Partida Rol por web

Os asomásteis a la ventana y vísteis que el tipo había atado una cuerda en un gancho que sobresalía de la ventana. Segurametne se descolgó por ahí. Ambos oteásteis el horizonte*, pero la negrura de la noche no consiguió que percibiérais nada. Mientras Álvar registraba la habitación (en la que sólo encontró sangre de don Diego ya manchando el suelo), Lope dió las órdenes necesarias para intentar encerrar al causante en el castillo. Lástima que tan pocos hombres hubiera en el castillo (recuerden la falta de efectivos para luchar contra los mercenarios acampados). Et que mientras los dos guardias hacían caso al pardo y corrían ya hacia abajo, oísteis un relincho en el patio de armas y posteriormente un traqueteo de cascos de caballo.

Impidió que se girara el anciano cuando se avalanzó sobre él, echando su cuerpo entre éste y la pila de la cocina donde se encontraba. El filo del bracamante se mantenía a flor de piel, y cualquier movimiento brusco, desencadenaría el trágico final para el anciano. 

El rechazo y los prejuicios del mozo contra los judíos hizo mudar la expresión de su rostro al no escuchar cuanto deseó. La furia y la adrenalina estaban cegando al joven ladrón, que pronto podría pasar a convertirse en asesino. Sus ojos reflejaban aquél frenesí y locura, que de contemplarlos Zacarías, comprendería en la grave situación en la que se encontraba.

Agarró de los cabellos la cabeza del viejo y pasó el umbral de la flácida piel de Zacarías, incidiendo sobre el músculo lateral del cuello.

-Non me fablas quanto quiero saber, Zacarías. Non voy a preguntarlo una tercera vez. Me queda claro que habedes puesto  los hebreos en nuestra contra. David o cómo se llame yace morto asesinado en la suya casa, et non parece casualidad que la turba judía viniera tras nosotros después de preguntarvos et que nos dierais el suyo nombre. ¿Quién mató a la baronesa et quién va levantando muertos en el cementerio? Fablad o morid.

La mano de Zorro aguantó la locura por poco más. Si lo próximo que escuchara del médico non le complaciera, segaría su vida desde las espaldas, cuidándose de manchar sus ropas.

- ¡Joder! ¡LA PUERTA! ¡CERRAD LA MALDITA PUERTA DEL CASTILLO! – Me desgañité a gritos desde la ventana. - ¡DETENED ESE CABALLO Y QUE NO SALGA NADIE!

La verdad era que mis intentos por detener aquel caballo eran bastante patéticos. La falta de hombres que tenía el barón iba a hacer harto difícil que consiguiésemos detener a aquel jinete que se perdía, en la oscuridad de la noche, fuera de los muros del castillo.

- Oye Alvar, ¿a ti te parecía cara conocida la del supuesto sanador? – Pregunté a mi compañero. Por más que trataba de ponerle nombre a aquel rostro, no era capaz.

-A decir verdad... -no se me había ocurrido hasta entonces, pero Lope dio con la clave. Al hacer memoria, al recordar los nuevos rostros que habíamos conocido desde que llegáramos al pueblo, pude verlo... Aquella barba y aquellos ojos claros que intentaba tapar con la capucha. Lo habíamos tenido en nuestras narices desde el mismo principio- ...¡Será cabrón! ¡Es él! ¡Es ese mendigo que encontrámonos al llegar al pueblo, el mesmo que entretúvonos en la casa de Fernando, mientras aquella turba enfurecida daba con nos!

Desde luego, aquel tipo lo pagaría y bien caro, más tarde o más temprano. Debió enterarse, tras "recibirnos" al llegar a Piedralejo, que fuimos nosotros quienes acudimos a la llamada de don Diego. Y ha debido seguir nuestros pasos, hasta que finalmente incluso se atrevió a pavonearse delante de nosotros en casa de Pedro. Pero el hecho de conocer su identidad, o más bien debería decir su cara, en aquel momento, nos servía de bien poco mientras escapaba.

-Bajemos al patio, rápido, a ver si han podido dar con él.

Yo no he puesto a los hebreos en vuestra contra, ¡si apenas se quién diantres sois! -decía a duras penas el médico-. Cuando escuchó lo de la baronesa negó, pero al oir lo de los "muertos en el cementerio" creyó que ese muchacho sufría de malas visiones.

¿Acaso te oyes lo que estás dicien...? ¡¡AUGGHH!!

Fue entonces cuando al joven Zorro, inexperto en estos temas no muy lejanos del suyo latrocinio, clavó sin darse mucha cuenta la punta del suyo filo en el cuello del judío, clavándoselo justo en una gran vena de éste... Zacarías abrió los ojos, se llevó las manos al cuello, pero la sangre comenzó a brotarle a borbotones... En pocos segundos, las fuerzas se le marcharon, su entereza se desvaneció y cayó de rodillas. Segundos después, el judío se precipitó al suelo, a tus pies...

¡¡BOOM!!

Tardaron buenos y cuantiosos segundos (que a Lope hiciéronselos como eternos) hasta que el tremendo crujido del portón del castillo restalló en la muralla. Claro que ya no se oía bestia alguna... En estando hablando del tal mendigo aquel y de ayudante de Zacarias (el muy cabrón, y con perdón), que bajásteis lo más aprisa al patio de armas. Seis soldados os salieron al paso, et uno os informó que, en habiendo cerrado la puerta, no encontraban a nadie dentro. Luego siguieron buscando.

Lo más seguro es que haya huido -os dijo uno de ellos, espada en mano-. Varios criados fueron mandados por los propios soldados para ir a refugiarse con el nuevo Barón de Villanache, que por derecho et linaje, ahora lo era.

El frenesí del ahora asesino parecía beber y saciarse ante el escarlata que brotaba del cuello del anciano. En poco tiempo, todo su cuerpo se había bañado de la sangre que comenzaba a alfrombrar su muerte. Como si de la venta de su alma se tratara, el semblante de Zorro se mantuvo frío. Quizás la inexperiencia en las delicadezas de la tortura se le escaparan, pero no lamentaba la muerte del médico, quien no alimentó ni satisfizo sus oidos con sus respuestas. Se negó a aceptar que estuviera al margen de todo en cuanto acontecía en Piedralejo. Era el médico del pueblo y judío. Una persona respetada entre los suyos. No, no podía estar exento de todo aquello.

Dió un paso atrás cuando el avance de la sangre comenzaba a tomar terreno. Observándola en silencio. Limpió el filo del bracamante con algún trapo de la cocina y echó atrás su capucha. 

Tenía que salir de allí y encontrarse con el resto en el castillo, pero el paso era más peligroso ahora si cabe. Quizás la suerte no volviera a estar de su lado a partir de aquél momento, ni en sus decisiones, pero como toda su vida hizo, tendría que enfrentarla, y hacer rodar de nuevo la rueda de la diosa Fortuna.

Cubierto bajo la penumbra, se dirigió a la salida y trató de pasar tan desapercibido como la sombra que entró. Necesitaría esperar a que la turba pasara, y quizás incluso, amaneciera. Pensó en dónde podría ir, y el nombre de Marta le vino a la cabeza, encaminándose hasta su cabaña.

-Maldición -mascullé. Si el tipo había escapado, no tenía ni la menor idea de dónde podría encontrarle. Y mucho menos sabiendo que el malnacido era astuto, y que sabiéndose perseguido, pondría aún más empeño que hasta ahora en que nadie diese con él.

No entendía nada. ¿Cuáles podían ser los motivos? La mujer del barón, el tal David, probablemente Fernando, el propio don Diego... ¿Qué tenían en común? ¿O es que como vaticinaba hacía unos instantes atrás, aquel tipo nos había estado siguiendo? Eso podría explicar la muerte de los demás, lo que me llevaba a pensar que su objetivo siempre fue don Diego, pero en primera instancia hubo de conformarse con su esposa, siendo el resto de muertes tan sólo distracciones...

Lo que me llevó a recordar nuestro encuentro sobrenatural en el cementerio. ¿Acaso sería el asesino también un nigromante? ¿Por qué no habría de utilizar entonces sus artes oscuras, y habría de llevar a cabo los asesinatos él mismo, con un estilete? ¿Sería un hombre de Alfonso? No es precisamente el estilo de los mercenarios, pero yo ya no descartaba nada en aquel pueblo, después de lo que había podido contemplar con mis propios ojos. Por no hablar de la historia que nos contó Marta, sobre aquel chiquillo traumatizado por la violación y asesinato de su madre, y el misterioso hombre embozado que la visitara semanas atrás.

Suspiré, desesperado.

Las noticias que nos trajeron los soldados no hicieron más que confirmar mis peores temores, el asesino del barón había conseguido huir.

Ahora que había conseguido su objetivo sería imposible darle alcance. Pero aún así… - Que salgan presto dos jinetes y traten de rastrearlo no más allá de una legua. Si no consiguen atraparlo que regresen raudo al castillo. Somos pocos y debemos estar juntos en la medida de lo posible. – Le ordené a uno de los soldados que nos trajeron la mala noticia de la desaparición del jinete.

- Alvar, deberíamos ir a algún lugar discreto para hablar de un par de cosas. Como quién demonios es ese mendigo y a quién le beneficia más la muerte del barón don Diego. Además, ¿Dónde estará zorro? Es posible que él hay visto algo.

Los criados del castillo se despertaron y levantaron. Algunos desmayaron al ver al suyo señor allí, tan muerto de tan horrible manera que la sola visión parecíale maldada infame. Quién quiera que hiciera aquello no ganaría el perdón del Altísimo ni yendo descalzo a Jerusalén... La esposa, et luego el barón... Fue entonces cuando algunos criados acompañaron a los soldados a acompañar al pequeño hijo de don Diego. El resto de servidumbre comenzó a limpiar el desaguisado, diagnosticando el inerte cuerpo de manera desesperada y amarga.

Lope, por su parte, mandó a los soldados ir a averiguar cualquier cosa, et así corrieron a hacerlo. La certeza de dónde estaba el asesino no era tal, quizá estuviera dentro, quizás fuera. ¿Y el joven Zorro? ¿Dónde andaría en medio de aquella turbulenta noche?

La sangre pronto alcanzaría tus botas, pero que tras limpiar el bracamante, observaste por la rendija de la entrada el estado del barrio. No había nadie. Sin embargo, precavido había que ser, y más tras haber hecho lo que habías hecho... El caso es que decidiste dar un rodeo. El barrio judío, su parte trasera, el camino del camposanto, el molino y finalmente... ¡el campamento de los mercenarios! Tras tanto ajetreo no te acordabas que aquellos maleantes seguían allí, empero que que decidiste sobrepasarlo para tomar el camino de casa de la tal Marta. Debían de andar durmiendo la mona. Eso o que apenas hacían guardias (¿unos campesinos iban a atacarles?), lo cual hizo que avanzaras sin problema entre la maleza, a distancia prudencial... Cuando pasaron unos diez minutos ya veías la casa de Marta. Ninguna luz había en la madrugada aquella, pues debía estar durmiendo. Claro que, en la claridad auditiva de la noche, oías unos pasos llegar tras de tí... ¡Eran cascos de caballo! Te echastes a un lado del camino y viste llegar un tipo a toda prisa, cabalgando a fondo. Rápidamente, éste paró frente a la puerta de la casa de la curandera, y sin procurar atar al caballo, comenzó a llamar a puño limpio a su puerta.

¡¡Marta!! -dijo el tipo de melena larga-, ¡¡ábreme!! -estabas a pocas varas, escondido en las retamas-.

Su gesto se torció al ver su paso interrumpido por el jinete. Por el tono de su voz, parecía traer noticias, y supuso, el joven Zorro, que la muerte de los judíos ya habría tomado boca entre la población. 

Quiso aun así, permanecer oculto y desapercibido todavía, agazapado entre el arbusto, a esperas de poder escuchar cuanto tuviera que decir a la muchacha, y actuar en consecuencia.

La puerta se abrió, previa luz encendida en el interior de la casa. Allí viste a Marta, que miraba al tipo plantado en la puerta de su casa. Fue entonces cuando ambos dos intercambiaron palabras que no percibiste. Segundos después, el tipo llevó el caballo tras la vivienda, y volvió a la entrada para acceder al interior. Las luces entonces, se apagaron. De tu presencia agazapado ninguno de los dos notó.

- Vamos. Sígueme Alvar. – Le dije al de Hinojosa y, a su vez hice un gesto con la cabeza.

Mi intención era volver a las estancias del barón, donde le habían dado muerte, y con la escusa de buscar algún indicio que nos pudiese decir quién era su asesino, poder hablar con tranquilidad lejos de oídos indiscretos.

Algo en la mirada de Alvar me decía que se le había ocurrido una idea.