Partida Rol por web

Acero, acero y acero. Muchos ataques y ninguno penetró de manera clara.

Cuchilladas eclesiásticas llegaban desde todos los ángulos, pero incluso ante un aluvión de ataques así la Rosa tenía capacidad para defenderse. Era cierto, estaba en desventaja, y tenía que aguantar aquellos momentos en los que era superada por el aplastante poder numérico de sus contrincantes. 

Pero tendría su momento, vaya si lo tendría. Y entonces sería Quint el que respondería por ella.

El mundo daba vueltas, arriba y abajo. Alice intentó ubicarse, sabiendo que cualquier mínimo fallo podría suponer su muerte. ¿Por qué la criatura no la había rematado? No tardó en hallar la respuesta: Sus compañeros estaban haciéndola retroceder. Debía aprovechar la oportunidad

Se levantó corriendo y se lanzó a por la criatura, intentando enmendar su error

De nuevo el ataque sólo acarició la "piel" de la criatura sin causar ningún daño. Los ataques combinados de los tres guerreros solo eran capaces de minar la iniciativa de la Rosa, sin apenas causarle ningún daño. Pero en un combate largo, eso era suficiente, y más cuando tus refuerzos van llegando poco a poco.

Alice no atacó de manera agobiante, pues había perdido una de sus dagas, que se encontraba clavada en la pared a poca distancia de Quint. No estaba lejos, pero no tan cerca como para sacarla y volver en instantes.

Cath vio como su marido subía las escaleras mientras ella se concentraba en curar a Conrad. Dirigió una última mirada antes de que subiera y susurró suavemente dos palabras, que fueron casi inaudibles. Aunque la forma de sus labios no dejó lugar a dudas.

^{_{te quiero}}

Una vez el mago estaba ya en el piso superior y los efectos del combate se escuchaban desde abajo comenzó su canción. Una melodía suave, algo triste, pero cargada de sentimiento. A la par de su voz, destellos dorados y plateados surgían a su alrededor. Letras del color del oro giraban en torno a ella, como espantando la oscuridad del ambiente. 

Si Cath antes era como una antorcha en un pozo oscuro, ahora era como una legión de faros iluminando la oscuridad. Mas duró poco tiempo. Aquella luz se fundió con Conrad y le creó un completo traje de vendas. Unas lágrimas blancas como las alas de un ángel cayeron de los ojos de Cath y se fundieron con el cartógrafo, haciendo que las "vendas" se unieran a su cuerpo.

Muchas heridas desaparecieron, otras redujeron su intensidad. Si bien no estaba totalmente recuperado, ya no sangraba por ninguna herida abierta. Y la sensación de comunión con Cath era realmente intensa, como si fuera una salvadora que hubiera llegado del cielo para sacarle de las tinieblas.

Los poderes de curación son algo íntimo, un momento en el que las dos almas se unen y una cura a la otra.

Aaron tragó saliva mientras contemplaba todo aquello. Era bello, una belleza hipnótica y delicada que paraba el tiempo y el dolor. Jamas había visto nada igual y, durante un instante, sintió envidia de Conrad. Le habría gustado recibir aquella bendición y sentir aquellas lágrimas en su piel, pero Aaron no estaba herido y no habría sido justo.

Tuvo tiempo de pensar todo eso antes de encararse a las escaleras y seguir subiendo.

La música seguía sonando, y las notas se reagrupaban de nuevo en aquella niña de ojos esmeralda, sin embargo en esta ocasión la pequeña parecía más fuerte, mayor.

Nahia no pensaba, no hablaba, sólo seguía tocando concentrando sus energías en la mujer-demonio, enfocando todas aquellas emociones en herir al maldito ser. Imaginando como su hechizo, esta vez si, causaba el efecto deseado, como arrebataba la vida a quien intentaba arrebatarles las suyas..

El hechizo de la joven estaba listo, aquella visión metió a mano en su pecho y sacó un montón de notas rotas y mal unidas y con ello en a mano volvió a por el ser de sangre, con la clara intención de atravesarle el "alma" a aquel ente inhumano.

Pierre se quedó sin habla. De nuevo en poco tiempo, una sensación maravillosa le recorría por dentro, esta vez sanándole, reconfortándole. Cuando Catherine terminó su canción, vio que ya no sangraba, y que aunque no estaba al cien por cien, su estado ya no era tan peligroso. Por un instante, se quedó contemplándola, sin saber qué decir o si debía decir algo. Sentía cosas contradictorias, y de repente se encontró viendo a la rubia desde una nueva perspectiva, que no había considerado antes debido a sus prejuicios y rencores.

- Ehm....gracias.... -esbozó una media sonrisa, palpándose la herida, aún abierta, pero ya menos preocupante ...bueno, yo, lo siento. No deberías esforzarte, en tu estado....por eso, gracias. Ahora, debo subir para ayudarles, y puedo hacerlo gracias a ti.

Necesitaba decirle aquello, y una vez las palabras salieron de su boca, se sintió mejor. Tal vez había sido injusto con la joven, al fin y al cabo, aunque ella no lo supiera. Una vez dicho eso, el cartógrafo desapareció envuelto en llamas verdes, para aparecer con una llamarada en el piso superior, deseando que no fuese demasiado tarde.

Y de nuevo, el alma de la Rosa fue demasiado fuerte como para poder ser herida por el conjuro de Nahia. Esa no era una técnica útil, ya había gastado gran cantidad de zeón en ver sonreir de satisfacción al elemental. O se buscaba otra manera, o esperaba que el alma de la Rosa fuera más débil.

Y creo que la solución era evidente.

El castigado rostro de Aaron se asomó por el hueco al que llegaba la escalera, y mientras salía un destello de llamas verdes justo a su lado casi le deja ciego. Era Conrad, que había viajado mucho más rápido que él de una manera que quizá no entendía. Ambos observaron lo que había dentro. Una escena digna de la peor de las pesadillas se extendía ante ellos, como burlándose de los recién llegados. Como tratando de que volviera sobre sus pasos y deseara no haber estado nunca en ese lugar.

En primer lugar, todo estaba pobremente iluminado por la poca luz que incidía a través de la única ventana que estaba en el techo, gobernada por una luna en esplendor. Los brillos plateados de aquella fuente de luz reflejaban de una manera fantasmagórica los movimientos de los seres que estaban enfrascados en el combate. Destellos argénteos se mezclaban con los carmesíes para crear una melodía de acero y sangre.

Por un lado, Quint. El cazabrujas había perdido su ropa y sólo un pantalón ajado quedaba cubriendo sus vergüenzas. Su pecho manaba sangre por una herida profunda, mas no parecía importarle. Sus ojos, inyectados en rojo, estaban fijos en la figura que se alzaba ante él, altanera, radiante, elegante, mortal. Se diría que si el cuerpo del cazabrujas no fuera ya más una masa nebulosa de humo negro estaría en el suelo jadeando. Sus músculos estaban hinchados, como si estuvieran realizando un esfuerzo ímprobo. Quizá aquella energía que usaba el inquisidor alimentara su sed de batalla hasta límites que la asesina nunca hubiera concebido.

Mas su contrincante no parecía cansado, y las dudas sobre si un ser así podría cansarse eran lógicas en la mente de cualquier hombre. Una dama, una preciosa mujer creada a partir del más vital de los elementos. Un elemental de sangre se alzaba ante ellos, con un cuerpo colmado de belleza. En sus brazos, o más bien, en vez de uno de ellos, una gigantesca aguja afilada auguraba el futuro de aquellos a los que se enfrentara.

Alice, por su parte corría alejándose el ser con una herida en su cuerpo. Aunque en su mano faltaba una daga, que reposaba clavada en la pared al lado de Quint. Sus gestos indicaban que estaba corriendo hacia ella. ¿Como la habría perdido?

Nahia estaba casi a su lado, al borde de la entrada. Su música bañaba la habitación con acordes de ira y odio. La magia se arremolinaba en torno a ella. Era un vórtice de destrucción.

Faliar, casi al lado de Nahia, tensaba sus músculos mientras llamaba a las fuerzas ancestrales de la magia. Todavía se podían ver restos de fuego verde que brillaban alrededor de la elemental, como las marcas que un conjuro poderoso deja en la realidad.

Pero la habitación guardaba más secretos. Estaban rodeados por una gran colección de juguetes rotos, desmontados. Muñecas con sus ojos de botón colgando de un hilo, caballitos de madera a los que les faltaban las patas, espejos hechos añicos que reflejaban los destellos del combate. Parecía una juguetería antigua, cubierta por el polvo y las telarañas, pero había una muñeca especialmente real, una muñeca con el aspecto de la niña de la casa.

De hecho, estaba en un charco de sangre, sangre que brotaba de su propio pecho. Un pecho, en el que estaba alojada una de las dagas del inquisidor.

Los refuerzos llegaban a más velocidad de la que se esperaba. Aaron subió las escaleras al igual que sus compañeros, pero ante él, ya arriba surgió una figura envuelta en llamas esmeraldas, con un estoque en la mano. Sus ojos brillaban en verde y su cuerpo estaba rodeado de un aura oscura, como si la realidad aún se estuviera acostumbrando a su presencia en ese punto.

Conrad había aparecido también arriba, y el combate se había decantado claramente hacia el lado de los recién llegados.

¿Como podría combatir aquel ser contra seis personas?

Era fácil, esperando un golpe de suerte, y equilibrando la balanza...

Alice observó, con el rabillo del ojo, como llegaban nuevos integrantes a la batalla. Su capacidad de reacción le permitió actuar en consecuencia, previendo que otros más preparados asumirían el duro peso del combate directo. En apenas un segundo, ya estaba corriendo hacia su daga para recogerla, y acto seguido se giraba, en el aire, para sacar dos estiletes ocultos a los lados de su torso, que poco después volaban hacia la elemental. Rápidamente le siguieron otros dos, esta vez salidos de los cabellos de la asesina

De una manera insultántemente trivial, la criatura detuvo todos y cada uno de los ataques de la asesina. Si bien no eran efectivos, al menos mantenía bastante entretenida a la Rosa, haciendo que sus compañeros tuvieran más posibilidades de alcanzarla, sobre todo los magos, con sus conjuros destructivos.

-¡Faliar! ¡Nahia! ¡Hacedla arder en el infierno!

Quint intentó aprovecharse de la lluvia de proyectiles de la asesina para que la criatura no fuera capaz de detenr todos los ataques a la vez desde distindos ángulos, pero su agotado cuerpo no le permitió llegar a tiempo para el sandwich mortal. A pesar de ello, las certeras puñaladas del cazabrujas podrían poner en un aprieto al monstruo de sangre.

Esta vez, no pudo ser tan rápida. Los agobiantes ataques de sus enemigos acabaron haciendo ceder su defensa y las dagas de Quint se clavaron cada una en un costado. Aunque no fue una herida mortal, ni mucho menos, sí que hubo diferencia en la cantidad de sangre que caía al suelo después del golpe.

Habían sido un par de impactos duros... y todavía le faltaba por recibir una buena tanda...

Sus ojos se desenfocaron. Ahora ya sí que no esperaba sobrevivir... eran demasiado rápidos.

Las llamas esmeralda entre las que había aparecido el cartógrafo aún no se habían desvanecido, mientras éste analizaba rápidamente la situación. Entonces las verdes lenguas de fuego volvieron a envolverle, y se apagaron, dejando espacio vacío donde apenas unos segundos antes había estado el cronista. COnrad, de hecho, reapareció envuelto en su flamígero manto verde, justo en la retaguardia de aquel ser carmesí, e inmediatamente lanzó una estocada rápida y certera.

El elemental parpadeó, y se concentró en la esencia de ese lugar. Ese hombre ya había entrado con un teletrasporte, así que si no se confundía demasiado, y si sus místicos sentidos no le engañaban... estaría en su retaguardia. 

Giró rápidamente su mano y levantó una pantalla de sangre entre ella y Conrad. Sólo que fue lenta, y el estoque, rodeado en el propio aura del cartógrafo penetró la defensa. La herida fue superficial y casi indolora, pero dio un pequeño salto hacia delante para evitar ser ensartada.

El primer ataque había fallado, pero no pensaba concederle esa segunda oportunidad a aquel ser. Volvió a concentrar magia a su alrededor, y generó tres filos de energía, más pequeños que el anterior. Con un gesto enérgico, los lanzó en dirección de la criatura. Esperaba que al menos uno de los filos alcanzase su objetivo esta vez.

Nathaniel contuvo el aliento un segundo mientras veía a la rosa de sangre morir. "Eres preciosa"-Pensó-"Perfectamente bella"

Aquellos ataques le habían hecho más daño del que estaba dispuesto a admitir, y no podía hacer otra cosa más que ver a aquel ser consumirse en un odio mágico. Un ser perfecto que rezumaba elegancia y una delicadeza que pocos estaban dispuestos a admirar. Pero Nathaniel la veía, y no solo eso, la sentía, con cada fibra de su ser prestado.

Se maldijo a si mismo por no haber llegado antes, ¿Pero de haber sido así que habría podido hacer? Nada, y eso le mataba por dentro, el saber que aquella rosa habría acabado muerta de una forma u otra.

Era preciosa. Perfectamente bella, y no se merecía ese final.

Eso no estaba saliendo como Nahia planeaba, aquella mujer absorbía sus ataques sin apenas esfuerzos.Estaba claro que ese no era el camino, pensó en otro conjuro, otra canción que quizás le hiciese sentir más. Pero su padre se adelantó, por lo que vio había pensado lo mismo que ella.

Cambió la melodía. Era un sonido triste, oscuro que esperaba pusiese fin a aquella pesadilla interminable... Tenían que desenmascarar todo lo que esa cuidad les estaba ocultando.

Miró a Quint mientras la flauta entonaba la nueva canción.

Debiste decirselo antes de llegar a Koven...como te dijo ...

Una ojeada rápida a la música, ella también agradecería en mucho la muerte del bicho. 

Llameantes esferas verdes y negras parecieron a su alrededor, y tras ellas unas alas ópalo que con un brusco movimiento impulsaron las esferas en dirección al ser de sangre.

Nahia seguía concentrada, esta vez debía acertar, causar algún efecto. Está vez saldría bien...¿No?