Partida Rol por web

Con paso ligero llegó el grupo al la zona sureste del puerto sur de la ciudad, empezando por el primer barco amarrado, recorrían las húmedas maderas que formaban las dársenas.-Es tu turno Ogna-, espetó el paladín, -yo me mantendré atento a las respuestas de los marineros por si atisbo la mentira o el miedo en alguno de ellos-, continuó Allen al mismo tiempo que preguntaba a Morwing, -eres libre de intervenir, aunque imagino que la entrenada lengua del bardo será suficiente, dos cabezas piensan mejor que una sola-. Antes de separarse, aunque fueran unos metros de Davros y Losse, Allen concluyó diciendo, -Os agradezo mucho vuestra ayuda, si mi hermano y los prisioneros se encuentran aquí, se que los encontraremos-.

- Perfecto Allen. Déjalo en mis manos, encontraremos la pista de tu hermano.- Contestó al paladín mientras posaba su mano en su hombro en señal de apoyo.- Y vosotros, no dejéis que nadie me toque el culo sin mi permiso, ¿eh? Los marineros tienen las manos muy largas.- Bromeaba para suavizar un poco la tensión del ambiente y relajar las expresiones tensas de los rostros ya que no les ayudaría a inspirar confianza con sus interlocutores.Había visto lo que Morwing era capaz de hacer y su poder dejaba al suyo por los suelos. Además, tenía un aire encantador que rivalizada con el de ella misma. A pesar de que físicamente no era muy agraciada, lo haría lo mejor posible por demostrar al grupo que valía para algo más que dar pócimas a los inconscientes, por el pobre hermano de Allen y, de paso, por ganarse el afecto del paladín que podría servirle ante una eventual bronca con el enano. Enseguida se puso a pasear pro los muelles. Entablaba conversaciones banales con cualquiera con facilidad lo que le daba pie después a in dirigiendo la conversación pro donde ella quería sin levantar demasiadas sospechas. Su objetivo: buscar un barco que fuera a partir a pesar de las malas condiciones climáticas o directamente piratas que vendieran esclavos.

- Suerte Ogna, contamos contigo, dijo Morwing antes de que la chiquilla comenzase a entablar conversaciones con el populacho del puerto. Ogna se movía como pez en el agua ante ese escenario con lo que Morwing fue dándole cada vez más terreno al ver que tenía la situación controlada.

Mantuvo las distancias mientras observaba detenidamente y sin tratar de llamar la atención los barcos amarrados en busca de algún detalle que le pudiese saltar de ojo.

Tras largo rato caminando a lo largo de los muelles acercándose a cuanto marino se cruzaba en su camino, siempre de manera discreta, Ogna estaba exhausta. De su lacio cabello emergían pelos rebeldes que se obcecaban en retorcerse en extraños rizos provocados por la humedad y la sal del ambiente. Aquel embarcadero parecía no tener fin y para colmo de males quienes allí trabajaban o merodeaban mantenían como un oscuro pacto de silencio sobre todo aquel asunto al que pudiese acoplarse el término "ilegal". Sin embargo, el trabajo no fue en vano y los delatores aparecieron al fin, aunque no de la manera prevista. El sol estaba cayendo y los almacenes comenzaban a echar el cierre hasta el día siguiente. Las gigantescas puertas de madera se cerraban a su paso y las vagonetas cargadas de pescado podrido se vaciaban en las inmediaciones de éstos para que las gaviotas y los gatos lo devorasen. Pero, casualidad de casualidades, unas risas hicieron girarse al grupo para observar a unos chiquillos de la edad de Ogna en un embarcadero. Eran media docena de ellos y mientras conversaban animadamente, dos de ellos se entretenían en lanzar arenques podridos a un mendigo que se arrastraba de rodillas por los fríos tablones cubiertos de nieve. Conocer la edad del hombre era tarea complicada debido a lo espeso de su barba y su cara apergaminada por la acción del viento y del sol. Vestía con harapos que no cubrían ni su torso ni las piernas en su totalidad y tan sólo llevaba puesto un zapato. El hombre se llevaba a la boca aquellos arenques como si fuesen un manjar enviado por los dioses, al menos hoy no tendría que luchar contra las gaviotas para poder comer. Pero si algo llamaba la atención en él era el grillete oxidado que se apreciaba en su pierna derecha.

Finalmente había llegado al lugar y tras una larga espera Kormack no se dignaba a aperecer. -¿Le habrá pasado algo?... Bahh!, Seguro lo olvidó, como siempre lo hace!... Bueno, bueno, ya estando acá quizás pueda averiguar algo interesante...- Pensaba el Gnomo a la vez que bebía pequeños sorbos de cerveza y observaba con ojos curiosos las demás mesas, ¿habrá piratas allí?, se preguntaba mientras seguía escrutando el establecimiento, ¿Quizás algo de apuestas?, pensó divertido.

- ¡Pero qué hacéis bastardos!¡Fuera! ¡Como os pille os voy a dar bien!- Dirigía Ogna sus gritos a los muchachos que atormentaban al pobre mendigo mientras agitaba su zapato que se había quitado previamente. Un zapato podía ser el arma disuasoria más efectiva del mundo. Así lo hacía su madre a ella y sus hermanos cuando trataban de robar pan recién hecho del horno y, parecía mentira, pero cuando te daban un buen zapatazo bien lanzado, te resentías un buen tiempo.- No me miréis así y espabilad.¡ Ayudarme, ostias!- Interpelaba a sus compañeros. ¿Acaso no lo veían? Ella sí. Ese hombre llevaba un grillete oxidado en la pierna derecha que no había pasado desapercibido a la muchacha. Se acercó medio cojeando por la diferencia de altura por ir descalza de un pie, con sus guardaespaldas acechándola. Su intención era recoger a ese despojo humano, alimentarlo, ¡ y luego, cuando estuviera profundamente agradecido, darle un poco de beber para que soltara la lengua. 

Cosa fina mi plan, sí señora.

- ¿Está usted bien?- Se dirigió al viejo con tono dulce y un gesto amable, ofreciéndole su ayuda.

Alrededor de Zanc todas las mesas permanecían ocupadas cada una con un asunto distinto. Lo que estaba claro era la estofa de los clientes que allí se congregaba. Piratas, marineros, prostitutas y mercaderes que venían a cerrar los más truculentos contratos. Algunos bebían, otros bebían y discutían, otros jugaban a los dados y bebían... Todos bebían y bebían como si se les fuese la vida en ello!! El gnomo escuchaba con fruición las conversaciones que tenían lugar en las mesas de los alrededores:

Sí sí, como lo oyes... Creo que los han expulsado a todos de Tezhyr, algunas antiguas familias de Amn y todos los Tezhyrianos que hayan sido acusados de colaboracionismo con Amn. Comentaba un tertuliano de piel avinagrada y rostro aguileño con otro hombre mayor que a todas luces parecía una especie de pescador o algo parecido. Ambos bebían y hablaban sin tapujos acerca de una supuesta expulsión de antiguos refugiados Amnianios en el país vecino, que ahora debían volver al su país natal ante las miradas enojadas de aquellos que eran sus paisanos.

Entendido, en dos lunas. ¿Te encargas tu de la barca o también tengo que hacerlo yo? Porque como sabes eso encarecerá el producto... - Comentaba otra pareja de hombres que pasaba cerca del gnomo en dirección a la barra. Por las vestimentas de los dos y su porte delgado y fibroso podrían ser piratas con patente de corso que Athkatla, como cualquier ciudad que tenía salida al mar, contrataba para alejar a mercaderes rivales de sus aguas o rutas marítimas. 

En otra mesa cercana un grupo de cuatro hombres hablaba a carcajadas y brindaban con jarras de cerveza entre grandes aspavientos y risotadas. - ...y lo metimos de cabeza en el pilón. Teníais que haberlo visto, era como una gallina que ha caído al mar, con su sombrero de plumas y sus mallas de colores. - El resto de comensales rió a carcajadas mientras entre las barbas se escurría el dorado líquido y se vertía en grandes chorros sobre el suelo de piedra. Es para verlo camaradas, es como una procesión de gallos!! - Bromeó otro. - Sí yo los he visto un par de veces, esa mujer no se cansa de dar fiestas, aunque yo creo que son más bien orgías...! ¿Me pregunto si su marido estará al tanto de en qué se van sus ingresos mientras él no está en casa? - Preguntó uno de los hombres que tenía un parche en un ojo y una cara salpicada agujeros dejados por alguna especie de viruela.

Al viejo Tamlar Alibakkar sólo se la levanta el dinero amigo mío, ¿qué quieres que haga la muchacha con esa edad? Tendrá que divertirse! - Añadió un tercero.

Pues que se divierta con ésta!! - Proclamó otro de los hombres mientras se sujetaba con una mano el bulto de su entrepierna y reía hasta que se le desencajaban las mandíbulas. - ¿Tamlar es de la familia Alibakkar? - Preguntó el primero con evidente contrariedad. No lo sabía, entonces no debe preocuparse por lo que se gasta su mujer... He escuchado que también tiene casas en Eshpurta y Crimmor.

Sí, es un tío segundo de Hosser Alibakkar, pero le gusta jactarse de que es su tío carnal. Aunque ya podía dejarse de comprar tanta casa y ver que el agujero donde se va su dinero lo tiene su mujercita entre las piernas!!! - Añadió al final el que permanecía recostado contra la pared y tenía las piernas extendidas sobre otro taburete.

Los muchachos que mantenían la animada conversación la interrumpieron de inmediato y miraron primero con sorpresa a la muchacha que se acercaba con el zapato en la mano; tras ello comenzaron a reír a carcajadas ¿Una niña diciéndoles lo que debían hacer? ¿En los muelles? Tenía que ser una broma. Sin embargo las risas cesaron cuando el paladín y el hechicero se colocaron junto a Ogna respaldando su avance. Los chicos se hicieron a un lado y contemplaron sin decir palabra cómo Ogna se acercaba al Jasner, a quien por aquellos lares conocían como "El mudo". 

El hombre sonrió a la muchacha con la misma dentadura que tendría un pato, o sea, totalmente carente de dientes. Sólo existía un atisbo de que en su día había poseído una dentadura, un trozo de diente partido en un lateral de la boca. Además de ello, para horror de Ogna, pudo comprobar que en su boca no sólo faltaban dientes, también faltaba la lengua que había sido cortada limpiamente en su día por algún filo afilado. 

Ansitió rápidamente varias veces ante la pregunta de la muchacha e hizo un gesto con la mano indicando que estaba comiendo. HMMMM HMMMM!!! mmmmmmm HMMMM HMMMM!!! AAAHHH AHHHH HMM!!! - A parte de sus evidente carencias físicas como eran los dientes, la lengua y ropa, por no decir higiene personal, parecía que Jasner también tenía alguna carencia, por decir algo, psíquica.

Kormack estaba harto de perderse en aquella maldita ciudad, y eso que sólo acababa de llegar. Por supuesto sobra decir que la culpa de que se hubiese perdido la tenían todos los ciudadanos que le habían guiado mal. Pero al fin pudo llegar hasta el distrito del río. Esta parte de la ciudad no era un barrio como tal, pero la gente que allí vivía había desarrollado unas costumbres y una forma de vidas muy particulares. Ambos lados del puente estaban vigilados por la guardia de la ciudad que controlaba el paso de mercancías a través del puente. Los mercaderes debían pagar un derecho de paso que dependía de la cantidad y el valor de las mercancías que transportasen. El puente, era una estructura de piedra de unos trescientos pies de largo y unos treinta de ancho. Era el único paso terrestre que unía ambos extremos de la ciudad y que además impedía que barcos de gran calado remontasen hacia la parte alta del río. Sólo pequeños barcos comerciales y barcas de remo tenían permitido su paso bajo él y sus vigorosas columnas. Este flujo de comercio hacia el noreste estaba controlado por el "Gremio pequeños y medianos mercaderes" como el gnomo pudo escuchar a medida que avanzaba hacia alguna posada característica de la zona. Athkatla era una ciudad llena de engranajes y el aceite que facilitaba su movimiento eran los gremios. Los había de toda clase: zapateros, herreros, vinateros, joyeros, alfareros, carniceros... en fin, casi tantos como profesiones diversas existían dentro de la urbe.

Al fin el enano encontró la taberna más representativa del barrio. La sala principal de La Corona de Cobre, que es como se llamaba, era apabullante para el que la veía por primera vez debido a su tamaño y al ruido que dentro de ella había. Decenas de mesas junto con centenares de taburetes y sillas estaban repartidas aprovechando cualquier rincón del salón. Los camareros se movían por corredores invisibles llevando bandejas de comida y bebida a cada uno de los comensales. Un gran fuego central y varias parrillas para ahumar pescado y asar carnes dominaba el centro de la sala impregnando todo a su alrededor con un humo pringoso y de un olor característico. A mano izquierda según se entraba por la puerta, un pequeño foso circular con el suelo lleno de arena y a varios pies por debajo del nivel principal daba a entender que allí los guardias no entraban a menudo. Desde la puerta ya se podía distinguir pequeños rastros de sangre en su interior y para subrayar lo anteriormente citado, varios brutos equipados con garrotes acolchados y con miradas fieras como perros de presa vigilaban que nadie se propasase más de la cuenta con las camareras o montase más escándalo de lo normal, aunque la palabra "normal" aquí solía ser traducida por "inadmisible" en cualquier otra posada de la ciudad y puede que de Amn.

En la pared más alejada existían varias puertas custodiadas también por el personal propio del establecimiento, algunas en la planta principal y otras a las que se accedía por unas escaleras de madera. De vez en cuando algún hombre era saludado por los guardianes y acto seguido le daban acceso al interior con prontitud y una ligera reverencia.

Entre todo aquel barullo podía distinguirse una barra bastante amplia en la que varios camareros servían bebidas a un ritmo endiablado y tras ellos un hombre con los brazos cruzados que escrutaba cualquier detalle del salón como un halcón localizando a la paloma que será su próxima pieza. En una mesa solitaria Kormack localizó a su amigo gnomo, quien ya iba por su tercera jarra de cerveza y que tenía pinta de llevar largo rato esperando.

- La puta que los parió - Losse tuvo la tentación de ensartar a cada uno de los chavales con sus flechas, pero resistió la tentación por el bien de la misión. Le costó no acercarse a interceder por el hombre, pero quizá de ello sacaran algo más positivo. Así, alejado ligeramente incluso de Davros, Losse se empeñaba en seguir con su misión. Observaba minuciosamente a cada persona que incluso echara una leve mirada a Allen, Ogna y Morwing. Pero también disimulaba levemente: ahora me pongo a reconocer la especie de planta que hay sembrada en esta maceta... ahora converso con este mercader sobre el precio de esos frascos de ácido... - ¡Por cierto! ¡Me llevo uno! - ahora hablo con esta amable señora de la esquina... - ¡Qué descaro, 10 po por darme un paseo con ella! Ya hasta cobran por pasear... -

- Desde luego, esta misión es más aburrida de lo que esperaba en un principio. -

Allen avanzó con paso firme hacia el mendigo que Ogna había liberado de las burlas y vejaciones de aquellos desconsiderados jóvenes. Lo que en un principio fue excitación por la promesa de una pista del paradero de los prisioneros se tornó en incredulidad al observar el estado en el que se encontraba el viejo Jasner. La tarea de sonsacar información al pobre desgraciado iba a ser más dura de lo que habían pensado en un principio. No obstante Allen se acercó al viejo y gentilmente apoyó la mano sobre el hombro de Jasner,intentando tranquilizar así al anciano. Observó si aquel hombre padecía de alguna otra dolencia aparte de la evidente muesca que dejó en su boca su antiguo cautiverio,para así intentar mitigar su dolor. Allen sabía que podría saber, ya no algo, si no bastante sobre el modo en que los prisioneros eran vendidos como esclavos, pero sin ni siquiera un nombre por el que preguntar, sería bastante difícil.

El mendigo, y a todas luces antiguo esclavo fugado, fue levantado del frío suelo con la ayuda de Ogna y Allen quienes lo llevaron fuera de los muelles para cobijarlo bajo los soportales de un almacén. Por lo menos allí evitarían la nieve que aún seguía cayendo sobre sus cabezas. Las piernas de Jasner presentaban una coloración violácea que era visible incluso por encima de la capa de roña que tenía adherida a su piel como una lapa. Era increíble la cantidad de suciedad que tenía encima pese a vivir en una ciudad donde el agua, tanto salada como dulce, era lo más abundante tras el dinero y las ratas. Al menos la ligera corriente de aire que se movía a su alrededor ayudaba a mitigar el hedor que desprendía el hombre.

Jasner, quien aún seguía con los ojos fijos en los peces tirados en los embarcaderos a merced de las gaviotas, no parecía tener miedo ni de los muchachos ni de sus rescatadores. Su vida se reducía a conseguir lo más básico para sobrevivir e ignorar todo lo demás. HHGGGAAA!!! HGGAAA!!! - Decía señalando los peces mientras pegaba palmadas y movía su cuerpo para imitar el movimiento de un pez nadando.

Morwing tomo un trozo de pan de su racion de viaje y dio un paso al frente ofreciendoselo al pobre mendigo amablemente. - Aqui tienes amigo, come un poco...-  Tras dejar que el anciano engullera, se agacho junto a el y en un tono de voz mas bajo le dij: - Tratamos de encontrar un barco que pretende zarpar de forma inminitente, seguramente dirigidos por villanos del mismo tipo que te hicieron esto (por no decir los mismos). Trata de ayudarnos e intentaremos salvarte en la medida que nos dea posible... - Dijo Morwing, mientras allanaba la nieve del suelo y le mostraba que en ella podría mostrarnos algún mensaje escrito.

- Muéstranos donde buscar. Un nombre al menos...

No lejos de allí Losse y Davros observaban la escena, que pese a dramática, tenía sus tintes graciosos algunas veces. Cuan crueles y graciosas podían ser las desgracias ajenas a veces... Pero saliendonos de lo que allí sucedía la atención del elfo y del bárbaro se centró en un movimiento rápido y brusco de una silueta que se internaba en unos callejones cercanos. ¿Había sido eso un hombre encapuchado?

Jasner agradeció con una sonrisa el gesto de Morwing y comenzó a devorar como un depredador alimentándose de su presa el trozo de pan.  Con cada mordisco de sus encías endurecidas arrancaba un pedazo y lo tragaba tras masticar una o dos veces a lo sumo. Ninguno de los tres compañeros que le observaba tenía la certeza de que el hombre hubiese comprendido lo que Morwing le había pedido. El hombre era feliz con su pan y de vez en cuando dedicaba una mirada bobalicona a sus salvadores. En un momento dado, sin saber muy bien cual fue el detonante, el hombre golpeó con su puño el rectángulo de nieve aplanada que Morwing había amontonado frente a él. Lo golpeó más de media docena de veces hasta que la sangre brotó de sus nudillos y goteó sobre la nieve. Aún así el mendigo no perdía la sonrisa.

AAHHH AUU AUUU AUU AHHHHH - Gritó y comenzó a tirarse de la barba.

El torpe enano iba buscando al mediano, dio dos vueltas hasta sentarse en la mesa. Vaya ciudad... protestaba el enano. ¿Qué tal tú? preguntaba mientras pedía algo...

Al ver el misterioso hombre encapuchado, Losse rápidamente se puso a seguirle entre la multitud. Esperaba que su reacción no fuera demasiado tardía para poder seguirlo.

Morwing no pudo evitar mostrarse decepcionado ante la reacción del vagabundo.  – Poco vamos a poder hacer con éste.

Los numerosos intentos fallidos de Ogna por recopilar información y las pocas pistas reunidas hasta ahora, hicieron que a Morwing se le pasase por la cabeza dar un golpe de efecto a la situación.  -Allen, mucho me temo que poco o nada podremos sacar de esta mente enferma… ¡¡Rompe las cadenas!!, y estad atentos a aquello que pueda acarrear.

Morwing se separó unos metros del anciano y comenzó a observar a todas las personas cercanas a la espera de Allen. Si tan importante era tener encadenado a ese desgraciado es posible que alguien le estuviese también vigilando, y quizá al liberarlo se descubra a sí mismo.

Losse se dirigió con paso acelerado hacia el callejón por donde había desaparecido el extraño. Cuando el elfo se asomó al la estrecha calleja estaba desierta a excepción de una solitaria figura. Sólo pudo distinguir que era un hombre alto y esbelto, cubierto con una capa gris que ondeaba al viento, y que corría hacia el final del mismo. Con un brinco digno de un felino se encaramó a unas rejas de la primera planta e inició la escalada hasta los tejados de las casas cercanas.

Davros llegó hasta la boca de la callejuela tan sólo un parpadeo más tarde que su compañero y para entonces el misterioso hombre ya estaba casi encaramándose a un balcón en la segunda planta que aprovecharía para alcanzar el tejado.