebe no había tenido suerte. Sus ojos se movían atolondrados, buscando una ruta de escape. Chandra estaba apresada, y no podría ayudarla. Y los aliados de su enemiga parecían especialmente poderosos.

El chico sintió la amenaza del ataque cerniéndose sobre él, y como acto reflejo entrenado durante años intentó ladearse para esquivarlo. No contó con el peso añadido del cuerpo de Frederic sobre su espalda, pero tampoco le importó. A fin de cuentas se trataba solo de un reflejo que quedaba de su antigua vida. Ahora que no podía ser herido, esos instintos de autoconservación eran más un engorro que una ayuda, una mala costumbre a olvidar.

Pero... Si no podía ser herido... ¿Qué era ese extraño cosquilleo que sintió en su pecho? ¿Y esa mancha cálida que comenzaba a extenderse por su camisa? ¿Y por qué el proyectil no había continuado su vuelo?

Mientras los gritos de dolor se sucedían por la sala y algunos de los heridos incluso se desmoronaban contra el suelo, Quint se limitó a soltar el cuerpo del anfitrión y observar sorprendido a su alrededor. Una diminuta esquirla de metal se hallaba clavada en su pecho profundamente, al igual que le pasaba a Faliar y a Xerine. Por sus caras, debía de ser doloroso. Pero solo eso. Un trozo  de metal afilado como cualquier otro. ¿Por qué este podía herirle?

He leído algo sobre esto en algún lado. Guerreros sobrenaturales capaces de herir a cosas que no deberían. Luchadores inhumanos. Creo que podría adivinar lo que diría la Maestra en esta situación.

Las dagas rotaron media vuelta sobre las manos de Quint para colocarse en una posición ofensiva, de ejecución, al tiempo que una media sonrisa siniestra aparecía en su boca. La luz de sus ojos se extinguió junto al resplandor de sus hojas. En un instante, la temperatura del lugar descendió bruscamente una decena de grados, y un extraño halo oscuro envolvió al cuerpo del chico por completo; unas finas llamas negras que lamían sus ropas y destruían incluso la luz que llegaba a tocarlas. El cuerpo del cazador se difuminó también, como si una ligera niebla le rodeara. Y la aguja cayó al suelo sin que él hiciera un solo movimiento para extraerla.

-Disculpadme. -Susurró a Marianna y Aaron.- Solo será un momento.

Cuando esas palabras llegaron a los oídos de los destinatarios, Quint ya se encontraba a medio camino de su destino. Un destello negro y dorado surcaba la sala hacia la chica de pelo púrpura.

El ataque de Quint fue rápido e inesperado. Su cuerpo no experimentaba dolor alguno, hecho con el que Phoebe no había contado. Esto hizo que descuidara su defensa por el flanco del rubio, y eso fue un gran error. Las habilidades marciales de Quint eran realmente asombrosas, y, a pesar de que la asesina trató de esquivar el embite como pudo no pudo evitar que la daga cercenara su vestido y llegara hasta la carne.

No demasiado, sólo una herida superficial, pero lo suficiente para arrancarle un quejido sordo.

El segundo ataque, por fortuna, fue capaz de evitarlo no sin recibir otro corte en su vestido, y una pequeña rozadura en la pierna derecha. 

Pero lo peor de todo era que la habían alcanzado. Habían llegado al cuerpo a cuerpo. Era hora de retroceder, de buscar otra estrategia.

Catherine estaba protegida por el escudo que había lanzado con anterioridad. Había invertido el zeón que podía convocar en llamar dicha protección, por lo que, por ahora no podia atacar a su contrincante.

Pero Quint se encargaría de mantenerla ocupada...

Aaron ahogó una exclamación cuando el rubio le cargó prácticamente con todo el peso del nombre. Aun así, contuvo el aliento, tensó los músculos y cargó con él solo, apresurándose a dejarle en un sitio seguro.

La mujer se sabía mover mejor de lo que Quint había esperado. Tal vez tendría que debilitarla un poco antes del golpe de gracia.

-Puedes decirme quién eres y por qué me has atacado. O puedo apuñalarte hasta que decidas hacerlo, tú eliges. La próxima vez no será solo un rasguño...

Conrad consiguió evitar que la molesta aguja se convirtiese en algo más serio que un simple pinchazo, gracias a un ágil movimiento. Pero entonces abrió los ojos desmesuradamente cuando vio que, al ser alcanzada por una aguja, Ella parecía ceder al dolor. caía de rodillas, y hacía movimientos extraños, balbuceando cosas sin sentido. Maldijo para sus adentros. Era culpa suya. Sólo había intentado entretener con palabras a la peliverde, y ni siquiera había dado resultado. Y lo que era peor, no había tenido en cuenta que, si la violinista seguía despierta, también sería por una razón. Y ahora Ella estaba en peligro, herida, vulnerable. De nuevo. Y, de nuevo, él no había hecho nada para evitarlo. Pero eso no iba a quedar así. Había estando acumulando la energía que recorría su cuerpo, y aquel era el momento de usarla, de nuevo. Pero esta vez, con un truco diferente. Uno que había aprendido a utilizar conjuntamente con el que estaba usando ahora. Se preparó para dar El Paso de la Vigilia.

Conrad, tras rechazar con su estoque el segundo dardo, dio un paso al frente, hacia Phoebe, con cara de pocos amigos. Seguía envuelto en un aura de penumbras, con los ojos verdes brillando como esmeraldas, pero, cuando su pie se posó en el suelo con el primer paso, los detalles y florituras de su traje, su sombrero, así como la pluma sobre éste, la gema esmeralda que estaba en el mango del bastón que ahora era pomo del estoque, e incluso el pelo de Conrad y el filo de su acero, comenzaron a emitir llamas verdes, y en éstas llamas pareció desaparecer, con un flamígero sonido, como si de repente hubiese corrido más rápido que la luz, deteniendose justo frente a...Phoebe.

Conrad se inteponía exactamente entre Beatrice y Phoebe, impidiendo que la violinista volviese a atacarla. Y, nada más aparecer, aún rodeado de aquel fuego que parecían emitir los detalles y resquicios de su figura, lanzó una finta con su arma, buscando la piel de la chica del pelo morado.

El arma de Conrad cortó mucho más que el aire que separaba su cuerpo del de la asesina. En un movimiento tan rápido que Phoebe no fue capaz de preveer el la punta del florete estaba penetrando en su carne, provocando un intenso dolor. Por suerte, a pesar de que la herida era realmente horrorosa, logró encorvar su cuerpo para que la punta entrara y saliera, con escasos centímetros entre dichos orificios. Fue como si alguien tratara de sujetar un alfiler en su piel.

Dio un paso hacia atrás, liberándose del filo y de la mirada inquisitiva de Quint. Y, entre jadeos:

-Para eso, tendría que haber una próxima vez, ¿no es cierto?

Nahia continuaba dando forma al zeón reinante, mientras el violín alimentaba su esencia. La mezcla de ambas combatientes, Cath y ella hacía del combate algo armonioso y bello. Como si fuera una verdadera danza.

Sus poderes seguían apresando a la peliverde sin que pudiera hacer nada para evitarlo. Ella había hecho ya más por el combate que ninguno de sus compañeros. Pero estaba dispuesta a hacer más si podía. Ardía en deseos de volver a hablar con Quint, con Xerine... si ahora morían, o algo malo les sucedía no tendría durante demasiado tiempo el placer del reencuentro.

Y ya eran demasiadas veces las que Nahia era un ángel de infortunio. Tenía que cambiar su destino.

La puerta más cercana, por la que había salido el noble estaba sólo a unos pocos metros de Aaron, podría llegar en un momento y salir de allí. A pesar de que Quint le había dejado sólo cargando con Frederic, Marianna trataba de ayudar y ya estaba justo en la puerta, con la mano en el pomo tratando de abrirla.

En breve estarían escapando de allí.