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[D&D 3.5] La Torre de las Almas Perdidas 2: El Plano de la L

Prólogo. Jovan-Dar el Enfurecido.

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09/05/2017, 10:18
Director

El mar Cercado no tenía fama de ser uno de los más violentos de Gea, pero lo cierto era que muchos eran los que contaban historias acerca de que aquel rincón del mundo tenía voluntad propia. Decían que era el mismo Jovan-Dar dios de las Aguas y los Mares y Señor de las Profundidades, quien en algunas ocasiones hacía enfurecer al Cercado para recordarle a los vovits que lo creían suyo, quien era el amo del mar.

Era cierto que las gentes del norte se creían los amos de los mares. Pensaban que sus drakkars eran imparables y le habían perdido en parte el debido respeto al mar. Para eso estaban las tormentas y la furia del viento que demostraban quien estaba al mando. Muchas eran las naves que desaparecían con toda su tripulación a bordo y nunca se encontraba ni rastro de ellas, como si hubieran sido borradas del mapa de un plumazo. Daba igual lo importante del viaje que estuvieran realizando los navegantes en ese momento o las connotaciones morales que les guiaban. Cuando el mar desataba su furia no tenía en cuenta nada de eso y castigaba por igual a todas las embarcaciones que lo surcaban.

Hacía más de tres horas que se había desatado la violenta tormenta que desafiaba con hundirlos. Las olas habían empezado a pasar sobre la cubierta calando por completo a la tripulación y destrozando todas sus maniobras. En medio de la inquietud desatada por los reventones del cielo, trataron de convencerse de que no les pasaría nada. No obstante, sabían por experiencia que la tormenta que se avecinaba era diferente a cualquier otra que hubieran vivido con anterioridad. Era demasiado tarde para regresar, pero aun así lo intentaron virando el drakkar ciento ochenta grados y tratando de regresar a las costas de Arthanis.

Era evidente que cuanto más se acercasen hacia Harvaka más intensa y desvastadora sería la tormenta. El Snekkja era un barco veloz y con la suerte necesaria, combinada con la pericia de esos marineros y la benevolencia de los dioses podrían evitar las consecuencias más devastadores de la tormenta. Sin embargo, pronto sus esperanzas se truncaron cuando en menos de dos horas habían sido alcanzados por el grueso de aquel temporal que parecía perseguirles para darles caza.

El Snekkja se balanceaba de lado a lado de forma violenta. El casco del drakar crujía a con cada acometida y el mástil se doblaba amenazando partirse en cualquier momento. Ya habían trincado el palo y habían adecuado la superficie vélica reduciendo el trapo y aplanando el velamen para evitar el embolsamiento y así propiciar que el viento escapase con mayor facilidad.

El ruido del restallas de los rayos sobre la cubierta era ensordecedor. El viento potente y recio arremetía rugiendo con sus más de treinta y cinco nudos en medio de una oscura noche sin rastro de las estrellas o de la misma Maahn. La cubierta del Snekkja estaba totalmente cubierta de agua y espuma y las bodegas empezaban a llevarse de mar de una forma preocupante. El drakkar era engullido con cada arremetida de aquel mar enfurecido, uno de los más ariscos y salvajes que Iirag había visto en su corta vida.

El viento fue subiendo con muchísima fuerza y para cuando aquellos curtidos marineros se dieron cuenta su drakkar no era más que una cáscara de nuez entre unas enormes montañas de agua. Ya habían desaparecido por la borda hasta cuatro de los hombres de Iirag devorados por aquel enervado y desafiante demonio. La maraña de relámpagos trataba de darles caza persiguiéndoles como lo haría el gato con el ratón. Jugaba con ellos sabiéndose infinitamente superior y sólo del Cercado dependía la decisión final de acabar con ellos o dejarlos vivir.

Para cuando la tormenta ya estuvo sobre ellos ya hacía rato que habían perdido por completo el control de la nave. Durante un buen rato mantuvieron el silencio, cada uno estaba realizando una oración íntima en medio de la oscuridad sólo atenuando por el resplandor de los relámpagos a su dios patrón.  Ya fuera Ygg, su hermano Yrg, el gran oso o cualquiera de los dioses del panteón vovit, era evidente que únicamente ellos podían evitar lo inevitable y sólo los dioses podían sacar a ese drakkar de la enfurecida garra de aquel oscuro y hambriento lobo.

Con cada uno de los estallidos de los rayos que cada vez caían más y más cerca rajando el cielo de arriba abajo se erizaba la piel de aquellos valerosos hombres. Sólo con ver la furia de Auvent, dios del Viento y las Tormentas sus corazones se encogían, pero sentir su retumbar ponía los pelos de punta y con cada chispazo sus caras se desencajaban. Realmente estaban asustados. Por primera vez en mucho tiempo aquellos valerosos guerreros del norte del mundo sentían miedo.

Iirag trató de hacer un cálculo mental de las millas restantes hasta encontrar el primer puerto, pero lo cierto fue que dadas las condiciones del mar le fue imposible precisar nada. Por primera vez en su vida deseaba llegar a tierra firme y salir corriendo para alejarse de ese monstruo que les hostigaba sin piedad. No estaba ante algo de fácil solución, no dependía de su pericia ni la de sus hombres, se encontraban ante algo verdaderamente fuerte e impredecible que les tenía totalmente a su merced.

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09/05/2017, 15:01
Iirag Throrson

Iirag achicaba agua en el centro del bote mientras gritaba órdenes a sus hombres. Pero todo esfuerzo era en vano, el Snekkja crujía y se llenaba de agua mientras las olas los tiraban al suelo del bote. Aun así, sus hombres seguían peleando. El joven alzó la voz en un profundo grito, mientras alzaba un amenazador puño.

 

¡¡Jovan-Dar no podrás detener a los Hijos del Lobo!! ¡¡Llevaré a cabo los designios de mi Jrag me cueste lo que me cueste!!

 

Apartó de un golpe a uno de sus remeros y lanzó un pesado cajón cargado de armas fuera de la borda, de nada les servirán si acaban en el fondo del mar. Cerca suya consiguió discernir a su segundo de abordo, Karagar. Se acerco a el en medio de los terribles virajes que el Snekkja, moribundo, daba debido a las olas. Le levantó del suelo del bote y lo acerco asi. Karagar puso cara de susto al ver a Iirag con una terrible e iracunda mirada, recortado por las luz de los rayos que se les acercaban cada vez más. Iirag, mientras una ola barrió el navío llevando a otro hombre de la tripulación, se levantó sosteniendo a Karagar, lo empujo hacia el timón, que giraba sin control sin nadie a su mando y habló. Su voz se oyó por encima del estruendo de la tormenta.

 

¡¡Muramos luchando, Hermanos!!

Pero en su gesto no había ningún atisbo de que se hubiese rendido, es más, en el fondo de sus ojos podía verse una ira y una determinación palpitantes, que prometían que si hacía falta nadaría el estrecho tirando de su nave con una cuerda cogida con los dientes, luchando contra la Tormenta y cualquier cosa que pudiera enviarle Jovan-Dar con tal de cumplir su cometido.