Partida Rol por web

 Aaron se quedó mirando el combate desde lejos, sin decir nada. Tan sólo retrocedía para tratar de pasar desapercibido entre la multitud.  En su expresión, si alguien se fijaba mucho, podía leerse batalla interna, sin llegar a decidirse sobre lo que hacer.

Ambos, Sacerdote y acólito se preparaban para resistir las embestidas del proyecto de inquisidor. Joshue, con una faz carente de toda expresión; Laguna, por su parte, con una sonrisa sardónica en la comisura de sus labios. Su mirada estaba fija en Quint, demasiado fija...

¡NOooo! ¿Porque?

El llanto de la recién nacida sobresaltó a su inexperta cuidadora. Volvió a sujetarla entre ambos brazos, mientras en una de sus manos aún sostenía la flauta.

-Shhhh calla pequeña, shhhh ya pasó. Ea, ea- susurraba dulcemente tratando de acunarla en su regazo.

El más rápido de todos, con mucha diferencia fue Laguna. Y sin embargo no pareció moverse. Su mirada estaba fija en Quint, sus manos le señalaban y todos sus gestos parecían estar dirigidos al rubio. Estaba concentrándose, era obvio, e incluso las venas de la frente comenzaron a marcarse. Era algo un poco grotesco en lo que parecía un niño de apenas 15 años.

Y entonces, la corona de espinas que ondeaba alrededor de la cabeza de Joshue desapareció. Fue lentamente, como si se deshiciera en el aire consumida por un sol que ahora no lucía. Y a la par que aquel yugo se soltaba del sacerdote surgían figuras intrincadas de la propia mente del chaval, formas extrañas que salieron volando a gran velocidad contra el inquisidor.

-Prometí no volver a fallar, y ahí tienes mi promesa.

Mas... quizá había hablado demasiado alto. Con acto inhumano, Quint arqueó la espalda y dobló las piernas, evitando casi por completo aquella masa informe que trataba de convertirse en una corona de espinas sobre su cabeza. Si la velocidad de Laguna había sido espectacular, mucho más había sido aquel movimiento con el cual parecía que nada podría llegar a darle.

Pero sin embargo, aquel poder no salió volando como el anterior, sino que se detuvo y comenzó a penetrar en Quint.

Un dolor de cabeza momentáneo asoló la mente del rubio que trataba de luchar en su interior. Algo había que le atacaba, algo trataba de entrar en ella. Pero ya había muchos inquilinos en esa cabeza, no había espacio para uno más.

Las zarzas mágicas se desvanecieron en el aire tal y como las de su anterior presa se habían desvanecido, cayendo al suelo hechas virutas de aire, desapareciendo segundos más tarde.

-No... puede... ser...-dijo Laguna, casi con miedo en su mirada- ¿Qué coño eres?

El sacerdote parpadeó un momento y miró alrededor con miedo. Miedo mezclado con sorpresa y extrañeza...

-¿Que... qué hago aquí?

Sombra

Camina entre azafrán y lamentos rojos, deslízate como un haz de luna por el rostro de una doncella despistada. Alice observaba y se movía, pero nadie la veía hacerlo. Conectada a sus sentidos, evaluaba la situación como el que analiza un tablero de ajedrez

Ahora resultaba obvio que el niño era el artífice. El sacerdote, una simple marioneta... Y cualquiera de ellos podía acabar como él. La duda, pues, residía en qué hacer a continuación. ¿Limitarse a engatillarle? No, era demasiado peligroso. Colocarse tan cerca de un foco mágico como aquel era jugar con fuego. La duda, pues, residía entre matarle y dejarle inconsciente. La segunda opción era deseable, pero encontrándose en el estado en el que se encontraba, tendría que tirar de sus compañeros

Los estiletes volaron

Ahora no, cariño. Estoy ocupada

Y salidas de la nada, como surgidas de entre la multitud o lanzadas por un pájaro asustado del que no quedaba rastro, aparecieron cuatro estiletes volando hacia el chaval. 

Laguna reaccionó, por supuesto, pero sin saber desde dónde venían los ataques era complicado defenderse de ellos. Sin embargo, figuras similares a las proyectadas con anterioridad surgían de su mente, haciendo que los cuchillos rebotaran de manera extraña según llegaban a sus inmediaciones. Era como si estuviera golpeando dichos estiletes con su psique... si acaso eso tenía sentido.

Tanto el primero como el segundo e incluso el tercero alcanzaron a Laguna, pero sólo de forma superficial. La pernera del pantalón, una marca en la oreja derecha y una pequeña herida en el antebrazo izquierdo, todas provocadas por las dagas rebotadas que erraban libres de dirección tras ser "detenidas" pero con escaso éxito. Pero nada grave que tuviera que lamentar.

Sin embargo la tercera se clavó en una de sus manos, atravesándola de lado a lado. La tiró al suelo con odio mientras veía manar su sangre de la palma.

-¿Quién ha hecho esto?¡Vosotros!-se dirigió a la multitud-¿Quién ha sido?¡Decidlo u os mataré uno a uno!

La máscara había caído. No esperaba un ataque sorpresa, y menos uno que pudiera llegar a herirle. Y encima oculto en aquel lugar, su lugar, su ciudad. Estaba nervioso, desconcertado, y en ese estado se cometen errores. Primero, un "hombre" que era inmune a sus habilidades. Luego, una lluvia de estiletes de la nada... el destino jugaba con Laguna.

El grito de Quint a su espalda trató de hacer que volviera a centrar su atención en él.

-El que va a morir aquí eres tú. ¡Asúmelo de una vez! ¡Eres menos que nada!

Ni se te ocurra tocar a los inocentes...

De pronto un destello verde apareció justo detrás de Laguna. Un destello del que salió disparado un estoque envuelto en llamas esmeralda, y que, cuando en apenas un segundo menguó el resplandor, pudo verse que estaba sostenida por el brazo del cartógrafo, que desde luego no estaba ya donde había estado apenas un instante antes.

Y salido de la nada, un estoque estuvo a punto de atravesar al joven mentalista. Sin embargo aquella barrera física que le rodeaba repelió el ataque. Mas sólo en parte, pues el filo del arma del cartógrafo le hirió en el vientre dejando una fea marca y un reguero de sangre que comenzó a teñir sus ropas.

Soltó un gemido y dio dos pasos hacia un lado, evitando la espalda que había conseguido aquel hombre. Al parecer no sólo iban a ser muy problemáticos.

Quizá demasiado.

Quint iba a detener a ese pequeño monstruo, y lo iba a hacer ya. Había perdido demasiado tiempo con el viejo sacerdote, y la ira volvía a aflorar una vez más. Ser capaz de mantener el control de sus habilidades y tratar de mantener a ambos enemigos centrados en él en esas circunstancias ocupaba toda su atención, como para pararse a pensar qué podía significar la desaparición de la corona.

Una nueva oleada de cortes y puñaladas se avalanzaron sobre el hechicero con la intención de acabar con él de una vez.

A pesar de estar desconcertado, el sacerdote acertó a detener el primer ataque. El escudo brilló con fuerza, mas sólo para explotar en una nube de luz. El destello iluminó el lugar por unos segundos... segundos preciosos en los que el blanco brillante se convirtió en el rojo de la sangre según las dagas de Quint se clavaban en su cuerpo sin posibilidad de defensa. 

Cada ataque se convirtió en una condena de sangre para el prelado, que vio como su cuerpo se desplomaba en el suelo y su vitae se liberaba de sus venas dejando ríos carmesí por el embarrado suelo de la fortaleza.

Tan sólo una mirada de incredulidad se quedó fija en Quint, y unas palabras antes de perder la consciencia...

-¿Por qué?

Prácticamente arrodillado sobre el suelo embarrado, temblando y sujetando a su esposa como si temiese que en cualquier momento se fuese a evaporar entre sus brazos, Faliar veía sucederse los acontecimientos sin saber muy bien que hacer. Quint se había cebado con el sacerdote, aunque para él había quedado claro que el pobre diablo solo estaba siendo controlado por... "algo" (¿tal vez el muchacho que le acompañaba?). Primero la pequeña Stefania, y ahora eso. Le pareció que Quint era cada vez más irracional, pero entonces recordó lo que ocurrió con Liana en Corvinus, y, quizás por primera vez, se dio cuenta de que había sido siempre así, y que el trato que le dispensaba a él, a Nahia y a Catherine era una excepción en toda regla. ¿Seguiría dándole el mismo trato ahora que sabía de los crímenes que había cometido en el pasado?

Pierre y Xerine (supuso que había sido Xerine, porque no se la veía por ningún lado) estaban ocupándose del muchacho. No pudo evitar un fugaz sentimiento de pesadumbre al darse cuenta de la corta edad del chico, y de que estaba prácticamente condenado, pero su actitud hizo que desapareciera toda compasión que pudiera sentir por él, ya que eso demostraba que el muchacho no les dispensaría compasión alguna a ellos si las tornas estuviesen cambiadas.

Su hija recién nacida lloraba. Miró a Nahia, y vio que había sacado aquella rudimentaria flauta de su funda. ¿Pretendía intervenir? Eso le preocupaba y le aliviaba a partes iguales. Últimamente su hija mayor no parecía ella misma, pero aquella situación no le parecía la mejor para que decidiese lanzarse a la acción.

Y a pesar de todo, no se decidió ni a hablar siquiera. A pesar de todos los monstruos y enemigos a los que se había enfrentado antes, saliendo victorioso, en aquel momento se sentía indefenso, superado... e inútil. Abrazó con más fuerza a Catherine, y enterró su mirada entre los cabellos dorados de su esposa, deseando que todo acabase cuanto antes para poder marcharse de ese lugar maldito.

Quería formar parte del equipo, ayudarles como hasta entonces había hecho. Miró un segundo su querido instrumento, su pedacito de infancia. Y después dirigió la vista a su pequeña hermanastra. Era hora de hacer algo.

Consiguió manejarse para colocar perfectamente al bebé y poder así utilizar sus poderes. Unas enormes alas aparecieron entre destellos verdes y blancos a la espalda de la hechicera. Entre ellas, corrientes eléctricas negras como la noche parecían querer dar forma a un peligroso conjuro.Más cuando la esfera de oscuridad apenas empezaba a formarse, la música de la que nacía dejó de sonar armoniosa. El sonido se transformó a algo parecido a lo que se oiría si un borriquito resoplase por casualidad dentro de la flauta creando "música". La pequeña había escuchado tan tétrica melodía y había hecho perder la posición a la joven maga.

Aquella electricidad se descontroló. Aquello no iba bien...