Partida Rol por web

Con la mujer apache de nombre Nihimana como guía, avanzásteis por el desierto de Chihuaua durante el resto de la mañana. El encuentro con la mujer, y la subida a la aldea incendiada habían sido momentos suficientes como para que los comancheros tomaran cierta distancia. La mujer avanzaba en vanguardia, agachándose para coger ramas, despedazarlas entre sus dedos, y oler el contenido; también se agachaba sobre las grandes rocas, colocando su oído sobre ellas. Por lo visto, los pieles rojas podían escuchar temblores de tierras a decenas de leguas a la distancia. Sin una mejor dirección por la que guiarse, la mujer os internó por una zona pedregosa y seca. Piedra y piedra... y piedra. Casi no había más. Aquello era estrictamente necesario, ya que sólo había matorrales de desierto por doquier, así como montículos de tierra y pequeñas cordilleras rojizas, propias del desierto.

No muy lejos de aquí, dos rios -señaló hacia delante, como quieriendo referirise a algo detrás de la falda de un cerro que había por allí. El sol brillaba casi en su cenit sobre vuestras cabezas-. No ríos, arroyos. Y beber los caballos. Pero no se refería a los vuestros, sino a los de los perseguidos. Los ellos llegar aquí y dar de beber los sus caballos. Eso seguro... -añadió-. ¿Qué hacer ahora, seguir o dar de beber a vuestros caballos?

—Estos cabrones conocerán bastante mejor que nosotros estas tierras, deberíamos dar de beber a nuestros caballos y recoger agua... A saber cuándo volveremos a tener agua —observó Tutt dirigiéndose a uno de los ríos que la salvaje había indicado. Entonces detuvo su caballo y la preguntó:

—Esto... ¿Niji? ¿Sabes si están a muchas horas de viaje?

Estaba empezando a perder la paciencia con aquella persecución.

La metódica búsqueda de rastros que llevaba a cabo la indígena estaba empezando a exasperar a Pancho. Sin embargo se esforzaba por mantener la calma y no perder los nervios, pues sabía que aquella muchacha era la mejor baza que tenían para seguir la pista a los forajidos.

-Deberíamos dar de beber a los caballos, sí. Y como ha dicho el flaco, también nosotros deberíamos beber y tomar el agua que podamos de alguno de esos arroyos, en cuanto demos con ellos.-Tras formular la pregunta su compañero, se ofreció el mismo a responderla a media voz, para que no le escuchara Nihimana-Al ritmo que vamos, seguramente a más horas que cuando empezamos a ir tras esos malnacidos.

"Bones" asintió con un gesto y picó espuelas. Tenía prisa por detenerse y darle un buen repaso a su revólver. Se sentía indefensa sin él.

A más de media sol - a medio día de camino, quería decir la joven apache al responder-. Todo el mundo sabía que, en cualquier desierto, las distancias siempre podían ser mayor, pues aquellos que se aventuran en ellos han de pelear con las inclemencias de éstos inhóspitos lugares-. Y ante las opiniones del  Flaco y de Pancho, la joven asintió. Beber agua y marchar, poco descanso si quereis llegarlos a ellos -añadió-.

Entonces, anhelando el deseo momentáneo de tomar agua y de dársela de beber a los caballos, avanzásteis con el olfato de la piel roja en vanguardia. Enseguida, tal y como predijo un buen rato antes, el desierto de Chihuhua daba un poco de tregua, y podía verse una zona baja, una especie de depresión donde dos arrollos, casi paralelos, formaban una especie de balsa de agua entre sus cauces, y por ello una zona de florecimiento vegetal. Rocas, caídas y saltos de agua menores y algún que otro árbol aquí y allá desdibujaban un poco el desierto, y eso se hacía ameno. No faltaban arbustos por doquier.

Una vez que la mujer indicó que aquel era un lugar, os recordó que lo sensato sería dar de beber a las bestias, dejar descansar sus piernas unos cinco o diez minutos, y reanudar la marcha (tiempo suficiente como para mojar el gaznate). Una vez bajó de su caballo, Belle consiguió rearmar su revólver (por lo visto estaba algo desengrasado, pero nada grave como para no poder ser reparado en el próximo pueblo, o en el propio Pinkstone. Mientras el Flaco y Pancho amarraban las bestias a un pequeño árbol bajo y miraban en derredor, Nihimana se subía a una gran roca, intentado estudiar el terreno de los alrededores. Al menos era una guía en constante alerta, y eso os quitaba bastante trabajo. Acto seguido pudísteis llenar vuestras cantiploras de un pequeño salto de dos piedras, bastante estrecho, en uno de los arroyos.

Sin embargo, mientras la joven apache estaba oteando aquí y allá, fue golpeada con la culata de un riflé. Cuando os quisísteis dar la vuelta, poniendo ya las manos en vuestras armas (excepto Belle, que aún limpiaba su pistola y Jack, que ahora descansaba a la sombra de un arbusto sin su cinturón), ya estábais siendo apuntados por dos tipos. Nihimana había caído de la piedra, dolorida, y se había golpeado contra el suelo.

Delante de vosotros había ahora dos tipos. Uno de ellos había golpeado a la chica. Ambos habían salido de entre los arbustos cercanos, justo cuando habíais abandonado momentáneamente vuestro instinto de alerta. Los dos os apuntaban con un rifle Winchester, muy parecido al de Pancho.

Si movéis un músculo, os mato -alcanzó a decir uno de ellos-.

El que había hablado era visiblemente mucho mayor que el otro. Era un tipo entrado en años, de unos cincuenta años. Vestía sombrero alto y claro, gabardina marrón y llevaba grandes espuelas. Su barba ya peinaban canas. El otro, el joven, también os apuntaba a través de la mirilla de su arma. Estábais, ahora mismo en clara desventaja*. El hombre mayor miró una vez más a la apache, que yacía muy dolorida en el suelo.

¿Quién diantres sois? ¡Hablad! -alcanzó a decir-.

—Poca cosa somos —contestó rápidamente el Flaco, no era buena idea revelar que iban tras una recompensa—. Estábamos buscando un golpe interesante cuando nos encontramos con la india que acabáis de derribar. Estaban a punto de matarla así que por salvarla la vida se ha emperrado en seguirnos.

—¿Deberíamos preocuparnos?— preguntó inquisitivamente antes de intentar decidir su futuro curso de acción.

-Mierda, ahora no...-masculló "Bones" con las manos relucientes de aceite para armas.

Estaba sentada a la sombra de un arbusto frente a un pañuelo extendido en el suelo donde estaba su Remington desmontado en piezas.

Aunque tuviese balas, no podría dispararlo ni queriendo. Levantó las manos lentamente para evitar malentendidos. Contradecir al Flaco ahora mismo sólo les buscaría problemas pero esperó con todas sus fuerzas que fuera mejor diplomático que tirador...

El mexicano maldijo para sus adentros por haberse relajado de más, lo suficiente para que ahora se encontraran en esta situación. Observó que Belle prefería mantenerse en silencio, dejando la iniciativa de hablar a ellos. Buena chica, con lo bruta que es podría estropearlo y ponernos en más aprietos.

Sin embargo él si que estaba dispuesto a añadir unas palabras, reforzando lo dicho por su compañero.

-No más lo que ha dicho aquí mi compadre, señor. Salvamos a la chamaquita india de ser la comida de un par de pumas hambrientos, por simple caridad cristiana, y no sabríamos deshacernos de ella.-Miró al desconocido procurando poner su mejor cara de buen tipo-No buscamos problemas, señor, solo continuar nuestro camino.

El tipo miró al Flaco, pero no le contestó.

 ¿Y cual es ese camino, moreno? -le dijo a Pancho mientras dejaba de apuntaros y se colgaba el Winchester en la espalda, resoplando un poco resignado-. Luego se levantó el sombrero un poco, miró de nuevo a Nihimana y se secó con un trapo la frente. Tommy, guarda el rifle... no son ellos. Guárdalo, vamos. ¡Es un orden! -y entonces el joven subordinado no hizo caso omiso, pero dejó de apuntaros lentamente hasta que no hubo peligro para vosotros. El sol brillaba cegador en las alturas.

Corsy Reynolds, Ranger de Texas -dijo el tipo arqueando una ceja-. Y éste de aquí es Tommy, mi ayudante. No sé si lo sabéis, pero por esa india hay gente que os podría despellejar. Y no hablo de los pieles rojas: Barry Calahan es un comanchero que transita estas tierras. Si apreciáis vuestra vida lo mejor que haríais sería dar la vuelta y desandar vuestro pasos. ¿Sabéis de lo que hablo?

Entonces Nihimana volvía un poco en sí, y se colocó despacio de pie.

—Siempre oí que se llamaba comancheros a los que vendían armas a los pieles rojas para que luego estos las usen contra nosotros —el flaco escupió con desagrado ante aquella afirmación. No quiso decirles más, a idea de partir una recompensa entre más no le agradaba en absoluto así que prefería que cada uno fuese por su lado.

Belle dejo escapar un suspiro de alivio. Despacio, bajo las manos hasta las piezas de su pistola y las reorganizo rapidamente.

-¿Comancheros?-repitio en voz alta.

Pasas de sobra la tirada.

Comancheros. ¿Cómo olvidarlos? Aquellos tipos, maleantes y bandidos en su mayoría, no dudaban en atravesar desiertos y otros parajes inhóspitos para vender manufacturas del hombre blanco y esclavos, entre otros tantísimos productos, a los pieles rojas. Viajaban en caravana o a caballo hasta sus tierras, comerciaban con los indios y se iban. Los pieles rojas los tenían en cierta estima, y los protegían, ya que aunque sabían que tenían mala fama entre el hombre blanco, eran sus continuos proveedores. Por supuesto, los Comancheros obtenían la mercancía de venta e intercambio a base de robo y pillaje (nada lícito, por supuesto).

Pancho prefirió pasar por alto el comentario del Ranger, al fin y al cabo le habían llamado cosas mucho peores, no iba a montar una escena por que le hubieran llamado "moreno". Y mucho menos frente a un hombre que le apuntaba con un rifle. Cuando el tipo se presentó, la tensión en su rostro se evaporo por completo, dejando salir una sonrisa amable al rostro del mexicano.

A pesar de haber recuperado la tranquilidad, Pancho decidió quedarse callado por precaución. No fuera a ser que aquel tipo tuviera en peor estima a los de su pueblo y cualquier intervención por su parte pudiera servir para estropear la conversación. Aunque también él estaba interesado por tener más información del tal Barry Calahan y los supuestos comancheros.

Efectivamente -respondió Reynolds al Flaco Davis y a Belle-, maleantes y delincuentes. Carroña de horca de la buena. Entonces se quedó mirando al tipo del traje, a Jack. El ranger no entendía qué diantres hacía un tipo trajeado en el desierto. Sólo os diré una cosa: o venís conmigo o ya estáis volviendo al pueblo de donde partiérais -os espetó decidido, sobre todo a Pancho, que ahora estaba callado-. Los delitos de este estado son competencia de quienes son, osea, del cuerpo de Rangers, y no lo repetiré más veces. No tengo todo el día.

—Supongo entonces que no hay más remedio que acompañaros. —dedicó una mirada lacónica a la joven piel roja que había caído y empezó a caminar en su dirección—. ¿Sabéis para dónde han marchado?

Pancho tragó saliva lo más disimuladamente posible mientras comprobaba que el Ranger lo miraba con especial dureza mientras pronunciaba esas últimas palabras. Sabía lo duros que podían ponerse aquellos tipos con los suyos, aunque solo fuera instigados por los prejuicios, así que más valía no tentar a la suerte.

-Muy bien señooor, entonces iremos con ustedes. Cuantos más seamos más posibilidades de llenar de plomo a esos malnacidos.

El mexicano esbozó su sonrisa más conciliadora, mientras en su fuero interno lamentaba las posibles pérdidas de botín que suponía aquel aumento de integrantes del equipo.

Con la pistola de nuevo en el cinto, Belle se reincorporo.

-Entonces ¿hay una recompense por esos tipos?-pregunto haciendose la inocente.