Partida Rol por web

Aquellas palabras sobresaltaron a Robert. Él, que aunque estuviera involucrado con sus compañeros en el submundo de La Ciudad siempre había sido un hombre que prefería mantenerse alejado del peligro, estaba frente a frente con mafiosos. Mafia. Dicho así resultaba una palabra lejana, más propia del cine de los años 50 o de poderosas novelas. Pero allí estaba esa mujer acompañada de algunos matones, comunicando abiertamente que se dedicaban al mundo de la extorsión y la violencia. Y además, tienen dones como nosotros.

El bibliotecario metió las manos en los bolsillos para no reflejar que tenía miedo.

No era como zurrar a unos delincuentes en la calle, merodear por lugares abandonados o escudriñar las tinieblas que envolvían La Ciudad. No, allí había peligro real y estaban, por si no fuera poco, en clara desventaja. Esa mujer tenía los dientes afilados como un tiburón y seguramente era la responsable de muchas muertes. Su mente estuvo tentada de recordarle cómo sonaban las notas "E" y "F" que componían el tema principal de Jaws pero Robert no estaba para bromas y se obligó a centrarse en lo que tenían ante ellos. Ni siquiera pudo fijarse en qué hacía su compañera pues no dejaba de mirar esos dientes puntiagudos.

—Eh... —se dio cuenta algo tarde que Amanda esperaba que él hiciera algo, pero estaba bastante perdido en una situación tan tensa—. Mira... nosotros no somos nadie, un par de curiosos que quizás han ido demasiado lejos. Podemos irnos ahora mismo y podéis olvidaros de que hemos estado aquí.

«Ups!»

Parece que se había pasado de fuerza con el golpe de viento y ahora tenía un coche destrozado y ninguna forma fácil de alejarse de aquí. Menos volando, claro. Cualquier posible testigo seguro que lo racionalizaría en caso de verles y, en todo caso, sólo recordaría a uno de los matones de Falzoni. Se agachó y sacó de la bota una navaja automática. Ignorando de momento a los dos policías, se acercó al coche para cortar los tubos de combustible y aceite que alimentan al motor, aprovechando que el vehículo se había quedado sin capó.

Tomándoselo con relativa calma, hizo un muro de vacío a su alrededor, que aislaría cualquier combustión por la ausencia de oxígeno y la onda expansiva de una explosión con la ausencia de un medio mecánico por el que transmitir la presión. Encendió un zippo y lo lanzó al chorro de combustible, alejándose rápidamente para recoger los cuerpos, ponerles sus propias esposas y subirlos a la azotea con un chorro de aire.

Localizó a Sam y le hizo un gesto para que se acercase, justo en el momento en el que notó la vibración de su teléfono. Le había quitado el sonido para que el tono no pudiera alertar a los dos policías. Lo miró en el tiempo que tardaba en reunirse con Samantha y vio que se trataba de Ary. Descolgó, y contestó sin darse cuenta de que seguía con la voz de Jack.

— Dime... — dijo sin más.

Las sospechas de Sam se materializaron al escuchar el estruendo del coche al dar una vuelta de campana. Se quedó parada durante unos instantes algo perturbada por lo que acababa de ocurrir. “¿Qué demonios estoy haciendo aquí?” Estaba claro que Izzy podía valerse por sí misma y Samantha prefería usar medios algo más sutiles y, cuando algo se descontrolaba, la oscuridad eliminaba casi todas las huellas.

A su mente vino el fugaz pensamiento de Dino solucionando sus problemas personales mientras ella sacrificaba tiempo con Rob por investigar. No lograba engañarse. No estaba furiosa con el “abuelo” sino consigo misma. Sacudió la cabeza tratando de alejar aquellos pensamientos pero esa intensa furia no desapareció. Alzó la vista y se lamentó por los dos policías corruptos que Elisabeth acababa de capturar.

Ascendió a toda velocidad sobre una columna de oscuridad y se bajó de la misma con un ágil salto antes de que desapareciera en el aire. Vio el rostro del matón centrado en el teléfono pero se trataba del terminal de Izzy, podría ser que alguien tuviera nueva información. Se acercó con ligereza mientras sus pasos resonaban en la azotea. Aún oculta con una máscara de sombras, envolvió a los prisioneros en una cúpula de oscuridad como había hecho con los matones. No temía tanto que los vieran sino que ellos supieran dónde estaban.

Sin pensarlo dos veces, creó un cuchillo de oscuridad al tiempo que golpeó el rostro de Kaminski fuertemente con el dorso de la mano para obligarlo a despertar. Tenían que actuar con rapidez, con la escena que habían formado la policía no tardaría en llegar. Colocó el cuchillo en el cuello de aquel indeseable. Las manos le temblaban a causa de la furia y la frustración. Los nudillos se le habían quedado blancos por la fuerza con la que sujetaba el arma. Tenía claro cuales serían las primeras palabras que escucharía aquel imbécil en cuanto abriera los ojos.

- Grita y será lo último que hagas en tu miserable vida.

Izzy descolgó el teléfono, pero las voces que oía al otro lado no parecía que hablaran con ella.

- Quizás sea algo que podamos hablar con tu jefe... ¿o eres tú la que manda?- decía Amanda.

- Mira... nosotros no somos nadie, un par de curiosos que quizás han ido demasiado lejos. Podemos irnos ahora mismo y podéis olvidaros de que hemos estado aquí- aunque se oía más alejada, aquella era sin duda la voz de Robert. ¿Qué demonios estaba pasando?

Mientras tanto, Sam se encargaba de despertar a Kaminsky por las bravas, poniéndole un cuchillo hecho de oscuridad en el cuello.

- Grita y será lo último que hagas en tu miserable vida.- dijo.

El poli levantó las manos en señal de rendición, y se quedó a la espera de ver qué quería aquella loca, y si podría salvar el pellejo.

- Vale, vale, tranquila. ¿Es que he cabreado a los jefes? No sé qué pensáis que he hecho, pero os juro que no me he ido de la lengua ni nada parecido.- obviamente, aún pensaba que Izzy y Sam eran miembros de la banda de los Falzoni.

Delia ladeó la cabeza para observar a Robert y Amanda. Estos no sabían muy bien cómo interpretar el gesto, parecía curiosa o incluso divertida, aunque por otro lado podía ser el gesto de un depredador estudiando a sus presas.

- ¿En qué quedamos entonces? ¿Queréis hablar con mi jefe o que os deje marchar a vuestra casita?- dijo con sorna.- ¿De verdad sois vosotros los que disteis una paliza a Jack sin apenas despeinaros? Creo que os había sobreestimado.

El comentario vino acompañado de risas por parte de los otros cuatro matones, y en ese momento Delia pareció darse cuenta de que existían.

- Muchachos, largaos. Creo que me puedo ocupar yo sola de estos dos entrometidos.- dijo, y los otros obedecieron, saliendo de la habitación y cerrando la puerta tras ellos.

- Bien, ¿por dónde íbamos? Ah, sí, estabais a punto de explicarme por qué no debería haceros pedazos ahora mismo y dar de comer vuestra carne aquí a mis amigos.- dijo, señalando el tanque con los dos escualos.

El viento trajo las voces de Ary y Robert desde el teléfono de la detective. Parecían estar hablando con otra persona, como si hubiera llamado por error pero aquello no parecía algo que la hacker hiciera normalmente.

- ¡Jack! - dijo tras dudar un segundo para no llamar a su compañera por su verdadero nombre. - ¿Dónde está el “librero”?

Luego, su atención volvió a centrarse en el agente corrupto. Parecía que aquel insensato no se estaba enterando de nada o podía ser que el brutal impacto de viento de Izzy lo hubiera dejado demasiado aturdido. Alejó un ápice el cuchillo de la garganta de Kaminski como si le diera un voto de confianza mas no bajó la guarda. Aquello podría tratarse de una jugarreta.

- Pues tenemos un topo en la organización. Cuando fuimos a la pizzería nos estaban esperando. - respondió al policía con severidad. - ¿Quién te hace llegar las órdenes desde arriba y quienes son tus contactos? ¿Alguien más te ha llamado estos días?

- Bueeeeno… ambas opciones no son mutuamente excluyentes, señora… ¿tiburón? – aventuró a tientas con un tono de voz un poco elevado, sin llegar a gritar, pero que unido a que su voz ahora mismo era media octava más alta podía atribuirse fácilmente al nerviosismo y el miedo, que no eran cosas que tuviera que fingir realmente en ese momento – Puede dejarnos marchar a nuestra casita y podemos concertar una entrevista con su jefe cuando a ustedes les venga bien… - prosiguió – Quizás aquí, en este… lóbrego y precioso acuario… he de reconocer que las paredes derruidas le dan un toque modernoguerracivilista muy chick… - siguió nerviosa – pero lo mismo prefiere que nos reunamos en otro lugar. – tragó saliva. ¿Aquella era toda la información útil que podía darle a las chicas? ¿La ubicación? No…

- Entiendo que no le parezcamos mucha cosa para usted… incluso aunque haya mandado a sus cuatro secuaces a la habitación de al lado… y nos tenga aquí… bueno, más que contra las cuerdas, contra el acuario del tiburó, jejejeje – se rió nerviosa - ejem… literalmente… - se le cortó la risa – Pero como bien deduce no fuimos nosotros quienes les dimos esa paliza… a… a sus otros secuaces… esos fueron nuestros amigos. Y ellos se lo tomarían muy a lo personal si nos pasara algo… ¿sabe? – no pretendía amenazarla, pero era la verdad, o eso esperaba – Yo creo que podríamos hablar todo esto con calma y llegar a algún tipo de acuerdo… - las ideas para ganar tiempo se le empezaban a agotar, pero empezaba a formar un esbozo de plan… Si Mahoma no va a la montaña, la montaña va a Mahoma…

Quizás el evidente nerviosismo de Robert, nada fingido, había calado hondo en la mujer. O quizá era tan abrumadoramente fuerte que no necesitaba secuaces para deshacerse de ellos dos. El bibliotecario torció el gesto: él y Amanda se manejaban bien a la hora de obtener información y moverse sin ser vistos, pero los brazos fuertes del grupo eran sus otros compañeros y estaban vete-tú-a-saber-dónde. Si las cosas se torcían, tendría que usar la fuerza bruta del libro.

Posó la mano en su regazo para que Amanda supiera que estaba listo para leer un cuento si Delia no caía en sus artimañas.

Samantha escribió:

Kaminsky parecía genuinamente asustado.

- Oye, oye, yo no soy el topo, ¿vale? Yo solamente hablo con Delia. Justo esta mañana he hablado con ella para advertirle sobre un tipo en mi comisaría, se llama Mac, que estaba fisgoneando sobre el tipo al que se cargó vuestra jefa en la Plaza Miller. ¡Soy un tipo leal, joder!

Amanda seguía intentando ganar tiempo, esta vez con la clásica táctica de “como te metas conmigo, vendrán mis amigos y tendrás problemas de verdad”. Robert optó por callarse, mientras manoseaba nervioso su Libro, por si tenía que intervenir en la historia.

Delia sonrió de nuevo, mostrando aquellas filas de dientes afilados.

- Pues espero que vuestros amigos no tarden en llegar. Odiaría que se perdieran la fiesta. Venga, pececitos, ¡vamos a jugar!

Un segundo después de decir esto, Amanda y Robert lo primero que notaron fue un frío intenso. Entonces vieron con horror que la habitación estaba completamente inundada de agua de mar. Luchando contra el pánico por quedarse sin aire, vieron que Delia flotaba tranquilamente en el agua delante de ellos, sin ninguna dificultad para respirar. Dentro de aquella oscuridad, el haz de la linterna de Amanda reveló que la mafiosa se lanzaba nadando a por ellos.

- Pues espero que vuestros amigos no tarden en llegar.

La frase le erizó los pelos de la nuca a Ary. Quizás no hacía falta entender a la gente como ella lo hacía ni ser aficionada a la psicología¹, pero reconocía la amenaza implícita en su tono; ya no eran las fanfarronadas de antes, iba a actuar.

Se concentró en Izzy y Sam. Necesitaba encontrarlas estuvieran donde estuvieran en la ciudad², no podía esperar más a que llegaran. Esperaba que estuvieran disponibles. Buscarlas podría llevarla desde unas fracciones de segundo, que ya estaba estirando al máximo³, hasta varios segundos. Puede que no tuviera tanto tiempo, necesitaba un atajo, un hack… necesitaba pensar fuera de la caja⁴. ¡El móvil! Podía utilizar la señal del móvil que navegaba por las antenas como ancla⁵, como hilo por el que seguirlo.

- Odiaría que se perdieran la fiesta.

El tiempo se acababa. El enlace funcionaba. Sus poderes siempre funcionaban mejor cuando usaba la tecnología… pero las malas vibraciones del lugar, o quizás los propios poderes de la tiburona, estaban interfiriendo… volvía a ver esas criaturas tentaculares ciñéndose sobre ellos…⁶ quizás era una premonición de lo que estaba intentando conjurarles encima la tiburona… ¡Ya las veía!⁷ ¿o no? A simple vista parecía otro tipo, pero… Izzy podía cambiar su aspecto… pero Amanda podía ver a través de él, podía ver a su amiga debajo de ese disfraz⁸. Los que las acompañaban no eran más que personas normales⁹, era fácil verlo en el sudor frío que les perlaba la frente, la mirada aterrorizada por lo que sea que acabaran de hacer las dos (seguramente habían conocido a Umbra… podía entenderles)… no darían problemas, era seguro saltar junto a ellas.

- Venga, pececitos, ¡vamos a jugar!

Podía ver formarse el agua a su alrededor a cámara lenta. ¡La estaba creando de la nada! Las fracciones de segundo se acababan. Corrí junto a Robert¹⁰, subió su brazo con el libro y se lo puso junto al pecho, le puso el otro brazo por encima… así no se perdería, no se lo perdonaría si perdía su bien más preciado… le podía entender, sería como si ella perdiese su portátil multiplicado por mil. Cogiéndolo de la cintura corrió junto a Delia. El agua ya los rodeaba y tenía que vencer una densidad a la que no estaba acostumbrado y… ¡se había olvidado de coger aire con todo el correr!¹¹ Notaba como le faltaba el aire, la sensación de los pulmones quemando, la ansiedad de no estar acostumbrada, el instinto de supervivencia… quería salir de allí, tenía que salir de allí… pero no ella sola, no. Tenía que llevarse a los dos. Notaba la densidad, como agua… no, como melaza… no era el agua lo que la estaba frenando era el propio tejido del espacio-tiempo resistiéndose al esfuerzo descomunal que estaba realizando¹².

Si no saltas con ellos Robert morirá. No podrá usar su libro. No puedes dejarlo tirado. Siempre, siempre, siempre, os cubrís las espaldas en el equipo. Es lo que os mantiene unidos.

Siguió empujando por la melaza. Podía sentir el final al otro lado. Pronto podría atravesarla.

Venga. Tú puedes. Tienes que llevarla también a ella. Izzy y Sam se encargaran de ella. Ellas os protegerán.

¿Y Dino? ¿Dónde está ese dios nórdico cuando había una buena pelea?

El aire regresó a sus pulmones¹³. Se alejó de Delia llevándose consigo a Robert. Se acurrucó junto a él en una esquina para que lo que fuera pasase a continuación no les pillase de por medio. Robert parecía estar recuperando también la respiración. Delia por el contrario parecía un pez fuera del agua y estaba desorientada.

- ¡Reventadla! ¡Reventadla! ¡Es la mujer tiburón! ¡Rápido! ¡Puede invocar agua! ¡Fuera de ella es vulnerable! – les gritó con un tono más histérico de lo que pretendía. Había logrado mantener la cabeza fría¹⁴ durante toda la situación, pero ahora la adrenalina le estaba golpeando por todo el cuerpo, se había esforzado al límite de sus capacidades y ahora necesitaba descansar¹⁵.

Un frapuccino. Y un donuts. Una docena de donuts. Voy a asaltar el puñetero Mr. Donuts cuando Izzy y Sam acaben con esa hija de tiburones.

Apretando los puños y sosteniendo una mueca de asco bajo la máscara de oscuridad, la mujer contuvo las ganas que tenía de golpear al poli corrupto. Aquel estúpido parecía estarse tragando todo lo que Sam le decía y no tardó más de un minuto en cantar. No obstante, eran las palabras que se escuchaban a través del teléfono las que captaban su atención. Las cosas no parecían ir demasiado bien y la intervención de la mujer que desconocía no le gustó un pelo. Miró a Kaminsky y a Izzy alternativamente un segundo. “Delia...”

Se puso en pie para acercarse a la inspectora polimorfada en matón cuando, de la nada, aparecieron Ary y Robert acompañados de aquella mujer. Algo confusa por lo ocurrido, Sam titubeó un segundo¹ pero las palabras de la hacker no hicieron más que confirma sus sospechas y ella tenía razón. No estaban en el agua sino en el interior de su cúpula de oscuridad², rodeados de sombras. Estaban en su elemento.

Sam se abandonó la furia, al odio, a la violencia... a Umbra. Sin embargo, algo cambió respecto al interrogatorio de aquellos matones. En aquel momento se aferró a la imagen de su único amor para no hundirse en el infinito vacío. Ahora lo usaba a él³ para encauzar el torbellino de sentimientos y poder que bullían en su interior sin la menor esperanza de no perderse en ellos. Estaba dispuesta a pagar el precio.⁴ Aquella misma tarde había comprendido que el sacrificio que comenzó con el pacto con Umbra no terminaría hasta que las calles de la ciudad estuvieran limpias y la gente pudiera ser libre de salir sin miedo. Sabía lo que era vivir en un barrio controlado por criminales y matones. Sabía lo que era sentir el miedo al volver a casa tras hacer doblete con las calles oscuras.⁵ Sabía cómo sonaban los llantos y los gritos de madrugada. Y sabía lo que tenía que hacer. Debía pagar a Rob lo que él mismo le había entregado hacía ya años, la libertad⁶ de vivir su propia vida. Él siempre la había cuidado y animado, incluso en los momentos más oscuros⁷. Ahora ella le devolvería el favor.

La miró fijamente, ella parecía desconcertada. Sam no dudo. No hizo el más mínimo movimiento, tan sólo se quedó frente a ella mirándola a través de la máscara de oscuridad que en aquellos momentos se deformaba, crecía y se enredaba por todo su cuerpo. La coraza tomó la efigie del verdadero rostro de la oscuridad⁸. Una imagen totalmente aterradora capaz de desconcertar al más osado.

- Matadla. Ahora. - ordenó con dureza pero sin la necesidad de levantar la voz.

Las tinieblas se agitaron⁹ alrededor de Delia, tejiendo una fina red que le impediría escapar. Un ejército de sombras¹⁰ se materializó tras ella armado con toda clase de hojas, cuchillas y macabros instrumentos de tortura forjados con la mismísima negrura¹¹. Umbra no dijo nada más, sus vasallos ya conocían los deseos de su señora.

Las figuras umbrías se abalanzaron implacables contra la mujer. La mayoría de los presentes agradecería en unos segundos que la negrura hiciera casi imposible de ver lo que acontecía en ese lugar pero un dulce olor metálico comenzó a flotar en el frío aire de aquella burbuja de oscuridad. Mientras tanto, Sam observaba oculta en la negra bruma.

Sacada de su líquido elemento, y habiendo aparecido de improviso en medio de una calle, Delia no se esperaba un ataque sorpresa. La oscuridad se formó en torno a ella, y unas criaturas de pesadilla tomaron forma a partir de jirones de noche. Aunque apenas se podía entrever lo que le estaba pasando a la gángster, sus gritos de dolor y el sonido de los cortes eran suficiente para poner la piel de gallina a cualquiera.

Izzy se giró al ver cómo sus compañeros aparecían con la mujer que les estaba amenazando por teléfono, pero a penas tuvo tiempo a reaccionar antes de que la más absoluta oscuridad lo engullera todo. Por un momento se puso nerviosa¹, dudando de qué poderes podría tener la mujer que había teleportado Ary, pero no era la primera vez que trabajaba con Samantha, así que no tardó en reconocer su toque en el vacío.

No importaba, estaba en su elemento y el tiempo favorecía el uso de sus poderes². No iba a dejar que esa mujer hiciera daño a sus compañeros, eso lo tenía muy claro³. Invocó de nuevo al viento para localizar a cada uno en medio de la oscuridad⁴ y sonrió en la dirección en la que estaba Delia, aunque seguramente ella no podría verla.

— Así que te gusta ahogar a la gente, ¿no? ¿Sabes que es lo que les falta al no poder respirar? Aire... — Ya podía tener branquias o lo que quisiera, incluso los peces necesitaban oxígeno. Y, de la misma forma en que Izzy podía utilizar el aire para sanar a la gente, ella también podía ahogar a alguien negándole el aliento extrayendo violentamente el aire de sus pulmones como agujas que atravesaran a la mujer desde el interior⁵ e impidiendo que volviera a entrar en ellos⁶.

Todo sucedió exageradamente deprisa, como solía pasar últimamente en su vida.

La aparición de Dalia, sus amenazas y la aparición del agua fueron todo uno. Instintivamente, Robert intentó coger aire y lo que hizo fue llenarse los pulmones de agua de mar, Su mente fue bombardeada de mensajes de alarma indicándole que todo estaba acabado. Voy a morir.

Un borrón en el perímetro de su visión. Una mano que le agarraba. Una sacudida.

Ya no había agua. Estaba en otro sitio. Y mientras vomitaba el agua con un desagradable sonido, empezó a escuchar voces familiares. ¿Elisabeth? ¿Samantha? No entendía bien qué había sucedido, pero su parte analítica le recordó que Amanda tenía la capacidad de plegar el espacio y teletransportarse. Estaba confundido y no sabía si se habían ido ellos y Amanda las había traído, pero sí sabía que estaban todos juntos. Excepto Dino. ¿Dónde estaría el anciano? ¿Estaría en peligro?

Matadla. Ahora.

 Las sombras lo llenaron todo. Samantha estaba liberando su poder e inmediatamente Robert retrocedió para no verse involucrado en la matanza. El sonido que surgía de la esfera era tan escalofriante que el bibliotecario antepuso el libro para protegerse¹ sin pensar realmente si eso serviría de algo o si realmente era necesario. Sabía² que Samantha estaba con ellos y que nunca le había hecho daño. Pero el miedo a la oscuridad grabado a fuego en el ADN del ser humano era más fuerte.

El ataque coordinado fue demasiado para Delia. Privada del agua que era su elemento ventajoso, y sin saber muy bien dónde estaba o desde dónde estaban atacándola, apenas tuvo tiempo de reaccionar. Mientras intentaba defenderse de los horrores sombríos que la apuñalaban sin cesar, de repente se llevó las manos al cuello, notando que le faltaba el aire.

Podría llamarse justicia poética que finalmente recibiera el mismo castigo que ella infligió al pobre Sam Saddle... Nunca tendría el tiempo de apreciarlo, pues en pocos segundos la falta de aire hizo que se desmayara. Los engendros sombríos saltaron sobre ella ululantes, para finalizar la orden su ama.

En apenas unos segundos, el ataque coordinado de sus compañeras había incapacitado a Delia. Eran tan absurdamente poderosas que Robert agradeció de corazón que estuvieran de su parte y no fueran miembros de algún grupo terrorista. ¿Cuántas vidas se podrían perder si cualquiera de ellas decidiera usar su don para el mal?

El mal. Un abstracto concepto que cada vez se diluía más a cada año que pasaba en la Ciudad desde que sabía lo que había más allá. Había visto tantas cosas... cosas que a veces le arrancaban un grito en mitad de la noche, intentando protegerse de las sombras de su corazón. Pero aunque fuera hubiera muchas clases de mal, Robert confiaba en sus compañeras porque había algunas líneas que nunca se habían cruzado. Incluso cuando estuvieron interrogando a uno de los adláteres de Delia se autoconvenció de que no le había sucedido nada malo. Aunque no se atrevió a preguntar la verdad. Era así de cobarde.

Pero había una línea bien delimitada en el suelo, que separaba querer ignorar algo de no querer impedir una muerte que sucedía ante sus ojos. Como un flash, a su mente vino la imagen de su pequeña sonriendo, con ese diente torcido que aún tenía que caérsele y que siempre le miraba como si fuera el hombre más maravilloso del mundo. En la vida real no había príncipes de cuento, donde todo era blanco o negro, y los malos debían morir. Si ellos asesinaban a Delia, ¿qué les diferenciaba de ella cuando mató a Saddle a sangre fría? ¿Cuándo se habían convertido en jueces y verdugos?

—No —se descubrió diciendo. Sin darse cuenta, sus titubeantes pasos le habían llevado a plantarse entre la mujer triburón y los zarcillos de Samantha. Fue un gesto instintivo, ante el cual ni siquiera antepuso el libro. Sólo él, un hombre flaco y pálido ante el primigenio poder de las sombras de Umbra. No quiso pensar en qué le podría suceder si su compañera no se detenía, porque si era así, saldría corriendo, se escondería y no saldría jamás—. No somos asesinos. Y si acabáis con su vida ahora, no seremos mejores que ella.

Amanda seguía tosiendo agua en la esquina en la que se había refugiado, pero no por ello había dejado de prestar atención a lo que pasaba a su alrededor. Sin embargo, poco podía hacer más allá de atender como una observadora distante, ni siquiera llegaba a una conclusión de que debería hacer, pues cada poco un nuevo ataque de tos le descarrilaba el tren de pensamientos. Por un lado quería noquear a la mujer tiburón, pero no quería matarla. Sam e Izzy habían sido demasiado literales con su petición de reventarla. Por otro no dejaba de pensar en escenarios de como actuar, pero sin completar ninguno por la tos y por lo tanto incapaz de terminar su análisis. Así presenció paralizada la intervención de Robert, hacia quién levantó un brazo sin poder hacer más con un nuevo ataque de tos mientras se apoyaba en el suelo de rodillas y con la otra mano. ¿Querría decir que estaba con el bibliotecario? ¿Qué no interviniese? ¿Querría sacarlo de allí temiendo que Sam no llegase a controlar a sus sombras y le hiciera daño a él?

Izzy no liberó el aire alrededor de Delia. Sabía que una persona normal necesitaba al menos un par minutos sin oxígeno para asfixiarse y prefería que la mujer se mantuviera inconsciente y debilitada el máximo tiempo posible. Sacó de la chaqueta la pistola que le había quitado a Kaminsky, ante la mirada asustada de Robert. Pero en vez de apuntar con ella a nadie le quitó el cargador y la bala de la recámara, si es que el policía era tan inconsciente de llevarla cargada en contra del reglamento. Se acercó al bibliotecario y le dio una palmada en el hombro mientras limpiaba bien la pistola con el forro interior de la chaqueta.

— No estoy de acuerdo. Un policía puede abrir fuego contra un criminal si con ello protege las vidas de otros — dijo, forzándose a recordar su propia moral a pesar del cuerpo que llevaba, que de alguna forma no habría dudado lo más mínimo en acabar con Delia y los dos corruptos.

Se acercó a la mujer y le puso la pistola en la mano, asegurándose de que el índice dejase su huella en el gatillo. Sacó una pequeña bolsa de plástico de la chaqueta y cogió la pistola con la bolsa sin llegar a tocarla.

— Tú decides — le dijo a Sam. Fuera como fuese, la podrían inculpar del próximo asesinato de Kaminsky, para el que Izzy se aseguraría de mantener alejado a Robert. — Seguro que nos puede dar información, pero no parece un pez fácil de mantener en ninguna red que no sea una fosa permanente.