Partida Rol por web

Mientras que Álvar y Lope ya ponían pies en Polvorosa, Zorro musitaba nosequé de "Zacarías" y se desprendió de su trayectoria, de nuevo hacia la calle judía. Los dos primeros se lanzaron cuesta arriba, hacia el castillo, empero que el joven muchacho dejó de estar ya a su vista y pareció que volvía al interior de Piedralejo.

Siendo ya de noche, no era normal que alguien llamara con tanta urgencia a las puertas del castillo. Diez minutos estuvísteis allí, frente al portón, no sabiendo si seríais asaeteados por creyeros asaltantes o si os quedarían afuera por tanta efusividad. Finalmente entrásteis en el castillo y os dirigísteis hacia el interior de la fortaleza. Tras preguntar un soldado que había pasado para traer esos rostros tan impresionados (ni que una turba de gente os persiguiera), éste negó vuestro paso ante vuestra petición de ir a ver a don Diego.

El señor Barón se encuentra indispuesto -dijo-, está en su alcoba y ha pedido encarecidamente que nadie le moleste. Ha mandado avisar a Zacarías, el médico de la aldea, et aquí le estamos esperando. Deberéis aguardar.

Una turba enfurecida de gente avanzaba entre las calles de Piedralejo, buscándoos. No tenías duda que querían vuestra piel, vuestra cabellera, pues aquellas maneras no eran precisamente amistosas y de paz. Pero claro, en este tipo de eventos, alguien como tu, un ser bajo, ágil y espabilado, podría pasar desparecibido. Y claro que pasaste. Te encaramaste tras la tapia de un corral, te agachaste en la oscuridad, y notaste que la turba de gente pasaba ya con alguna antorcha tras el muro. Nadie te vio, era como un sombra inmortal. Cuando alzaste la cabeza y veías que se alejaban hacia el molino de las afueras, saltaste de nuevo hacia la calle y te dirigiste a la calle judía. Estaba ahora desierta... Sin duda alguna que alcanzaste la casa de Zacarías. Estaba cerrada.

-Esperaremos pues -dije, tratando de recuperar el aliento. Al fin y al cabo, tampoco es que tuviésemos novedades notables que contarle, aparte de mis sospechas sobre el siniestro mendigo, y que puede que el asesino hubiese sido paciente del mismo médico que ahora mismo iba a sanarle.

Resultaba extraño que aquella turba viniese a por nosotros, aún me costaba creerlo. Casi parecía que alguien les hubiera exaltado, y guiado sus pasos hacia nosotros. ¿Cómo, si no, iba toda aquella gente de pronto a encontrarnos allí en casa de David, acusándonos de aquellas atrocidades?

La casa de Zacarías, fijándose un poco, estaba contigua a la del resto de casas. Era casa junto a casa, sin callejas en medio. Aquella vivienda era como de adobe y paja, sumida probablemente en una estructura de palos. Toda la calle se sustentaba en una sola planta, y en realidad todas eran muy parecidas (incluida la del médico Zacarías): puerta oscura, un par o incluso sólo un ventanuco en la fachada y quizá una ventana en la parte posterior. Claro que, allí no había hueco para que un hombre se colara (quizá las construyeran así por eso). Algunas de las casas (no todas) contaban con chimenea.

Pasó únicamente unos quince minutos, y andábais de un lado para otro, como aquel que hace tiempo y camina, entre las estancias del castillo. Entonces oísteis unos pasos que se acercaban escoltando a un hombre de cabellos largos.

No puedo decirle mucho más, señor -decía uno de los soldados mientras no dejaban de caminar-. El propio barón mandó llamar a Zacarías, et luego se tumbó a aguardaros.

El tipo rebuscaba en su bolsa.

Lo sé, Zacarías me ha avisado al momento, vayamos cuanto antes a diagnosticar al señor -instó el hombre-. Et luego se cruzó con vosotros, tipo y soldados.
 

Al poco entraron los soldados en la alcoba de don Diego, junto a ese hombre. Estábais cerca de la entrada, y oísteis por boca de éste último pedir que dejaran atenderle a solas. Los soldados debieron asentir, ya que salieron entonces y se colocaron a un lado y a otro de la puerta, cerrándola. El barón estaba ahora siendo atendido.

Decidió no perder tiempo en cuanto se halló frente la casa de Zacarías. Podía escuchar a lo lejos los gritos de odio y amenazas del pueblo hebreo, y por un momento, la inquetud por hallarse en plena calle abierta le sacudió. 

Echó mano de las ganzúas entonces, y con el bracamante listo, trató de abrir la puerta que le llevaría a cometer quizás una barbaridad, una temeridad, una bravuconada, o un golpe directo y de raíz a todo el misterio que rodeaba a Piedralejo.

Temió que el médico se encontrara en su interior, aunque no lo tomaría por sorpresa. Se encontraba cual zorro a puertas del gallinero, excitado por la tensión. Si tras abrir la puerta se encontrara con la mirada del judío, el enfrentamiento sería inevitable.

Aquello no me gustaba. No me gustaba en absoluto, ¿quién era aquel tipo? ¿Y por qué habría Zacarías de mandarle en su lugar? Habíamos estado con él hacía tan solo unas horas, y no había mencionado nada sobre ningún ayudante (cuando le preguntamos sobre quién tendría acceso a los filos de su casa). Tampoco nadie nos dió indicaciones sobre otro médico que hubiese por la zona.

Me sentía estafado, engañado, y si algo no le gustaba a un comerciante era que le intentasen tomar por imbécil. O bien aquel tipo mentía descaradamente, y sus intenciones no eran precisamente ayudar a la salud del señor (si no más bien lo contrario), o bien el barón no hacía si no fingir su enfermedad para poder reunirse a solas con aquel tipo. Fuera como fuere, aquello olía a podrido.

-¡Dejadme pasar! -dije, fingiendo entusiasmo, a los hombres de la puerta- ¡Acabo de recordar algo importante que puede ser clave para resolver la muerte de la esposa de don Diego! ¡He de informarle agora mesmo!

Púsose delante de la puerta, examinó la cerradura simple y decidió forzarla cuidadosamente con los dedos. Metió una de las ganzúas por el orifició y no tardó demasiado en hacer sonar el típico chasquido de puerta. Rápidamente abrió la puerta con cuidado, se introdujo y se escondió lejos de las posibles miradas del exterior. Estaba en la boca del lobo.

En el interior observaste una vivienda en estructura normal, no muy alejada a las construcciones de los vecinos. Eso sí: por todas partes había herramientas de médico et de curanderos, así como muchos cuchillos, vendas, remiendos y cuantiosos frascos con hierbas y líquidos en su interior. Si por algo era conocido Zacarías era por curar las enfermedades más comunes y atender de urgencia a los vecinos de Piedralejo.

Caminaste por la casa y decidiste mirar en la sala contigua. Parecía la cocina. Nada más asomar la cabeza y el ojo viste a Zacarías de espaldas, como preparando algo de comida. Él no había notado nada.

El señor barón está siendo atendido, ¿o es que no te has dado cuenta? -dijo interponiéndose uno de los guardias armados y sintiendo la mirada sobre tí del otro-. Uhm... ¿y qué es eso que has recordado? ¡Hablad!

En cuanto posó pie en la casa del médico, tomó su bracamante, preparado para cuanto estuviera por venir. Tragó saliva, instandose a la sangre fría, y observó en silencio absoluto los rincones de la casa hasta dar con la espala del propio judío. Su primer instinto habría sido adelantarse sobre él, pero la prudencia le detuvo, decidiendo observar antes hacia dónde se encaminaba. Tenía un sexto sentido que le avisaría de cualquier peligro, pero éste era fruto de años cultivando la astucia y la cautela.

Si nada encontrara que le esperara oculto o impidiera su paso, se adelantaría con pies de plomo hasta la espalda del médico, colocando la hoja de su arma a la altura de sus riñones.

-Puede que la indisposición del barón sea un envenenamiento -dije, mintiendo-. Ha sido al mencionar a Zacarías, el médico judío, que he atado cabos. Las gentes del pueblo fablaban de una mujer judía experta en hierbas et ungüentos, que quizá tuviere algo que ver con esto. ¡Hemos de informar a don Diego de inmediato!Et a buen seguro esta información puede ayudar al ayudante del médico a tratarle mejor.

Nadie había, pues nadie se oía. El médico encontrábase de espaldas y no había notado tu presencia. Podría decirse que era una presa, un simple ratón, en esos momentos, siendo observada por un águila o un Zorro...
 

Uhm... está bien, adentro... -et entonces el guardia abrió la puerta, et la escena que se encontraron los que vieron aquello (oséase, los propios soldados, Álvar y Lope), fue dantesca: Empapado en sábanas de sangre, vísteis el cuerpo sin vida del barón Diego Aguaza. Su boca estaba tapada con un trapo, et tenía un estilete clavado en la gargata, con la punta internándose en los sesos... en sus mejillas había una herida en forma de cruz. Habíase desangrado sin apenas gritar y en pocos segundos... La ventana de la alcoba encontrábase abierta, et la cortinilla zarandeándose por el viento...

Los guardias quedaron boquiabiertos.

El pulso se hacía notar en sus sienes. Bombeaba acelerado ante la subida de adrenalina y por el tiempo que duró su rápido avalanzamiento sobre el médico judío, contuvo la respiración. 

Su bracamante voló por encima de la cabeza del anciano hasta su cuello mientras Zorro le saludaba con voz ronca.

-¡Ah...! ¡Zacarías! Que a vernos voltamos, viejo judío. -Le habló desde las espaldas acercándose a su oído sin levantar demasiado la voz. -Paresce ser que los mios compañeros et yo encontraranos en asunto turbio. ¿Non sabrá nada al respecto vuestra merced, verdad? Mira que raro est que apenas en saliendo de veros, muertos quierannos todos los judíos ya. ¿Vas a fablar o te lo saco de las gónadas lo que escutar quiero? -Dejó sentir al viejo el ardor del mordisco de la hoja del bracamante para dejarle claro los pocos escrúpulos que tenía el ratero en aquellos momentos. - Sabes quien mató a la baronesa, et seguro que también quién anda faziendo brujerías en Piedralejo. Empezad a contar, et quizás vos salvéis de morir agora.

-¡Hijo de la grandísima puta! -grité. Me asomé corriendo a la ventana intentando localizar al asesino de don Diego*, y luego traté (a pesar de no estar seguro de cual seria su reacción) de dar órdenes a los dos guardias, que se habían quedado pasmados.

-¡Ese omne no es si no el asesino de don Diego, el mismo que acabara con la suya mujer! ¡Maldición, non dejéisle escapar! ¡Correr! ¡Corred!

Yo, desde luego, no le iba a alcanzar por mucho que corriese, así que mi idea era quedarme y revisar la habitación. Si aquel cabrón había sido astuto cual zorro hasta ahora (pues ya me imaginaba quién enfureció a aquella turba en nuestra contra, y quien era el causante de tanto mal en los últimos tiempos), bien podía haber dejado la ventana abierta y andar en realidad escondido en la habitación, quizá bajo la cama o el armario**.

- ¡Por Dios, Nuestro Señor! – Exclamé ante la visión del barón. – Rápido, corred al patio  y que cierren todas las puertas para que no salga nadie. – Le dije a uno de los soldados que miraban al barón con cara de no entender nada.

Parecía que el desgraciado barón había fenecido con rapidez. Mejor para él, otros había visto agonizar por una mala estocada.

Alvar, se acercó raudo a la ventana en busca del asesino y yo saqué mi cuchillo, mientras buscaba algún posible escondite.

Al menos ahora ya teníamos un sospechoso claro sobre el que caer y, el que los soldados nos hubiesen visto con ellos al abrirnos las puertas de la alcoba, ya nos debería de evitar ser portadores de cualquier sospecha sobre nuestras espaldas

¡Aaaahh! -el tipo se asustó al girarse, et casi un vuelco al corazón le dió-. Portaba una taza de barro en la mano y hasta la dejó caer, haciéndose añicos en el suelo. Tragaba saliva, escuchando lo que aquel pequeño muchacho le decía.

¡No sé quién mató a la señor de don Diego! -respondió como ofendido-; soy el médico de los señores, et yo sólo ayudo a la gente. Si apenas puedo moverme -el tipo era viejo en verdad-, ¿cómo diantres voy a matar a la esposa? ¡Valiente acusación! ¿Et qué brujerías habláis? Si algo se ha dicho siempre en esa aldea es que esa Marta es bruja, que por eso vive sola et apartada... ¡Marcháos de aquí!