Partida Rol por web

Sin pensármelo dos veces, me dirijo al lugar que me permita bajar al suelo lo mas rápido posible. Ya buscaré escondite desde ahí, y no en las alturas como un gato. Como parece que el tejado desde el que estoy desciende hacia la izquierda, me dirijo hacia allí con cuidado, intentando no hacer ruido, pero lo más deprisa que pueda.

Mientras, intento escuchar qué ocurre en la torre de Don Xurxo...

Desciendes hasta el suelo sin ninguna dificultad. Enfrente tienes la construcción que viste desde arriba, situada en mitad del patio: es un aljibe rodeado de unas columnas con arcos. Más allá hay dos edificios con una sencilla puerta de madera, y a su derecha una iglesia de piedra. Hacia la izquierda ves dos edificios que tienen la pinta de ser establos; ves que de los dos, el que está adosado a la torre de don Xurxo tiene la puerta ligeramente entreabierta. Entre medias de los establos se alza un edificio rocoso con una puerta en medio... ¡custodiada por un guardia! Sin embargo, el soldado debe estar despistado, porque no te ha visto ni ha reaccionado; tú solo ves su silueta recortada a la luz de los hachones sujetos en la pared, por lo que no sabes si está de frente o de espaldas. Detrás de ti está el edificio al que saltaste desde la torre; es de madera y tiene una puerta sencilla del mismo material, igual que el edificio que tiene al lado, adosado a la gigantesca torre del homenaje.

Por ahora no escuchas nada más que provenga de la torre de don Xurxo.

Simplicio se queda tranquilo, y abre bien los ojos, tanto por lo que hay o puede haber en los alrededores, como por lo que el soldado hace, dice, o lleva puesto.

Para tranquilizarlo comienza a hablarle.

-soldado ¿qué esta aconteciendo en aqueste lugar? ¿ por qué marcha vuestro compadre? ¿ acoso vos viste al prisionero? ¿ tan fiero es?

Os debe de tener en alta estima al dejaros al cargo de 2 hombres, ¿ como os llamais y de donde sos vos?

El soldado mira a Simplicio con desconfianza, sin dejar de empuñar su lanza. Su mirada os dice que es consciente de que no tendría muchas posibilidades frente al gigantón que tiene delante, y menos estando acompañado de otros dos hombres, pero no se amilana.

"Callarvos, et quietos fasta que llegue Lobo", se limita a decir.

Tengo que actuar rápido. Parece que el guardia no me ha visto.

Con un rápido vistazo me doy cuenta de que ir hacia allí no es una buena opción, así que tendré que probar con el otro camino que tengo disponible: La puerta del edificio del que acabo de bajarme.

No obstante, el destino me juega una mala pasada, y cuando comienzo a andar hacia allí, piso una pequeña rama seca que hay en el suelo, la cual emite un crujido bajo mi peso.

Éste podría ser el fin de mi pequeña aventura en solitario... Y si todo se tuerce, de toda mi aventura en general.

...sin embargo, el soldado sigue sin inmutarse. No te ha oído. De nuevo suspiras y te adentras rápidamente en el edificio.

Cierras la puerta rápidamente tras entrar. Está muy oscuro, pero de entrada oyes un concierto de ronquidos y resoplidos que proviene del fondo. Cuando tu vista se acostumbra a la oscuridad, observas unos caballetes y taburetes apilados en un rincón, y varias tablas apoyadas contra la pared. Esta visión te recuerda a la taberna en la que os encerró aquel pícaro llamado Millán. Al fondo hay una entrada sin puerta, de la que proviene algo de luz, Cuando te asomas, descubres que has entrado en el edificio destinado al descanso de los sirvientes del castillo. Estos se hacinan en seis habitaciones distintas, a las que se accede a través del pequeño distribuidor al que estás ahora mismo asomado. Hay dos puertas en cada muro, todas abiertas excepto la del fondo a la derecha. A través de algunas de ellas ves grandes camastros y gente echada en ellos; algunos duermen y otros hablan o realizan actividades más libidinosas*, según te parece observar por el movimiento de las sábanas, pero crees que nadie te ha visto aún.

Resignados, hacéis caso y os limitáis a observar todo lo que ocurre.

Al poco, de la torre cercana a la perrera salen dos individuos, presumiblemente el portugués y Lobo. Ambos se dirigen a la torre de don Pedro. Mientras tanto, otros cuatro hombres se reúnen en el patio, a los cuales se les une un quinto que proviene de la zona norte. Estos miran hacia donde estáis, intercambian algunas palabras, y al momento dos de ellos suben al encuentro del soldado que os está vigilando.

Cuando llegan, le preguntan por la situación, y este les explica que no sabe con certeza lo que está pasando, pero que Fuco cree que hay un hombre dentro con don Xurxo, y que este no contesta y le ha encargado vigilaros. Comprendéis que Fuco debe ser el nombre del soldado portugués. Los otros dos le dicen que debe haber entrado un intruso con la intención de liberar el prisionero, pero que lo han comprobado y el prisionero sigue encerrado en la mazmorra.

Mientras dicen esto, veis que tres hombres salen de la torre de don Pedro. Se trata del propio don Pedro, acompañado de Lobo y Fuco, y el caballero parece bastante cabreado. Intercambia algunas palabras con los soldados que están en el patio, y luego viene a vuestro encuentro.

"¡Imbéciles!" les dice a los soldados que están con vosotros. "¿Por qué non habedes echado la puerta abajo?"

Don Pedro os pareció un tipo comedido, pero ahora parece fuera de sí.

"Pero es la torre de don Xurxo, non podemos fazer eso", trata de excusarse nerviosamente el soldado que se quedó vigilándoos.

"¡Menuda caterva de ineptos!", grita don Pedro. "Más vos debiérades de cuidar del vuestro sustento que de las iras del que vos lo da. ¡Si don Xurxo está muerto, despedirvos del vuestro trabajo en el castiello! ¡Apartad!"

Y se abre paso con un empujón que le propina al soldado, que casi le hace caer por el borde. Vosotros os apresuráis a darle paso; al pasar, os dedica una furibunda mirada. Después, golpea la puerta repetidamente y con fuerza.

"¡Xurxo! ¡Xurxo!", grita, pero no hay respuesta.

Después le hace una señal a Fuco, al cual le deja paso.

Os dais cuenta de que el portugués trae consigo un hacha. Comienza a destrozar con ella la puerta, hasta que abre un buen boquete y empieza a retirar las tablas con las manos.

Entonces don Pedro le ordena que se retire y abre la puerta metiendo la mano y accionando el picaporte. Veis cómo se arrodilla a la derecha, y luego mira hacia una pequeña ventana que se abre al fondo, a cuyos pies hay un gran arcón. Hay algo atado al arcón... don Pedro lo ve y lo coge: son tiras de sábanas atadas a modo de cuerda, que salen por la ventana. Está claro que alguien ha escapado por ahí ayudándose de las sábanas. Pero la ventana es demasiado estrecha; solo conocéis a una persona que podría caber por ella...

Don Pedro suelta las sábanas con rabia y regresa al adarve donde os encontráis.

"¡Dad la alarma a todos los soldados! ¡Registrad el castiello!", ordena.

Todos se ponen en movimiento al instante y marchan tras él por las escaleras.

Lobo y Fuco están aún con vosotros.

"¿Qué fazemos con ellos?", pregunta el primero.

Don Pedro contesta ya desde abajo:

"¡Encerraldos en las mazmorras fasta nueva orden!", grita.

Lobo y Fuco os apuntan con sus lanzas y os conminan a bajar por las escaleras. Por lo que sabéis, las mazmorras están en la zona norte del castillo, al pie de la torre de don Xurxo, y es allí claramente a donde os pretenden llevar.

"¡Entregadnos las armas!", os ordena Lobo, por segunda vez en el día de hoy.

Hago caso de lo que me dicen y pongo más hincapie, si cabe, en todos los detalles hasta la mazmorra (personas, lugares, gestos...). 

Puede que ahora mismo, haya tenido dos golpes de suerte. El primero, el que el guarda no me haya ni visto ni oído, que no es poco. El segundo, que estoy en el lugar donde, casi con seguridad, puedan estar mis compañeros. Porque... ¿Si no están en las mazmorras, dónde podrían estar sino con el servicio?

En sigilo, para no molestar a la gente que está en aquel lugar, voy mirando desde lejos las habitaciones. Parece que en ninguna hay rastro de los demás, pero hay una que llama mi atención. Una de ellas tiene la puerta cerrada. Es posible que estén ahí, y sólo tengo una forma de averiguarlo.

Con cuidado, miro por el ojo de la cerradura, a ver que veo. Ojalá la búsqueda haya terminado...

Tras echar un ligero vistazo por las habitaciones y comprobar que tus compañeros no están ahí, te diriges a la puerta cerrada. No hay cerradura: el servicio no necesita de ellas. Según has podido comprobar, todos los criados forman como una gran familia. Abres la puerta... y te encuentras una habitación vacía, a excepción de un gran jergón de paja en un rincón. Pero, cuando observas con más atención, en el rincón opuesto ves la ropa sucia de tus compañeros, la que dejaron en la posada para que la lavara la mujer del posadero; esta debe ser su habitación.

Sí, solo que no les sirve, podríamos decir.