Partida Rol por web

Después del túnel de hiedra venenosa los aventureros se encuentran con un elegante arco de rosas que da a un espacio abierto, lleno de luz y con catorce fuentes que lanzan agua sin parar, en las más bellas formas y con relajantes sonidos. Es tal remanso de paz y tranquilidad, que no da la impresión que se haya entrado en una mazmorra. El césped es de un verde vivo e invita a uno a tumbarse y a tomar el sol. 

En el otro extremo del jardín se encuentra un nuevo arco con rosas que da nuevamente al túnel de hiedras venenosas, por donde entra igualmente una agradable luz solar entre sus hojas. Allí empieza el laberinto que los aventureros deberán seguir.

-Esteee ¿Hay que entrar por ahí?- pregunto a la mujer que me acompaña -no se parece a ninguna mazmorra de la que haya leid... En la que haya estado-.

Miro los jardines y devuelta a la ladrona -Parece una muy evidente trampa. Podría ocuparme de ese laberinto, creo-.

Esperando la respuesta me dispuse a acumular energía en mi cuerpo, dejé a la magia fluir por mí.

-¿Entonces? ¿Lo hago?-.

Sonya entro a la "mazmorra" con actitud recelosa y los sentidos alerta. Tal como ocurría con su acompañante, pocas veces se había topado con algo similar. Aparte de los jardines de los ricos por los que solía escabullirse, la única vez en la que se había encontrado en un ambiente similar, fue en un laberinto de setos y muros de piedra, donde acechaba una criatura mitad mujer y mitad serpiente. 

Aquello había sido bastante aterrador, pero la ladrona prefirió no decir nada al respecto. El chico estaba muy decidido a lanzarse de una vez hacia adelante, así que ella le dio el paso libre, haciendo un gesto con el que lo invitaba a proseguir. Mientras tanto, ella examinaría las fuentes y la vegetación desde una distancia razonable, en busca de algo que llamara su atención. Tampoco olvidaba a las criaturas como gusanos o elementales que solían usarse para asustar a los curiosos. 

Los héroes avanzaron por el túnel de hiedras venenosas, que acabó desembocando en un túnel mucho más ancho, con el suelo cubierto de césped y las pérgolas laterales cubiertas de enredaderas de tonalidades violetas, haciendo una gama de colores casi perfectas. 

El precioso aspecto del lugar parece que sea un simple lugar de paso más que un sitio de inminente peligro. Error. En cuanto los aventureros empezaron a avanzar por el túnel, tanto el césped como las enredaderas que se encontraban en las pérgolas empezaron a removerse como si de cientos de miles de serpientes se trataran. 

Intentaron agarrar sus pies, sus piernas e ir subiendo por su cintura, estrangulándolos lentamente cada músculo de su cuerpo al mismo tiempo que trataban de tirarlos al suelo, donde podían percibir que de pasar eso, su destino sería una fatalidad. Una tragedia. 

La magia aquí era difícil de usar, los que poseían el Don iban a estar en graves problemas.

Lentamente, los aventureros que no lograran zafarse de estas enredaderas, serían cubiertos por miles de flores que se adentrarían por todos los orificios de su rostro: boca, nariz, orejas... E incluso los ojos. 

Una muerte lenta, y muy, muy dolorosa. 

La ladrona había tenido toda la razón en desconfiar del aspecto pacífico e inofensivo de aquel lugar. Había escuchado de otros aventureros acerca de cosas semejantes, de arbustos con formas animales que cobraban vida y de raíces o enredaderas que se movían para atrapar y estrangular a los incautos, pero jamás se había visto personalmente frente a ellos.

Afortunadamente Sonya era rápida y sus reflejos, impecables. En cuanto aquella masa de vegetales trató de sujetarla, salto ágilmente para librarse de ellos y enseguida corrió a toda prisa por el túnel, para llegar al final de este sin darles oportunidad de atraparla.

Una vez a salvo al otro extremo, la ladrona se volvió para cerciorarse de como le iba a su "compañero". Quizá el no lo habría logrado.      

Había lanzado un par de saetas de fuego a los matorrales gigantes que hacían de refugio-mazmorra a quien allí viviese pero, por algún motivo, estos rebotaban o se disipaban. Lo consideró sospechoso y por eso mismo permaneció atento.
Su compañera, de la que no recordaba muy bien el nombre, había avanzado y Chispita la siguió por los extraños y fascinantes agujeros vegetales que se formaban.

Todo parecía una pintura surrealista y llegaba a marear un poco. Había alcanzado a Sonya y entonces sucedió: el las paredes, el techo y el suelo comenzaron a moverse, eran las plantas, pretendían devorarlos.

La maraña se le tiró encima mientras él perdía un segundo dudando de si intentar incinerarlas pero allí lo notó -estas plantas deben ser una cubierta antimagia del laberinto, así se protege de un ataque externo, astuto-.

Parecía tarde ya para salvarse, pero Miguel no era un mago ordinario. Sino un MAGO además de mago*. Sus trucos no consistían solo en la ilusión sino además en la prestidigitación, en la habilidad física real de hacer parecer que algo era magia cuando no lo era y, casualmente, sus trucos favoritos eran de escapismo.

La ladrona había huído corriendo y, al encontrarse segura, volteó para ver el destino de su posible escudo de carne. Miguel (que había llegado allí sigilosamente y antes) soltó un -awww, realmente te importo- estando a su espalda y ella, probablemente, juraría por el resto de sus días que eso había sido obra de un poder arcano.

-Continuemos, compañera- dijo encabezando él la marcha esta vez.

La ladrona había tenido toda la razón en desconfiar del aspecto pacífico e inofensivo de aquel lugar. Había escuchado de otros aventureros acerca de cosas semejantes, de arbustos con formas animales que cobraban vida y de raíces o enredaderas que se movían para atrapar y estrangular a los incautos, pero jamás se había visto personalmente frente a ellos.

Afortunadamente Sonya era rápida y sus reflejos, impecables. En cuanto aquella masa de vegetales trató de sujetarla, salto ágilmente para librarse de ellos y enseguida ataco utilizando su ballesta, dirigiendo la saeta hacia un nudo de vegetación que parecía ser el centro de toda aquella actividad. 

Había el muchacho esquivado los embates de la mugrosa enredadera pero, aun así, esta se acercaba más y más. Evidentemente era una construcción que pretendía exterminarlos.

Miguel dudaba de que la magia afectara a ese montón de vegetales, así que el fuego estaba descartado completamente, pero podría atacar con rocas sin que estas fuesen mágicas. Movió así sus manos canalizando la magia. Un par de virotes de la ladrona impactaron en la hortabestia otorgándole las milésimas de segundo necesarias.

Con su geomancia levantó unos pesados bloques de roca y tierra, dejándolos caer encima del matorrarl monstruoso.

-La magia podrá no afectarte, planta horrenda pero esta piedra no tiene nada mágico- dijo soltando la carga sobre su enemigo.

Se zafaron de las enredaderas asesinas y avanzaron de nuevo por túneles de hiedras venenosas que en ocasiones parecían infinitos. Y finalmente, llegaron a una nueva sala. Un poco más oscura, un poco más tétrica, aunque la luz seguía entrando por agujeros que había en el techo y en la pared. 

La sala estaba cubierta de huesos, haciendo que cada vez que dieran un paso sonaran los sonidos propios que hacen los huesos resquebrajarse y romperse, un "crec-crec" que se metía en el cerebro. En el centro de la misma y sobre un pequeño montículo libre de huesos, había una criatura humanoide, de apariencia inocente y frágil. Cabello rubio platino, ojos negros azabaches rodeados por pintura amarilla y un vestido que se asemejaba a las alas de una mariposa, también en su espalda unas preciosas alas de colores azules. Detrás de ella, relucía un cofre de madera con gemas incrustadas.

La criatura lentamente se puso de pie, en movimientos lastimeros y apenados, no sería hasta que los aventureros se hubieran acercado un poco más que haría un movimiento de manos y el acceso por el que acababan de entrar se cerraría de golpe con una gran roca. Sonrió, mostrando una temible hilera de afilados dientes. 

- Al fin ha llegado mi cena... Estoy hambrienta... -dijo en un tono extrañamente infantil- ¡A comer! 

Con su magia levantó esqueletos del suelo, formándolos de los huesos que había esparcidos, armados con espadas oxidadas y con tantas ansias de obedecer a su Señora como de ella comerse los aventureros. 

Si pierden, el destino de los aventureros no es otro que servir de cena de aquella criatura aparentemente angelical y realmente demoníaca.

Habíamos avanzado por aquel jardín víctima de la negligencia de su amo, cada vez se hacía más y más abundante la vegetación pero la luz de todas formas se filtraba.

Un ser similar a un hada yacía en el suelo pero sabía que nada bueno nos aguardaría allí dentro. No me equivocaba en absoluto porque, al parecer, eso era una suerte de pixie nigromante.
Las hordas de muertos se alzaron mientras yo enfocaba la energía a mi alrededor.

-¿Comida? ¡Comete esta!- exclamé lanzando un semi-círculo de fuego tras adelantarme un paso. Las llamas llegaron al techo y bañaron a esqueletos como a la fata. Mientras se disipaba todo aquel mar incandecente retrocedí un paso hacia mi posición original, junto a Sonya.
 

El siguiente sitio estaba habitado por alguna clase de criatura rara y quizá un poco loca debido al aislamiento. Sonya no tenía forma de saberlo pero era obvio que se trataba de una nueva enemiga,quien no tardo en atacarles con un buen número de muertos vivientes. Sus saetas no le harían mucho daño a estos por lo que la ladrona se centro en tratar de darla a la criatura alada en la cabeza, pero la masa de esqueletos moviéndose hacia ellos se lo impidió.