Partida Rol por web

-¡¡Prométeme que volverás!!

Chilló la mujer, antes de que Aaron saliera de su vista.

Aaron se giró mientras seguía andando y dedicó una sonrisa sincera a la mujer.

-Te lo prometo.

En el fondo no era mala persona. Si no fuese por Nathaniel...siempre él, siempre el parásito. Las cosas habrían sido muy diferentes si jamás le hubiese dicho que si.

Y Aaron se perdió mientras caminaba hacia Koven. El punto de reunión era la iglesia, según recordaba, y por lo que parecía no tardaría más de una hora en llegar. Un poco lejos de él, el camino daba un giro para poder llegar a la aldea. Al parecer bordeaba el lago. Si no hubieran tomado el atajo, hubieran recorrido ese camino, seguramente.

Eva sonrió, y se zambulló en el agua cuando Aaron ya no podía verla.

-No vas a escapar tan fácilmente pequeño, quizá no ahora, pero te volveré a ver y entonces tendrás la guardia baja... Nunca había visto a nadie tan interesante. ¿Así que un fragmento de un ser de la vigilia duerme en tí?

Rió, y de su boca surgieron burbujas que subieron hasta la superficie del lago, explotando al contacto con la superficie. Los peces nadaban a su alrededor, creando una cortina que no dejaba pasar la mirada, pero cuando se desordenaron, cuando la bella mujer tenía que aparecer nadando en el agua... 

...no había nada. 

Se había fundido con el lago.

Según se estaba acercando, vio pasar un carruaje por el camino que se dirigía a la entrada. A él aún le quedaba un trecho. El carruaje pareció detenerse en la puerta unos segundos y volvió adentro, pero en ese momento un hombre se había subido al carro, un hombre que tenía todo el aspecto de ser Faliar, y de nuevo con su armadura y su hacha.

El carro entró en la ciudad, y apenas dos minutos más tarde Aaron llegó a las puertas. Tendrían que haber ido a la iglesia, era seguro.

Miró hacia atrás comprobando que realmente había salido sin que aquel herrero se enterase. 

Expiró aliviada. Bien, ahora tenía que encontrar al resto. Se encaminó hacia la iglesia. Quint había saltado en una grieta con crucifijo, asi que quizás aún se encontraba allí y al menos siendo dos..

Intentó apremiar el paso, sin dejar de mirar de un lado al otro lado por si veía a alguno de sus compañeros.

Nahia llegó a la plaza central. Allí se encontraban sus amigos, o al menos parte de ellos. Faliar, Quint y Alice estaban... ¿Al lado de un carruaje?

Sí, no había duda, pero estaba bastante desmejorado. Tenía impactos de bala en los costados y extrañas marcas de cortes en las ruedas y las cortinas. Hasta el cochero, que permanecía en el pescante, sollozando, tenía su ropa hecha jirones, con marcas de sangre en todo su cuerpo.

Alice y Faliar estaban un poco retirados de escena, mirando hacia la iglesia, Quint, sin embargo, acababa de abrir el interior del vehículo, entrando en su interior, y cerrando la puerta.

Ante aquea escena la joven maga se quedó un segundo inmovil, ¿que era todo aquello?

Se alegraba de encontrar a sus amigos..pero..¿y aquel carruaje?

Poco a poco se acercó hasta donde estaba su padre, y e tocó suavemente en el hombro.

-Papá, ¿Qué pasa?

Dijo con voz preocupada y desconcertada.

Aaron estuvo tentado de llamar a Faliar, pero un segundo antes se mordió la lengua. "Si quieres hacer esto más fácil para los dos devuélveme mis recuerdos, pensó.

El chico tenía intención de ir a la iglesia, pero no pasaría nada por dar un pequeño rodeo. La verdad es que reunirse con el grupo no era lo que más ilusión le hacía...

De pronto, Nahia apareció por otra calle y se acercó a Faliar. Parecía que no iba a ser complicado reunir al grupo.

Quint estaba dentro del carruaje, parecía que dentro había algo especial...

Nahia estaba bien. En otra ocasión, la habría abrazado con todas sus fuerzas, pero en aquel momento estaba tenso, concentrado en encontrar a la asesina que faltaba y ponerse a cubierto.

- Cuidado, Nahia. Nos han seguido más asesinas desde Karlsrude. Vamos a la iglesia a ponernos a cubierto; aquí al descubierto tienen ventaja

¡El carruaje! pensó con optimismo Pierre. Pero sólo durante una centésima de segundo, hasta que vio el estado del vehículo. Inmediatamente echó a correr hacia allí, con un nudo en el estómago, que sólo disminuyó un poco al ver que François sollozaba desde lo alto del pescante. ¿Qué demonios les habría pasado? ¿Lo habían conseguido? ¿Dónde estaba Julius?

Conrad apareció por una de las calles del pueblo. En cuanto puso un pie en la plaza, y vio el carruaje, echó a correr de inmediato hacia el maltrecho vehículo.

Y Conrad también aparecía de repente; Faliar se sentía más animado al ver que ya estaban casi todos. ¿Donde estaría Catherine? Si no se había quedado encerrada (por favor, que no se haya quedado encerrada), tenía una ligera idea de donde podría haber acabado.

Conrad iba directo al carruaje; tenía que advertirle.

- ¡Pierre, cuidado! ¡Hay más asesinas como las de la fiesta! ¡Ponte a cubierto!

Genial. Bonito reencuentro

Aunque podrían ocurrírsele peores situaciones en las que ponerse a charlar, no estaba dispuesta a demorarse más de lo estrictamente necesario. Sus ojos volaban de un lado a otro, intentando encontrar a la segunda asesina. Porque era consciente de que el segundo ataque no fallaría, y de que el número de suspiros que le quedaban quizás podían contarse con los dedos de las manos

Por otro lado, su objetivo no era esconderse

Sabía que no se había salvado de ese ataque por su habilidad o capacidad de previsión: Había sido la suerte, o quizás el destino, el que la rescatara de las garras de la muerte. Y no volvería a tener la misma suerte, no. Debía tomar la iniciativa: Selene era una organización demasiado poderosa como para esperar a que vinieran a por ella. Si quería conseguir tiempo debía de quitarse de en medio a esas asesinas, o seguirían su rastro con pasmosa facilidad. Eso sin contar el hecho de que tendría que asegurarse de que un arma como esa no siguiera en manos del enemigo. Algo tan mortífero, que pudiera atacar a tanta distancia... Era una sentencia de muerte, a largo plazo. No, no podía permitirlo

Pero ellas no tenían por qué saberlo

EL cartógrafo aminoró el paso, como primera reacción a la advertencia, pero enseguidas siguió corriendo hacia el carro, más rápido que antes. Mientras avanzaba velozmente, parecía que hasta la luz era lenta para seguirle. O tal vez realmente su imagen se estaba volviendo más oscura.

Sin previo aviso la puerta del carromato se abrió, y la figura de Quint descendió de un salto. Sus ojos estaban hinchados y enrojecidos, y se notaban restos de lágrimas en su cara. Pero su mirada y su gesto no concordaban con ello. Era un gesto inexpresivo y frío, y una mirada acorde recorrió a los presentes.

Su aspecto también había cambiado. Ya no llevaba la sotana de sacerdote. En su lugar una capa negra ondeaba a su espalda, cubriendo parcialmente unas ropas blancas y una armadura de cuero apenas visibles por una gran cantidad de cuchillos de diferentes formas.

Sin mediar palabra con ninguno de los presentes comenzó a andar hacia donde había dejado una de sus dagas clavada en el suelo. De una patada la levantó de su reposo, lanzándola por encima de su cabeza dando vueltas y intentándo cogerla con la mano.

Pero salió volando, lejos de él. De hecho quedó en el suelo clavada ya en la boca de la intersección con la otra calle, como tuviera que recogerla y hubiera alguien esperándoles en la esquina...

Sin siquiera mirarla, y obviando su mala puntería preguntó al viento:

-Dónde están.

Alice señaló en la dirección por donde se había caído la asesina de manera casi automática

- Quint...

Jamás habría imaginado que llegaría a ver al joven rubio así; ira y dolor a partes iguales. Se acordó de Nahia en la fiesta, cuando fue el propio Quint el que cayó muerto ante los ataques de las otras dos asesinas. Sabía que no podría detenerlo, que se lanzaría hacia donde había señalado Xerine a toda velocidad, y que le importaba bien poco quien fuera el objetivo de esas mujeres o que a descubierto estaban más vulnerables. En esa situación, solo podía hacer una cosa. Miro a Xerine, como pidiendo disculpas con la mirada, y volvió a mirar al rubio.

- Ve. Yo te cubro.

Alice no dijo nada. Ya se había imaginado que Faliar olvidaría proteger a su propia hija, por lo que esta vez no le molestó. Con un poco de suerte, la pareja combinada del inquisidor y el hechicero podrían hacerle el trabajo sucio con las asesinas. Y si no, siempre podría encargarse de los restos una vez hubieran acabado con ellos

No podía decir que fuera a lamentar su pérdida