Partida Rol por web

Era de esperar, pero entonces ¿qué comían? Claro que siendo elfos, seguro que eran hierbas y setas... y cabra, aunque vete a saber de dónde la sacaban, si no la cazaban ellos mismos. Tampoco era algo importante, de todas formas, y no me molesté en preguntarle por ello. No, señor, la noche no tardaría en echársenos encima, y a la tarea de alcanzar el campamento se había unido la de atrapar la cabra y darle una rápida y piadosa muerte.

Vamos a por la cena, dije, golpeando el arco de Haizti con el mío, antes de echarme a correr tras las huellas del animal.

Os desplazáis sigilosos entre la foresta. Los árboles se van acercando a vosotros, haciendo que todo parezca más tupido, aunque el verdadero bosque sabéis que empieza más adelante, mucho más frondoso. Las hierbas que crecían altas en el descampado comienzan a acortarse, hasta casi desaparecer en muchos lugares, dando paso a la hojarasca. Vuestras manos sostienen vuestros arcos y una flecha en vuestra mano hábil. Os miráis y, en silencio, comenzáis a avanzar.

Las huellas en el suelo son nítidas. Tras sortear unos cuantos árboles, llegáis de nuevo a un claro. Pocos metros más allá, las huellas desaparecen súbitamente. Miráis alrededor de las últimas huellas. Pero no hay nada. Nada. El rastro se para abruptamente. No hay rocas alrededor, el terreno es exactamente igual. ¿Cómo podría desaparecer la cabra sin dejar rastro? Si al menos hubiese sangre... entonces, un escalofrío os recorre la columna. ¿Quizás la sombra que vistéis antes?

Haizti siguió a Beharnu, que parecía acostumbrada a aquel tipo de lides donde la comida en vez de en el plato, corría por delante. El progreso a la carrera, sigiloso al principio, lo fue menos cuando la hierba dio paso a la hojarasca del suelo en medio de un bosque mucho más frondoso que el que habían empezado a atravesar.

La rapidez dio paso a un avance mucho más cauto siguiendo las claras huellas dejadas por el animal hasta que estas desaparecieron como si el animal hubiera sido cazado por un poderoso depredador alado lo suficientemente fuerte como para alzar en vuelo a un animal tan pesado como una cabra.

Miró a su compañera, en silencio, e hizo un gesto de cabeza que reflejaba la extrañeza de la situación y una posible respuesta de ella ante la misma. Y entonces, la piel se le puso de gallina sin razón aparente. Y en el silencio y penumbra del bosque, el semielfo aguantó incluso la respiración, atento a cualquier sonido, olor, imagen o movimiento.

Te fijas en cada detalle, con cada sentido, pero nada extraño se oye en el bosque. No crees que lo que se haya llevado a la cabra esté en los alrededores. Al menos, porque ni lo ves, ni lo oyes.

Pero qué cabronazo, fue lo que pensé cuando nos topamos con el abrupto fin del rastro de la cabra. Y, al parecer, lo dije entre dientes, más gruñido que sonido articulado.  Algún desgraciado nos había robado la cena. Y no había sido un desgraciado cualquiera, sino uno capaz de llevársela sin dejar huellas, ni sangre, ni nada que permitiera seguirle. Lo cual, me di cuenta en cuanto lo pensé un momento, preocupante.

El vello de la nuca y los brazos se me erizó ligeramente. Papá me había explicado que me guardara las espaldas cuando eso ocurriera, porque era el cuerpo avisándome de que había notado algo que yo, conscientemente, no había percibido totalmente. A mi lado, Haizti se había puesto tenso como la cuerda de una ballesta, así que lo imité. Quienquiera, o lo que fuera, que se había llevado la cabra, podía estar merodeando todavía por la zona, incluso acechándonos.

Igual cazamos algo mejor que una cabra, dije al semielfo, mostrando lo que esperaba que fuese una sonrisa feroz y confiada. Agucé el oído y observé atentamente a mi alrededor, esperando que algo ocurriera o, si podía elegir, que no ocurriera nada.

Observas los alrededores, afinando tu oído, al igual que lo hace Haizti, pero lo cierto es que no ves ni oyes nada. Todo parece tranquilo.

-No capto nada. Ni ruido, olor o imagen. Y que las huellas hayan desaparecido de este modo, sólo me hace pensar que la cabra fue cazada por una criatura alada. Dudo que podamos cazar ni cabra ni nada mejor -dijo Haizti en voz baja-. Lo mejor será regresar al camino y seguir con nuestra búsqueda del campamento. No quiero perder más tiempo del imprescindible y que se nos eche la noche encima.

Aun así, la sensación de peligro, la propia de una presa cuando está siendo acechada no abandonó al semielfo, que en todo momento se mantuvo alerta. El arco de madera casi parecía una prolongación de su mano. 

Alas, con suerte. Ambos llevábamos arcos, por lo que vérnoslas con un depredador volador no era un grave problema. Salvo que fuera una wyverna, por ejemplo, o en general cualquier bicho capaz de hacer picadillo a una cría y un adolescente sin demasiadas dificultades.

Asentí con un ademán de cabeza. Si no hay cabra, no tenemos mucho que hacer por aquí. Y si nuestro ladrón quiere ir tras nosotros, dije encogiéndome de hombros, tendrá que mostrarse tarde o temprano.

En cuanto me aseguré de que Haizti me seguía, me eché a andar sobre nuestros propios pasos, de vuelta al camino, a paso ligero.

Haizti siguió a Beharnu, a quien parecía gustarle aquello de llevar la iniciativa y correr por delante, aspecto que por otra parte le resultaba indiferente al semielfo que en silencio rumiaba las palabras de su compañera. ¿Ladrón? Era algo que no terminaba de entender. ¿A qué podía referirse? Sus posesiones permanecían donde estaban y nadie había sustraido nada. Y estaba seguro de que igual ocurría con las de los demás. Entonces, ¿a qué ladrón se refería y por qué habría se seguirles alguien inexistente?

Durante los meses invernales, había oído hablar a algunos humanos de la existencia de amigos imaginarios. Sí, esa debía ser la razón.

-Beharnu, ese ladrón del que hablas, ¿es tu amigo? -preguntó mientras la seguía, en un intento de mostrar interés por la persona de su compañera, algo que sabía agradecían siempre.

No debería haberme sorprendido. Eran ya tantas veces las que había hecho lo mismo... pero no pude evitarlo. Giré la cabeza lentamente, y clavé en el semielfo una mirada que, probablemente, se parecía mucho a la que le hubiera dedicado si me hubiera contado que en realidad era un orco bajito maquillado.

Me refiero, dije tras una inspirar tan profundamente que me crujieron las costillas, a quien haya capturado a la cabra. Íbamos a cazar la cabra, por lo que la consideraba nuestra, razón por la que, aclaré, lo llamo ladrón.

Haizti se golpeó la frente. Sentido metáforico. Algo de lo que gustaban los humanos. En pocas ocasiones llamaban a las cosas por su nombre. Preferían los circunloquios, los falsos sentidos, la mentira en definitiva.

-Entiendo. Disculpa la confusión. Se me hace difícil entenderos cuando interpretáis situaciones. Beharnu, intento entenderos, hablar con vosotros, pero es complicado. Cada vez que decís algo, encierra un doble sentido que no alcanzo a comprender. ¿Por qué no decís las cosas tal y como son y os refugiáis en dobleces y metáforas? No me molesta, pero cada vez que respondo a algo que comentáis, me miráis con caras que no sé muy bien cómo interpretar pero que me hacen comprender que hablando un mismo idioma no decimos las mismas cosas o no las entendemos del mismo modo. Es como si yo fuera un hongo y vosotros no. Me dirigís miradas que van del hastío a la molestia o al enfado, pero nunca os habéis preocupado de corregirme o enseñarme -dijo el semielfo.

Aunque me costaba creer que Haizti fuera totalmente sincero, que fuera completamente ignorante de las sutilezas de la comunicación oral, pero no podía negarle su parte de razón. Al fin y al cabo, lo había educado en solitario su madre elfa. Y los elfos, por lo que sabía, por poco que fuera, eran diferentes de los humanos, no solo por la delgadez, las orejas puntiagudas y las larguísimas vidas, sino por su forma de relacionarse con los demás y con el mundo.

Intentaré ser más clara cuando hable contigo, dije. Pero no te preocupes, aprenderás.

Haizti asintió. Parecía satisfecho. Y dejando aquel asunto atrás, se dedicó a lo que había que hacer. Avanzar lo más rápidamente posible para alcanzar el Campamento antes de que la tarde diera paso a la noche.

Apenas una hora más tarde, cuando la luna toma protagonismo y el astro rey comienza a despedirse del Valle, llegáis hasta lo que parece el campamento maderero.

Una fea herida formada en el otrora orgulloso bosque se abre ante vosotros. Multitud de hombres vuelven desde los márgenes del bosque hacia sus cabañas para un bien merecido descanso. El campamento, aunque no tiene empalizadas, está defendido por guardias que no tardan en acercarse a vosotros. Por lo que podéis ver, hay cinco edificios de mayor importancia, que parecen ser una oficina, una especie de herrería, un comedor, un almacen y algo que no estáis seguros de qué puede ser. Edificios menores y multitud de tiendas se levantan en los alrederores.

¿Qué queréis? Dice el guardia con tono hosco. Su lanza sigue sin apuntaros, pero el timbre de su voz delata que sólo espera una provocación para lanzar el arma contra vosotros.

Quarion y Asha no nos habían alcanzado a pesar del desvío en persecución de la cabra. La cabra que se había esfumado en el aire, o que, como apuntó Haizti, se había llevado una criatura voladora.  El campamento estaba a la vista, y la noche ya caía sobre la región, mala señal para nuestros compañeros. Sabía que eran capaces de cuidarse perfectamente solos, Asha con esa espada enorme y sus poderes raros, y Quarion con su arco y sus magias druídicas, y tenían a Skoll, pero no podía evitar preocuparme.

Más que un campamento, parecía un puesto permanente, pues además de las esperables tiendas donde pernoctaban los leñadores, se habían construido  varios edificios para proveer de los servicios básicos. Siendo sincera, había visto aldehuelas menos preparadas. Me recordaba a los campamentos militares que describía papá cuando hablaba de la campaña contra los grandes trasgos. Solo faltaban unas buenas empalizadas de troncos para completar el cuadro. En cualquier caso, era un lugar tan encantador como un estercolero, y estaba convencida de que a Quarion iba a soltar espumarajos al verlo.

El campamento debía de ser un lugar donde se trabajaba duro, siguiendo a rajatabla ese viejo adagio sobre trabajar honestamente de sol a sol, pues llegamos al ocaso, y coincidimos con el trajín de trabajadores  caminando a sus lugares de descanso. Definitivamente, pocas cosas podía haber más aburridas que pasarse el día golpeando troncos con un hacha. Y que lo diga alguien que puede pasarse una noche encaramada a una rama esperando que pase por debajo un jabalí debería daros que pensar.

Uno de los guardias se acercó a nosotros con una lanza en la mano y una mierda debajo de la nariz, a juzgar por su expresión. Ser guardia también es sumamente aburrido, así que no lo podía culpar por tener ganas de empalar a un par de adolescentes. En todo caso, más le valía no intentarlo, por el bien de todos.

Buenas noches a ti también, saludé tratando de sonreír, aunque estaba lo bastante cansada como para incluso eso me costara esfuerzo. Venimos de Hondonada del Halcón. La dueña de “Raíces y Remedios” nos ha contratado para encontrarle unos ingredientes en el bosque. Nos ha dicho que un leñador del campamento, Milon Rhoddam, podría ayudarnos a orientarnos.

Una ceja se enarcó ante el feo panorama que se abrió a los ojos de Haizti. Aquel chancro purulento en medio de la naturaleza supuraba muerte y destrucción, obra de los humanos y en beneficio de ellos, algo que no tardando demasiado se volvería en su contra, fruto de su ambición, de sus deseos de inmediatez y de su escaso amor por cuanto los sustentaba. Los ojos del semielfo reflejaron las últimas luces del atardecer con un frío fulgor capaz de congelar el mismo corazón del sol, gesto que de no pasar desapercibido a Berhanu, hablaría de los oscuros y tormentosos sentimientos que poblaban su alma.

Siguió a la muchacha hasta la linde del campamento, en silencio, un silencio que se prolongó ante la pregunta del guardia que les cortó el camino. Una pregunta absurda, idéntica a la formulada por la herborista y cuya respuesta podría resultar igual de insatisfactoria para su interlocutor si él hablaba. De modo que dejó que Berhanu hablara, limitándose a observar el campamento y los hombres que en él habitaban.

El hombre os observa con sus ojos oscuros entrecerrados, escrutándoos. Su expresión no cambia un ápice. No parece ser el hombre más feliz del mundo con su trabajo. Poco más atrás observáis como dos de sus compañeros os miran desde la lejanía, esperando a que cometáis un error o hagáis una tontería, en cualquier caso, para poner un poco de salsa a sus aburridas vidas en el campamento.

¿Eso os ha dicho? No me suena ningún nombre así... Su tono parece algo forzado. Aunque Berhanu no parece darle importancia, Haizti no duda que más que mentir, el hombre se está quedando con ellos. Sabe quién es perfectamente. Piensa el semielfo para sus adentros. Aunque se mantiene en silencio, decidiendo si intervenir o no.

La noche comienza a dominar todo, la luz de la luna comienza a tomar más protagonismo, mientras que los rayos del sol, ya débiles, parecen despedirse a través de las montañas que se ven a lo lejos, en dirección Oeste. La lluvia ha parado hace un rato, con pequeños momentos de chispeo. El suelo, embarrado, hace rato que ha dejado vuestras botas en su estado lamentable y el paso se ve, a menudo, entorpecido debido a esto. El haberos mojado por todo el camino hace que deséis fervientemente un buen fuego en el que calentaros. La suave brisa nocturna, que ha hecho que la temperatura descienda, os enfría en vuestra humedad.

Abandonáis el bosquecillo en el que estaba el riachuelo con algunas dudas resueltas y otras que os han surgido. La lluvia os empapa, aunque ésta sea intermitente. El camino, embarrado, no tarda en aparecer y comenzáis a seguirlo.

Las horas pasan y el camino se vuelve monótono, apenas interrumpido por algún que otro bosquecillo que parece tragarse al camino en ocasiones. Las colinas que se alzaban a vuestra derecha van pronunciándose cada vez menos hasta casi desaparecer. Los campos, verdes y llanos, llenos de altas hierbas las sustituyen.

En ese momento, cuando atravesábais uno de los múltiples bosquecillos, entre las copas de los árboles, Quarion es capaz de ver la rápida silueta de un wyvern volando sobre estos. La criatura no parece veros y sigue volando. Entre sus patas, el elfo ve los restos de una cabra que ha quedado casi irreconocible por la bestia.

Mentía. Era tan evidente como la lluvia o el barro de sus botas. Y la noche se les había tirado encima, y con ella todo lo que la naturaleza adversa podía ofrecerles. No había tiempo para retroceder, ni tenía una especial paciencia para con aquel humano de extraño humor que quería jugar con ellos.

-Eso nos ha dicho. Y basándonos en su palabra hemos hecho un largo recorrido hasta aquí. Pero la distancia cubierta ya la conoces, humano. Era nuestro compromiso para con ella y lo hemos cumplido. Pero con tu respuesta nos dices que ella ha mentido, algo extraño teniendo en cuenta que es la única capaz de sanar el mal que afecta al pueblo de Hondonada, una enfermedad cuya solución parte de ese nombre que no te suena. Solo cabe una equivocación de su parte. Está bien. No te molestaremos más. Berhanu, vayámonos. Nuestro camino ha sido en balde por lo visto. Llevaremos malas nuevas a la curandera diciendo que su información era errónea y que no podrá elaborar la cura que tanto desea para salvar a las mujeres, niños y ancianos de la aldea. Gracias, leñador por tu sinceridad. Sería difícil cargar con la culpa de una mentira que acarree la muerte de tus congéneres tan solo por el deseo de bromear ante dos desconocidos. Buenas noches y que la enfermedad no alcance tu campamento. Sería lamentable ahora que no va a haber cura -dijo en la arenga más larga que su compañera jamás hubiera oído de boca del semielfo y tras lo cual se dio media vuelta dispuesto a marcharse.

El discurso de Haizti no parece ser suficiente para convencer al guardia de vuestras intenciones, pero sí como para que Berhanu sea capaz de darse cuenta de lo que antes no se había percatado. El hombre sí conocía al leñador al que buscaban, tal vez sólo necesitaban ser más persuasivos y el semielfo, "Hielo", como por una ironía de la vida, había sido por una vez "Fuego", derritiendo, aunque sólo fuese parcialmente, el corazón helado del guardián del campamento. Sólo necesitaban un empujoncito más.