Partida Rol por web

Hazir no está dispuesto a dejar escapar la oportunidad de bañar su alfanjón en sangre de Tanarukk. Pese a su estado, elude los cuidados de Roriarkas y se lanza por uno de los huecos. Apenas sus pies tocan el suelo se lanza haciendo una voltereta que absorbe la fuerza del golpe sin sufrir daño alguno por la caída.

Roriarkas lo entretuvo sólo un par de segundos, pero fueron suficientes para que Horok saliera por la puerta y Socar cayera junto con su contrincante. Throlk huye pasando muy cerca de Lythrai (que no atacó) y Nickar. Cisco regresaba del exterior al tiempo que el Quishasi sale disparado como una bala hacia la puerta.

Las palabras de Nickar llegaron a su compañero quien consiguió extender la mano en la trayectoria de Hazir. Cuando éste chocó su palma le irradió una oleada de energía positiva. Tras ello, el quishasi salió por la puerta.

Hazir, no estás dispuesto a dejar escapar la oportunidad de bañar tu alfanjón en sangre de Tanarukk. Pese a tu estado, eludes los cuidados de Roriarkas y te lanzas por uno de los huecos. Apenas tus pies tocan el suelo das una voltereta que absorbe la fuerza del golpe sin sufrir daño alguno por la caída.

Roriarkas te entretuvo sólo un par de segundos, pero fueron suficientes para que Horok saliera por la puerta y Socar cayera junto con su contrincante. Throlk huye delante tuya pasando muy cerca de Lythrai (que no ataca). Cisco regresaba del exterior al tiempo que sales disparado como una bala hacia la puerta.

Las palabras de Nickar llegaron a su compañero reptiliano quien consiguió extender la mano hacia ti...

...chocas su palma y al momento sientes la corriente de energía sanatoria procedente del dios de los kobolds¹. Sales por la puerta siguiendo muy de cerca al último tanarukk que por ahí ha escapado.

Socar, pese a su estado, el guerrero Hazir te acompaña para plantar cara al tanarukk. Es entonces cuando percibís la presencia de alguien más y tu voz amenazadora inunda la estancia. No hay respuesta y los brutos escapan por lo que ambos decidís ir tras ellos.

Nada más salir, ella se interpone en vuestro camino. Su rostro, dulce y delicado. Sus ojos que incitan al pecado. Sus pechos exuberantes que amenazan con salirse de su envoltura de escamas rojas y dientes. Sus cabellos que enmarcan tal mortal belleza, su piel suave y tersa... todo en ellas es... es... no hay palabras para describir la fuerte atracción que produce. El primer sorbo de un exquisito vino sumado con el aplauso y la gloria tras vencer a los enemigos, podrían hacerros una infinitesimal idea de lo que sentiríais al besar sus labios.

-Quietos- su voz aterciopelada llega hasta tu mente, aunque no recuerdas haber visto moverse sus dulces y perfectos labios². A su espalda los tanarukk se alejan a paso rápido. No corren, pero pronto los perderás de vista.

-Por favor, parad.- Miro a ambos guerreros -Si mis criaturas os han infligido algún mal, dejadme compensaros- doy un paso hacia ellos pero es el humano quien atrae mi atención y, pese a que Socar posee también un alma que corromper su envoltura no puede satisfacer mis deseos. -Un guerrero tan a puesto y tan firme como tú. ¿Aceptas mis disculpas?¿Aceptas mi favor?- le extiendo la mano con cortesía y, acercándome a su oreja le susurro -Si me ayudas, satisfaré aquello que necesites.-

Ahora, sin apartarme del moreno, miro a Socar. -Tu final fue sólo un cambio. ¿Qué estarías dispuesto a dar por algo de información?-. Cebo dispuesto, ahora sólo queda comprobar que alguno pique el anzuelo.

Lo había hecho sin pensar y sólo después sentí una presión en mi corazón. Kurtulmak no estaría de acuerdo en emplear su poder de esa forma. Había sanado a un humano de forma altruista, gratuita.

Mientras asciendo subido sobre el pie de Nickar recurro a mi fuerza de voluntad. Curar ahora a Hazir es una inversión para conseguir aliados, un plan a largo plazo... aunque estos aliados no encajan con la doctrina de mi deidad son lo más cercano que tengo. -Debo actuar lo mejor que puedo con lo que me toca- susurro frunciendo el ceño, pero la presión no desaparece.

Nickar y yo llegamos a la planta superior donde un atónito Roriarkas (seguramente por la cabezonería del humano que ha mermado la relación con Kurtulmak) nos recibe. Inspiro hondo y bajo de Nickar.

-Ella tiene un mensaje para ti- le digo atrayendo su atención (y la de Nickar) -Dice que no saldrás a no ser que escojas bien a tus aliados.- Alterno la mirada entre mi amiga tiflin y él esperando que dé más sentido a estas palabras, pero una cosa está muy clara -Os conocéis- afirmo -al menos ella te conoce- revelo tanto para él como para Nickar.

Tras Hazir y Socar vais vosotros. Esderian gira a la izquierda nada más cruzar el umbral sin deparar en que sus Hazir y Socar se han detenido. La armadura impide ver sus rasgos pero se trata de la mujer de vestido escamoso y dientes. Los tanarukks continúan alejándose tras ella.

Su sugestión no te afecta pero igual resulta una mujer enigmática y enormemente atrayente.

    El brazo volvía a estar en su lugar y ahora avanzaba furibundo hacia la entrada, mi juicio seguía nublado tras el ataque y ver como aquel hombre que se hacía llamar Hazir entraba en juego decidido a proseguir con la caza de aquellos engendros no hizo más que reforzar mi deseo de dar caza a los tannaruks sin atender al daño que habíamos recibido. Él podría ser más rápido, pero no pensaba dejar que nos separásemos en aquella persecución, en cuanto desapareció por la puerta hice lo propio saliendo por ella casi a la par dispuesto a enfrentar a la dueña de aquella voz.

    Y entonces fue cuando la vi y todo me cuadró, la súcubo, sabía de su fama y de su poder, pero no iba a dejarme llevar por aquello, ahora no disponía de guardia que la protegiera y si estaba detrás del ataque, por los dioses que pensaba hacérselo pagar fuera una mujer o no.

    -Quietos- No estaba seguro de si tal orden había sido pronunciada o no, pero un instante después de oírla mis piernas dejaron de obedecerme, como si de algún modo se hubieran fijado al suelo por una fuerza invisible, aquella maldita bruja había tenido tiempo suficiente para obrar su magia y había logrado hacerme caer en su trampa. La rabia inflamaba todo mi ser y para colmo la diablesa comenzó a regodearse viéndose ya victoriosa para acabar de doblegar nuestras voluntades, primero tratando de tentar a Hazir y luego intentando poner un caramelo envenenado a mi alcance.

    -Maldita súcubo, envías a tus jaurías de perros rabiosos a hacer tu trabajo sucio y ahora tratas de obrar como si eso no hubiera pasado tratándonos como si fuésemos aliados.- Sabía que el conjuro no duraría por siempre, pero mientras estuviera bajo su influjo estaría a su merced, odiaba aquel tipo de magia con todo mi ser, pero hasta que ese momento llegara no me quedaba otra que jugar a intentar alargar la situación hasta que uno de los dos resistiese su encantamiento. -Habéis venido a atacarnos y eso no será olvidado, pero del mismo modo se que los tuyos no atacarían de un modo tan temerario por nada, menos aún a un respetado en su propia casa, decidme quién os ha enviado.- Volví levemente la cabeza en dirección a Hazir, quizás el hubiese tenido más suerte que yo, pero tampoco podía olvidar que el seguía siendo un hombre y el deseo de la carne lo podía hacer débil ante tamaño adversario. 

    Entonces caí en algo, un deseo oscuro en el fondo de mi ser que deseaba salir, podría ser un remanente de humanidad y aún consciente de que Leixle Ir'van no era la clase de confidente en la que uno pudiera confiar era posible que ella supiera algo, además, todo se trataba de desviar su atención, no era una bruta estúpida como los matones que nos habían enviado, así que si no mostraba un verdadero interés se daría cuenta de lo que intentaba y se marcharía del mismo modo antes de que pudiésemos hacer nada. -Aunque... vos...- Dejé de luchar conmigo mismo para seguir avanzando en su dirección. -Vos sabéis quien soy del mismo modo que yo conozco de vuestra reputación, ahora mismo solo me interesa una información y es la relativa a quien fue el responsable de ese "cambio". Quiero saber el nombre de ese traidor, dadmelo y tenéis mi palabra de que no os seguiré una vez salgáis de este lugar...- 

Lithrai dejó que Esderian fuera a su cometido y corrió tras Hazir y Socar llegando justo a tiempo para escuchar a éste último encararse con semejante criatura.

Al colocarte junto a Hazir puedes verla en todo su esplendor. Su rostro, dulce y delicado. Sus ojos que incitan al pecado. Sus pechos exuberantes que amenazan con salirse de su envoltura de escamas rojas y dientes. Sus cabellos que enmarcan tal mortal belleza, su piel suave y tersa... todo en ellas es... es... no hay palabras para describir la fuerte atracción que produce. El primer sorbo de un exquisito vino sumado con el aplauso y la gloria tras vencer a los enemigos, podrían haceros una infinitesimal idea de lo que sentiríais al besar sus labios.

-Maldita súcubo, es un poco redundante ¿no te parece?- comento a Socar con una sonrisa -Envié a mis tanarukks a dar el mensaje que quería dar. Pero, por lo que veo, se han quedado muy, muy cortos- digo al ver que la totalidad de ellos sigue en pie y prácticamente sano. Espero hasta que la nueva se incorpore -Y, por favor Socar, no olvides nunca que envié a tres de mis tanarukks desarmados. La próxima vez quizá no sea tan considerada.- Miro con desaprobación lo ilesa que está la humana. Sí, puede que la armadura y el mulato estén magullados, pero aún conservan sus huesos intactos... lamentable.

Escuché la propuesta de Socar -Fiero guerrero. Disfruto mucho contigo y no es mi deseo no volver a verte. No obstante, te diré quién, cuando y lo más interesante, por qué, a su debido tiempo y sólo si somos amigos- le lanzo un beso.

Mi mente se trasladó al momento en que vi mi rostro en un espejo en la torre de los que afirmaban ser mis padres. Recuerdo la percepción de nuestras diferencias. Ellos eran humanos y yo un ser escamoso y feo. Ahora recuerdo nítidamente sus rostros triunfales no porque hubieran adoptado a una medusa sino porque habían ejecutado con éxito un ritual convirtiéndome en algo que no era.

La muerte en Necrópolis ha roto ese ritual. -¿Volvería a ser lo que era, un ser olvidado; o me quedaré en un estado intermedio?-

No importa, ahora todos me miran y debo mostrarme firme. Da igual la apariencia que tenga, lo importante es mi determinación, mi personalidad. Yo.

Me levanto de la mesa -¿Quién eres tú para hablarm...?- pero no puedo terminar la amenaza. El dolor hace que me doble por la cintura, las piernas no me sostienen, golpeo con la mesa al caer en un estado de seminconsciencia. Un torrente de recuerdos previos a la conversión llegan como un torbellino que martillea las sienes. La mayor parte de mi vida la pasé adaptándome a un cuerpo que no era el mío gracias a unos padres cuya ambición era superior a su cariño fraternal. Pero ahora recuerdo lo que era, lo que soy, -humana...-

Lithrai grabó en su mente el rostro atrayente de la que seguramente fuera una de las más peligrosas de Arkham mientras estaba atenta de los pasos de Esderian. Cuando su compañero se alejó y entró en otro edificio supo que era el momento de seguir tras él.

Apresuró el paso tras Esderian mientras sus oídos atendieron las últimas palabras de aquel ser y entró en la misma sala que había entrado el Fonn'Aster.

Puede que no fuera un guiso perfecto, pero al ladrón le daba igual. Teniendo en cuenta el hambre que arrastraba, aquella comida le estaba sabiendo a gloria bendita. Y a juzgar por el silencio que había en el comedor, no debía ser el único con hambre.

Cuando estaba ya rebañando el plato, un pequeño chapoteo llamó su atención. Miró hacia el origen del sonido, la medusa Yzlin, preguntándose si se le habría caído la cuchara o algo. Al ver lo que había provocado el ruidito, se dio cuenta de lo equivocado que estaba. Con asombrada preocupación miró la serpiente que yacía inerte en el plato de la medusa y luego a Yzlin. Abrió la boca queriendo decir algo, pero las palabras se le quedaron en la garganta.

Y entonces aquel misterioso guerrero que había buscado camorra con Hazir habló acerca de una especie de tribu cambiaformas, que empleaba la magia para transformarse de forma permanente hasta la muerte. ¿Sería esa la razón por la que Yzlin estaba tan decaída? Esa batalla que mencionaba el tal Al Khayim… Sí, la verdad era que tenía sentido. Y ahora Serge no consideraba la marca de su vientre una cicatriz, sino otra zona de su cuerpo que había comenzado a cambiar.

El ladrón lanzó una mirada bastante fulminante al guerrero de las arenas cuando éste comenzó a interrogar a su compañera. Pero antes de poder decir nada, Yzlin se había levantado de la mesa comenzando a contestar a aquel hombre, para acto seguido caer en el sitio, golpeándose con la mesa. Preocupado, Serge se levantó para cogerla en brazos y tumbarla en el suelo, examinándola por si se había hecho alguna herida que necesitara atención urgente. Sólo entonces encontró las palabras para contestar a Al Khayim:

 -¿Qué más dará lo que sea? Lo important es saber cómo de peligroso puede ser esto pour elle. En lo que a mí respecta la forma es lo de menos.

El ladrón acarició afectuosamente el rostro de la medusa mientras sentía la preocupación enroscándosele desde el estómago hasta la garganta.

 -Siempre va a ser ma cherie Yzlin. Y ahora mismo lo que necesita no es que la cuestionen, sino un sitio tranquille et confortable donde descansar.

Nickar percibió el cambio y el susurro del pequeño, pensó en lo que el pequeño le había dicho sobre su dios en alguna ocasión y su cara se mostró desconforme, ¿Kurtulmak no sabía ver el posible interés de aquella acción?

La tiflin dejó acabar de hablar a Cisco, antes de dirigirse a Roriarkas - mi compañero mata demonios ha llegado a sanar un poco a Hazir, pero me gustaría recompensarle dado que se lo he pedido yo - miró al kobold antes de preguntar - ¿crees que a tu dios le satisfacerá que recibas una buena cuerdacon la que poder hacer alguna trampa o huir en un futuro? - se inclinó sobre su capucha para susurrar - ¿Y saber que has sanado a alguien capaz de propagar muerte con esa faceta suya? - volvió a mirar a Roriarkas - si le facilitas un frasco de aceite, te ofrezco a cambio el nombre de quien me ha recordado la voz de esa mujer.

No sabía si era un cambio interesante para el humano, pero debía ayudar a que el poder de su acompañante no menguara, debía fortalecerse cada día más.

- tampoco me importaría reponer mi propio material, un frasco de aceite y un pedernal, e incluso una piedra trueno, gasté los tres, en el "despeñaperros" la piedra y en el cementerio las otras dos. Y nadie supo agradecer que la primera fuera en favor a una mayoría hipnotizada, o para evitar en las otras dos que ese gigante no-muerto tomara de nuevo su flauta.

Miró al kobold - estamos rodeados de desagradecidos parece, pide a tu dios que sea paciente, y yo te recompensaré como pueda - dicho eso, le entregó su propia cuerda de seda - otro objeto a reponer - pensó. Todo eran estrategias a largo plazo para obtenerlo todo, la prisión o la ciudad, incluso el mundo. La reina de todo, y quizás algún día venerada como diosa, cuanto más pensaba, más crecían sus deseos de grandeza.

Durante el brindis, tras mis últimas palabras, no había visto otra opción que quedarme callado. Virming, astuto como pocos, me conocía, me conocía muy bien, y con su pequeño discurso había dejado claro que mis macabros intereses no iban a ser bien recibidos, no hasta que fueran necesarios. Sabía perfectamente que mi posición en aquella mesa se debía a un pasado que compartíamos, a una fidelidad que yo, inteligente también, iba a saber mantener hacia él. Pero si me pasaba de la raya, si me dejaba llevar por aquella sed de sangre que muchas veces me embargaba, entonces estaría fuera. Sería, otra vez, un paria, uno que en aquella cárcel no tendría posibilidad alguna por su cuenta... De momento.

Mis intereses coincidían con los de la Comadreja y, por tanto, serviría a su lado. Lo haría hasta que pudiera encontrar un patrón que me permitiera dar rienda suelta a mi ser. Lo haría hasta que, tal como había dicho el hombre, encontrara a aquellas bestias que se ocultaban en lo más profundo de aquella cloaca. Con ellos podría bañar en sangre Arkhania y todo lo que había fuera de la ciudad. Con el poder de las vampiresas en la superficie y el de aquellos monstruos allí abajo, comenzaría una era oscura, y él sería su adalid. 

Tuvo que agradecer que fuera Serge el que se llevara la mayor parte de las atenciones, pues tal vez mi sonrisa burlona habría traicionado el asentimiento que ofrecí a Davenrost en señal de dócil sumisión. Además, que fueran otros de los que se preocuparan todos le dejaría a él la libertad con la que siempre, incluso con los Scahrossar –y en parte aquél había sido el motivo del vil engaño que había llevado a su captura–, había disfrutado.

Así que alcé la copa junto a los demás y brindé con entusiasmo. La rueda, una vez empezaba a girar, acababa por descontrolarse rápidamente, y allí, cuando fuera el momento preciso, yo me aprovecharía de la situación. Cuando el caos hiciera mella en el orden establecido una sombra sembraría el terror, las pesadillas se harían realidad, y otra vez podría disfrutar del dulce sabor del miedo que todos tenían en sus corazones hacia la oscuridad y lo desconocido. Con ese pensamiento en la mente bebí un largo trago, y de esa forma mi corazón exaltado se llenó también de un dulce calor por el buen vino.

Fue también, como en una sincronía perfecta, cuando el hombre que había llamado su atención en la calle hizo acto de presencia. Aquél, sobre todos los demás, había estado a punto de conseguir que uno de los mezquinos idiotas a los que había tenido que llamar compañeros se peleara. Durante un instante había podido imaginar la sangre del hombre de las arenas regando el empedrado con aquél característico olor cobrizo, había llegado a saborear los gritos de los que tenían en alta estima a aquél bronceado guerrero cuando muriera... Había sido un sueño delicioso que se había esfumado por culpa del autocontrol del noble pimpollo, pero aún así confiaba en que tarde o temprano disfrutaría del espectáculo. En un futuro cercano, tal vez. Sin embargo, ahora, por el momento, sentía una curiosidad más apremiante. ¿A quién habían llevado hasta allí?

La respuesta pareció llegar en seguida, o eso parecía. Un hombre calvo, con una esfera a cuestas, accedió a la estancia, quedándose prendado en el vendado casi al momento del vendado. A la medusa ni la miró, y a mi, bueno, seguramente tenía tanto interés en mi como podía tenerlo en el gran lagarto sentado a la mesa, por lo que sus ojos, si se posaron en mi siquiera un segundo, no dieron muestra de ello. Tampoco importaba, que me menospreciaran solía ser una constante en el mundo en el que vivía, una que solía costar cara tarde o temprano. Si ese hombre lo hacía, era bajo su propio riesgo, uno que algún día puede que no estuviera dispuesto a correr. Ya estaba pensando en posibles torturas para él, por su mezquindad, cuando se dio la vuelta y se largó, haciéndome fruncir el ceño mientras miraba a Virming.

Y Virming, por supuesto, no parecía para nada preocupado. Su semblante seguía siendo el mismo de siempre, complacido, como si todo estuviera bajo control. Muy posiblemente así era, pero que así fuera no hacía que me gustara más; al menos, como comprobé –y la verdad es que pensándolo mejor no sabía si alegrarme o tomármelo como un insulto–, no era el único que no entendió nada de aquello, ni siquiera cuando Davenrost dio una explicación que no me satisfizo en absoluto. Los planes a largo plazo estaban bien, por supuesto, pero no cuando uno era un simple peón. Yo no era tal cosa, y así lo hice ver, ignorando la comida en un principio hasta que eso quedara totalmente claro, cristalino.

– Sabes, Comadreja, que tus tratos y tus confabulaciones me traen sin cuidado. Por mi, como si estás planteándote arrasar el mundo y reinar sobre sus cenizas. Sabes bien que te ayudaré. Pero no trabajaré para ti ni seré parte de tus artimañas sin saber. No soy una pieza en tu ajedrez particular, que no se te olvide. 

No era, por supuesto, un aviso. No. Era, sin lugar a dudas, una amenaza en toda regla. Una que él sabía que podía cumplir si se daba la ocasión. También una que, sabía, podía pasar por alto de momento. No me gustaba que me manipularan, pero tampoco era impaciente, habría tiempo para todo. Tiempo para las palabras, tiempo para la guerra, tiempo para la ira y, en ese instante, tiempo para disfrutar de la comida. De nuevo con una sonrisa, y tras relamer mis labios con la bífida lengua, me puse a ello, escuchando mientras tanto las historias que tenían sobre aquél legendario ladrón, alguien que no me resultaba para nada conocido pero que, llegado el momento, tal vez si disfrutaría conociendo. Al fin y al cabo, no todos los días se sabía de un ancestral pandillero que había puesto en jaque un lugar como aquél; hacerlo, sin duda, había requerido de mucha habilidad y una pizca de control sobre el caos que yo mismo tanto anhelaba. Tal vez...

– ¿Rosencrantz eh? – reípor lo bajo antes de llevarme una nueva cucharada a la boca–. Rose, mejor. No olvidaré su nombre.

No lo haría sin duda, pero eso, como otras cosas, eran otra historia, una que habría que dejar para otro de esos momentos, uno de esos que había para todo, pues aquél en el que estaban, antes de que acabara su plato, se vio interrumpido por un insólito hecho que me llevó a alzar la mirada y, sorprendido, ladear la cabeza con la boca ligeramente abierta. No le dio tiempo a preguntar nada –tampoco quería, para qué pudiendo simplemente observar–, tampoco a moverse del sitio. Antes de que se diera cuenta la medusa se puso en pie, abrió la boca y, tan rápido como había saltado a responder, cayó de nuevo. Al Khayim se quedó sin respuesta de la mujer, fuera lo que fuera, pero no así del fiel Serge, que saltó rápidamente en su defensa. Por mi parte, aunque no tenía aprecio por nada ni nadie, decidí que era éste último quien tenía razón, por lo que me levanté y con suavidad, con calma, posé mi mano en el hombro del guerrero de las arenas.

– No importa lo que sea. Está con nosotros, y eso debería bastar. ¿Verdad? – pregunté, y en mi tonó había una ligera nota de descontento, tal vez de amenaza. Allí, por el momento, todos eran amigos, y sabía lo suficiente como para darme cuenta de que posición había adoptado aquél hombre. Sin apartar mi mano, miré a Davenrost –. Vendas tiene razón. ¿Podemos llevarla a algún lugar mientras recuperar las fuerzas? ¿Conoces a alguien que pueda ayudar? – inquirí en un alarde de preocupación, aunque con un tono neutro que no dejaba lugar a dudas sobre que, en verdad, podría quedarme comiendo o ir a echar una siesta como si nada.