Partida Rol por web

- Creo que tía Antoniette me hacía dicho algo - respondió Helena mientras su piel se erizaba ante las caricias de su amante. - Pero no creo que ahora se arrepientan de que seas policía. Después de todo le salvaste la vida, y la familia entera tiene mucha fe en que solucionaras este asunto del secuestro.

Mientras hablaba, Helena había puesto uno de sus dedos en el cuello de Leonard, entreteniéndose en bajarla con la misma lentitud con la que había acariciado la espalda del policía; y cuando respondió a la otra pregunta, su mano acariciaba el pecho del hombre con experticia.

- No conozco mucho a los Von Hausen, pero sí he podido observar que tienen un carácter fortísimo, como si no temieran de aplastar egos y cabezas en su camino, lo que les hace bastante éxitosos en la vida. Por lo menos, el señor Adolf es así, y en su mirada puedes leer que no le preocupa quien le ataque porque él se considera más fuerte. Tu padre, el señor Walther, también es así, y aunque es más afable que tu madre, se ve a leguas que no temera acabar con quienes se interpongan en su camino. Tú te pareces mucho a él, querido, aunque quieras negarlo, o eso me parece que intentas hacer.

-Uno puede ser decido y firme sin que eso signifique menospreciar al resto de las personas. En parte me alegra ser Archer y no Von Hausen- reveló mientras disfrutaba de las caricias de la mujer –Si sigues así creo que tendremos que interrumpir el interrogatorio nuevamente- dijo medio en broma medio en serio pero con la absoluta convicción de no querer que Helena dejase aquellos mimos. Decidió jugar un poco con ella entonces.

Se volteó para quedar completamente de costado a ella, el brazo izquierdo debajo de su propio cuerpo y el derecho acariciando la piel de la mujer. Su mano se deslizó con la misma lentitud que ella había utilizado acariciando desde el pecho hasta la pierna derecha, luego se movió hacia el interior del muslo y finalmente se posó sobre su sexo acariciándolo con delicadeza pero de una manera sostenida que buscaba encender nuevamente la pasión en la joven mujer. Mientras lo hacía recorrió el cuello de Helena con su boca, ella se había relajado y comenzaba a disfrutar de las caricias, al llegar a su oído le susurró.

-Y que hay de la otra parte de la familia ¿Qué puedes contarme de ella?- dijo refiriéndose a los Salisbury

Helena cerró sus ojos para disfrutar de aquella caricia mientras su cuerpo se iba alimentando nuevamente del deseo lujurioso; dispuesta a responder a la pregunta, pero cuando abrió la boca, y para deleite del joven, un gemido de placer salió de ésta y la muchacha abrió sus párpados de un golpe, asombrada y a la vez extasiada. Su mano temblorosa se aferró con fuerza al fuerte brazo de su compañero como pidiéndole que se detuviera, pero Leonard, demasiado contento de tener a aquella mujer bajo su poder siguió con su deliciosa tortura, arrancando gemidos más altos y con más frecuencia de su bella víctima.

Y entonces mientras Helena se retorcía placenteramente ante sus caricias, Leonard comprendió la diferencia entre aquella joven y su amada Chantal. Las dos eran ciertamente de las mujeres que el mundo tildaría de exóticas, pero con Chantal, aunado a que la amaba, sentía aquella necesidad de tratarla con suma delicadeza, como si se fuera a desvanecer en sus manos, por ello en cada encuentro sexual buscaba que se sintiera amada y segura con él más que su propia satisfacción como hombre.

Pero con Helena no había esas delicadezas. Ella lograba sacar lo peor de él, su lado maligno, ese que el policía había tratado de reprimir con apenas éxito. Con su voz melosa y su sinuante comportamiento, la mujer lo desalmba por completo, ofreciéndole su cuerpo para consumar aquella pasión reprimida desde la muerte de Chantal. Y lo peor del asunto es que a Leonard le gustaba, le agradaba poder echar al amor de un lado y mostrarse más visceral, hasta cierto punto animal; y mientras su joven amante regalaba muestras de placer a su oído, el policía sonrió maligno.

- ¿Has echo alguna vez esto con Minerva... - dijo Helena de repente -... o soy yo la única que tiene el placer?

Si Helena había pretendido quitar toda libido de Leonard lo había logrado al mencionar el nombre de Minerva. Desde que Chantal fue asesinada la mente, el alma o algo en Leonard había disociado el amor y el cariño del apetito sexual. No sabía por qué pero no había podido aproximarse sexualmente a Minerva y en cambio a aquellas mujeres que había deseado no había sido capaz de querer.
Al escuchar aquel nombre la imagen de Minerva se formó en su mente y se sintió extraño. Su mano se detuvo de inmediato y la retiró con cuidado del cuerpo de la mujer. Se apartó un poco de ella y se quedó mirando el techo con ganas de salir corriendo de aquella habitación. Incapaz de actuar esperó ver como reaccionaba Helena

Helena miró a Leonard recostarse de nuevo en la cama sin mostrar emoción en su mirada. Casi al instante cambió de posición, recostando parte de su cálido cuerpo sobre el del hombre, juntando su pierna derecha con la izquierda de éste y acariciando su mejilla con movimientos lentos, pero a la vez conciliadores.

Se quedó así bastante rato mientras el corazón del policía latía en una mezcla de ira y reticente deseo. Su mirada permaneció fija en el techo como aquel recuadro blanco fuera más interesante que la mujer a su lado, y se hubiera quedado así sino fuera porque sintiera algo humedo en su brazo. Giró levemente sus ojos para observar como el pecho de Helena se agitaba de forma extraña. ¿Acaso estaba llorando?

Leonard se sintió confuso, no se creía del todo aquel llanto pero tampoco podía asegurar que fuese falso.

Respiró profundamente mientras llevó su mano a la cara de la mujer y la acarició con dulzura. Se sintió tonto, ni siquiera sabía cien por ciento porque había reaccionado así. O quizás fuese que no quería comprenderlo.
Secó las lágrimas de la mujer con su dedo y se acercó más a ella para besar su cabeza sin dejar de acariciarla mientras la abrazaba.

-Perdóname, no tuve intención de hacerte pasar un mal momento. Me molesté conmigo, no contigo.- hizo una pausa meditando si convenía decir lo siguiente y decidió que no le importaba -Verás, desde que asesinaron a Chantal he tenido algunos problemas con... las mujeres. No conocí a ninguna que lograra despertar lo que has despertado tu y cuando mencionaste a Minerva... ese fuego desapareció en un instante ... me sentí avergonzado por no poder continuar...-

Miguel frunció el ceño, mirando a Susan como si fuera una cucaracha a la que aplastar, pero entonces, y de nuevo para sorpresa de la joven, éste sonrió.

- Será que la que no sabes de lo que hablas eres tú. Primero, ya no te amo, pero por eso no soy ciego a la realidad. No te discuto que estabas cansada de mí, pero sí que después de mí han pasado mejores hombres que yo, porque sino ¿ya no estuvieras casada con tu millonario príncipe azul?

El hombre amplió su sonrisa burlona antes de continuar:

- Si no te he hablado de mi socio es porque le tengo tanto respeto que prefiero ocultar su identidad, no porque tema - cosa que me da risa que sugieras - que te enamores de él o ella, sino porque esta persona es muy importante para mis negocios y para quien trabajo. Y las informaciones se consiguen buscando y preguntando, querida; y tanto tú como yo sabemos que mi información es correcta.

Miguel le guiñó el ojo a Susan y luego desapareció, para aparecer minutos después con una taza de latón en una de sus manos, objeto que depositó cerca de Susan.

- Te irás cuando tengas que irte, no cuando tu quieras, claro, si es que sales viva. - Señaló con la cabeza a la taza. - Y será mejor que desayunes, porque te queda una jornada muy larga.

Dicho esto le sonrió a la joven, se giró y se fue, perdiéndose de vista.

Helena sacudió la cabeza, alborotando sus cabellos rubios mientras negaba.

- No soy yo quien tiene que perdonarte, sino tú a mí. Por estúpida te hice sentir incómodo, y nunca desee hacer eso.

La joven muchacha parecía realmente apenada, con sus ojos aún soltando un par de lágrimas, y su rostro expresando tristeza; y Leonard, observándola, se preguntó si aquella chica que se sacudía de tristeza era la misma que momentos antes había reclamado sus fuerzas en un intenso encuentro sexual.

-Ya está, no permitamos que se arruine un momento tan hermoso. ¿Me das un beso?- preguntó con timidez temiendo empeorar las cosas. Luego agregó -Ibas a contarme sobre los Salisbury. ¿Todavía tienes ganas de hacerlo?-

Río levemente-Oh para nada, no soy ese Ian Brown, aunque me halaga saber que alguien que se llama como yo y apellida igual, es alguien famosete-Sonrío.
Tras una breve pausa en la que doy un trago a mi whisky-Yo me dedico a otra cosa, a otro tipo de trabajo, pero...¿Qué hacemos hablando de trabajo?, que le parece si hacemos algo interesante-Miro al rededor-¿Le apetece una partidita de póker?, algo rápido, mientras hacemos tiempo.-Así gano algo de dinerito extra.

Helena asintió con la cabeza, mostrando una sonrisa tímida en su hermoso rostro, y se alzó para besar los labios de Leonard por unos pocos segundos. Echo esto, lanzó un suspiro y dijo, elevando un poco los hombros:

- De los Salisbury no hay mucho que debes saber. Somos una familia pequeña. Sólo quedan vivos mi tía, quien dirige la casa, y mi hermana, pero esta casada y se ha mudado a París, donde tengo años sin verla. Mi padre está muerto, así como mi tercera hermana, que era la menor. Pero no te apenes, murieron hace ya bastante tiempo.

- Excelente - dijo el hombre, al parecer bastante contento. - Si usted invita las cartas, a mí me gustaría invitar algo para picar. Después de todo, estoy siendo atendido por la cordialidad del Café, suerte que no veo porqué dejar de compartir.

-Tengo la sensación de que hay algo que me estas ocultado. ¿Vas a obligarme a obtenerlo por la fuerza?- dijo sonriendo mientras se colocaba sobre la mujer y la besaba. La imagen de Minerva se había ido y la atracción por Helena comenzaba a resurgir.

Helena negó con la cabeza con gesto preocupado, pero al ver la sonrisa del policía y la boca de éste acercarse a la suya, la mujer se relajó y, cruzando sus brazos alrededor de la espalda de Leonard, se entregó a aquel beso.

Si bien la pasión y el deseo seguían siendo dueños de las acciones entre la pareja, aquella entrega era en cierto punto más tranquila que la anterior, como si entre Helena y Leonard hubiese un permiso no expresado para explorarse mutuamente y grabar a fuego lento cada detalle del cuerpo del otro. A la vez que se besaban, las manos de la mujer recorrían con lentitud el cuerpo de su amante, una subiendo por la espalda del policía hasta su nuca y la otra bajando hasta donde pudiera llegar; mientras que las del hombre se deslizaban con la misma falta de premura por la figura de su compañera, dibujando su cintura y acariciando sus piernas, donde una mano decidió quedarse para hundir sus dedos deseosos de apodearse de todo lo que aquella encantadora rubia tenía para ofrecerle.

La boca dio paso al cuello, donde el policía clavó su rostro mientras su amante elevaba la cabeza para dejarle más piel para besar, y luego al pecho, donde el policía se dio a la tarea de probar una vez más los senos de la joven, como si fueran la fruta más deliciosa. Pronto Helena empezó a regalarle a los oídos de Archer deliciosas muestras de placer, haciendo crecer el deseo de algo más en el alma de los dos, hasta que, ya imposibilitados de esperar más tiempo, Leonard penentró en el cuerpo de su amante con sutileza.

Helena arqueó su espalda en una oleada de placer, pero antes que de que ésta pudiera volver a recostarse, Leonard interpusó uno de sus brazos y unió su pecho al de ella, rozándolos en cada penetración y aumentando sus propias ansias de satisfacción. Su hermosa amante se dejo hacer, mostrando su goce con gemidos cada vez más altos, a los que el joven hombre no se tardó en copiar.

Minutos después los cuerpos de ambos se estremecían por la llegada del orgasmo. Leonard sintió las manos de Helena aferrarse a su espalda mientras que las suyas ceñían la cintura de la mujer, estrechándola para acercarla aún más a ella. Sintió como la mujer se deslizaba a la cama, con una sonrisa de éxtasis; y él hubiera hecho otro tanto sino fuera porque el panorama ante sí había cambiado.

Frente a sus ojos no estaba la habitación de Helena, sino un recibidor envuelto en llamas. Por todas partes se escuchaban voces frenéticas, pidiendo auxilio o un poco de agua para apagar el infierno que les consumía. La madera sobre su cabeza crujía mientras más personas se acercaban a él, suplicando por un poco de misericordia.

Con sus ojos muy abiertos a un terror que nunca había visto en sus años de policía, los pies de Leonard se empezaron a mover hacia atrás, hasta que chocó con una especie de vidrio. Se volteó sobre sí mismo para enfrentarse a un espejo gigante, sobre el que pendía amenazante una placa que ponía en letras rojas "Carnival". Sorprendido, trato de huir, pero entonces su cuerpo tropezó, cayendo aparatosamente a un suelo cubierto de cenizas y madera muerta.

Se levantó rapidamente, barriendo la zona para encontrar el objeto con que había tropezado, para darse cuenta de que no era un "que", sino un "quien". Allí en el suelo había una mujer con un charco de sangre envolviendo su menudo cuerpo. Tratando de ayudarla, Leonard se acercó sólo para darse cuenta que aquella era Chantal, con su vientre abierto en canal y su boca ligeramente abierta, de la que nunca salió su último adiós.

Y entonces, mientras su cuerpo se revolvía entre la tristeza y la rabia, escuchó un par de risas malvadas detrás de él. Se volteó con su arma en su mano, sin saber muy bien de dónde había salido, para encararse a dos figuras femeninas, de la que sólo veía sus largas cabelleras negras.

Sin pensarlo mucho apuntó su arma a aquellas, pero antes de que pudiera disparar la realidad frente a sus ojos volvió a cambiar para encontrarse de nuevo en el cuarto de Helena; pero la mujer envuelta por sus brazos no era ella, sino una chica de fríos ojos ambarinos con un largo cabello negro. A su lado derecho escuchó una risita burlona, y cuando giró la cabeza observó a una mujer parecida a la vista antes, quien dijo con voz dulce, pero a la vez hiriente:

- ¡Caíste!

Y dicho esto se desvaneció, así como aquella pesadilla; y cuando la rítmica respiración de Helena bajo él y la tranquilidad de sus caricias se sentía tan cansado como si hubiera corrido una maratón.

- ¿Estás bien? - preguntó la muchacha, mirándole preocupada. - Te dormiste y estuviste temblando mucho, como si tuvieras fuertes pesadillas.

Susan rió, solo para hacer enojar nuevamente a Miguel.

_Jajaja con que le tienes miedo a tu socio, que en realidad es tu jefe... Ya veo, incluso cuando pareces tener el poder no eres más que una mula.

Susan luego dejó que Miguel se alejara, no quería saber más de él. Se bebió casi de un sorbo el contenido de la taza. Era te. Muy rico, le dio calor, pero sentía hambre.

Miró a su alrededor nuevamente, intentando reconocer el lugar. Estaba sola en ese momento, podía observar con más detenimiento que cuando estaba junto a su ex pareja. Buscó ventanas, si pudiera ver fuera podría saber a dónde la habían llevado.

Una vez que no tuvo nada más que hacer en esa habitación, fue por donde antes se había ido Miguel. Seguía queriendo algo para comer. Realmente sería una jornada larga.

-Caiste-

Esa fue la única palabra que la criatura de su pesadilla le dedicó.

Su mente empezó a tratar de comprender lo que ese sueño intentaba revelar. ¿Sería culpa quizás? No, no había hecho nada por lo que debiera sentirse culpable. ¿O si? Se sentó en la cama y escuchó la lejana voz de Helena.

-Si, estoy... bien. No te preocupes- dijo todavía algo perturbado. -¿Recuerdas que fue lo que dije mientras dormía?-

Una vez la mujer terminó de relatar lo que había dicho se incorporó.

-Me encantaría pasar el resto del día aquí contigo. Pero no encontraré a Peter así- se inclinó y besó a la mujer, luego comenzó a vestirse.

-Al final nunca respondiste mi pregunta- anunció mientras dirigía su mirada a las maletas -¿Piensas mancharte pronto?-

Una vez vestido abandonó la habitación decidido a tomar un rápido baño. Ya aseado recorrió el caserón en busca de Minerva. Cuando la halló se acercó a saludarla con una sonrisa y le dijo.

-Tengo tarea.- agregó con un gesto indicándole que la siguiera -Necesito que hables con Jesson y le preguntes si consiguió lo que le encargué. Luego quiero que escarbes en el pasado de Helena Salisbury. Hay algo en ella que no termina de gustarme y no sé que es- caminaron hacia el exterior de la casona -Te llevaré a la ciudad en mi motocicleta y luego regresaré aquí, llámame en cuanto tengas novedades. Respecto a Helana... ve profundo pero con discreción. ¿De acuerdo?-

Susan observó el lugar sin encontrar más que ventanas muy pequeñas y paredes donde parecía no haber puertas. Palmoteó cada centímetro del maltrecho apartamento, pensando con rabia en el cuchitril en el que Miguel se había atrevido a meterla, pero tras estudiar aquel pequeño cuartucho no encontró nada.

¿Por dónde demonios había salido Miguel? Susan, quien tenía poca fe en lo esotérico y mágico, sabía que por allí debía de haber una puerta tan bien oculta que sólo el dueño del hogar – si es que a ese cubículo podría llamársele así – conocía.

Frustrada, dirigió sus pies a la cocina, o a una pared donde descansaba toscamente una nevera, una estufa eléctrica y un lavavajillas tan sucio que estaba negro. Segura de no tocar aquel objeto, se dirigió al refrigerador, donde, para su sorpresa, había un variopinto abanico de alimentos.

Carne roja y jugosa, dos o tres bandejas de pescados, una bolsa para papas fritas instantáneas, bastantes bolsas de pan, jamón y queso en grandes cantidades, vegetales varios y demases se encontraban allí, mal arreglados, pero por lo menos frescos.