Partida Rol por web

La gente se sorprendió y dejó de gritar por un momento ante la escena que se estaba dando. Los guardias también se quedaron quietos, a la espera de los acontecimientos. Todo el mundo contuvo el aliento durante unos segundos, esperando ver que sucedía. Los guardias sabían que si los ánimos se exaltaban mucho podía cundir el pánico, una revuelta o lo que fuera, y ello se reflejaba en su cara de póquer. Todos viéndolas venir, sabiendo que no estaban en buena situación. Otros guardias miraban con curiosidad por encima de la muralla. Había gente que estaba con leños en los brazos quietos y mirando muy fijamente al grupo.

Diego apartó la cara con parsimonía y lentitud, mas por el desconcierto y la sorpresa que por simple habilidad, encajó el golpe como pudo manteniéndose en pie a duras penas.-Mira tio...-Comenzó a susurrar mientras la elfa se interponía y alzó la voz cuando la gente comenzó a mirarlos con interés.-Te pagaré por el caballo que perdiste en aquella taberna de mala muerte, no sabía que me lo quitarían...vale?.-Dijo con poca convicción, la misma que un deudor sin dinero o un mentiroso poco confiado en su propia mentira, pero dado el caso dudaba mucho de que los transeúntes se dieran cuenta.¨Chaval, tranquilizate...no quiero hablar esto aqui¨ querría poder decirle, pedir perdón por sus errores, la sangre que manchaba su ropa bajo la armadura, el dolor del hombro que apenas le mantenía en pie y el constante dolor de cabeza.-Asche ven.-Ordenó al perro mientras le palmeaba desde su altura la cabeza.-Miralo bien, lo tienes? muerde si se mueve.-Dijo mirando con la cabeza a Otto.-Tranquilizate hombre, tengo que recoger el dinero que me deben en los astilleros por mi trabajo, te lo pagaré...pero espero que me dejes algo para mantener a mi pobre mascota.-Comenta con una cara compugnida clavada en Otto y el público con la pequeña esperanza de que aquel hombre entendiera la comedia que había escondida entre sus palabras.

Mientras Diego y Otto discutían y Eira intentaba poner calma. La gente comenzó a montar un campamento improvisado en las afueras. En ese momento llegó un carruaje acompañado por un hombre a caballo a su lado. En el carruaje iban un cochero y un hombre a su lado con un arcabuz. El cochero bajó y asomándose por una de las ventanillas hacia dentro del compartimento intercambió unas palabras con sus ocupantes. Las cosas estaban mal, pero al menos habría ahí fuera unas cincuenta personas y vista la aparición del carruaje, no paraban de llegar más personas.

Un hombre con ropajes de viajero descendió de un lado de la dirigencia. Era robusto y calvo completamente calvo. Con voz neutra se dirigió a Diego que era el más proximo y le preguntó con soltura: Disculpad buen hombre, ¿Sabéis qué sucede aquí? Parecía realmente extrañado.

Diego parpadeó antes de girarse hacia el hombre y responderle en un tono de voz bajo.-La verdad es que ando desconcertado como vos.-Le respondió con total sinceridad.-Me encuentro tan intrigado sobre el porqué de este cierre de puertas como usted señor.-Dijo a modo de disculpa mientras volteaba un poco hacia su compañero de prisión y desgracias.

Bien, intentaremos enterarnos sobre lo que sucede aquí. Te respondió el hombre con un serio gesto de preocupación. No parecía de aquellos que tenian gente haciendoles las cosas, pues en cuanto acabó de hablar contigo lo vista mezclarse con la gente y acudir hasta las puertas donde le preguntó a un guardia: Perdonad mi señor, ¿a qué se debe este cierre tan intempestivo?

Verá señor, le rogamos que aguarde aquí con el resto de gente. Solo había quedado un pequeño destacamento de 4 hombres y el sargento fuera, vigilando que no sucediera nada malo, como por ejemplo, que alguien quisiera entrar. Es la inquisición la que nos han ordenado cerrar las puertas hasta nuevo aviso. Algo sobre un hereje en la ciudad, que ha entrado evitando a los centinelas mientras era perseguido. No puedo señalar más porque lo desconocemos. Y ahora si no le importa... Señala con una mano incomodo el improvisado campamento que había a tus espaldas. "Reúnase con el resto" decía su gesto. El hombre se apartó y se encaminó de nuevo a la dirigencia.

Si ya ha entrado en la ciudad, ¿por qué no podemos entrar los demás?

Otto buscaba incitar a la muchedumbre.

Uno de los hombres que acompañaba al sujeto que había bajado del carruaje para hablar con los guardias se encogió de hombros, con una expresión de diversión en la cara. ¿De que le sirve a la guardia nuestros nombres? Nosotros no hemos cometido delito alguno aquí. Yo no había estado nunca, de hecho. Que el oscuro cargue con las consecuencias de sus fechorías que nosotros haremos lo mismo cuando nos toque... No sabiais decir a ciencia cierta a que se refería

El otro, el que había llegado cabalgando junto a la carroza señaló: Podrá decir mierda, no me preocupa para nada, no somos herejes, él, a los ojos de un inquisidor si que lo es. Dijo con total seguridad en la voz. En fin, olvidemos esto, estamos elucubrando demasiado, quizás ni sea él. La conversación os llega levemente porque cada grupo está a lo suyo, debatiendo sobre qué pasa en la ciudad.

Diego alzó los ojos hacia los caballeros con dudas.-Chicos, yo no puedo entrar...estoy desangrándome como un cerdo y no creo que la guardia no nos registre.-Apuntó Diego mientras apenas se mantenía en pie a causa del dolor.

No te quejes, que estás vivo.

No como mi caballo.

Oscuro. De inmediato pensó en el noble que les había dejado vendidos. ¿Sería posible que tuviese cierta fama? Fama infame, desde luego.

La gente se quejaba abiertamente de la clausura de la ciudad, a Otto le gustaba, habría que forzar la situación.

¿Qué pretenden hacer con toda la gente que venga a Middenheim? ¿Cerrarle el paso? ¿Cuánto tiempo? Acaso creen que instalaremos un campamento a las puertas de la ciudad como si fuesemos refugiados. Cavando letrinas, bebiendo de pozos cada vez más infectados y haciendo trueque por comida. ¿Soportaremos todo eso mientras a cien pasos hay una ciudad con techos que nos protejan de la lluvia y fuegos en los que calentarnos?

¡Eso es!

¡Si hay herejes que vayan a la hoguera, los ciudadanos de bien queremos entrar en Middenheim!

Eira agarra a Diego como si fueran amigos o incluso algo más.
- No te emociones, es sólo para que no se den cuenta de lo débil que estás y empiecen a elucubrar... - le susurra con una leve sonrisa.

Por suerte tiene las manos ocupadas, si no se las echaría a la cabeza al escuchar hablar a Otto.
- No, si al final nos meterá en más líos de los que ya estamos... - piensa la elfa. 
- Retirémonos un poco, busquemos dónde asentarnos. - dice a Diego, intentando alejarse de la que va a liar Otto.
 

Tranquila, las prefiero con mas carne y pelirrojas.-Tose un poco en un vano intento de esbozar una desvaída sonrisa y dejarse agarrar por la mujer, su mirada baja al perro al que sonríe con aprobación y definitivamente deja que la elfa lo guíe.-Pobre escudero, le matan el caballo y me odia a muerte.-Dice irónico mientras camina a paso lento junto a la elfa dejándose guiar por esta mas por debilidad que por comodidad.-Será mejor que nos apartemos para intentar remendarme de nuevo.

La gente asentía y comenzaba a alzar sus voces también uniéndose al caballero, que claramente consideraban quizás como alguien más susceptible de ser escuchado. Lo que estaban haciendo los guardias no estaba nada bien, y comenzaban a ponerse nerviosos con todo el alboroto que se estaba armando. Uno de ellos, el que había hablado antes, alzó la voz para hacerse oír por encima de las quejas situándose tras sus hombres.

!No se alteren! La inquisición ha dicho que no se entra, y por poco que nos guste NO-SE-EN-TRA! Dijo marcando las silabas de las palabras separándolas muy bien. !Y el que intente entrar por la fuerza... lo.... lo lamentará! ¿Queda claro?

Nadie parecía prestar atención a Diego y Eira, que estaban a lo suyo un poco apartados y mirando todo el incipiente altercado. El perro de Diego, se le acercó a este y frotó su cabeza contra su pierna mirandole con ojos de cordero degollado al notar las heridas de su amo. Umbra se mantenía cerca de Otto, entre la multitud, con la capucha echada y en silencio como una estatua.

Tras intercambiar entre ellos unas cuantas palabras, podéis observar como ese grupo de tres hombres que había llegado con el carruaje toman sus bártulos y uno de los caballos y discretamente se adentran en la oscuridad. Parecen seguir el camino desarbolado de seguridad que hay a los pies de la muralla y al poco tiempo los perdéis de vista.

La gente está muy inquieta, y cada vez se agolpan cerca de la puerta más personas, ahora portando objetos como herramientas y utensilios del campo. Las voces son exaltadas y la gente habla de que ha oído ruidos nada normales en los bosques, y que quedarse ahí supone una condena de muerte. !Déjennos pasar maldita sea! !Somos ciudadanos de bien! !Esto no va a quedar así! En un momento dado, una piedra parte de la multitud y golpea al oficial en el casco con un ruido metálico. El soldado da unos traspiés y se lleva la mano a la ceja de donde sale sangre. De no haber sido por el casco... Sus hombres pasan de tener las picas cruzadas frente ellos a apuntar a la multitud con ellas.

Nos acercamos a un claro que está aún desocupado, y mientras dejamos los bártulos, la elfa ayuda a Diego a sentarse lo más cómodo posible, para intentar ver bien sus heridas, y hacer lo máximo posible por ellas.

Después de un intento bastante pobre, probablemente debido a intentar ser lo más discreta posible, Eira se ocupa de prepararse para pasar la noche de forma confortable, pese a tener todo bien cerca, sin esparcirlo demasiado, por si hay que volver a salir corriendo.

¿Dónde va la elfa? ¿Vamos a pasar la noche al raso teniendo una ciudad enorme delante de nuestras narices?

Otto era muy consciente que dentro de la ciudad podrían esconderse entre la multitud, cambiar de identidad y salir de ella por otro lado sin crímenes pasados en su historial. La vida de caballero ya le había sido negada, por completo. Espada de alquiler...

Diego y Eira fueron a parte del mogollón de gente que comenzaba a ponerse de los nervios con el menor chasquido de ramitas del bosque y se la estaban jugando frente a los guardias armados y presionados por la inquisición. En un torpe intento trató de curarle las heridas a Diego, pero no lo logró. Umbra despejó con los pies una zona del suelo dejándola limpia y juntó unas cuantas piedras. En el interior de las piedras juntó unas cuantas ramas y trozos de madera que había sueltos por el suelo por las talas que solía hacer los equipos de limpieza de Middenheim. Con ello encendió un pequeño fuego. Otto también se aproximó al fuego.

¿Que estamos haciendo? Murmuró escarbando en el suelo con su bastón mientras se ponía en pie. Luego miró al grupo que tenía a su alrededor. NO, de verdad... Nuestro objetivo no está en la ciudad, si mal no recuerdo lo que se nos dijo, debíamos ir a una especie de convento que hay fuera de la ciudad, más al norte... Y si no nos dejan entrar en la ciudad, ¿Por qué empeñarnos? Preguntó la joven maga levantándose. Por cierto... ¿Alguien recuperó las órdenes que llevaba el capitán? Sería interesante, y el dinero, sobre todo... Puntualizó bajando el tono de voz para que los grupos próximos no les oyeran hablar sobre dinero.