—La sabiduría de los dioses debe reflexionarse en privado. La iluminación no llega cuando las palabras de cada uno se comparten con una multitud. Si uno es incapaz de entender el misterio que le ha sido encomendado, ¿Podrán los demás? —terció el anciano, algo severo tras escuchar como Gunnar revelaba, a sus ojos, más de la cuenta —. No puedes descargar sobre los demás el peso que ha caído sobre tus espaldas. Las palabras que suenan claras esconden secretos y mensajes aún más crípticos, mientras que aquellas que se atisban como un acertijo son en verdad directas. Pero no siempre se tiene el tiempo suficiente para pensar en ellas y desgranarlas como a un racimo de uvas. La sabiduría del dios Ibis os acompañará durante esta aventura. Espero sea suficiente.
Dudaba, claro. Aquella misión había incrementado su peligrosidad y solemnidad. Allí no había paladines o caballeros, solo guerreros y ladrones. ¿Serían suficientes? Gunnar evaluaba sus posibilidades de victoria, no así contra Aquel que Repta, sino contra un asesino mucho más letal; una mujer llamada Zaela. Una muerte segura…pero hermosa. Matt pensaba también en sus mujeres tratando de encontrar cual de ellas escondía un corazón cariñoso tras máscaras y nombres. Ntala guardó el pergamino. Akiroh pareció decepcionado cuando Ntala confesó que no veía nada.
—A veces creemos que somos menos que aquello que realmente somos. Por tu sangre corren ríos de oro y divinidad. Ifigenia cuenta con el apoyo de Mitra, pero los poderes de los dioses, sus milagros, obran de formas misteriosas. Tu poder está supeditado a tu voluntad, Ntala. Hay magia en ti. Para bien o para mal, será necesaria en esta aventura. Más que tu arco, seguro.
Trataba de cubrir esos huecos que parecían tener, aconsejarles como un padre viendo como sus hijos partían hacia una guerra.
—Poca ayuda puedo prestaros sobre Karmak. Su paranoia y miedo le ha convertido en alguien desconfiado y precavido, no será fácil llegar hasta él. Usad la cabeza, no la espada —añadió, de nuevo, severo.
Profecías, dioses, la muerte, rondando. Historias y mitos, un prestamista ¿Asustado o alimentando su venganza? Se lanzaron algunos planes, ideas. Aún en el aire. Necesitaban algo más de información. Jareth podría recordar algo o no, pero Karmak ya no se encontraba donde él creía. En Turia todo había cambiado. Ifigenia dejó claro que los dioses podían ser crípticos. Digna alumna de su maestro. Lega añadió que deseaba que todos volvieran con vida.
—Hay más verdad en unas palabras inocentes que en todo el argumentario de un gran orador —volvió a decir Akiroh.
Como mago, solo sabía hablar con acertijos, medias verdades, misterios y enigmas.
—Gunnar, un guerrero que piensa en la muerte es un guerrero que ya ha perdido la batalla.
Si bien, el dios Ibis había hablado.
—Debéis marcharos. La noche aún es joven. Karmak os espera. No debéis esperar. Pues al igual que he visto que vuestra vida terminaba hoy, también acabará la de la ladrona…sino lo impedís.
Volvió a mirarlos, uno a uno, deteniéndose especialmente en Ifigenia, a quien había cogido especial cariño a pesar de no demostrarlo nunca. Siempre había sido esa clase de hombre respetuoso.
—Ya tenéis todo lo que necesitáis. Este viejo no puedo ofreceros más. El destino de todo aquello cuanto conocemos está en juego —sentenció, la voz seca, áspera —. Marchad ya…
Y con gestos apremiantes prácticamente les echó de su morada. Las palabras callaron, pronto el silencio tomó el refugio del anciano. Se había quedado solo. Curioso, habían hablado mucho y se habían lanzado preguntas como puñetazos en una pelea de taberna. Pero nadie le había preguntado porque no los acompañaba a tan importante misión.
***
Akiroh se había quedado solo. La lumbre crepitaba con suavidad, la sopa seguía burbujeando. Sentado sobre una pila de viejos tomos de anatomía animal decidió que era buen momento para sacar una bolsita de debajo de su túnica. Su vida al servicio del dios Ibis no le había permitido nunca excesos. Mente y cuerpo centrado, sano. Sacudió la bolsita de trapo, aún quedaba algo de esas hierbas. Tabaco, de una olvidada provincia de Nemedia, donde el microclima tropical permitía que creciese esa exquisitez, aunque en poca cantidad.
Esparció el contenido de la bolsita y empezó a enrollarlas no sin cierta maestría, formando un pequeño tubo de hojas seca.
—Prefiero que lo hagas de frente, sino te importa.
Su voz, serena pero firme, llenó todos los rincones, y eran muchos, de su particular almacén de maravillas y conocimiento. No recibió respuesta, tampoco se escuchó nada. El sabio siguió a su ritmo, prendiendo el tabaco con la llama de una vela y dando una honda calada. Malo para los pulmones, bueno para el espíritu.
—Has tardado en mostrarte. Supongo que ya sabes a donde van. Aunque te lo podías imaginar. La rueda está en marcha y no puedes detenerla. Ni tú, ni las fuerzas a las que sirves.
Un paso. Otro. Se escuchaban solo por ella así lo quería. La figura apareció tras un montón de baratijas amontonadas. Esbelta como una sombra, afilada como un estoque, peligrosa como una gota de veneno. Akiroh no se molestó en mirarla. Ya sabía quién era.
—No tienessss miedo a morir, anciano —dijo ella, decepcionada.
Su voz era tan sensual como un cuchillo cortando un sostén de encaje. El anciano le dio otra calada al cigarrillo, soltó humo. Varias formas sin sentido se esparcieron por la estancia.
—La muerte nos llega a todos. La aceptación de la misma nos hace disfrutar de la vida.
—Buenasss palabrassss. Dímelasss cuando tenga mi puñal clavado en tu espalda…
El anciano sonrió, el miedo no era algo que fuera a cuajar en un corazón como el suyo. La hoja plateada ya brillaba, cruel y ominosa, en la mano de la asesina.
—Mi Señor me mostró mi final, igual que me mostró el de los otros. Mi castigo por jugar con el destino es mi propia vida. Pero ya he vivido suficiente y los héroes que requiere el mundo deben ser de otro tipo. Acero, músculo y corazón. Lástima que te falte la última parte. Aún estás tiempo.
Silencio, tenso. Salvo por el fuego, el único que se atrevía a quebrar la quietud entre los dos.
—No tengo elección. Me engañaron, me atraparon. Me utilizaron. Soy lo que hicieron de mí.
—Cierto. Pero disfrutas con lo que haces. Eso ya dice más de lo profundo de tu alma que cualquiera de tus palabras.
La asesina sonrió, a Akiroh no se le podía engañar. De nuevo, el silencio, extendiéndose como la cola de un comenta, entre ambos, llenando el lugar. De repente, hacía frío.
—Dos caladas más —pidió el anciano, aspirando de nuevo el humo y liberándolo en círculos excéntricos —. Que haya visto mi final no significa que no vaya a luchar por evitarlo, por supuesto.
La sonrisa de ella desapareció. En verdad, nunca había habido humor o alegría. Parte de ella ya estaba muerta, acabada. Solo representaba un papel. Disfrutaba, como había dicho, de los preámbulos, de los preliminares. Pero donde verdaderamente gozaba era con el acto. Con la ejecución.
—Morirás antes de que el cigarrillo toque el suelo.
Cerramos el primer capítulo. En breve, os abro el siguiente ;)