Partida Rol por web

Miré hacia abajo, el camino estaba desierto, la ladera también. El ruido no parecía venir de ninguna parte y eso me erizó todos los pelos de la nuca. Algo pasaba, no sabía que era exactamente pero algo no estaba bien.

Tia Joana, algo pasa. No veo nada fuera de lo normal, pero ese ruido no me ha gustado nada.

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Pero el chillido de Caterina te hizo girarte. Ahora yacía, desmayada de dolor, con la sangre brotándole de la muñeca. La sangre manaba por la espiral, y la recorría lentamente, más lentamente de lo normal. Iluminada por el fuego, la sangre parecía adquirir otro color, y no podías dejar de observarla mientras hacía su recorrido. No sabías qué esperar si la sangre llegaba al centro de la espiral.

El sonido de pasos a vuestro alrededor se intensificó. De pronto, de detrás de ti, una voz sonora y poderosa gritó algo que no comprendiste. Era Daniel de Livonia, con dos de sus hombres, vestidos de armadura. Sostenía la cruz en su mano, y tenía la cara pálida por el miedo. Sin embargo, en sus ojos podías ver la chispa decidida de la Fe. Y estaba decidido a derrotar al mal de esta tierra.

Sus hombres desenvainaron las espadas, y se lanzaron contra vosotros. El fin estaba cerca, pero...

Pero de repente, una carcajada seca y fría llenó el torreón, procedente del lugar donde estaba Joana. Y no estaba sola.

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Tumbado en tu celda, rezando, empezaste a notar que el aire se hacía denso, como si ardiese un incienso, mecido por serafines de leve andar musical. La cabeza empezó a darte vueltas, e instintivamente llamaste a un guardia para pedir ayuda --mas ninguno respondió a tu plegaria. Por la rendija de la puerta veías sus brazos, inertes, en el suelo: sea lo que fuera que estaba afectando a tu cabeza, probablemente les había dormido también.

Fue entonces cuando empezaste a oír los pasos en el pasillo. Al principio no querías dar crédito a lo que escuchabas, a pesar de que era perfectamente evidente que estabas escuchando algo. Cerraste los ojos, como cuando eras un niño, e intentaste fingir que no estaban allí, que te despertarías a la mañana siguiente, en la celda, condenado, pero salvo.

Y los pasos cesaron. Cuando abriste los ojos para comprobar que no había nadie, viste una figura roja erguida frente a la puerta de la celda.

-- Ha pasado mucho tiempo, Pèire.

Me sentía culpable por lo acontecido a Pèire por lo que no tenía el valor de ir a visitarlo. Suspiré y decidí ir a ver a mi madre.

Al llegar tocaría a su puerta esperando poder hablar con ella. 

Daniel de Livonia. Sonrío de oreja a oreja mostrando los dientes más de lo que desearía.

Deseoso estaba de verle de nuevo, y ahora sin embargo, los caminos del señor hacen que estemos aquí, en este torreón perdido de la mano y de la visión de Dios. Me preparo y me pongo en guardia para la llegada de ambos guerreros.

Te adentras en este mundo que escapa a tu control como un niño que se adentra en el bosque escapando de sus padres por primera vez. Estos dominios que tan solo intentas comprender leyendo la historia de una sola parte van más allá, toda historia tiene dos versiones y estás a punto de conocer la que has ignorado todo este tiempo.

Mientras intentaba reincorporarme, después de perder la conciencia; vi una figura encapuchada de rojo. Cuanto tiempo a que se referirá.

Toc Toc, ¿Quién sois? Pregunte sin vacilación y esperando algunas respuestas.

Clara encontró a su madre en su habitación, meditabunda, sentada frente al fuego. Demasiadas emociones aquel día intenso, el encuentro con la Inquisición, Vicenç, Pèire acusado de herejía... ¿Qué hacer?

Clara se acercó e hizo notable su presencia: ella estaba allí, todavía. Quería ayudar.

- Madre... ¿Puedo pasar? ¿Se encuentra bien?

Daniel comprendió, finalmente, lo que estaba sucediendo. Se arrodilló, ajeno a todo, y empezó a murmurar palabras en voz baja. Sus dos guardianes, ahora con miedo a acercarse a vosotros, se mantuvieron cerca de él, desconcertados.

Alrededor del torreón, empezó a escucharse el aullar de los lobos que tú recordabas de aquella tarde en el cementerio. Sus sombras se movían en mitad de la bruma, que engullía poco a poco la vieja torre.

En ese punto dejado de la mano de Dios, y tan cerca de la del Diablo, sólo aquel pequeño hombre, arrodillado, parecía seguir teniendo fe. Y ninguno sabía cuán poderosa podía ser.

-- ¿No te acuerdas de mí, viejo? Yo sí me acuerdo. 

>> Me acuerdo de todo.

>> Recuerdo un castillo fortificado, preparado para resistir un asedio. Y recuerdo unas puertas que se abrían desde dentro. Recuerdo las tropas asaltantes entrando en el patio de armas, y al señor legítimo del castillo desapareciendo en las frías aguas del Gat.

>> Recuerdo la traición.

Dionís llega al lugar dónde sabe que ya no puede avanzar más. Antes de bajar del caballo vislumbra, no muy lejos, a Manel de Mormont que se dirige hacia allí. En ese momento está convencido que toda la ayuda posible será bienvenida. 

-David, veo que está llegando Manel. Si os parece bien, lo esperaré y le comunicaré que vos ya habéis avanzado hacia el torreón. El camino a partir de aquí no tiene pérdida. 

Le indico a Daniel como llegar al torreón y cuando le veo marchar hacia el bosque, aprovecho para repasar que todos los caballos estén bien atados y seguros, y repaso mis armas por si la cosa se pudiera complicar. 

Manel no tarda en llegar. Al verme entiende perfectamente que ambos estamos del mismo bando y me lanza una pregunta a la que no me es fácil contestar. 

-Manel, estoy convencido del bando al que me he unido. Voy a hacer todo lo posible para salvar el alma de Vicenç, a quien quiero como un hermano, pero si, como muy bien dices, su alma ya no habita ese cuerpo, seré consecuente con lo que haya que hacer. 

Y juntos subimos la última cuesta hasta el torreón a la espera de lo que allí pudiera acontecer. 

Todo lo que decía me sonaba del pasado, pero me mantenía imperturbable. Podía ser una artimaña de ese sujeto para sacarme una confesión, moriré antes de poner en peligro a los Mormot. Respondí, haciéndome el tonto a su historia, aunque sabía perfectamente de lo que hablaba.

Suela a los últimos momentos de gobernación del anterior Mormot. Pero no entiendo que tiene que ver eso contigo.

¿Qué tiro?

A medida que empezasteis a subir la montaña, una densa niebla os engulló. Dionís, que conocía esos bosques, guiaba la marcha, a tientas a veces, con la única compañía de un aullido lejano en la distancia, magnificado por la resonancia de la bruma. Pero esos aullidos... no acababan de ser de este mundo.

Sólo Manel recordaba haberlos oído con anterioridad, en esos mismos bosques...

-- ¿No me reconoces, anciano?

>> Te refrescaré la memoria. Soy yo, Ger--

En ese momento se abrió la puerta y una gran luz iluminó el lugar. Cuando te repusiste, el jinete ya no estaba. En su lugar, Hassan ben Saghr, vestido con una capucha negra, se acercó a ti.

-- Gracias a Dios que os encontráis bien. Deprisa, puedo sacaros de aquí, si lo deseáis. La salud del barón ha empeorado.

Y, mirando a los dos guardias inconscientes, te dijo

-- Ese loco quiere terminar con la Casa Mormont.

Rápido, llévame ante el barón. Tenemos que salvar su vida. O este lugar volverá a convertirse en una encarnación del infierno.

Me levanto algo dolorido y lentamente. El frio de una mazmorra no es un buen lugar para un anciano.

Sabéis donde está mi bastón, pregunte, aunque estaba claro que el no sabría la respuesta. Espero encontrarlo de camino al Barón.

-- Pensad, mi señor, que depués tendréis que huir. Si ese hombre vuelve, os condenará a la hoguera por relapso.