Partida Rol por web

Intenté mi mejor movimiento -o, al menos, el mejor que podía hacer con un par de cuchillitos- pero aquellos hombres estaban por encima de cualquier cosa normal. Lo sabía, lo había sabido desde el principio, pero no podía aceptarlo. No quería. 

Sin embargo, de repente me encontré con la mano de Lord Mieczyslav sujetando la mía. Su voz resonó en mi cabeza y, de pronto, mi cuerpo no me respondía, no podía moverme. Intenté zafarme, intenté mover el brazo que no me había sujetado, que se había quedado a pocos centímetros del cuello del guardia al que atacaba, quien no se había movido un ápice con mi reacción; pero no pude. No fui capaz. No pude mover ni un dedo. 

-Carl... -tampoco era apenas capaz de hablar- ... corr... ed... 

No pude articular más. Yo me quedaría; mi mente había decidido no hacerme caso a mí y hacerle caso a él y controlaba todos mis movimientos; pero una parte de mi subconsciente aún seguía deseando que no fuera así... Había comprobado que enfrentarme a ellos sería imposible. Aunque aún no quería creerlo. Alguno de ellos debía poder huir. Aunque fuera uno solo...

Imara aunque se habia visto muy valiente en el principio cuando fue entre los primeros individuos en pararse para salir de ese lugar, ahora mismo se la veia bastante nerviosa y insegura de su decision. Observando no solo a los que la acompañaban sino a los que se habia quedado sentados aceptando de cierta forma lo que el señor del castillo tenia listo para ellos.

De pronto con la rapidez de un rayo la esperanza de escapar se esfuma rapidamente con las acciones de unos pocos que empiezan a controlar a los mas fieros del grupo de escape. Rindiendose ante su funesto futuro se agacha y pone a rezar en un murmullo a Dios, queriendo despedirse de este mundo haciendo las paces con este como es debido.

Aun sintiéndose algo confuso y desorientado por los golpes de esa "bestia" con forma de mujer y su posterior bueno, Damir trata de poner resistencia y forcejeo a que los guardias le pongan ese collarín, sin mero éxito alguno. se tranquiliza un poco, pues su corazón va a mil por hora, se le vuelen a pasar las imágenes y las palabras de esa bestia en el tejado de la mansión. Tras haberse sosegado vuelve en si.

Damir alza la mirada, lanza un escupitajo hacia el suelo y luego mira hacia Lady Dimitra, Tan cobarde eres que tienes que amordazar a tu presa, ¿ acaso me teméis? sueltame y combate conmigo a muerte...

Sabia, se que no tengo nada que hacer, puesto que en tejado di lo mejor de mi y ella sin apenas inmutarse, ni consegui rozarla, ademas tarde o temprano iba a morir, pero si puedo llamar la atención y focalizar en mi la atención de toda la sala, alomejor alguno de los viajeros puede salvar su cuello.

Tan pronto como me había levantado de mi asiento, mi cuerpo volvió a sentarse, sumiso a las palabras de Leopold, e ignorando las intenciones que en un principio había tenido.

Escapar ya no estaba en mis planes. En realidad ni eso, ni nada. Me dejé poner el collar, sin tan siquiera pestañear, y es que mi mente tampoco parecía pertenecerme, pues volvían a mi memoria los recuerdos de hacía unas horas, no dejandome pensar en nada más.

Sólo aquel hombre y yo, parecíamos ser conscientes de las sombras que me habían rodeado horas atrás. Y ahora, de la nada, tras haberme dado órdenes, mi cuerpo reaccionó por si solo, como por... brujería.

Mis ojos se movieron en su dirección, temerosos.

¿Qué eres?, pensé. Ni siquiera sabía si podía saber lo que estaba pensando, pero para él pocas cosas parecían tener límites, así que merecía la pena hacer la pregunta mentalmente, aunque fuera para sentirme algo mejor expresando aquello que pululaba en mi cabeza.

Con el peso de aquel collar que ahora se cerraba alrededor de mi cuello, fui consciente de la realidad. Mi final estaba ahí. Aquellos... seres... me comerían. No había lugar a dudas. El propio Giovanni lo había dicho. Y no parecía ser alguien a quien le gustasen las bufonadas.

¿No hay nada que pueda... hacer? Mi mirada se volvió suplicante.

Aún me quedaban demasiadas cosas que hacer. Demasiadas. 

El susurro de Lady Amisa parece tranquilizar a Mabuz...demasiado. Sus ojos pierden el foco y sus brazos caen flácidos mientras uno de los soldados se acerca para ponerle el collar. No hace ningún gesto ni comentario, ni si quiera se preocupa por ver cómo les va a los otros.

La situación se iba de madre, por un lado la pelirroja peleando como una jabata hasta ser apresada por nuestro "libertador", el resto rodeados como ratas, o reducidos como vulgares plebeyos. Dejé escapar un suspiro de exasperación ante la situación. Es la última vez que voy a un evento como este... Literalmente.

-Aparta, escoria.- Le quité el collar de las manos al soldado que se acercaba con el susodicho para ponérmelo como si de un vulgar perro, al tiempo que echaba la cabeza para atrás y me lo ceñía yo misma, altanera y arrogante, harta de toda esta situación. Al fin y al cabo, la dignidad no me la pueden quitar, pensé con cierto deje amargo.

Quedaban pocos ya dispuestos a mantener aquella rebeldía. Los guardias, siendo ya mas numerosos que el resto, y ayudados por la mujer Lady Dimitra reducen en un instante a los tres hombres que aún se resistían. A pesar de que alguno logró con las débiles armas que llevaban hacer algún que otro corte a la guardia, todo aquello estaba sentenciado. En un instante les colocaron los collares y les sentaron de nuevo en la mesa, obligándoles a no moverse so pena de recibir un peor castigo que aquello. 

Los collares os hacen daño en el cuello, y al poco rato, sabéis su utilidad. Los hombres empiezan a levantarse de la mesa con una copa entre sus manos y comienzan a acercarse a vosotros. Al poco rato giran lo que parece ser una pequeña llave en el collar y la sangre comienza a manar, cayendo en la copa que tienen entre sus manos. Pero lo peor estaba por llegar: aquellos hombres (por llamarles de alguna forma) empiezan a beber vuestra sangre -¿acaso esos seres eran humanos?-.

Aquellos seres comienzan a pasar entre cada uno de vosotros, probando y tomando vuestra sangre. Algunos discuten sobre los sabores, e incluso los mas reservados se vuelven alegres y comunicativos. Se bambolean como borrachos, hablan en voz demasiado alta y agitan los brazos con ademanes enloquecidos. 

De cuando en cuando, algunos alzan su copa y brindan "por la eterna destrucción y condena de Japheth el Capadocio" y "por que continúe la bendita ignorancia de Hardestadt y su banda de payasos". 

A todo esto, Claudius responde: 

 ¡Amigos, debemos ser intrépidos! ¡Debemos asumir grandes riesgos! ¿Como si no ganaremos nada que valga la pena?

La velada sigue con normalidad, y al poco rato, Alicia pregunta débilmente:

 ¿Que vais a hacer con nosotros?

 Oh, vais a morir, por supuesto. Dentro de unos meses enviaremos noticias a vuestros hogares de que fuisteis atacados por salteadores. O monstruos. ¡O TURCOS!

Comenzáis a sentir mareos, debilidad y algo de frío a causa de la pérdida de sangre. Justo cuando peor parece la situación, un fuerte ruido estremece toda la casa. Los anfitriones se quedan congelados a mitad de la juerga, y el pánico se refleja en sus semblantes manchados de sangre.

De repente suena la alarma. Los guardias gritan, las pisadas resuenan y las campanas de alerta lanzan sus tañidos. Se oye un nuevo golpe en el muro sur.

Un centinela entra a la carrera. 

¡Mi señor! ¡Nos atacan! ¡Un centenar de soldados, las tropas de Hardestadt! ¡Nos superan en número!

Los anfitriones dejan de comer. 

 ¡Los Fundadores, malditas sean sus ojos!

 ¡Estamos atrapados!

 ¡Alguien nos ha traicionado!

 ¡Tiene que haber sido esa loca Malkavian de Theopana! ¡Deberíamos arrancarle su engañoso corazón!

 ¡Imposible! ¡Dices eso para despistarnos, Assamita! ¡Tienes que haber sido tú! ¡Nunca me he fiado de ti!

 ¡Es mas probable que Lady Jadviga esté detrás de todo esto! ¡Esos intrigantes Ventrue siempre anteponen su clan a sus aliados!

 No eres mas que un viejo chupón idiota y senil, Valdemar. Odio a Hardestadt y he atacado sus dominios muchas veces. Propongo que nos quedemos para probar que no estamos haciendo nada que merezca un ataque.

 ¿Quedarme?- ríe- ¿Y confiar mi destino al demente de Hardestadt? ¡Nunca!

 ¡Giovanni nos ha traicionado! ¡Hemos sido unos estúpidos al creer que iba a atacar a sus hermanos Capadocios!

 ¡SILENCIO! ¡Prohíbo estos enfrentamientos! ¡Seguidme AHORA o estaremos acabados!

 ¡No hay salida! ¡Luchemos!

 ¡Este no es el lugar! ¡Vamos al relicario! ¡No podrán seguirnos!

 ¡Vamos! ¡Hay una salida a través de las criptas! ¡Rápido!

 Pero nos seguirán- dice con frialdad- Tus soldados caerán, como los patéticos mortales que son. 

 Si, caerán. Debemos frenar a Hardestadt- calla durante unos instantes- ¡Ah, ya está! ¡Abrazad a vuestras presas! Ya han sido desangrados, y el Cambio será rápido. Esto entretendrá a nuestros perseguidores el tiempo suficiente para que podamos huir mientras los exterminan.

 ¿Y si alguno sobrevive?

 Rie ante esas palabras- recuerdo a la gentil señora que nuestros atacantes son los fanáticos fundadores. ¡Hardestadt no permitiría nunca que viviesen! ¡Ahora, hacedlo! ¡Esa la única forma de escapar!

Rápidamente, cada uno del que ha sido vuestro "compañero" en aquella horrenda velada se os acerca con suma rapidez, mostrándoos unos dientes afilados en sus boca. No tenéis tiempo de reaccionar: cada uno de aquellos seres os agarran con fuerza, inmovilizándoos y con un rápido movimiento, os muerden el cuello con furia. 

El abrazo fue rápido e indoloro. El frío inunda vuestros cuerpos y vuestras extremidades se empiezan a quedar rígidas. Luego vino la paz... habías muerto. 

Al poco rato tu cuerpo se contrae en un espasmo, al tiempo que coges una bocanada de aire. Sentís el sabor amargo de la sangre debajo de vuestras lenguas y cuando abrís los ojos, veis el mundo completamente distinto al que lo recordabas...

Eres un vampiro ahora. 

Rápidamente cada vampiro desangra por completo a uno de vosotros y os da un poco de su propia sangre. Algunos de los vástagos se muestran algo reacios a la idea de dar su valiosa vitae a indignos recipientes, pero acaban aceptandolo a regañadientes.

Después se dan a la fuga, no sin ordenaros:

- ¡Luchad hasta la muerte contra los invasores!

Todo aquello había sucedido como en un frenesí. De pronto, me encontraba rodeada de muertos... y yo era uno de ellos. Pero, sin embargo, allí continuábamos, mirándonos los unos a los otros, aún con aquellos extraños collares al cuello, sin saber muy bien qué estaba pasando. Apenas podíamos levantarnos, estábamos débiles y en aquellos momentos -yo al menos- nadie tenía mucha idea de quién era o qué sucedía.

Pero no. No iba a morir ahí... Morir, o lo que fuera. No en aquel estado, no de aquella manera. Con un esfuerzo sobrehumano me levanté, despacio, apoyándome en la mesa como pude. Cogí de nuevo los dos cuchillos* y miré a mis improvisados compañeros. 

-Sé que ninguno entendéis muy bien qué está pasando... -comencé, primero con un hilo de voz, luego, cada vez más fuerte- y yo tampoco la tengo... pero he entendido una cosa: que están atacando esta casa y que nos matarán en cuanto nos vean por lo que... por lo que nos han hecho... Así que no podemos quedarnos aquí, parados, sin hacer nada. ¡Yo al menos no voy a hacerlo! ¿Venís conmigo?

MASTER MASTER MASTER MASTER

Es mas, me repirto: MASTER MASTER MASTEEEEER

Verás, a los Malkis les sucede una cosa. O más bien no les sucede: No se si lo has contemplado:

Cuando a cualquiera lo abrazan, en ese instante entre la muerte y la no muerte, el que sea está inconsciente. "Con los ojos cerrados y un temblor en los oidos". Sin embargo, eso no es así para los malkavian: Durante el abrazo, los malkavian contemplan el mundo, como realmente es. Desde su ángulo peculiar: Uno que depende de la personalidad del sire y de la propia del pre-vástago.

Eso se llama "Revelación Malkavian" y es tan cruda y devastadora, que acaba para siempre con la cordura del vástago. Es la causa de la locura y la fuente de la dementación. Se dice que los Guerreros despiertan del abrazo aullando. Los magos despiertan levemente, sopesando su nueva situación.

Los Malkavian no despiertan: YA ESTABAN DESPIERTOS. Y la inmensa mayoria no deja nunca de gritar durante el abrazo...

Las palabras de estos DEMONIOS son tan extrañas, como si me hablasen en un idioma desconocido. Extrañamente, siento algo de... ¿Paz? no intento pelear más, no intento acabar con esto. Es más, solo me intriga el descifrar que me dicen.

Me siento tan cansado.. taaaaan cansado...... Y tan frio......... La sangre es vida.......... La sangre es el Alma¹..........
Caigo al suelo. Y un pensamiento me invade

DEVUELVEMELA. Mi sangre ¡Devuelveme mi sangre!

Y entonces lo siguiente que veo, en mi pensamiento, en mi resolución final... lo que veo es el pelo grasiento de Lord Casmir, su toga negra, y su brazo manando sangre, alimentandome.

Así fue como La Muerte me alimentó. Y me infectó, y me carcomió en cuerpo. Y tambien en alma

"Luchad contra los invasores" es el pensamiento.

Maeve, una aliada, se levanta con su cuchillo en lo alto, y nos insta a la batalla.

"¡A LA VICTORIA!" grito con ojos vacios, alzando mi daga y siguiendo a la mujer del cabello rojo, como si ella fuera la encarnación del arcángel Miguel, guiandonos contra los sarracenos que invadieron mi península, y los turcos que tomaron tierra santa.

Durante tu abrazo, te sucede algo extraño: bajo ningún momento quedas inconsciente nada mas perder tu sangre, todo lo contrario, estás completamente despierto y atento a lo que te ocurre. Pero hay algo más: de pronto y en un abrir y cerrar de ojos contemplas la realidad de este magnífico y patético mundo, tal y como realmente es, con sus maravillas, magnificencias y atrocidades. 

Nada mas acabar su abrazo, Ewald cae al suelo entre terribles convulsiones. 

Vi a Ewald caer al suelo y me acerqué rápidamente. Mis fuerzas aún no estaban del todo recuperadas, pero sentía mis músculos más fuertes y mis sentidos se habían agudizado. Mis reflejos eran mejores que antes y la cabeza me dio un par de vueltas por el rápido movimiento, pero pronto pude acercarme a él y tratar de sujetarlo, para ver qué le sucedía.