Partida Rol por web

Mientras que Abid amenazaba con el arco apuntando a las figuras del fondo, Durán, también descubriéndose, notó que allí no había piedras algunas, sino que la alberca lo único que albergaba era hecor, humedad y eco. Bermudo, hacha en mano, comprobó la profundidad de aquella alberca: el agua se mantenía a gran distancia, unas cinco varas (mas o menos, hasta el piso que estaba pisando). Caer allí abajo sería un gran fiasco y el golpe podría ser importante. Zaif parecía preocupado, pero listo para cualquier eventualidad.

Hasta ahora no os habíais percatado, pero aquel puente era sumamente estrecho. Tan estrecho era el tal que dos personas una junto a la otra tendrian cierta dificultades para no caer por alguno de los lados del puentecillo. La mujer, al fondo de la sala y tapada por el tremendo cuerpo del esclavo Gracián*, comenzó a pasar las ojas del libro junto al orbe más súbitamente, mirando hacia atrás, hacia vosotros como enfurecida, sin dejar de pasar hojas como loca...

¡Malditos! ¡Qué hacéis aquí! Matásteis a mi marido -decía aquello sabiendo que la culpa aún recaía, a los ojos de la justicia, en vosotros- y ahora queréis meteros en sus asuntos... ¡GRACIÁN! -al grito de la mujer el esclavo guanche pareció despabilarse un poco-, ¡encárgate de ellos!

Nada más pronunciar aquesto, la mujer dejó de pasar hojas al libro, se metió las manos bajo las ropas y sacó un saco pequeño. Tras abrirlo apresuradamente lo comprobó, lo volvió a cerrar y lo arrojó al agua de la alberca, hundiéndose nada más caer. Entonces, las aguas de la misma comenzaron a moverse, muy poco a poco.

Gracián, entonces, se rebuscó en un bolsillo, sacó un odre pequeño y se lo bebió. Alguna gota caía por su barbilla y se la limpió con la manga. En cuestión de segundos se quedó inmóvil, y por un momento pareció que, del tambaleo que compenzó a experimentar, se caía agua. Sin embargo, en poco tiempo volvióse a centrar, y tomó la enorme maza que tenía colgada al cinto, con un broche en el extermo del mango, tras lo cual se dispuso a cumplir las órdenes de su mujer.

¡¡GRRRR!! -el tipo movía la maza, esperando a que os acercárais*-. Por su parte, Soledad, al fondo de la alberca, seguía haciendo aspavientos con las manos. Parecía estar haciendo algún tipo de ritual...

El muchacho corrió, y tiró la vela. No se había percatado que allí había dos hombres, y ahora era demasiado tarde. Uno de ellos se lanzó contra él a la carrera, y no pudo hacer nada para tratar de huir por la Puerta de las Palmas, lugar por donde había accedido. En breves instantes, entre un par de columnas, Diego corrió tras el chiquillo. Ambos dos salieron al exterior, al corral de la Catedral*, a cielo descubierto. El niño, que no tendría más de doce años se internó por los soportales intentando despitar al alguacil. Entonces dejó caer un choricillo en la piedra del suelo, y a punto estuvio Diego de pisarlo. Finalmente, se lanzó contra el mismo, atrapándolo en el aire con una cabriola que los llevó a los dos a rodar hasta la puerta de Santa Catalina...

¡Aaah!, ¡no! -decía el muchacho oprimido en el suelo por el cuerpo de Diego-.

Bermudo miraba alternativamente a la mujer y al criado y, al ver los gestos de cada uno llegó a la conclusión de que la hembra era algo más de lo que aparentaba, su manera de hablar, el hecho de haber tirado algo al agua que ahora veíase agitada, lo que fuera que el Gracián estuviera bebiendo,... Todo aquello era demasiado raro para pasarlo por alto.

- Y si... ¿Y si esa mujer es una bruja?

Si en verdad había sido ella la que había matado al su marido, aquella idea que acababa de plasmar Bermudo no era del todo descabellada. Girose a los sus compañeros que portaban armas a distancia, para pedirles que se mantuvieran firmes y atentos.

-Vosotros bien podéis disparar a distancia, pero yo no. Tendré que enfrentarme a ese desgraciado en el puente y ahí apenas podremos movernos dos de nosotros. Si me pasara algo, no permitáis que salgan con vida de aquí.

Y, dando un par de pasos, adentrose en el punte para salirle al encuentro del Gracián, con el hacha bien dispuesta para abrirle la cabeza.

La honda sin piedra era inútil, y lo mismo yo, no podía atacar y escuchando las palabras de Bermudo, más cuenta me doy que solo estoy para mirar.

Me retiro de la línea de batalla y me pongo en un extremo, fijándome en el agua, me sorprendía que había arrojado la mujera para surtir el efecto que estaba pasando. 

Un criajo...un criajo de los demonios

Diego frunció el ceño y apretó las mandibulas mientras levantaba al niño del suelo de forma amenazadora para asustarlo y hacer que así no tuviese inconveniente alguno en hablar procurando eso sí, hacerlo lejos de miradas indiscretas.

Más te vale, mozalbete que empieces a largar que haces por aquí, y si tu respuesta no me gusta me enfadaré...y no creo que quieras ver a un hombre como yo enfadado así como no quieres mentir en el hogar del Señor

Desde donde me encuentro difícilmente podré encontrar un buen ángulo de disparo sobre la mujer, pero moviéndome lateralmente unos pocos metros la cosa cambiará.

El misericordioso sabe que tras todo lo que he pasado y lo cerca que he estado de morir por su culpa, disparar por la espalda a una mujer infiel no será ningún problema para mi.

De sobra era conocida mi animadversión por el agua, que ni para beber servía. Al ver que la hembra lanzaba algo al agua me quedé mirando el estanque y la reacción del agua después de que entrase en contacto con el lo que aquella había tirado.

Poco a poco fui retrocediendo, sin dejar de mirar el estanque, hasta que mi espalda tropezó con la pared.

Mis ojos se encuentran como hipnotizados mirando la ebullición del agua, o no sería ebullición en sí. No sabría determinar que efecto estaba pasando. 

Con el escudo en una mano y la espada en la diestra, Casimiro se adelantó sin pensarlo, al igual que Bermudo, y se encaramaron ambos al puentecillo donde, un poco más atrás de la mitad, esperaba aquel gigante, Gracián. Comenzaba a levantar su maza en alto, dispuesto a todo... Por su parte, Abid se echó a un lateral, dispuesto a acertar a Soledad en el fondo de la acequia... Mientras los dos se acercaban al puente, éste se movió unas varas al lateral, y luego recargó el arco*. Por su parte, Zaif y Durán observaron la bolsa que la mujer acababa de arrojar al agua... Al fondo, la esposa de don Juan de Hoces comenzaba a pronunciar unas palabras como en susurros, sin despegar la vista de su libro, mientras hacía aspavientos con los brazos...

Iniciativas:

Bermudo: 30
Abid: 22 (no actúa directamente en el combate, pero bueno, lo contamos así)
Casimiro: 22
Gracián: 14

Gracián ataca a Casimiro y luego a Bermudo, con la maza. Casimiro una Escudo como protección y ataca a Gracián.

Bermudo: Declara y Actúa. Abid: actúa.

La bolsa, una vez arrojada y antes de que se hundiera, contenía algún ser vivo, pues pataleaba fuertemente dentro de la pelliza, justo antes de sumergirse. Cuanod lo hizo, algunas burbujillas salieron, pero no vísteis mucho más, puesto que la altura de vuestra posición con respecto al agua era de mucha altura...

Yo no... no he hecho nada... ¡Déjame! -decía con palabras entrecortadas, fruto del miedo-. Sin embargo, notabas que aquel zagal estaba hecho en el mundo de la calle y la pillería, aparentemente. Cuando te dirigiste a él, miraba mucho a la puerta de los Deanes, justo al fondo del patio... ¡Quita! -te decía intentando zafarse sin éxito-. Y volvió a mirar hacia atrás.

Diego sacó el cuchillo y le apretó contra el cuello del niño. Podía oler su mentira tan bien como olía su miedo. Espero que quien te obligue a callar merezca la pena, porque como no hables vas a sufrir mucachillo...no soy de los que se contentan con dar un par de azotes. Habla

Sin pensárselo dos veces, Bermudo decidió atacar al hombre antes de que pudiera levantar su hacha, pero la estrechez del puente dificultaba la tarea y, su primera tentativa, fracasó estrepetisomante. El agua seguía bullendo debajo de ellos y eso ponía nervioso a Bermudo, el cual, intentando recobrarse, volvió a atacar al hombre llevando su hacha directo hacia el abdomen.

Desde mi nueva posición podía ver perfectamente a la cristiana que no dejaba de mover sus brazos, sin pensármelo un segundo más disparé sobre ella. En seguida comprobé como mi flecha iba bien dirigida, pero el nuevo arco no tenía la misma potencia que el antiguo.

- Es una bruja. - Le digo a Duran. - Lo has visto como yo. Acaba de tirar algún tipo de criatura al agua y ahora está haciendo un conjuro.

- Mátala, Abid. Clávale una flecha o no saldremos vivos ninguno de aquí.

Mientras a mí alrededor se desencadena la pelea y cada vez con más temor en mi cabeza, me asomo con cuidado de no caer al agua y no quito ojo de donde salen las burbujas.

No me lo podía creer, cuando veo que la bolsa deciende al agua, parece moverse algo en su interior, tenía toda la pinta de tener un ser vivo dentro. Sería un animal o que podría tener dentro. 

Me acerco a la orilla e intento vislumbrar si la bolsa flota o no. 

- Bien dicho Zaif, parece que estábamos presenciando un conjuro o algo por el estilo. 

¡Asqueroso fulano! -vomitó con saña el calatravo-, ¡pagaréis por lo que estáis haciendo y por las muertes a vuestras espaldas!

Casimiro, entonces, no dudó en levantar a pleno músculo su espada mientras con la otra mano aguantaba el peso del escudo, al que debía equilibrar para no caerse todo él al agua de la acequia...