Partida Rol por web

Saber que no era mortal le bastaba y le sobraba al ladrón, que se sirvió un plato de aquella espesa sopa de cangrejos. Se tomó una cucharada que le hizo poner un poco de mala cara. La sopa estaba bastante amarga, aunque se dejaba comer.

 -Bueno, no es lo mejor que he probado, pero dista mucho de ser lo peor. Al menos nos llenará l'estomac.

Cuando terminó el plato, se sirvió un poco más. Era la primera comida caliente que tenían en días y había que aprovecharla antes de que se enfrirara.

 -Después de esta parada para manger, ¿qué vamos a hacer? ¿Dejaremos a Runhadir ici? ¿O nos le llevaremos por si no conseguimos cazar nada? ¿Y a dónde nos dirigiremos? Parce que si alguien sabe dónde puede haber una salida... Estoy más que dispuesto a écouter.

Mientras Serge y Gwindra probaban aquella sopa de crustáceos tan poco apetecible, Lyris decidió hacer lo que la exploradora le había sugerido sin que nadie se percatara de lo que estaba haciendo y lo cierto fue que tras unos pocos segundos detectó magia en todos y cada uno de sus compañeros, lo cual no le extrañó, pues sabía que parte de sus armas tenían propiedades mágicas.

Captó auras mágicas en los arcos de los tres personajes que se habían asociado a ella en aquel triste deambular por aquel infierno helado. El carcaj de Gwindra también emitía un aura mágica, al igual que su camisonte, sus guantes y algún objeto menor en el interior de su bolsa. Parecía que tanto la camisa de mallas y la propia vestimenta de Serge eran mágicos, al igual que su espada y su daga. Pero lo que más le intrigaba a Lyris eran los objetos de aquel explorador que aparentaba estar completamente loco. Tanto la daga, como la espada emitían magia, pero de todas las auras que Lyris captó, la que más le llamó la atención por su potencial mágico fue como ella esperaba, aquel extraño medallón de forma circular y color morado.

Lyris se concentró en el aura que emitía el amuleto, tratando de discernir la escuela a la que pertenecía. 

No te alcanza la tirada, aunque eso te da una pista de la potencia de su aura.

-Sí, el amuleto es mágico. Y poderoso -confirmó Lyris-. Podría identificarlo... si pudiéramos encontrar una perla del tamaño de un puño  en este erial de mierda blanca. Yo diría que sería más fácil encontrar una aguja en un pajar. De modo que aconsejaría envolverlo bien y no tocarlo. Quizá incluso mantenerlo alejado de Runhadir. 

Gwindra asintió cuando la maga le confirmó la naturaleza mágica del amuleto. 

-Gracias.

Cogio  el amuleto con sumo cuidado y sin tocarlo, con un trozo de tela, lo envolvió bien y lo metióen el saquito con las piedras. A continuación,  lo metió en su mochila. 

-Lo guardaré cómo has dicho. Lejos de el. ¿ Que hacemos ahora? Y, ¿que hacemos con él? - Preguntó  Gwindra a sus compañeros mientras guardaba el resto de cosas de su antiguo mentor.

 -Bueno, le hemos desplumado a base de bien y creo que ninguno de nosotros volvería a confiar en él ni aunque nos mirara con ojos de cachorro, así que… Yo voto por acabar con sus misère de hombre loco aquí y ahora.

Porque andar cargando con un loco peligroso con la esperanza de que recobrara el juicio o les fuera de utilidad era, a ojos de Serge Leblanc, una soberana estupidez.

 -Y después yo voto por seguir avanzando, buscando una manera de salir de este place y regresar a casa. No sé vosotras, pero yo ya estoy fatigué de hacer turismo por aquí.

Lyris torció el gesto cuando Serge habló de matarlo en el acto. No es que pensara distinto, pero quizá no era la mejor manera de plantearlo. Runhadir había sido el mentor de Gwindra. Era normal que la elfa le tuviera aprecio.

-Decidir qué hacer con él es tu responsabilidad, Gwindra. 

A Gwindra le palpitan las sienes. Sabe lo que hay que hacer. Sabe lo que tiene que hacer. Hay que matarlo. Pero antes era tan bueno, no creo que a la persona que conocí como Runhadir le gustase ni ser un loco violento ni ser un montón de carne y huesos casi vegetales.

Gwindra sacó la espada de nuevo. Se acercó a el.

-Amigo, es lo mejor. Lo siento, pero es lo que Rundahir habría querido. El verdadero.

Hundió la espada en su cuerpo. Gwindra le miraba a los ojos, pero los ojos de la elfa estaban brillantes por las lágrimas. Cuando Gwindra notó que Rundahir exhalaba su último aliento, sacó la espada y la limpió.

-Lo siento.

Se giró y se puso a reordenar su mochila, ocultando de esta forma las lágrimas de sus ojos a sus compañeros.

Lyris no pudo apartar la mirada. Era la primera vez que vía morir a un hombre. Se había quedado pasmada por lo rápido que había sucedido todo. Por lo pronto que se termina con una vida. El corazón le martilleaba a toda velocidad en el pecho, pero ella se había quedado fría. 

Siguió con la mirada a Gwindra mientras reordenaba la mochila. Esperaba a algo que no llegó.

-¿Vas a dejar su cuerpo ahí tirado, para que se lo coman los depredadores?

Fueran cuales fueran. Tal y como funcionaba aquel sitio, podía haber hienas en la tundra.

La elfa estaba llorando. Intentaba ocultarlo, pero Serge había visto sus ojos húmedos en el momento de darle el golpe de gracia a Runhadir. Lo que no sabía era si lloraba por el lazo que la había unido a su ex-mentor o por ser esta la primera vez que mataba a una persona. En cualquier caso, el ladrón eligió el silencio. Ahora mismo la elfa no necesitaba palabras, sino tiempo para pensar un poco.

Lyris en cambio, era otro cantar, ya que aquel suceso no la había dejado sin habla precisamente.

 -¡Lyris! -luego en voz más baja añadió- No la presiones. Acaba de matar a la unique persona a la que conocía de antes de llegar ici. Si tanto te molesta que el cadáver del elfo se quede expuesto, hazle tú una tombe.

No hacía un minuto que Serge había presionado a Gwindra para que matara a su mentor y ahora le acusaba a ella de estar presionándola. Lo que había que aguantar. 

Lyris soltó un hondo suspiro de resignación y se dispuso a explicar al ladrón todos los detalles que, para ella, eran obvios.

-Que se lo coman los depredadores no es lo peor que puede pasar, Serge. ¿Recuerdas dónde estamos? Que se levante como un muerto viviente y nos ataque es una posibilidad muy real. Y entonces a ti también te importará qué se ha hecho con el cuerpo -explicó en tono condescendiente-. ¿Has entendido ya por qué he insistido en el asunto o necesitas que te lo explique con dibujos?

Gwindra cerró la mochila que había seguido ordenando con las cosas de su mentor. Metió el arco en su carcaj. Guardó lo que quedaba de sopa como pudo (en el odre de Runhadir, agua no les faltaba por ahora).

Entonces se secó la cara y se puso en pie.

-Que se lo coman las alimañas. Así volverá al ciclo de la vida. Nunca entendí la costumbre de los humanos de enterrar a los muertos.-Dice caminando sin mirar al cadáver ni a sus compañeros Su voz se notaba afectada, aunque hablaba con firmeza intentando ocultarlo.-¿Nos vamos?

Si había algo que hacía que Lyris perdiera los estribos era que le llevaran la contraria cuando la verdad era cristalina como las aguas. Y cuando se enfadaba, salía a flote su sarcasmo. 

-Pues a mi sí que se me ocurren unos cuantos motivos racionales si no para incinerar los cadáveres, al menos para enterrarlos: evitar el contagio enfermedades, el hedor de la putrefacción, la contaminación de las aguas y demás problemas sanitarios. Sin olvidar la disuasión a nigromantes y necrófagos -señaló en tono sarcástico-. Pero supongo que son cuestiones demasiado sofisticadas para un pueblo cuyo concepto de higiene se reduce a limpiarse el trasero con un puñado de hojas.

Recogió su equipo de malas formas. Una parte de si misma, muy ruidosa, esperaba que Runhadir se levantara como muerto viviente descerebrado y que Gwindra tuviera que matarlo por segunda vez tras comprobar en lo que su mentor se había convertido. Otra parte, más práctica, esperaba equivocarse.

Pero las dos partes convenían en pensar que era un error dejar un cadáver detrás de ellos en un lugar como aquel. Por si acaso.

-Nos vamos.

Todo estaba dispuesto para reemprender la marcha, pero fue entonces cuando los tres improvisados compañeros de viaje cargaron con sus objetos personales cuando una amenaza se cernió sobre ellos. Por suerte o por desgracia no era Runhadir, como Lyris había pronosticado quien resultaba en esos momentos un serio peligro para ellos sino unos seres con apariencia feroz y diabólica.

No sabían porque no los habían visto hasta ese momento, no sabían cómo habían llegado hasta allí tan rápido, pero como atraídos por la sangre derramada dos aterradoras fieras les habían rodeadedo impidiendo su avance o la retirada por allí por donde habían llegado. Se trataba de dos cuadrúpedos de gran tamaño y aspecto temible. Eran dos seres similares a lobos pero totalmente desprovistos de pelo por todo su cuerpo de un tono azulado. Se veían con una claridad inusitada sus incipientes y afilados colmillos, repartidos alrededor de toda su babeante mandíbula, pues carecían de labios. Lo más inquietante no obstante eran sus ojos, pues parecía que también carecían de éstos y en su lugar se encontraban dos oscuras y vacías cuencas.

Lyris trató de hacerse una idea de a qué se estaban enfrentando.

Gwindra al levantarse y obviando la tontería que acababa de decir Lyris, vio de pronto esa especie de lobo calvo zombi.

Rápidamente cogió su arco y montó una flecha, dispuesta a abatir aquellos seres.

-¡Atentos! ¡Tenemos compañía!- Dijo a sus compañeros mientras realizaba aquellas acciones. Tanto tiempo sin ver más que conejos asesinos y de pronto nos encontramos las langostas de mar y los lobos zombis.-¿Qué coño son?

-¡Perros de las llanuras de la locura, muy difíciles de matar! ¡No intentes domarlos como simples animales! -advirtió Lyris-. Son ciegos pero se guían por su olfato y su sexto sentido. ¡Y estos sí que son venenosos! 

Lyris hizo un sencillo gesto, que descargó un hechizo que le haría más rápida en sus reacciones. Lo lanzó a través de las hebras de poder que había hilado uniéndola con los que se habían convertido en sus compañeros durante esos tres días. De pronto, Gwindra y Sergei notaron como el tiempo se paraba un instante, suficiente para hacerles ganar la iniciativa.

Después levantó una mano por encima de su cabeza y desgranó las familiares palabras de un familiar un conjuro que manejaba con fluidez. De las yemas extendidas de sus manos empezaron a surgir hebras pegajosas que se enmarañaron en torno a uno de los perros de las llanuras.