Partida Rol por web

Rotryn, aunque desconfiado, le musita al hombre:

"y usted buen hombre, quien es?, al menos me merezco conocer la identidad de mi interlocutor, no?" -  su sonrisa se extiende, hasta convertirse en genuina y confiable con el hombre..

Antes de poder revisar a conciencia a aquella bestia, la guardia ya se había echado encima del semi-elfo, de modo que Gadryck prefirió terminar allí mismo sus pesquisas y apartarse sigilosamente para no llamar demasiado la atención.

No tenía sentido generar un incidente con la guardia. Y menos todavía ganarse su desconfianza. Después de todo, era un recién llegado a la ciudad. Y con los funestos sucesos que acababan de tener lugar, de seguro todos estarían deseosos por encontrar a alguien a quien culpar por los males que padecían.

Así que se dirigió sus pasos otra vez hacia la zona de las tiendas. Aún había decenas de muertos por el lugar, y muchos de los atacantes entre ellos. Quizás revisando algún otro de los caídos pudiera tener mejor suerte y averiguar algo sobre sus identidades.

Sin embargo, mientras se disponía a descender de la tarima, observó a un sujeto haciendo señas en el medio de la plaza. No pudo evitar que un gesto de sorpresa apareciera fugazmente en su rostro. Aunque por fortuna, la capucha le cubría casi por completo las facciones, de modo que resultaba imposible determinar si efectivamente había sido testigo de aquel encuentro.

En cualquier caso, lo cierto era que recordaba bien aquellos gestos. Quizás no con demasiada precisión, pues algunos de sus significados se habían perdido en las nieblas del tiempo. Pero entendía lo suficiente como para que una sombra de preocupación oscureciera sus facciones.

De inmediato, trató de perderse entre el gentío, aunque sin apartar su mirada del extraño personaje. Primero debía conseguir que lo perdieran de vista. Luego... llegaría el turno de actuar...

Parece que al tal Skoond no le impresiona tu modestia: viviendo en Puerta de Baldur, y dada su condición -patricio, probablemente-, habrá oído mil veces palabras semejantes; la mayoría, falsas. No obstante, notas que le llama la atención el hecho de que seas oriundo de la ciudad, aunque no te interrumpe. Cuando terminas de hablar...

—Mi señor prefiere ser discreto, padre Caedwyr —contesta diplomáticamente, sin dejar de lanzar miradas a vuestro alrededor—, pero ama a esta ciudad. Si usted la ama como él, reúnase conmigo al anochecer en Los Tres Viejos Barriles... —Te suena el sitio: es una taberna de la Ciudad Alta.— ...y traiga a sus socios. —Antes de que protestes, añade:— No, no me tome por tonto, por favor: ¿espera que alguien crea que unos desconocidos pueden combatir codo con codo de ese modo? —Se le escapa un bufido de diversión.— Pero descuiden: en la Puerta no tenemos nada contra los grupos de aventureros. —De pronto, parece ver algo, por la zona de la tarima, que lo alarma. Te mira muy seriamente.— Recuerde: Los Tres Viejos Barriles, al anochecer. Todas las preguntas serán respondidas.

Tan pronto ha dicho eso, comienza a alejarse de ti en dirección suroeste.

El enano no reacciona ante tu nombre, pero aprecia tus modales y tu modestia y te atiende con interés. El nombre de aquel enano no te suena, ni el de su clan -tu primera impresión ha sido errónea: lo confundiste con los Arcasanta-. Sin embargo, «Maltasanta» sólo puede ser el nombre de un clan de larga tradición cervecera. De hecho, te parece que quizás has visto el sello de sus barriles antes.

—¡Las mejores cerveza, puedes jurarlo! —exclama cuando elogias su mercancía—. Claro que conozco alguna buena taberna... ¡Y más de una! —añade. Ríe, aunque seguro que no tanto como lo habría hecho en circunstancias normales.— En agradecimiento a lo que tú y tus socios habéis hecho, haré algo más que darte una recomendación... ¿Tenéis dónde alojaros? ¿Conoces La Espada y las Estrellas? —No espera tus respuestas.— Está en la Ciudad Baja: yo le suministro. Hablaré con la dueña y os hará precio. Es más: la cerveza que toméis... ¡Corre por mi cuenta! —exclama. Mira a sus hombres brevemente. Te vuelve a mirar.— Ahora debo atender mis asuntos... —Te ofrece el brazo para un apretón de despedida.— ...Zhork hijo de Tordek. No olvidaré ese nombre. Búscame si necesitas algo.

Cuando haces tu pregunta, el hombre parece ver por fin lo que estaba buscando... y temiendo. Su nerviosismo alcanza su punto máximo.

—¡Mi nombre no importa! —exclama, casi grita, aunque manteniendo bajo el volumen de su voz—. Sólo soy un mandao. —Comienza a barrer y a alejarse de ti.— Tú y tus socios —te chismorrea, alejándose—. Pequeña Calimshan. Al anochecer.

Se le ve muy nervioso: si tratas de hablar con él o detenerle, probablemente correrá o reaccionará violentamente. O ambas cosas. ¿Qué es lo que ha visto a tu espalda?

Has actuado sabiamente, Gadryck: ya tendrás tiempo de ganarte la desconfianza de la guardia más tarde. Por lo que respecta a los cuerpos de los restantes rufianes, caídos a manos de la guardia, desde las inmediaciones del lugar del combate ya puedes ver que cayeron lejos, en los límites del mercado, y que la guardia ya se está encargando de ellos.

En cambio, no te cuesta salir del campo de visión del individuo de la escoba, aunque en parte es porque él mismo aparta sus ojos de ti y su atención vuelve a su interlocutor y al mercado, en general. Oculto discretamente por toldos, cajas y gente, puedes ver como los dos hombres apenas intercambian alguna palabra más antes de que el de la escoba comience a alejarse, fingiendo que barre. No te costaría seguirle, aunque parece muy nervioso.

Una voz grave y firme resuena en la plaza: proviene de la escena de vuestro combate. La gente se detiene y mira hacia allí.

—¿Quiénes son los responsables de estas muertes? —pregunta la voz, autoritaria.

Ahora, los rostros se giran hacia vosotros: hacia el enano y el clérigo, ambos junto a uno de los tenderetes; hacia el brujo, solitario junto a la gran estatua que domina el centro de la plaza; y sí, incluso hacia la figura encapuchada que se pasea ahora entre los puestos. No veis a la elfa. En cambio, no os cuesta ver al dueño de aquella voz, pues se ha subido a la tarima: un hombre robusto, joven, de piel negra -algo raro en la región, pero no tanto en la ciudad-. Viste un tabardo blanco que lleva bordado un emblema rojo, gris y amarillo: un guantelete cerrado en puño y rodeado de llamas. Todos identificáis el símbolo: es el del Puño Ardiente, actual ejército de la ciudad, pero antiguamente una célebre compañía mercenaria. Su lenguaje corporal, incluso a esa distancia, informa a los que no conocen el Puño de que el hombre es un soldado.

A un gesto suyo, hombres con el mismo tabardo avanzan hacia vosotros. Se mueven raudos y marciales, pero sin desenvainar las armas. Pronto llegan hasta donde estáis.

—El mayor Ravengard desea hablar contigo —os informan.

Su tono deja claro que aquello puede ser una sugerencia, o incluso una petición, pero que no van a tomarse bien una negativa. Con gestos, os invitan a acompañarles hasta donde está aquel hombre, ahora abajo, frente al entarimado.

Tras este revuelo, como te habrás imaginado, el hombre de la escoba ha desaparecido de tu vista.

Tras este revuelo, como te habrás imaginado, el hombre de la escoba ha desaparecido de tu vista.

Pensando en la inesperada, pero no grata popularidad, Rotryn ve como alguien, al parecer un soldado lider, hace su aparición en la escena.

Sin arma en mano, el tiefling se arregla tranquilamente el turbante y pone atención a las palabras del soldado, mientras medita en las palabras del sospechoso hombre, que ahora se ha escabullido.

Al ver los hombres el tiefling se yergue cuando grande es, y los mira con detenimiento.

Los dos soldados que vienen tienen el mismo emblema que el lider, por tanto parecen ser subordinados. 

Rotryn accede a "caminar" con ellos para explicar mejor la situación.

"Vaya vaya, ahora si se pone interesante esto..." - musita en su interior.

"Ok, no hay problema. estoy desarmado" - dice la voz del brujo.

La primera buena impresión acerca del misterioso Imbralym se diluye, pero no voy a rebajarme a demostrarlo y mantengo la serenidad.

—No llame mentiroso a un devoto de Torm —¿pero cómo osa, el muy arrogante?— Pero me intriga su propuesta si es de buena fe, así que al menos yo es posible que acuda a Los tres Viejos Barriles, creo recordar dónde está. Lo demás...

Me encojo de hombros y no digo más. Veo como se marcha y vuelvo mi atención hacia la tarima.

Permanezco tranquilo mientras los soldados se acercan. De muchacho había sentido una secreta admiración por los miembros del Puño Ardiente.

—Claro, no me negaré a hablar con una de las autoridades de la ciudad.

Me adelanto, no sin dejar de echar una mirada a Zhork, a ver si acepta de buen grado la invitación. El llamado Rotryn también se ha acercado pacíficamente, lo que no deja de ser una buena noticia. Las maneras de estos hombres son un poco autoritarias, pero comprensible su tensión teniendo en cuenta las circunstancias. Abdel Adrian ha caído, es un momento crítico.

Fue nada más agradecer al enano su hospitalidad y devolver el apretón de brazo con otro igual de fuerte cuando aparecieron los soldados. Por lo general, no me gustaba cuando un soldado me "invitaba" a hacer una determinada cosa. Esas invitaciones no solían ser cosas del agrado de uno, te lo puedo asegurar. ¡Son soldados! Lo general es que te inviten a acompañarlos a las mazmorras...

Pero en este caso, lo que me molestaba era que la taberna y su cerveza iba a tener que esperar otra vez. ¡Maldita sea!

—Está bien, está bien — respondí tras soltar un bufido algo molesto —. Veamos que quiere ese tal Ravengard...

Olía a que nos iba a mandar algún recado. ¿Para qué si no iba a querer vernos? Sólo esperaba que por ese recado nos pagaran bien, al menos que fuera algo divertido... Aunque viendo todo el revuelo que se había formado con la aparición de la abominación, lo raro sería que no lo fuera.

Concentrado en no perder de vista a su presa, y mientras trataba de abrirse camino entre el caótico revuelo de puestos destruidos que había dejado la batalla, GADRYCK ni siquiera era consciente de que lo observaban. De hecho, con su mente enfrascada en evadirse al atento escrutinio del miembro del Gremio, nunca notó la presencia del sujeto que vociferaba desde la tarima, y las imperiosas palabras de éste solo eran una nota más en el confuso murmullo que comenzaba a bullir en la plaza.

Por ello no pudo evitar sorprenderse cuando, tras sortear con dificultad un tenderete derrumbado, casi se dio de bruces con un guardia, quien al parecer lo venía acechando desde la distancia.

Durante un brevísimo instante, el joven sopesó la posibilidad de lanzarse furiosamente a la carrera, evadiéndose así a su perseguidor. Sin embargo, solo le bastó echar una mera ojeada superficial al mercado para comprobar lo descabellado de su plan.

Sencillamente, había demasiados guardias. Y ello por no mencionar a los comerciantes y demás transeúntes ocasionales, que bien pronto podían convertirse en implacables perseguidores si llegaba el caso.

De modo que, cubriéndose aún más el rostro con su capucha, y sin decir una palabra, permitió que lo escoltaran hasta el entarimado.

La gente que está arreglando los puestos os observa mientras avanzáis escoltados hacia el mayor y se acerca a escuchar. Sin embargo, cuando llegáis junto al mayor, algunos de los hombres que os han escoltado se giran hacia el corrillo y piden a la gente, de buenas maneras pero con firmeza, que vuelva a sus asuntos. No lejos de vosotros, dos plebeyos están terminando de cargar los cuerpos del duque y de los matones en una carreta, bajo la atenta mirada de la teniente Moore y de otro guardia. Finalmente, el carro parte y la teniente se acerca al mayor.

—Mayor: por favor, recuérdeles a sus hombres que el Puño Ardiente no tiene jurisdicción en la Ciudad Alta —dice de mal humor, conteniéndose—. Si hay problemas, que avisen a la Guardia.

—La Guardia debía proteger al duque Adrian —contesta impertérrito el mayor— y fracasó. No son mis hombres los que deben preocuparle... teniente.

La teniente Moore, furiosa ante la humillación, pero también intimidada por la verdad de esas palabras y por el estatus del mayor Ravengard, no contesta nada, sino que aprieta la mandíbula y se va dando grandes pasos sin decir nada más.

Al principio, el mayor no os dice nada: sólo os mira. Las gotas de lluvia le perlan la cabeza. Apenas un instante después, un miembro del Puño aparece y saluda marcialmente. Luego, se le acerca y le dice algo al oído. El mayor frunce el ceño.

—Pues encontradla —ordena sin perder la calma.

El hombre vuelve a saludar y se marcha. Os quedáis a solas con el mayor y cuatro de sus hombres: dos tras él y dos detrás de vosotros.

—Soy Ulder Ravengard —dice al fin, dirigiéndose a vosotros con cierta amabilidad—, comandante de la guarnición de la Roca del Draco y ahora... —Toma aire.— ...general de la Compañía Militar del Puño Ardiente en lugar del duque Adrian... —Mirando a Caedwyr, añade:— ...que Torm premie sus leales actos —Luego, vuelve a dirigirse a todos vosotros.— La Guardia debía protegerle, pero falló. En cambio, vosotros, forasteros, os jugasteis el pellejo por él, primero, y luego por la ciudad. —Se detiene. Piensa. Resuelve.— Ahora debo irme, pero sé cuándo estoy ante individuos valientes y capaces: la ciudad necesita más como vosotros. Venid a verme a la Roca del Draco al anochecer y podremos presentarnos como es debido.

Esto es lo último que dice: tras un brevísimo saludo con la cabeza, como el que le dirigió a la teniente Moore, él y sus hombres se marchan. Es mediodía, tenéis hambre y sigue lloviznando. A vuestro alrededor inmediato no queda nadie más, pero la gente en el mercado sigue recogiendo y pensando qué hacer: no parece que vayan a vender mucho hoy.

Asiento con orgullo mal disimulado ante las palabras del mayor Ravengard. Parece ser ahora la máxima autoridad militar en la ciudad, y su invitación parece una respuesta a mis deseos.

—Bueno, tenía que ser «al anochecer» precisamente —digo en voz baja—. Esto me va a obligar a decidir, aunque no veo cómo podría negarme a…

De pronto miro a mi alrededor, a los tres individuos al lado de los cuales ha combatido en la plaza. Del encapuchado ni siquiera sé el nombre, pero al menos ha obrado bien, parece ser.

—No sé vosotros, pero yo pienso atender ésta invitación, es una oportunidad única de ayudar a la gente y de muchas otras cosas, como progresar en la vida por ejemplo. Aun así, os diré que he recibido otra oferta de entrevista, menos clara, de hecho un tanto oscura, y también os incluye a vosotros y supongo que a la misteriosa elfa de la que no hay rastro ahora.

El tiempo apremia, así que, sin importarme demasiado el estar en medio de la plaza, pero cauto con mis palabras, les cuento brevemente la oferta de Imbralym .Me aclaro la garganta:

—Un tipo elegante de nombre Imbralym Skoond, tal vez un aristócrata o que se mueve en esos círculos en apariencia, nos ha ofrecido entrevistarnos con su señor y ha dado por hecho que somos una compañía de aventureros, el muy engreído. Ha agradecido nuestra actuación y ha dicho que necesitan a valientes como nosotros, que Puerta de Baldur está en peligro y que los ayudemos para salvarla de la podredumbre que la corrompe...Todo eso está muy bien, pero se ha negado a decirme de quién se trata su señor, lo cual me genera desconfianza. No estaría de más intentar averiguar algo del tal Imbralym, si acaso alguien decidiese ir a la cita. 

Me muevo incómodo, me duelen las heridas y estoy harto del peso de mi equipaje.

—Nos ha citado en Los Tres Viejos Barriles al anochecer, una taberna que creo recordar dónde se encuentra. Por desgracia, ambas invitaciones coinciden en el tiempo, aunque no haya una hora exacta.

Antes de que digan nada, concluyo.

—Parece que juntos tendremos más probabilidades de triunfar en lo que sea que el destino nos tiene reservado —incluso a mí me han sonado grandilocuentes estas palabras—. Pero en fin, no sé lo que pensáis vosotros, a mí, el deber me llama.

Bajo la voz todavía más, no deseo alentar a posibles espías que hayan puesto la mirada sobre nosotros

—Si decidimos algo en común, ¿Qué será? ¿Roca del Draco o Los tres Viejos Barriles? ¿O cada uno a su albedrío? No sé como resultará en este último caso. Esa es la cuestión, temo que no podamos saber qué misterios se nos desvelarían en ambos lugares. Por mi parte, creo que lo tengo claro, y también sé que nos valorarán más favorablemente como grupo que como lobos solitarios.

Quedo a la espera de la reacción de estos simpáticos muchachos: miro con franqueza  a los ojos a Zhork e incluso a Rotryn, aunque me vuelvo más receloso con respecto al misterioso encapuchado. Finalmente, echo un vistazo alrededor para ver señales de la elfa, pero de momento sin éxito. Lástima.

Cuando se sepa algo, pensaré en posibilidades de deshacerme de algo de equipaje, para moverme algo más ligero. Y después…

…después, si considero que tengo tiempo y dándole prioridad a equiparme convenientemente, les haré una breve visita a mis padres. Tal vez sea algo imprudente ahora, pero al llegar preferí ver primero la ciudad alta aprovechando el Día de los Fundadores (irónica fecha para lo que ha ocurrido, no dejo de pensar). Consideré que ya habría tiempo de sobra para visitarlos y alojarme por un tiempo con ellos, pero ahora ya no estoy tan seguro.

Rotryn escucha las palabras de los demás sin animarse a desanimarlos aun más, pero finalmente habla.

"Ehh bueno, una pequeña corrección ahi... tenemos 3 opciones..." - dice serio el tiefling.

"Justamente después de la pelea, este hombre me contactó frente a esa estatua.." - dice bajando la voz un poco y apuntando al centro de la plaza- ".. me dijo que intentarían embolarnos la perdiz, despistarnos.. Y bueno, desapareció , no sin antes decirme que, si queríamos saber que es lo que realmente pasaba acá debíamos ir a este lugar... Pequeña Calimshan ... y si .." - dice después de una pausa de un segundo- "también es nuestra cita al anochecer..."

Aunque normalmente no era grandilocuente con la palabras, terminó de hablar melodramáticamente, pues sabía que, aunque no eran un grupo ni compañía aún, habían mostrado su eficiencia en el combate.

Ahora, estaba este otro asunto del cual tampoco podría librarse.

El peso lo estaba agobiando, y algo debía hacerse.

"Aunque primero..."- dijo el tiefling y se encaminó a una de las tiendas - "...hay que deshacerse de peso muerto".

Al acercarse a una tienda, empezó a sacar objetos y negociar con los que recién se habían terminado de instalar.